A José Napoleón Duarte le enseñaron que siempre debía ser el que estuviera enfrente, nunca atrás. Su padre, de quien heredó un poco más que el nombre, fue una de las dos figuras -la otra, su madre- de las que aprendió a dar la cara y liderar una batalla.
Desde que lo nombraron al frente del Ministerio de Turismo, en 2009, conoce de estar listo las 24 horas. Cuando tiene que estar preparado simplemente lo está, se acostumbró, o lo acostumbraron, a trabajar el tiempo que fuera necesario. Por eso, cuando hay algo importante que debe informar, no es de los que espera comunicarse con su equipo a través de una secretaria; podrían ser las 5:00 a.m. y no duda en agarrar su teléfono móvil y mandar por él mismo mensajes. A los 64 años está comunicando, actuando y buscando maneras para generar dinámicas distintas.
Pero entrar en la agenda nacional lo tomó por sorpresa: “Nunca pensé que iba a ser ministro de Turismo. Jamás… Cuando apoyé a Mauricio Funes lo apoyé genuinamente y no para buscar un cargo”.
Ahora se dedica a recorrer el país. Aunque no siempre se le vea a bordo de una lancha sobre el Golfo de Fonseca, tomando sopa de gallina india, probando la mariscada en el Puerto de La Libertad o comiéndose una yuca frita de Salcoatitán, lo cierto es que anda de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo; desde el más accesible, colorido o menos poblado.
Su reto es olfatear la autenticidad de una localidad y potenciarla. Será enriquecedor, pero no así sencillo. Tener que promover El Salvador y “venderlo” es la tarea que debe conseguir cuando está consciente de que el “rincón mágico” se rodea de violencia.
— ¿Por qué aceptar ser ministro de Turismo?
— Hace muchos años ya, y lo he hecho dos veces con mucho gusto ja, ja. Desde muy chicos mi padre nos enseñó a estar con la gente de los mercados, nos enseñó a respetar mucho a los obreros, trabajadores. Desde muy chico estoy en la plaza pública. Me estimuló todo el tiempo el servicio a la comunidad y toda mi vida he hecho ese esfuerzo. Me siento muy orgulloso de vender El Salvador, de hablar de nuestras costumbres, de nuestra historia, sobre todo contemporánea… Yo siento que tengo que dar lo que este país me ha dado. Y eso es lo que estoy haciendo.
— ¿Y qué le dio el país de pequeño?
—Me dio oportunidades, me dio una infancia feliz. Teníamos necesidades, por supuesto, en aquel entonces. Las cosas eran distintas, pero mis padres nos dieron las posibilidades de estudiar.
A los 11 años José Napoleón Duarte le inyectaron una buena dosis de política. Fue académica, de carácter orientado al servicio y trabajo intenso. Acompañado de sus hermanos, recorría las calles de San Salvador para pegar papeles en los postes y promocionar la figura de Duarte para candidato a alcalde de la capital. Lo mismo hizo después para las elecciones presidenciales. Supo que las mujeres le dieron el gane al expresidente–eso dice del imán que tenía con las salvadoreñas-, vivió de cerca los regímenes militares, los muertos, la guerra… Su primer hallazgo político fue en ese momento. ¿De qué manera? Cuando lo secuestran, la época más difícil de su vida: el exilio, el cambio de vida, de aire, de país. Duarte habla de todo, menos de ese momento. Prefiere no acordarse y evita hablar de ello. Lo único que sí comenta es que su padre logró rescatarlo.
—A la juventud no le deseamos que regrese al pasado— dice. Han pasado muchos años y los problemas si no corregimos se repiten. Por eso hay que divulgar la historia. El conocimiento es sabiduría. Cuando uno tiene la historia, la historia le da muchas lecciones.
—¿Cree que el salvadoreño ha dejado de ser feliz en estos tiempos?
—¿Sabe lo que tienen los salvadoreños? La sonrisa. Esa sonrisa que provoca en el mundo decir que el salvadoreño es alegre, que siempre tiene una esperanza. Siempre dice “esperate, ya va a suceder”. Siempre estamos a la expectativa de que algo va a cambiar. Y eso no lo debemos de perder.
El secuestro, su formación política y académica y el exilio llevaron a Duarte a tener otra perspectiva de vida. Todas las etapas juntas terminaron siendo el sello que lo identifica como un crítico de una sociedad que muchos de su generación creían “era la mejor”.
—¿Cuándo estaba pequeño pensó que podría cambiar el futuro?
—Cuando yo estaba pequeño lo que yo soñaba era representar a El Salvador en los equipos nacionales de baloncesto.
—¿Jugaba baloncesto?
—Yo jugaba y toda mi ilusión era llegar a ser mayor, estar en el colegio y todos los días, desde los cuatro años, me ponía a entrenar basquetbol para llegar a la Selección Nacional de Baloncesto y poder llegar a la primera del Liceo Salvadoreño.
—¿Y logró hacerlo?
—Logré hacerlo.
—¿Y en qué momento deja de practicar?
—Ya de viejo. Ja, ja, ja. Ahorita puedo todavía. No, yo he dejado el deporte. Pero era muy bueno.
La mayor parte del tiempo, Duarte se la pasa en reuniones en las pequeñas instalaciones del Ministerio, presentando proyectos o “vendiendo” El Salvador por el mundo. En los pasillos del Ministerio hay una sala grande rodeada de fotografías panorámicas del país. Al fondo se aprecia una esquina transformada en altar donde se coloca cada obsequio que le entregan al ministro cuando visita algunos de los 262 municipios. Son artesanías, bordados a mano, café. También está El Cipitío y otras figuras muy particulares de cada región.
A estas alturas, hay una cosa que José Napoleón Duarte quisiera lograr: ser alcalde de un pueblo. “Imagínese, sería maravilloso”, comenta. Para imaginarse cómo se visualiza cuando eso suceda reconoce que debe dejar de ser ministro primero. Bajo ese anhelo, reconfirma que no dejaría la política tan fácil.
—¿ Y hay algo que el expresidente Duarte hizo y quiera retomar para darle continuidad?
—Él ya lo hizo, yo debo de hacer lo que tengo que hacer. Debe ser distinto. En eso tengo mucho carácter. Creo que me parezco mucho a él en eso. Los objetivos míos no eran los objetivos de mi padre. Los objetivos de mi padre probablemente eran en coyunturas diferentes. En el tema donde nosotros nos estamos desarrollando sigue siendo el bien común, el buen vivir. Hay tantos mecanismos para eso, yo he escogido ser ministro y hacerlo bien. Y luego Dios dirá dónde estaré. Pero en este momento estoy dedicado a ser ministro.
—¿Y qué es lo mejor de ser un ministro de Turismo?
Yo más bien diría qué es la oportunidad que uno tiene para darle a la gente como ministro de Turismo. Se le da mucha alegría, mucha esperanza; se comparte mucho. Y eso requiere tener esa conciencia: de tener la idea que nuestro país necesitamos cuidarlo. Y en la medida que cada vez ustedes los jóvenes sigan pensando que hay una tierra que los ama y que los vio nacer este país va a cambiar.