Inicio de los años sesenta.
Es tarde. El escritor José Roberto Cea está reunido con sus amigos en El Paraíso, un rústico bar de San Salvador. En la misma mesa está Roque Dalton, Hildebrando Juárez y Manlio Argueta. Hay cervezas y mucho ruido. En ese lugar los minutos se consumen en debates sobre literatura, política y mujeres.
El tiempo transcurre rápido. Es hora de pagar la cuenta. El mesero está frente a los jóvenes poetas, mientras ellos cruzan miradas entre sí. Comprenden. Nadie tiene dinero y no queda otra alternativa. Hildebrando se saca un anillo, Manlio se quita el saco, Roque pone sobre la mesa una chaqueta de cuero. Por ahora es suficiente: la cuenta está liquidada. Tal vez mañana haya dinero para recuperar las prendas. Y quizá para un par de cervezas más.
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Tarde de mayo. Afuera el cielo amenaza con derramar una fuerte tormenta. El portón de una casa del Barrio Santa Anita se abre. Un hombre, de cabello blanco, asoma el rostro. Suelta una ligera sonrisa y nos invita a pasar.
José Roberto Cea nos ha recibido en chancletas, camisa blanca y short gris. Horas antes habíamos hablado por teléfono y concertado la entrevista. No hubo reparos. A las tres de la tarde estábamos en su domicilio.
Adentro está oscuro. Al fondo se divisa un amplio patio, aireado, con árboles. Subimos unas escaleras que llevan a una pequeña habitación repleta de libros. Entramos. El poeta nos tiende dos sillas de madera y luego se acomoda atrás de un escritorio atestado de papeles.
El nombre José Roberto Cea es sinónimo de letras. Ha escrito poesía, novelas, cuentos, ensayos y teatro. Es un prolífico escritor. También ha ejercido como periodista en diversas revistas culturales.
Perteneció a la Generación Comprometida, un grupo de intelectuales que hacían incómodas críticas a los gobiernos militares que gobernaron El Salvador en las décadas de los sesenta y setenta. Por esa razón, algunos tuvieron que salir exiliados a otros países.
El grupo se consolidó poco a poco. Los jóvenes escritores se anudaron por azares de la vida y conformaron una de las generaciones literarias más memorables de El Salvador.
El grupo estaba integrado, entre otras personas, por Italo López Vallecillos, Manlio Argueta, Roque Dalton, Tirso Canales, Roberto Armijo y José Roberto Cea, quien ahora recuerda algunos pasajes de esa época.
— ¿Y qué sucedió esa tarde en el bar?
— (Risas) Resulta que días antes había ganado los Juegos Florales de Apopa. Quedamos de reunirnos en El Paraíso. Se suponía que todos íbamos a poner dinero, pero al final nadie puso nada. Yo tuve que pagar con el pisto que me habían dado del premio.
— Lo engañaron.
— Sí, sí. Pero a los dos días otra vez la misma babosada. Que hoy sí, todos tenemos que pagar, que no sé qué. Llegamos al bar y todos comenzamos a pedir. A la hora de pagar, nadie tenía nada.Y todos se me quedaban viendo pensando que yo tenía dinero. Entonces, ellos tuvieron que dejar sus pertenencias. Ese fue el pago.
— ¡Jajaja!
— Pero todo era camaradería. Claro, los meseros nos conocían y sabían que éramos jodarria. En uno de los periódicos que editábamos, que se llamaba La Jodarria, poníamos: “¿A dónde van nuestros hijos?, a ponerse a verga a El Paraíso”. ¡Jajaja! Era un bar de mala muerte.
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Los libros y viajes en tranvía
Nació en abril de 1939. En la pequeña ciudad de Izalco, Sonsonate. Se crió con su abuela. A los siete años comenzó a sentir atracción por los libros. Cuando hacía sus primeras lecturas descubrió que tenía memoria fotográfica. No le costaba recordar las cosas.
Le gustaba declamar poemas, tanto, que para los eventos cívicos escolares siempre lideraba algún acto. Sus regalos predilectos eran los libros. Eso le pedía a su abuela cuando ella le ofrecía comprarle algún juguete.
Pero los libros en Izalco eran escasos, difíciles de conseguir. Ante la ausencia de bibliotecas y librerías, pagaba tres centavos para trasladarse en un tranvía halado por caballos hasta la biblioteca departamental.
Rodeado de volúmenes antiguos sentía que vivía, porque su vida eran los libros. Leía de todo. Pero fue una lectura que lo marcó para siempre. El libro “Mentiras y verdades” del escritor izalqueño Francisco Herrera Velado, tío del poeta Oswaldo Escobar Velado.
“Yo tengo la primera edición de ese libro que apareció en 1923. Herrera Velado cuenta todas las cosas que sucedían en su medio; que era un medio pequeño burgués, de cafetaleros y productores de tabaco. Era un mundo de terratenientes. Él plantea cosas como el uso de nahuatlismo. Ese libro para mí fue un impacto. Siempre lo anduve cargando”, recuerda.
Por esa época conoció a Claudia Lars, quien llegaba a pasar sus vacaciones en una casa ubicada contigua a la de su abuela. “Yo tenía un instinto de meterme en esto de la literatura y con Claudia conseguía libros”.
Cuando finalizó el bachillerato se mudó a la capital. Tenía 16 años. Comenzó a estudiar periodismo en la Universidad Nacional e ingresó en distintos círculos literarios. Conoció al poeta y abogado Oswaldo Escobar Velado, con quien trabajó en una revista periodística llamada Gallo Gris.
“Eso fue entre 1955 y 1956. En esos años sacar una revista con pasta roja era peligrosísimo. Era sinónimo de comunismo. Pero aún así logramos publicar, por ejemplo, un artículo de Miguel Ángel Asturias que causó un gran impactó. El texto se titulaba “La influencia de la literatura rusa en la literatura latinoamericana”, detalla.
Cea recuerda que un grupo de jóvenes se reunía en torno a Escobar Velado, quien era el director de la revista que se publicaba cada mes. En esa época comenzó a publicar sus primeros libros de poesía.
En esos mismos años, junto a Tirso Canales y Roque Dalton crearon un noticiero llamado “A mediodía”. La noticias eran transmitidas en la radio YSKL. Pero debido a las críticas que lanzaban, fue censurado por el presidente José María Lemus.
Los días sábados tenían un programa denominado “Antología de la palabra: Toro y Espuma”. Ahí aprovechaban pare declamar sus poemas. Era la génesis de una generación que florecía poco apoco.
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Roberto Cea tiene mucha imaginación. Habla sin parar. Recuerda fechas, lugares y anécdotas con facilidad. Su memoria es equiparable a una gruesa enciclopedia donde parece estar escrita la historia de El Salvador.
Si de algo está convencido a sus 76 años, es que el mejor combustible para vivir es la autenticidad y la coherencia entre las ideas y la forma de actuar. Quizá eso explique el porqué no ha encajado en un cargo público, ni siquiera en los últimos dos gobiernos de supuesta línea de izquierda.
— En el gobierno del presidente Mauricio Funes su nombre sonó como uno de los posibles candidatos a dirigir CONCULTURA, ¿por qué cree que no lo eligieron?
— Al final no me escogieron porque quienes mandan aquí les doy miedo, porque yo trato de ser independiente en ciertos criterios que sean necesarios al momento histórico que necesita el país.
— ¿Después trabajó como consultor del Ministerio de Educación, verdad?
— Fue en 2010 y 2011, mientras estuvo de viceministro Eduardo Badilla Serra. Hice un diagnóstico sobre el modelo educativo que se llama “Descolonizando las conciencias mientras se descoloniza la sociedad”. Claro, los tecnócratas que estaban en el MINED se asustaron, porque lo que planteaba era algo integral.
Cea se pone de pie y hurga entre un rimero de papeles que están en el piso. Saca un voluminoso folder y durante varios minutos explica a detalle el planteamiento que los “tecnócratas” ignoraron.
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La Generación Comprometida
El presidente Óscar Osorio – quien gobernó el país de 1950 a 1956- envió a un selecto grupo de jóvenes talentos a estudiar a Europa. Entre ellos estaba el poeta Italo López Vallecillos, quien recibió una beca para estudiar periodismo en España.
“Italo regresó al país en 1956 y se encontró con un grupo de jóvenes que ya estábamos acercándonos. En ese año todos vivíamos en San Salvador. Yo pertenecía a una organización juvenil llamada “5 de Noviembre”. Hacíamos actividades como leer poesía en los parques”.
López Vallecillos logró que se fundara la Editorial Universitaria. En ese mismo año, Roque Dalton regresó a El Salvador proveniente de Chile. Ya se había incorporado al Partido Comunista. Y es entonces que se crea el Círculo Literario Universitario que aglomera a escritores que dan vida a la Generación Comprometida.
El grupo fue bautizado con ese nombre por Italo López Vallecillos, quien traía influencia del filósofo francés Jean-Paul Sartre. Con el papel que sobraba de la Editorial Universitaria imprimían La Pájara Pinta, una revista de corte cultural.
También salió un periódico llamado La Jodarria, que lo editaba Roque Dalton, Tomás Guerra, Manlio Argueta, Roberto Cea y otros escritores más que criticaban al gobierno en las páginas de ese diario clandestino.
“Era un periódico irreverente, sarcástico, que costaba caro porque después había que desaparecer todo ese material. Ahí hasta una bomba nos pusieron”, recuerda
Los roces con escritores que eran más afines a los gobiernos militares estaban latentes. Tal era el caso de Waldo Chávez Velasco y Álvaro Menen Desleal. Cea recuerda una anécdota.
“Cuando murió el director de El Diario de Hoy (Napoleón Viera Altamirano) sacaron una carta mía apócrifa diciendo que yo me condolía de la muerte de Altamirano. Y yo no tenía nada que ver con eso. Lo había redactado Álvaro Menen Desleal con Rafael Hasbún, quienes eran servidores del gobierno. Yo mandé una carta diciendo que no tenía nada contra Viera Altamirano, que sentía la muerte del señor, pero que eso no lo había escrito yo. Tiempo después me enseñaron el documento original y comprobamos que había sido redactado en la máquina de Menen Desleal. Eran parte de las luchas ideológicas que había”, dice.
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Afuera llueve. El cielo ha oscurecido. Un foco de luz cenital ilumina la habitación en la que aún continuamos charlando. En el escritorio hay fotografías de antaño y ediciones de libros antiguos.
Llama mi atención una de las imágenes donde Roberto Cea está junto a Manlio Argueta, Alfonso Kijadaurías y Tirso Canales. Están muy jóvenes y aparecen sentados en un sofá, en la casa de Oswaldo Escobar Velado.
— ¿Eran muy amigos?, pregunto.
— (Asiente con la cabeza y un aire de melancolía recorre su rostro).
— ¿Y ya no se reúnen?
— Muy poco. Manlio se ha perdido en algunos planteamientos. Yo realmente lo creía más inteligente y hoy me he dado cuenta que no, por todo lo que está haciendo.
— ¿Imagino está molesto con él porque aceptó trabajar con gobiernos de ARENA?
— (Asiente de nuevo y responde luego de un corto silencio) No, yo no tengo problemas con nadie. Mire (Cea me extiende un pequeño papel donde se lee: “Dice Manlio que por qué estás así con él”). Es un recado que me envió con una amiga.
Sus labios reflejan una afectuosa sonrisa mientras observa una fotografía añeja donde aparece junto a Manlio en el suelo árido del volcán Irazú de Costa Rica.
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Los exilios y la imprenta
En los años sesenta trabajó con un grupo de guerrilleros que recién habían fundado el Frente Unido de Acción Revolucionaria (FUAR), coordinado por Schafik Hándal, que se oponía al régimen militar.
“Yo era responsable de todas las publicaciones de la organización. En el primer escrito que sacó COPREFA, señalando a los responsables de la guerra, yo era el tercero de la lista. El primero era Salvador Cayetano Carpio y el segundo Shafick Handal. Alguien decía que yo pagaba con el oro de Moscú. Y yo me preguntaba, ¿cuál oro de Moscú?”.
A inicio de los años setenta vivió en Chile y trabajó en la editorial del presidente Salvador Allende. Regresó al país después del golpe de Estado orquestado por Augusto Pinochet. Pero, la experiencia adquirida le sirvió para montar, en 1973, su propia editorial. La bautizó con el nombre de Canoa Editores.
“Lo primero que hice fue hablar con los profesores para que apoyaran el proyecto. Les conté que en Chile los profesores trabajaban en cooperativas. Creamos una cooperativa, pero el problema fue que ellos pensaron que así como se imprimían los libros, se iban a vender. El cuello de botella es la distribución. Entonces, ellos comenzaron a recibir los libros y no los pagaban. Todo se vino abajo”, evoca.
Durante la guerra, Cea se dedicó al trabajo editorial. Su libro más vendido fue uno que estaba compuesto por tres tomos: Letras I, II y III. También publicó algunos libros de poesía, ensayos y narrativa.
Estuvo exiliado en Guatemala, Cuba y Costa Rica. Ahí trabajó en la reconocida Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA), fundada por Italo López Vallecillos. Recuerda que antes que Roque regresara a El Salvador para integrarse a la guerrilla, dejó dos libros para que se los editaran. Uno era “Pobrecito poeta que era yo” y el otro “Miguel Mármol y los sucesos de 1932”.
“Cuando salió el libro de Roque, Miguelito estaba en contra del libro. Nos hizo llegar un documento donde planteaba las críticas a ese libro. Nos decía que en algunos pasajes contradecía la línea del Partido Comunista que él había fundado en los años 20. Yo hablé con Italo, le enseñé el documento y me dijo que ya lo había visto. ¿Qué vas hacer?, le pregunté. Hay que publicarlo, me dijo. Sí, pero consultá, porque a Roque lo acaban de matar en El Salvador y este documento de Miguel va a justificar su asesinato y eso no lo permitás, le dije. Entonces, Italo se guardó ese documento”.
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En la actualidad, Cea continúa escribiendo. Tiene al menos seis libros inéditos, entre estos, un poema de más de 500 cuartillas llamado “Xipe Tótec con bolivariana carta”. También un libro anecdótico titulado “La última tarde con Roque».
Todos los días se levanta a las cinco de la mañana. Escribe, revisa textos y da de comer a su perro, un Caniche que permanece junto a él casi todo el tiempo. En el plano económico, sobrevive de la venta de sus libros. Aunque ahora la editorial ya no funciona como antes.
Hace unos meses recibió una propuesta que no pudo más que tomarla a broma. Roberto Cañas, un exlíder guerrillero que compitió por la alcaldía capitalina en la recién pasada elección, le llamó para decirle que si quería acompañarlo como concejal.
— ¿Y qué le contestó?, cuestiono.
— Me puse a reír y le dije que yo no era serio para esos volados. Puta y eso, me dijo. No, yo no, le contesté. ¡Jajaja!
— ¿Aún se considera un hombre con pensamiento de izquierda?
— Yo antes que toda ideología tengo una conciencia crítica. Eso es lo único que sostiene la autenticidad. Si yo me demuestro que soy honesto conmigo mismo, soy honesto con los demás. Pero si no, no soy honesto con nadie.
— ¿Todavía se siente un hombre comprometido?
— Es que mire, acá tenemos unos políticos ignorantes. Aún siendo de izquierda. Yo se los he dicho y conmigo se molestan, pero yo solo tengo compromiso con la honestidad, con ser coherente con mi discurso. Y si por eso me toca estar como estoy, pues así me estoy. No tengo ningún problema.
Al decir eso, Roberto Cea se pone de pie. En seguida comprendo que la plática ha terminado. Bajamos las gradas en silencio. Afuera está oscuro. La lluvia ha dejado de caer.