Un hombre vestido de gabacha celeste abre con fuerza una pequeña compuerta metálica anclada a la pared y una cortina de humo frío se escapa y avanza pegada al suelo como una serpiente. Espera un momento hasta que el humo lo deja ver bien al interior de la caja metálica y jala hasta la mitad una parrilla donde viene acostado un cadáver envuelto en una bolsa plástica negra. Deshace el nudo grueso de la bolsa y coge aire antes de desnudar la cabeza del muerto que trae consigo una bocana de olor a carne podrida.
-Véalo bien. Reconózcalo – le dice el hombre de gabacha médica a una mujer de unos 65 años que está embrocada sobre el muerto.
La cara del cadáver está bastante hinchada. Las 17 horas que han transcurrido desde que este cuerpo se quedó sin vida ya están surtiendo efecto. Los ojos achinados y los pómulos abultados le han cambiado la apariencia al rostro de este que un día respiró, al punto que la mujer que lo está viendo duda por un momento si es el que buscaba.
-Descúbrale el pecho, quiero ver – responde la señora mientras observa y se tapa la boca con una toallita blanca.
Un tercer hombre entra en escena, se pone unos guantes blancos de látex y empieza a enrollar la bolsa negra en dirección a los pies del muerto, dejando salir aún más el olor a muerte que ahora inunda la atmósfera cercana. El cadáver viste una camisa negra ensangrentada y bastante rota por lo que se hace fácil movérsela un poco para descubrirle el pecho. De inmediato se ve que la caja torácica le ha sido partida por la mitad, dividiéndole en partes iguales el tatuaje de números y letras alusivo a la Mara Salvatrucha que lleva en el pecho.
-Sí, él es – dice la señora y, rompiendo en llanto, camina en reversa hasta detenerse en una camilla metálica donde hace un amago de desmayo hasta que alguien la sostiene y le pide que sea fuerte.
Esta es la sala de entrega de cadáveres de la morgue del Instituto de Medicina Legal de El Salvador (San Salvador), y la mujer que ahora llora a punto de desmayarse es la madre del que venía envuelto en olor a podrido, adentro de una bolsa negra. El de gabacha celeste es el auxiliar el de autopsias y el que desenrolló la bolsa es el padre del muerto. Del muerto, hasta ahora, solo se sabe que era pandillero y que lo mataron a balazos.
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La tarde del miércoles 26 de agosto, en una pequeña casa de pasaje clase medio baja de la colonia María Auxiliadora del municipio de Cuscatancingo, a eso de las dos de la tarde, doña Maritza, disponiéndose a terminar el almuerzo, se asomó a la ventana con el bote de azúcar en la mano y vio avecinarse en el cielo una fuerte tormenta. Se apresuró a endulzar lo necesario el refresco y salió a la calle a gritarle a Manuel, su hijo, que se entrara, que ya iba a llover y que no quería que se fuera a mojar.
Manuel, de 23 años de edad y pandillero de la MS, estaba en la esquina del pasaje reunido con los otros hommies desde hacía toda la tarde. Vestía una camisa negra con estampas en el pecho, un pantalón jeans azul, unas chanclas de hule y una gorra volteada hacia atrás.
Los pandilleros intercambiaron palabras y gestos como dando las coordenadas finales, como despidiéndose porque la tormenta les caería encima, como acordando reunirse más tarde, o mañana, cuando de la esquina opuesta a donde ellos estaban reunidos salió un pick up gris que dejó asomar por las ventanas la boquilla de dos pistolas que dejaron ir al menos una veintena de tiros hacia el grupo de la esquina y aceleró.
A Manuel le cayeron 12 disparos. Murió al instante. Doña Maritza alcanzó a correr hasta donde lo dejaron los demás pandilleros que se dispersaron en el tiroteo. No tuvo valor de tocarlo. Aunque tenía el impulso desgarrador de abrazarlo, de levantarle la cabeza para ver si aún vivía, sabía que es prohibido tocar a un muerto en este tipo de casos, que hay que esperar a que llegara la Policía. Solo lloró, se desmoronó en el suelo y gritó el nombre de su hijo seguido de muchos “¿¡por qué!?”, le habló a su dios.
La calle que se tornó desértica al momento de los disparos empezó poblarse de gente que salía de las casas cercanas, hicieron un medio círculo y algunas mujeres abrazaron a doña Maritza para que se tranquilizara. La alejaron de la escena y esperaron a que alguien, de alguna manera, le avisara a la Policía.
A diez kilómetros un poco más al sur, en el Instituto de Medicina Legal (IML), el doctor Rafael Torres recibió una llamada telefónica. “Otro en Cuscatancingo”, fue la señal que le dieron.
Sin inmutarse, el doctor informó a Ernesto, el auxiliar de turno, y al jefe de transporte que necesitaba ir a realizar un levantamiento en la dirección mencionada, se subió a un pick up doble cabina con su equipo y se marchó.
Para hacer un levantamiento de cadáver un médico forense del IML es acompañado por un auxiliar forense y un motorista. Al llegar a la escena debe haber sido alertado con anterioridad por la Policía Nacional Civil (PNC), quienes son los primeros en llegar a la escena, y luego por la Fiscalía General de la República (FGR), quienes deberán también procesar el lugar antes de levantar el cadáver.
El doctor Torres tiene 24 años levantando muertos en todo el país y dice haber visto de todo. Desde homicidios simples por dos o tres disparos en el pecho o la cabeza hasta gente que ha sido descuartizada o desollada.
Luego de intercambiar palabras con agentes de inspecciones oculares de la Policía y de la FGR, quienes ya hace horas han acordonado la zona para evitar que se contamine la escena, el doctor se acerca al cuerpo caminando sobre una línea recta imaginaria, seguido por el auxiliar y varios agentes.
Cerca de las 10:00 de la noche, al llegar a la escena donde yace tirado el cuerpo de Manuel, el doctor Torres se olvida de su lenguaje común y empieza a escupir tecnicismos médico-forenses que el auxiliar va anotando en un extenso formulario de papel.
-Víctima de sexo masculino encontrado en decúbito ventral sobre el suelo de asfalto con la cabeza al oriente y los pies al poniente.
Decúbito ventral significa en lenguaje común que la víctima fue encontrada con el vientre hacia abajo (“boca abajo”). Este dato servirá más tarde para determinar muchas cosas como la dirección y la distancia desde que le dispararon. Asimismo, el médico forense continúa con su evaluación y empieza a palpar el cuerpo. Con ayuda del auxiliar le dan vuelta y buscan los signos que la muerte va dejando ver a medida que pasan las horas para determinar cuánto tiempo ha pasado desde que Manuel falleció.
-Signos abióticos- señala el doctor al auxiliar, mientras le mueve el cuello, los brazos y las piernas al muerto – Rigidez cadavérica, palidez cadavérica y livideces decúbito. Tanatocronodiagnóstico: ocho horas de fallecido.
La rigidez cadavérica, según explica el doctor, empieza a aparecer a las cuatro horas de muerto y avanza sucesivamente afectando en un principio a los músculos de la mandíbula inferior; luego el cuello, la cara, el tronco hasta terminar en la cadera y los pies. Ésta, explica, alcanza su punto máximo a las 20 horas de fallecimiento, y luego el cuerpo vuelve a ponerse flácido a las 30 horas.
Torres le saca la billetera a Manuel donde puede ver su nombre y número de DUI para apuntarlo, empieza a levantarle la camisa y le baja el pantalón con cuidado para revisarlo del pecho y las piernas, y luego le da vuelta para revisarle la espalda.
-Tatuajes en el tórax anterior y posterior y en el miembro superior derecho – dicta el médico, y continúa con las lesiones –, presenta herida de un centímetro de diámetro en la mandíbula inferior lateral derecha, herida en el párpado superior derecho con vaciamiento del globo ocular, tres perforaciones de entrada en el tórax frontal con anillo uniforme, una perforación en el miembro superior derecho y dos en el miembro inferior izquierdo.
Luego de la revisión superficial entre las ropas ensangrentadas que dura alrededor de 40 minutos, el doctor ordena el levantamiento del cadáver para su posterior autopsia, donde se determinará cuál de las balas que le atravesó el pecho a Manuel fue la que lo mató.
El auxiliar saca una bolsa plástica negra y empieza a meter a Manuel lentamente empezando por los pies y haciéndole un nudo a la altura de la cabeza; luego lo suben en una camilla y, con ayuda de un Policía, lo trasladan hasta el pick up que hace las veces de ambulancia para regresar con el cadáver a Medicina Legal.
Un levantamiento forense, explica, es un procedimiento muy delicado y que requiere mucha exactitud. Aunque toda la supervisión para encontrar lesiones es bastante superficial, la evidencia que se recaba en la escena del crimen podría ser mucho más importante que la misma autopsia en una investigación policial que ayude a dar con los responsables del asesinato.
Pasadas las 11:00 de la noche, el doctor Torres se baja del vehículo estacionado frente a la morgue de Medicina Legal y, libreta en mano, se dirige hacia el departamento de Patología Forense, donde tomará un descanso y esperará hasta que una nueva alerta lo haga subirse a un vehículo para hacer otro levantamiento.
En la morgue de Medicina Legal de El Salvador no hay descanso. Aquí muertos van, muertos vienen todo el tiempo. Manuel no es ni el primero ni mucho menos el último, él apenas es la víctima número 749 en lo que va del mes y la número 4,085 en lo que va del año. Solo este miércoles, 33 cadáveres más visitaron la morgue por causa de la violencia en el país.
El auxiliar, Ernesto, desliza la puerta corrediza color verde de la morgue y busca un espacio vacío en los dos contenedores refrigerados con 15 depósitos cada uno, pegados a las paredes laterales de esta galera, para almacenar el cuerpo de Manuel que tendrá que esperar hasta mañana para ser diseccionado y analizado por otro médico forense que lo abrirá por la mitad para determinar la causa de su muerte.
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Los turnos en la morgue del IML comienzan muy temprano y terminan a media noche. La primera ronda de autopsias empieza a las nueve, la segunda a las cuatro de la tarde y la última alrededor de las ocho de la noche. Pero antes de esta última al menos una veintena de cadáveres ha sido recogida, procesada y entregada en todo el día.
En las últimas semanas, la morgue del área metropolitana de San Salvador ha sido una de las que más trabajo ha tenido. Con casi 300 muertos al mes, lo que en un principio fue diseñado para ser un centro de investigación médico-legal parece ser un destazadero, una carnicería de cuerpos humanos.
Por cada asesinato hay una autopsia y por cada autopsia una madre o un familiar de la víctima que llegará a reclamar los restos a la morgue de Medicina Legal. O al menos casi por todos, puesto que cada semana un promedio de siete cuerpos a los que nadie llegó a reclamar serán llevados al Cementerio General de San Salvador para ser enterrados en fosas comunes.
Así es como también cientos de familias que han dado por desaparecidos a sus seres queridos terminan en las oficinas de la morgue, para preguntar si no han llegado ahí y han sido enterrados en fosas comunes. De ser así, un equipo de forenses deberá ir con la familia a desenterrar a su pariente para sepultarlo en otra parte.
Pero la mañana de este jueves 27 de agosto, las tres mujeres que están sentadas en las sillas de espera del Módulo 6 de Atención a Víctimas y Desaparecidos saben bien dónde están sus hijos. Los tres han sido asesinados un día anterior y ahora viene a recoger lo que les queda de ellos: su cadáver y su ropa que les serán entregados en una bolsa negra después de que el médico forense les haga la autopsia.
Para hacer una autopsia, los auxiliares sacan a los muertos por orden de llegada y atraviesan la puerta interna de la morgue custodiada por dos imágenes del Sagrado Corazón de Jesús que están pegadas arriba del umbral, llevan los cadáveres en unas carretillas hidráulicas y los suben a una camilla de autopsias de la gran sala.
Si la muerte tiene un olor, seguro es el que hay ahí adentro. Lo metálico de la sangre se mezcla con la formalina y la podredumbre para dar origen a un olor fétido con final dulzón que inunda toda la atmósfera.
En esta gran sala inhóspita hay seis camas de autopsia con equipo incluido: lámpara de brazo móvil, manguera de agua fría, juego de herramientas de cirugía, guantes, máscara respiratoria, gabacha y bolsas para los zapatos totalmente desinfectadas y muchos, muchos, muchos guantes de látex.
El médico forense ordena que se rompa la bolsa plástica negra y detrás de la tijera viene asomando la cada de Manuel con casi veinte horas de muerto. El auxiliar corta también la camisa y los pantalones y los tira al suelo, sobre los restos de la bolsa negra. El cuerpo de Manuel queda totalmente desnudo y con coágulos y manchas secas de sangre pegadas a la piel.
Aquí los forenses les «hablan» a los muertos. Acostándolos en las camillas de autopsias, los médicos van leyendo la muerte en cámara lenta de cada uno de sus pacientes.
Toma la manguera con la mano derecha y con la izquierda el auxiliar empieza a limpiar el pecho del cadáver para verle bien los orificios que le dejó cada bala en el cuerpo. Una vez “bañado”, el médico empieza a describir de forma técnica las lesiones, especificando si es de entrada o de salida y si el anillo que dejó el plomo en la piel es regular (liso) o irregular.
El agujero que una bala deja en el cuerpo dice más de lo que parecer. Al menos para un médico forense. Si los bordes que dejó el plomo son regulares o lisos quiere decir que el sujeto que le disparó estaba a una distancia de más de cinco metros y es de entrada. Un borde irregular revela que la bala era explosiva que el al salir estalló dejando un boquete sin una forma muy bien definida.
Otro secreto que cuenta la entrada de un disparo es que si el orificio tiene una sombra gris alrededor, el disparo fue a quemarropa a menos de 30 centímetros de distancia y la pólvora que salió del cañón circunscribió la entrada del plomo. De igual manera, si el asesino topó directamente la pistola a la piel de la víctima al momento de disparar, una quemada perfectamente circular adorna la entrada del disparo. “Lo que pasa es que al salir un disparo, el tubo de la pistola se calienta y deja una quemada en la piel”, explica un auxiliar al respecto.
Luego de identificar y medir hasta el último rasguño en la piel del cadáver, el médico forense está listo para diseccionar. Hay dos técnicas médicas para abrir un cuerpo y hacerle un análisis internos. La primera y más usada es la conocida como la “Y de Roux”, o simplemente “Y”. Esta consiste en dibujar con un bisturí la mencionada letra del alfabeto entre los dos hombros hasta abajo del ombligo del cuerpo y separar tejidos para ver los órganos.
La otra es la “Submentoniana Suprapública” que es, como ya lo dice su nombre, una sola cortadura desde abajo del mentón hasta seis dedos debajo del ombligo. Aunque mucho más sencilla, esta última no permite tanta abertura torácica como la primera, por lo que la “Y de Roux” sigue siendo la más utilizada en la morgue del IML, según explican los médicos.
El forense pesa cada uno de los órganos de Manuel y atraviesa una varilla por cada orificio de entrada, pasando por los órganos dañados hasta llegar al orificio de salida, determinando así la trayectoria que la bala siguió en el cuerpo de la víctima. “Efectivamente, la trayectoria de la bala que entró en la parte inferior del tórax le cruzó el estómago y dañó una vértebra”, dice el forense como quien habla consigo mismo.
Al terminar la autopsia, el médico y el auxiliar guardarán todos los órganos de Manuel, previamente pesados y analizados para dejarle una especie de bragueta en el pecho por las largas puntadas que apenas le agarran la piel para no dejarle salir las vísceras. Luego este será nuevamente embolsado y guardado en el cuarto frío hasta que lo llegue a recoger su madre, de unos 65 años y su padre.
Una autopsia puede durar hasta tres horas, dependiendo de la complejidad de cada caso y el número de médicos que haya de turno. Normalmente, en la morgue metropolitana suelen haber tres médicos y tres auxiliares para hacer seis autopsias en cada turno; sin embargo, cuando llegan cadáveres en estado de putrefacción, estos deben ser tratados con especial cuidado y aislados en una séptima camilla en su pequeña sala con extractor y un equipo especial de protección para el forense y el auxiliar que atiendan el caso.
-Si uno no está bien protegido incluso puede adquirir una bacteria que lo puede mandar al hospital o la muerte- explica un auxiliar.
El trabajo de un forense en El Salvador es el de levantar los más de 4 mil muertos que genera la violencia en este que, hoy por hoy se ha convertido en el país más violento del mundo, con una tasa de homicidios siete veces mayor a lo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera una epidemia.
Aunque están acostumbrados a la muerte, el trabajo de levantar muertos no siempre es fácil. “Lo más difícil es quizá cuando el muerto se trata de un niño”, reflexiona un auxiliar forense luego de terminar la autopsia de Manuel. “No es fácil hacer este trabajo en un país como este donde todos los días hay una lluvia de muertos”, dice.