El Salvador
domingo 24 de noviembre de 2024

El pasillo del infierno en el Vietnam cuscatleco

por Bryan Avelar


Aquí más vale pasar desnudo que con una camisa de otro color que no sea el azul o el blanco del equipo salvadoreño. "Bienvenidos al infierno azuuuuul", gritan los aficionados cuando alguien pasa vestido diferente.

-¿Sabés lo que nos acaba de caer en la cabeza?

-¿Agua?

-No. Miados. Aquí solo miados caen.

Un vaso plástico sale volando de lo alto, dejando en el aire una estela de líquido espumoso que cae de golpe sobre las cabezas y las espaldas de los que estamos sentados un poco más abajo, en el repleto graderío del Sol general en el Estadio Cuscatlán, zona mejor conocida como Vietnam.

-¡Ahí van los miados! – alcanzó a gritar alguien antes que nos bañaran de orines.

Vietnam es el nombre con el que se conoce todo el graderío norte de este estadio salvadoreño, y queda justo al lado opuesto de la Platea, frente a los Palcos. Este lugar hace honor a su nombre, convirtiéndose en verdadero campo de guerra cada vez que se juega un partido, y el que desconozca las reglas, como dicen los aficionados, conocerá el infierno.

El área Sol General ocupa casi la mitad del graderío del estadio, pero la euforia colectiva se va incrementando y el nivel de “hostilidad” también se sube a medida que uno se acerca al centro de Vietnam, donde también está la banda con un bombo y dos tambores para ambientar y motivar a la barra.

Patadas, silbidos, insultos, mentadas de madre, baños de cerveza y agua y orines es parte de lo que le espera a quien se atreva a pasar por Vietnam con una camisa que no sea de la selecta. Aquí más vale pasar desnudo que con una camisa de otro color que no sea el azul o el blanco del equipo salvadoreño. Es más, este pasillo que atraviesa de lado a lado el graderío es conocido como “el pasillo del infierno”. Al menos así lo grita ahora Marvin, un aficionado de 35 años que este día parece ser la voz principal de esta zona del graderío.

-¡Bienvenidos al pasillo del infierno, hijos de putaaaaa! – grita como si le hubieran incorporado un megáfono en la garganta.

Hoy (martes 8 de septiembre) se juega un partido importante para la selecta cuscatleca y Vietnam arde. De ganarle a Curacao, una isla suramericana, El Salvador estaría un centímetro más cerca del mundial 2018. El graderío está a reventar y las 27 mil entradas que la Federación Salvadoreña de Fútbol imprimió se agotaron cuatro horas antes de que iniciara el partido.

***

Tres policías con silueta de gorila se paran frente a mí y me hacen una señal para que me haga a un lado. Me piden que separe las piernas y que ponga las manos entrelazadas sobre la nuca. Que separe más las piernas. Más. Más. Vaya.

Empiezan a registrarme y me levantan la camisa café que visto hoy. Los agentes buscan droga, explosivos, armas cortopunzantes, o cualquier objeto contundente con el que pueda agredir a alguien adentro del estadio. Mientras, otro policía me quita la mochila y la revisa minuciosamente. Luego de no encontrar nada me dejan pasar y me advierten que me apure, que no haga estorbo en la entrada porque aquí toda la gente quiere pasar. Esto apenas es el ingreso al estadio.

Son las cinco de la tarde y faltan dos horas para que empiece el partido. Luego de cruzar el umbral de la entrada veo el resplandeciente estadio cuscatleco iluminado por los flashes que disparan al otro lado, en la Platea, y se miran como estrellas que relumbran en un mar de gente. Entonces tengo la sensación de haberlo visto alguna vez en miniatura en fotografías o en la tele. Ahí me encuentro a don Chamba, un hombre regordete de 41 años que anda bastante ebrio ya. Le cuento que soy nuevo por acá y que mi misión es conocer Vietnam para escribir una crónica.

Foto: D1 - Nelson Dueñas

Foto: D1 – Nelson Dueñas

-Aquí vas a ver algo totalmente diferente – me dice –, todo esto es Vietnam, pero si de verdad quieres ver algo increíble te puedes ir allá, al centro, por donde está la música – dice, señalando con el dedo.

Le digo que bueno, que iré por allá, pero don Chamba insiste en ser él quien me guie. Este hombre es un «vietnamita» que lleva 32 años viniendo al estadio religiosamente cada vez que juega la selecta y se siente orgulloso de mostrarle a cualquiera el imperio de la barra cuscatleca. Entonces nos disponemos a caminar por el pasillo que atraviesa Vietnam y a pocos pasos de haber dejado la entrada se escucha un grito en lo alto del graderío.

-¡Camisaaaaaaa!

Seguido del grito, siento que alguien detrás de mí empieza a golpearme con un cartón en la cabeza y los de más adelante me avientan vasos con agua helada. Otros me golpean con las manos en el pecho, la espalda y los brazos a tiempo que me levantan la camisa con intención de arrancármela. Luego me cae un vaso con un líquido calientito y un olor extraño.

-¡A la mierda esa camisa, huijueputa! – me gritan desde arriba– ¡Culero! –gritan otros, mientras me llueven las patadas y los vasos con miados.

Don Chamba levanta las manos y les grita a la barra enardecida que se tranquilicen, por favor; hace una señal de que venimos en son de paz y les pide calma. Nadie hace caso. Los golpes, los vasos con orines y las patadas continúan. Entonces mi guía hace un gesto como de quien olvidó llevar el chaleco antibalas a la guerra y me dice que me quite la camisa lo más rápido que pueda. Me despojo de la prenda y al mismo tiempo él se quita la suya (una de la selecta, claro) y me la pone sobre la espalda. De inmediato las agresiones y las puteadas se detienen de golpe, como si alguien desde lo alto les hubiera ordenado un ¡basta ya! Entonces comienzan a aplaudir y me siento como bienvenido a casa.

-Olvidé decirte que a Vietnam no se puede entrar con una camisa que no sea de la selecta – me dice don Chamba con la embriaguez espantada.

Es cierto. Aquí toda camisa que no sea la de la selecta es literalmente arrancada de quien se atreva a llevarla. La regla es que el primero que identifique a alguien con una camisa de otro color, un peinado exótico o una barba demasiado larga empieza a gritar para que la barra lo identifique y empiece la lluvia de patadas y vasos con orines, agua y cerveza.

Nos sentamos en el filo del pasillo, en la grada de arriba. Ahí está Marvin, el hincha que gritaba “bienvenidos al pasillo del infierno” con dos amigos más. Desde aquí vemos como viene caminando un hombre chele, regordete que viste camisa rosada. Alguien de la orilla grita “¡camisa de culero!” y le empiezan a llover patadas, puñetazos y palmadas en la panza y en la espalda hasta que se la quita y continúa hasta el fondo del graderío, donde todavía hay asientos.

Un joven que llevaba unos sándwich en la mano cometió la imprudencia de pasar por el pasillo del infierno con una camisa verde. En medio de la ola de patadas y puñetazos e intentonas por quitarle la prenda, este aflojó la bolsa con los panes y don Chamba estuvo presto a jalársela y esconderla.

-Vaya, bichos, traje panes – dice mientras los reparte y me da un pedazo.

No importa si es hombre o mujer, en Vietnam no es permitida ninguna camisa que no sea la de la selecta. Incluso, algunos que visten una camisa azul desteñida o con otro dibujo que no sea el escudo de El Salvador recibe su par de insultos y patadas.

Descanso del graderío Sol general, conocido por algunos como "el pasillo del infierno". Este atraviesa todo "Vietnam" - Foto D1 - Bryan Avelar

Descanso del graderío Sol general, conocido por algunos como «el pasillo del infierno». Este atraviesa todo «Vietnam» – Foto D1 – Bryan Avelar

Si bien el rito más agresivo es el de la camisa, “¡movelo!” es el grito que le indica a los hinchas que se tiren el brazo por sobre los hombros con el que tiene a la par y empiecen a agitarse de un lado a otro a tiempo que corean “¡movelo, movelo!”.

En Vietnam no se conoce otro respeto que no sea a la bandera salvadoreña y al himno nacional. Incluso cuando pasa una mujer por el pasillo del infierno y alguien grita “¡culo!”, los de la orilla del pasillo le tocan las nalgas sin que ella pueda hacer más que taparse con las manos.

-Aquí le pueden tocar las nalgas a tu mujer y lo mejor es que no digás nada y te apurés en pasar – me dice don Chamba al tiempo que le pega una nalgada a una mujer que es acompañada de un hombre que pone cara de ser su novio, algo molesto pero sin decir nada.

El que se “rebele” o se altere por alguna patada, puñetazo o tocada de nalgas a su novia o esposa le va mal en Vietnam. Aquí lo que impera es la ley de la selva y el que ponga cara de enojado recibe todo el peso de “la turba”. De todas partes le empiezan a caer bolsas con agua, vasos con orines, papeles, patadas y más puños acompañados de gritos que lo invitan a irse a la mierda.

Tampoco los niños ni los ancianos se salvan aquí. A un señor de unos 50 años que vestía una camisa de botones lo hicieron que se la quitara a puras bolsas con agua y cartonazos en la cabeza. Los únicos que reciben un poco de respeto son los vendedores que llevan agua, cervezas, paletas o cigarros para la barra, y también a los discapacitados.

Minutos antes de iniciar el partido surge un nuevo grito en Vietnam. “¡Al que no salte le puyan el culo, al que no salte le puyan el culo!”, grita la barra enardecida y todos empezamos a saltar, unos por amor a la selecta y otros por miedo a que la amenaza se cumpla.

-¡Aguas! ¡Aguas! – grita Marvin, una voz retumba en el megáfono anunciando que el partido está por iniciar. Pero antes sonarán las notas del himno nacional del equipo contrario. Entonces todo Vietnam se pone de espaldas a la cancha y empieza a gritar ofensas con todas su fuerzas, a sacar el dedo corazón y alzarlo en lo alto del cielo, o a silbar la vieja y todo lo que se les ocurra.

***

Una vez iniciado el partido Vietnam se mantiene sentado y en calma. Solo se levantan cuando el balón está cerca de la cancha contraria o cuando se arma un pleito entre dos borrachos gradas abajo. Entonces Marvin y otros que están cerca empiezan a gritar “¡lo mató, lo mató!”; “¡uy!, hoy sí lo reventó”, complementa el otro para incitar a los demás a que se paren a ver. Entonces alguien grita “¡ahí van los miados!” y esa es la señal para que todos se sienten, y si no cumplen, entonces alguien deja venir un vaso que nos pasa rociando de orines aún calientes a todos.

Los hinchas le dan indicaciones a los jugadores como si de verdad los escucharan. Gritan con autoridad.

-¡Pasala, hijo, ya lo viste! ¡Puta!– grita un aficionado mientras un jugador de la selecta lleva el balón y se le acercan dos del equipo contrario a quitárselo.

La barra también le grita insultos racistas a los jugadores negros del equipo contrario y al árbitro cuando no pita a favor del equipo salvadoreño.

-Puta – estaba más vergón el vacil cuando no había empezado esta mierda – grita Marvin, y se sienta, un poco aburrido del partido que apenas lleva un gol a favor de El Salvador.

Cuando por fin llega el medio tiempo vuelve la diversión. Los aficionados que aprovechan el interludio para ir a comprar se convierten en el nuevo blanco de la barra vietnamita. Las tocadas de nalga para las mujeres y las patadas y los vasos con orines para quien el que se haya atrevido a ponerse la camisa prohibida de nuevo.

Un señor que está a la par mía tiene la cabeza descolgada hacia abajo y los hombros echados hacia adelante y las manos entre las piernas. Con una de ellas todavía sostiene un vaso.

-Ve, se durmió – dice don Chamba y empieza a hacer señas para que le tiren agua.

-… Hey no, está miando – señala Marvin.

Entonces el señor que parecía estar dormido deja ver una sonrisa y luego se levanta con el vaso lleno de orines. Espera un momento escuchando las indicaciones de los que están cerca. “Aventalo para allá”, “no, para allá”, dicen. Por fin el hombre lanza el vaso con orines hacia adelante y el líquido le cae en el pelo a un niño y a uno que parece ser su padre, gradas más abajo.

Decenas de agentes de la Unidad del Mantenimiento del Orden (UMO) se han dispersado entre los graderíos después del medio tiempo para calmar los ánimos de la barra que está enardecida. Los gritos y los insultos al equipo contrario han quedado atrás y algunos se atreven a lanzar bolsas o vasos con orines a la grama. Los ánimos caldeados y un “mal trago” ha provocado algunos pleitos entre la afición y es ahí cuando los agentes optan por sacar al que pueden.

Cuando la policía está enfrente la barra se calma un poco. Lo hacen “por ser buena onda”, dice Marvin. Porque quieren llevar la fiesta en paz.

-No porque aquí ni la policía se mete cuando se arma la casa (desorden) – asegura el hincha.

A dos minutos de que termine el segundo tiempo la afición empieza a celebrar. Algunos se invitan a cervezas, otros cobran algún dinero ganado en una apuesta por cómo quedaría el marcador, y algunos ya se quedaron dormidos. Esos, generalmente, terminan orinados y con un montón de basura en el pelo y la camisa.

El arbitro agarra todo el aire que puede y suelta el pitido final que deja el marcador 1-0 a favor de El Salvador. Entonces suena una marcha en los altoparlantes y Vietnam arde. Marvin también coge aire como si fuera a dar otro pitido final pero en su lugar alza la voz lo más que puede y le grita a todo el mundo su frase de victoria “¡Bienvenidos al infierno azuuuuul!”.

Foto: D1 - Nelson Dueñas

Foto: D1 – Nelson Dueñas