Un Volkswagen avanzaba sobre la 23 calle poniente, en San Salvador. Lo manejaba un hombre corpulento que pesaba unas 270 libras. Llevaba compañía en el asiento de la par y en el trasero. Repentinamente se atravesó otro carro que le cortó el paso. De atrás apareció otro vehículo desde el que unos sujetos descargaron dos subametralladoras y un fusil G-3. Las balas molieron los vidrios. Destrozaron la cabeza del conductor y entraron en el costado derecho de su cuerpo. La sangre se desbordaba como un río enloquecido. Los segundos se volvieron eternos mientras el plomo arreciaba. Terminaron las cargas. Hundieron a fondo el acelerador y huyeron. En el asfalto dejaron las marcas de las llantas.
En el Volkswagen quedó un muerto, un herido que no podía moverse, otro con una bala en el brazo derecho y la cabeza sembrada de pedacitos de vidrio que se incrustaban en su cuero cabelludo como hormigas furiosas.
Carlos Ruiz se tocó la cabeza. Buscaba hoyos de balas pero no halló. Pensó que lo habían herido porque manaba mucha sangre. Sabía que el conductor estaba muerto porque los sesos cayeron en su pantalón. Vio que el pasajero del asiento trasero estaba vivo. Le gritó que huyeran, que lo acompañara a buscar ayuda. Una voz cansada le respondió que no podía.
Salió del carro. Pensaba, pensaba, pensaba. Miraba a un lado. Miraba a otro. Recordó que estaban cerca las casas de Ernesto Claramount y Mario Inclán. Corrió hacia allá. En el trayecto tocaba las puertas de las viviendas que encontraba preguntando si le podían prestar un teléfono. Siempre le contestaban que no. Se había mareado. El instinto de sobrevivencia hacía que el corazón latiera a mil por segundo.
Llegó a la casa de Inclán. Le contó lo que había pasado:
– ¿Quién sos?- preguntó el hombre al que las cataratas lo empujaban lentamente a la ceguera.
– Soy Carlos.
– ¿Y qué te pasó?
– Nos emboscaron…
– ¡Entrá a la casa! ¡Cuando escuchamos la balacera pensamos que era otro golpe de Estado!
Les explicó que había un fallecido y otro herido que no podía moverse y que urgía atender. Rosa de Claramount le empezó a curar las heridas. Le pidió que le entregara el arma.
-Doña Rosita, cómo se le ocurre que le voy a entregar mi arma, mejor consiga otra porque si vienen detrás de nosotros nos van a querer capturar pero a mí no me agarran vivo.
En la noche unos militantes del Partido Comunista Salvadoreño (PCS) llegaron a traerlo. Un par de días más tarde viajó a México.
*
Primero lo entusiasmaron y después lo abandonaron. Se olvidaron de él. Carlos cursaba el primer año del doctorado en medicina en la Universidad de El Salvador (UES) cuando unos miembros del Partido Comunista Salvadoreño (PCS) llegaban a las aulas a hablarles de Carlos Marx, Vladimir Lenin, Federico Engels, la lucha de clases como motor de la historia, el proletariado, la Revolución de Fidel Castro, la Revolución Bolchevique y todas esas cosas que sonaban a hoz y martillo. Se interesó y estuvo a punto de decirles que quería ser uno de ellos pero un día desaparecieron en silencio y no volvieron más.
Se sintió traicionado. Machacaron su entusiasmo.
La Mancha Brava había empezado a matar a los salvadoreños que trabajaban en las bananeras. El gobierno militar de ese país vio lo que pasaba y en vez de poner freno lo alentó. En cierta forma eso servía como distractor de los conatos de rebelión que protagonizaban los campesinos hondureños sumidos en la pobreza y la marginación. La respuesta de El Salvador fue declarar la guerra a su vecino país el 14 de julio de 1969.
Carlos vivía en la calle Roosevelt, en Soyapango. Cuando sonaban los tambores de guerra a su barrio llegó a vivir José Antonio Sandoval Morán, un zapatero que militaba en el PCS. Inmediatamente se hicieron amigos y lo invitó a también convertirse en militante. Pero todavía molesto porque antes lo habían abandonado así que se negó.
José Antonio era paciente. Muy paciente. Cuando tenía un propósito no descansaba hasta llevarlo a buen puerto. Aprovechó la guerra con Honduras y organizó un comité de apoyo civil a la Fuerza Armada (FAES) para acercarse a los jóvenes. Siempre que tenía oportunidad intentaba persuadir a Carlos:
– Usted es estudiante, con que entiendo yo que soy zapatero-, le decía acerca de entrar a un círculo de estudios de marxismo…
– Es que ese bolado es serio- le respondía Carlos desanimado.
Cuando los fusiles callaron José Antonio ya se había ganado la confianza de Carlos. Entonces le propuso crear un equipo de fútbol con los muchachos soyapanecos. Y lo hicieron.
Carlos se resistía más por orgullo que por desinterés. En realidad la espinita de la militancia lo había tocado desde los años de la secundaria cuando fue testigo de las inmensas marchas y las huelgas de los trabajadores. También lo habían marcado los brutales asesinatos de los obreros Óscar Gilberto Martínez Carranza y Saúl Santiago Contreras que murieron a machetazos y martillazos. Se atribuyó la autoría a José Alberto Medrano, mejor conocido como El Chele Medrano, entonces director de la Guardia Nacional. Tampoco entendía por qué la realidad distaba tanto de los ideales que estaban plasmados en la Constitución que estaba vigente desde 1962.
El zapatero tenía como misión organizar la Unión Democrática Nacionalista (UDN) en Soyapango. Un día llegó a la casa de Carlos a pedirle que lo acompañara a hacer un mandado. No le explicó qué tipo de mandado. En las manos llevaba un saquito de henequén. Se fueron a una colonia y allí José Antonio sacó un megáfono y empezó a hablar de la necesidad de organizarse contra las injusticias, de la democracia y otras cosas más. En la calle no había ni una sola alma. No tenía público frente a él pero los vecinos estaban en sus casas y escuchaban en silencio, sin interactuar. Cuando se cansó le pidió a Carlos que le ayudara.
-Ya no aguanto, negro, ayúdeme- le suplicó.
– ¿Pero qué voy a decir?
-Repita lo que he dicho, con que puede hablar un zapatero, como no lo va hacer un estudiante universitario-, le dijo en tono retador.
Sin público ante él Carlos soltó la lengua. Al día siguiente repitieron la rutina en la colonia Las Flores y en Monte Carmelo. Al tercer día fueron a una plaza pública que estaba abarrotada por obreros y vendedores. Desde entonces la vida de Carlos fue el activismo político. Ya no tuvo tiempo para dedicarse a otras cosas. Se entregó en cuerpo y alma.
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Carlos nació el 12 de septiembre de 1949 en Santa Clara, San Vicente. Su padre era un campesino que vivía con relativa holgura gracias a unas propiedades que heredó. Su madre era una trabajadora agrícola que le enseñó a él y sus hermanos valores morales y espirituales. Eran los tiempos en que la palabra valía más que una firma en un papel. La pobreza era aguda. Dolorosa. Muchas veces vio como sus vecinos llevaban la vida a cuestas. Observaba como los empleados de su papá hacían malabares para tener dinero y comprar comida.
Cuando llegó la edad escolar el papá de Carlos donó una de sus casas para que el gobierno construyera una escuela. Si no lo hubiera hecho habría tenido que caminar cuatro kilómetros al centro educativo más cercano.
La vida en el campo no solo era trabajo. También había violencia, muerte y luto. A veces los asesinatos eran cometidos por motivos tan absurdos que nadie creía que pasaban. Por ejemplo, uno de los tíos de Carlos estuvo preso quince años por matar a un vecino en un pleito por animales.
Carlos estuvo a punto de sufrir una tragedia similar dos años más tarde.
El papá había sembrado una milpa en uno de sus terrenos pero los animales de uno de sus tíos entraban en la noche a comerse los elotes. Ellos fueron a quejarse pero nadie los quiso escuchar. Entonces el hermano mayor decidió que iban a sacrificar a las bestias.
-Pero los animales no tienen la culpa-, señaló Carlos a su hermano.
Una noche salieron con el perro a ver la milpa. Estaban casi decididos a cumplir su advertencia. Llevaban un fusil 22. Cuando llegaron encontraron a un cerdo afanado con la cosecha. Carlos le suplicó a su hermano que no lo matara. Aceptó pero iban a darle una lección: le cortaron las orejas. Unos minutos después venía el tío y su familia con los machetes en las manos dispuestos a vengar la afrenta. No les quedó más remedio que preparar las armas y apuntar a los furiosos.
-Tío, si se salta el cerco le voy a tener que disparar- amenazó Carlos al hombre que llevaba un machete en la mano. El incidente no pasó a más.
Unos días después el papá de Carlos decidió que era preferible marcharse a vivir a Soyapango que soportar la muerte de uno de sus hijos por pleitos absurdos.
En aquellos años Soyapango era similar a Santa Tecla. Lo abrigaba la frescura del cerro San Jacinto y los cañales de las haciendas Prusia y Venecia. El municipio tenía calles empedradas por las que cada quince o veinte minutos pasaba un carro. Apenas vivían 35,000 habitantes.
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El trabajo en una organización de izquierdas era cansado, extenuante, intenso. En 1972 el Partido Demócrata Cristiano (PDC), el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR) y la Unión Democrática Nacionalista (UDN) crearon la Unión Nacional Opositora (UNO) que impulsó la candidatura presidencial de José Napoleón Duarte y vicepresidencial de Guillermo Manuel Ungo. Para entonces la Guardia ya tenía como objetivo a los militantes de izquierda de Soyapango.
Carlos estaba en observación en el Partido Comunista. En los círculos de estudio estudiaban a Marx, Engels y a otros teóricos. Compartía con obreros, campesinos, vendedoras de los mercados y estudiantes. También hacía trabajo propagandístico promoviendo el programa de gobierno de los democristianos. La alianza respondía a objetivo claro: derrotar la dictadura a través de las urnas.
Andaba de esquina a esquina del país hablando de las ideas de Duarte y Ungo. De las propuestas de gobierno para frenar la vorágine de violencia que estaba a punto de desbordarse. El día de las elecciones lograron su objetivo: formalmente llevaron a la presidencia a los candidatos pero Fidel Sánchez Hernández fraguó un fraude e impuso a su sucesor Arturo Armando Molina. Cuando se supo el coronel Benjamín Mejía organizó un golpe de Estado que resultó infructuoso; vaciló en usar la artillería pero los dueños del poder no dudaron en emplear contra él la aviación.
A los que les habían arrebatado el triunfo se lanzaron a las calles. Sánchez Hernández lo apartó a bala y fuego.
Con la calma la conspiración se hizo más intensa. En esos días Carlos se vestía como canillita y desde el centro de Soyapango salía a vender la Tribuna Popular, un periódico que elaboraba el PCS. Un día lo detuvieron dos guardias. Le pegaron un par de culatazos.
-¿Qué no sabés que por esto te podemos meter preso como hicimos con tu compañero?-, conminó el guardia a Carlos refiriéndose al zapatero José Antonio Sandoval Morán.
-No sé de quién habla-, respondió.
-Mirá hijue…, si te volvemos a ver vendiendo esta m… te vamos a dar una verguiada que no te imaginás-, le dijo el otro guardia.
Le dieron un culatazo y lo dejaron ir. Una cuadra más adelante volvió a vender la Tribuna Popular.
Un año más tarde lo capturaron. Un grupo escindido del PCS que lideraba Salvador Cayetano Carpio –fundador de las FPL- había puesto una bomba a una pared propiedad de la Coca Cola. Cuando investigó la Policía Nacional concluyeron que los militantes del Partido estaban relacionados con los autores del atentado. Fueron a la casa de Carlos –un día antes había estado ingresado por apendicitis y aún convalecía- y lo sacaron a patadas junto a su hermano que no tenía ni idea de lo que pasaba.
Estuvo detenido durante ocho días en los que desayunaba, almorzaba y cenaba patadas y trompadas. En la celda de al lado escuchaba gritar a su hermano al que torturaban. Pero no claudicó. Estaba seguro que la militancia política era la única forma de derrocar la dictadura militar que tenía las manos manchadas de sangre.
Ocho días después los soltaron y los expulsaron a Guatemala. El Partido le propuso irse a estudiar a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) a terminar el doctorado en medicina pero rechazó la propuesta. Luego le replantearon hacer un curso de escuela política. Aceptó. Se fue a estudiar filosofía, economía política, teoría y táctica, experiencia histórica, entre otros. Un año más tarde estaba de vuelta en El Salvador y le encomendaron hacer trabajo con estudiantes universitarios.
Tiempo después ya había ayudado a organizar la que iba a ser una multitudinaria marcha que salió de la Universidad de El Salvador. Pero todo se frustró y se convirtió en tragedia.
Era el 30 de julio de 1975. Los estudiantes organizados en el ER-19, FAPU, FAU, MERS y otros que no estaban agremiados salieron de los portones universitarios. A la altura de la 25 avenida norte la Guardia los emboscó. Hubo una terrible masacre de la que todavía se desconoce el número exacto de los muertos. Los acorralaron y les dispararon a mansalva. Les rociaron gases lacrimógenos. Unos lograron huir y esconderse en el edificio del Seguro Social. Otros no tuvieron tanta suerte. Carlos iba en la retaguardia del primer bloque de estudiantes. Estuvo a punto de morir.
La matanza le produjo tan buenos réditos políticos a Carlos Humberto Romero –entonces director de la Guardia- que después se convirtió en presidente de la República.
Unas cuantas horas después los líderes estudiantiles decidieron hacer una nueva marcha en las honras fúnebres de los asesinados. Habían recuperado los cuerpos de Roberto Antonio Miranda López y Carlos Fonseca.
Se dio cuenta que los militares estaban conscientes que se les había pasado la mano con la masacre de estudiantes.
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La UNO concluyó que los militares no iban a permitir que llegara a la presidencia un civil. Por eso decidió llevar a uno de ellos en las elecciones de 1977. Entre las cartas estaban Mariano Castro Morán, Mariano Munguía Payés y Ernesto Claramount. Se decidieron por el último porque su padre, Ernesto Claramount Lucero, había combatido la dictadura de Maximiliano Hernández Martínez.
A Carlos le volvió a tocar anda de punta a punta el país promoviendo la candidatura. Tiempo después volvieron a celebrar que habían ganado pero Carlos Humberto Romero, candidato del PCN, les robó el triunfo. Una avalancha humana se fue a protestar a la Plaza Libertad. Llegaron un sábado y permanecieron una semana hasta que el gobierno la disolvió, una vez más, a punta de bala.
En abril de 1979 el 7° Congreso del PCS decidió que estaban dadas las condiciones para optar por la lucha armada para derrotar a la dictadura; ya no podía limitarse a la vía electoral. En ese periodo se formó el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).
Hubo doce años de Guerra Civil. El 16 de enero de 1992 se firmaron los Acuerdos de Paz. El FMLN se constituyó como partido político.
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La oficina de Carlos Ruiz es austera. Pequeña. Tiene un cuadro del presidente Salvador Sánchez Cerén, una computadora, el escritorio, tres sillas, su gorra verde con la estrella roja y la bandera salvadoreña.
Cuando habla es enfático. Razona en círculos: sus ideas parten de un punto A, pasan por el B, el C y regresan al A. Hace pocos ademanes. Es severo en el tono de las palabras como un viejo jefe militar al que le gusta ser obedecido sin dilaciones.
¿La guerra que vive el país es peor o igual que la de los años 80?
Es similar y lo peor es que es intencionada. El problema es que sigue en pie la confrontación entre el pasado y el futuro. La derecha jamás entendió que podía ser desplazada del timón de mando. Y nunca lo va entender porque defiende sus privilegios. Siempre concibieron que por gracia divina estarían siempre en el poder.
¿Creyeron que nunca iba a llegar el FMLN al poder?
Hicieron la Constitución pensando en eso. ¿De qué tipo de alternabilidad hablaban? Entre grupos de derecha. Éramos puestos al margen de eso, lo que nunca pensaron es que un día íbamos a derrotar a la dictadura. Y derrotarla no quiere decir que iba desaparecer la Fuerza Armada. Ahora el ejército ha cambiado a tal grado que lo empujaron a un golpe de estado pero se resistió. No quiere decir que no puede ocurrir pero sería un error muy grave para el país y ellos.
Pero el poder fáctico todavía manda en el país…
Ese es el problema. Ellos hipócritamente hablan de democracia pero para sus adentros piensan en dictaduras. Nosotros hemos venido avanzando y que estamos en una especie de equilibrio (en la lucha política con ARENA) no es cierto. La revolución en este país sigue avanzando.
¿El FMLN ha renunciado al socialismo?
No, eso se quiere a veces interpretar y estimular. En el FMLN no hay atisbos de renuncia. Tampoco hay que pensar que somos ciegos y queremos hacer las cosas caprichosa y antojadizamente. Son procesos naturales que tienen un ritmo, que incluso pueden verse abocados en estancamientos pero van caminando. En la ruta uno se da cuenta. Mire como son las cosas: pierden las elecciones en 2009; antes de eso cuándo había visto fotografías en las papeletas. Para eso han necesitado a los cuatro magníficos que tienen en la Sala (de lo Constitucional) pero eso no es todo. ¿Cuándo había visto que la derecha pateará sus propias decisiones? Porque la Constitución la escribieron ellos en 1983.
¿Es tiempo de pensar en una nueva constitución?
Va siendo tiempo de que se estudie a fondo las atribuciones y falencias de la Constitución. Hacer o reformar es lo que hay que discutir pero que nadie se tome atribuciones que no tiene. Por lo que ha hecho la Sala en otro país hace ratos hubiera sido destituida. Usted observe: se introduce en lo que no le corresponde pero uno entiende que esos magistrados son empleados de la derecha. Claro, nadie verá cuando les están pagando pero revísenles las cuentas a ver si lo que reciben sirve para lo que hacen. Uno lo dice con conocimiento de causa: he sido alcalde durante nueve años y sigo igual que cuando comencé porque vivo de mi salario. No vivo de… y les puedo asegurar que no tengo el nivel de vida de esos señores.
El exguerrillero Dagoberto Gutiérrez ha dicho que el FMLN es la nueva casta…
Le insistí en decirle: discutamos la situación del partido. Él hubiera querido seguir siendo dirigente sin ejercer las acciones de dirigente. Eso quiere decir: “Piensa en la tarea y cómo vivirás luego lo averiguarás”. Los dos tenemos el mismo cordón umbilical y nos conocemos la historia. ¿Los libre-pensadores le han dado ruta a los cambios en el país? Los organizados tenemos que aceptar que nuestra libertad no es hacer lo que queremos sino lo que hay que hacer.
¿Hacia dónde va el país?
Tiene dos caminos: puede estancarse y si lo hace regresa derechito al pasado.