Estela no pudo acercarse un milímetro al cuerpo de su hijo. La escena era horrorosa. El niño estaba en el suelo, inundado en su propia sangre, con la frente destrozada. No respiraba, no se movía, no daba señales de vida. Ella pensó que estaba muerto. Y por eso no pudo acercarse ni un milímetro.
Se quedó inmóvil, paralizada, sin saber qué hacer. Soltó algunos gritos de espanto, de desesperación. El padre del niño se asomó a la puerta principal de la casa. Observó que su esposa estaba histérica y su hijo desvanecido en una laguna de sangre. Tampoco tuvo coraje para acercarse al cuerpo moribundo del niño.
Fue un vecino quien lo alentó para que lo levantara y lo llevara a un hospital. “Todavía está con vida”, le dijo. El padre no dudó más, se aproximó a su hijo y lo cargó en sus brazos. El cuerpo se le empapó de sangre. Eran casi las diez de la noche. Los pasajes de la comunidad La Isla 1 de San Salvador estaban desolados.
Caminaron en medio de la oscuridad. Salieron a la calle principal y se toparon con un pick up de la Fuerza Armada. Pidieron ayuda para trasladar a su hijo a un centro médico. Los soldados aceptaron sin ningún reparo. El vehículo se puso en marcha a toda prisa. Atrás quedaron las calles oscuras y desoladas.
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La noche del pasado seis de agosto, Emanuel se encontraba jugando frente a su casa con algunos vecinitos. Eran pasadas las nueve de la noche. Y de pronto, una explosión perturbó el ambiente.
Estela escuchó la detonación, pero imaginó que se trataba de un cohete. Por eso no se alarmó tanto. Cuando se asomó a la puerta observó que su hijo estaba tirado en el suelo.
“Yo pensé que el niño se había agachado por el mismo miedo del cohete, pero cuando me acerqué vi que estaba todo lleno de sangre. Yo me corté en el momento, no lo pude recoger. En mi desesperación comencé a gritar. Y entonces salió mi esposo, sin camisa y sin zapatos, solo con una calzoneta, porque ya se había acostado”, recuerda Estela.
En la misma comunidad reside un niño que padece síndrome de Down. Su nombre es William, pero la gente le dice Wilito. Esa noche Wilito había salido de casa, caminó por algunas calles de la colonia.
Antes de entrar al pasaje donde se encontraba jugando Emanuel, se agachó y observó a un grupo de soldados que caminaban en dirección a él. Fue entonces que comenzó a correr hacia abajo.
“Yo estaba sentada en la esquina. Los tres soldados venían caminando, pero cuando vieron que el niño enfermito pegó carrera, ellos también corrieron. Uno de ellos le dijo al otro que disparara. ‘Párate tal por cual’, escuché que dijeron. Y en seguida sonó el balazo. El soldado no meditó nada. Luego ellos corrieron. Yo me metí a la casa y no vi nada más”, comenta una señora que reside en el mismo pasaje.
Emanuel quedó tendido en el suelo. La bala disparada por el soldado le había perforado la frente. Wilito se quedó parado, asustado, observando cómo su vecinito se desangraba poco a poco.
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Estela sintió eterno el trayecto hacia el hospital Benjamín Bloom. Le pareció que los soldados tomaron un camino mucho más largo. Cuando llegaron, el niño fue atendido de emergencia. Los doctores se percataron que el paciente había perdido mucha sangre.
La espera fue infinita. El tiempo se consumía lento. Horas después aparecieron los médicos. Las noticias no eran muy alentadoras. Pero tampoco eran trágicas ni fatales.
“Nos dijeron que nuestro hijo había llegado con tres por ciento de hemoglobina, que ya no tenía sangre en su cuerpecito. Le habían hecho una radiografía para saber dónde se encontraba la bala. El lugar era muy profundo y complicado de intervenir. Nos dijeron que no se atrevían a tocarlo y que por eso solo habían limpiado esa parte”, dice Estela.
Al siguiente día las noticias continuaban llegando cargadas de desesperanza. Su hijo está grave y si sobrevive existe la probabilidad que quede parapléjico; o que tenga problemas con el habla o la vista. Esas eran las palabras de los doctores.
En las horas de visita, Estela le hablaba a su hijo. Le decía lo mucho que lo quiere, que despertara, que ya no lo quería ver más en esa cama, que su cama estaba en otro lugar, que estaban esperando a que regresara a casa. Ella presentía que su hijo le escuchaba todo lo que le expresaba.
Fue hasta el tercer día que las cosas comenzaron a cambiar. La segunda radiografía indicaba que el cerebro del niño estaba menos inflamado. No había ninguna bala, no había mayores daños, solo unas pequeñas esquirlas.
Al cuarto día, Emanuel comenzó a mover la manita derecha. Al ver eso, su madre no hizo más que llorar. Lloró de alegría. Los doctores estaban asombrados, no creían lo que estaban viendo. No entendían cómo el niño había evolucionado tan pronto; cómo había desbaratado sus diagnósticos cargados de pesimismo.
A los siete días recobró la consciencia y salió de la Unidad de Cuidados Intensivos. Su recuperación era increíble. Seguía asombrando a todos los médicos que vigilaban el caso.
“El jefe de neurocirugía nos dice que lo que le sucedió a mi hijo era para que pasara al menos 30 días en la Unidad de Cuidados Intensivos. Pero nosotros desde la primera noche nos pusimos en cadena de oración. Y para Dios no hay nada imposible. No tengo dudas que él es quien nos lo tiene con una recuperación bastante rápido”.
Estela habla de su hijo con cierta tristeza en los ojos. Pero cuando expone toda la mejoría que el niño ha tenido en corto tiempo, una sonrisa se le pinta en el rostro.
“Ahora lo intentamos sentar con la enfermera, pero la cabecita se le iba para atrás. Me lo acosté en el hombro y sentí que hizo el esfuerzo para sostenerse. Es un guerrero que se va mejorando con la ayuda de Dios”.
El soldado que disparó la bala que hirió a Emanuel fue detenido. Sin embargo, a la fecha todavía no ha sido presentada ninguna acusación en tribunales de justicia. Los investigadores de la Policía Nacional Civil (PNC) que llevan el caso, se negaron a dar información a este diario. Argumentaron que el caso ya estaba en manos de la Fiscalía General de la República (FGR). En el ministerio Público y Fuerza Armada, donde se intentó conocer del caso a través de sus departamentos de prensa, tampoco hubo respuesta.
Estela dice no guardar rencor contra la persona que hirió a su hijo. Pero, aún no se explica por qué el militar disparó sabiendo que en el pasaje solo había niños jugando.
“Nunca hubo fuego cruzado. A saber en qué momento andaba el soldado. A mí me gustaría que el caso siguiera, no para que se hicieran justicia con el militar, porque nosotros no somos quienes para hacer justicia con las demás personas, sino para que no hayan más casos como estos, porque esta prueba que estamos pasando es dura y no se la desearía a nadie”.
Emanuel tiene cinco años de edad. Está por terminar kínder 5. Quienes lo conocen aseguran que es un niño alegre, juguetón, bien portado e inteligente. Su madre dice que es muy querido en la comunidad y en la escuela.
Estos días no han sido fáciles para Estela y su esposo. Asegura que han vivido toda una pesadilla, pero que lo peor ha pasado. Lo que menos les falta es optimismo y fuerza para seguir adelante. Su mayor deseo es ver a su hijo reír, correr y jugar como antes.
“Hoy lo fuimos a ver. Tenía los ojitos más abiertos. Hay momentos que se queda ido. Pero entiende cuando uno le habla, reconoce a las personas. Le ha costado hablar. Pero hoy me dijo ‘mami’. Y a mi esposo le dijo: «papá, levántame».