Cuando escucha nombrar a monseñor Óscar Arnulfo Romero, música, melodías, letras, recuerdos sacuden su memoria. Era 1976, tenía 21 o 22 años la primera vez que lo vio. Romero era obispo de Santiago de María y él, Guillermo Cuéllar, un joven músico y miembro activo en esa época de movimientos juveniles de la Iglesia Católica. “No teníamos ni idea de quién era él. Y él no tenía idea de quiénes éramos nosotros”, recuerda cuando lo tuvo enfrente por primera vez. Pero no fue necesario conocerlo mucho para que ese grupo apiñado de estudiantes, sedientos e inquietos de contactar a otros jóvenes, se diera cuenta de que el sacerdote, que ese día les había recibido con las puertas abiertas, “protagonizaría algo grande”.
Para el asesinato del padre Rutilio Grande, y Romero en el Arzobispado de San Salvador, en 1977, Cuéllar había logrado tener presencia como músico adentro de la Iglesia; contaba con la aprobación romerista y el reconocimiento como líder entre los jóvenes.
La iniciativa de Romero llevaría a que el grupillo de jóvenes le siguiera. “Necesito que me ayuden”, les pidió. No fue necesario repetir esa petición para que los jóvenes le apoyaran. Con la muerte de Grande, un Romero golpeado internamente pero con la claridad mental de lo que iba a hacer se puso en marcha. En ese momento, Romero no necesitó que le dijeran qué tenía que hacer. “Nosotros éramos los que lo seguíamos”, añade Cuéllar, quien describe esos tres años que siguieron como “espontáneos”, sin mucha planificación. No había tiempo para decir “sentémonos a ver qué podemos hacer”, se debía responder de manera rápida a los acontecimientos, tratando de responder de la mejor manera. Fue ahí que Cuéllar sabía cómo debía reaccionar.
“La música fue mi punto de conexión con monseñor Romero. Él me orientó a que colaborara en la radio YXAX, que estaba interesado en potenciar. Le dio una vitalidad a un equipo. Monseñor Romero me conoce como un actor con cierto liderazgo entre los jóvenes, pero también me conoce como músico. Ya me ha visto mi guitarra, cantando”, externa Cuéllar, aceptando que, pese a no sentir que tuvo una “relación estrecha con Romero”, sí tuvo ciertas aproximaciones personales con él, entre esas aquellas de regaño y reconversión.
Si Romero no estaba satisfecho con la letra de una canción se lo decía. “Aun así, nunca me impidió, prohibió, que yo siguiera adelante con mi creación musical. Es más, en una ocasión muy especial, él me pidió una canción”. Romero había encomendado una primera labor para este joven convertido en un cantor del Arzobispado: componerle un himno al Divino Salvador, patrono de la capital.
—Esa es toda una historia: le presenté la letra dos días antes de que lo mataran.
—Romero, al menos, pudo conocerla.
—No solo conocerla: el domingo 23 de marzo, en su última homilía dominical, presenta la canción al pueblo: “Un compositor y poeta nos ha escrito un bonito himno para el Divino Salvador…”. “Vibran los cantos explosivos de alegría, voy a reunirme con mi pueblo en Catedral. Miles de voces nos unimos este día para cantar en nuestra fiesta patronal… Pero los dioses del poder y del dinero se oponen a que haya transfiguración. Por eso ahora vos, Señor, sos el primero en levantar tus brazos contra la opresión”. Monseñor Romero termina de decir esto y hay un tremendo aplauso de la gente que está en Catedral. Eso sirvió de aprobación de la canción. Él asumió el compromiso de darla a conocer el 24 de marzo, el día que lo mataron.
Cuéllar no omite las tantas ocasiones que Romero le discutió ciertas canciones y su contenido. Las discusiones, aunque fueron recurrentes, nunca cruzaron el marco del respeto. “Él tenía toda la autoridad para decirme: ‘sabe qué señorito, usted se me calla’”. Sin embargo, nunca pasó. Por eso, no duda en aceptar que Romero sabía que él era capaz de acompañarle en acontecimientos importantes de la Iglesia, como el asesinato de los sacerdotes. “Hubo una auténtica persecución contra la Iglesia… acá el Estado declaró a la Iglesia como enemiga. Todo el comportamiento del Estado indica que en los años subsiguientes persiguió”, enfatiza.
Por cada sacerdote que mataban, Cuéllar componía una canción. Monseñor Romero las conocía y manejaba a detalle las palabras en ellas: en cada homilía, él retomaba las letras. “Como dice una canción de un cantor popular: ‘nuestro Dios no está en los templos, sino en la comunidad’”, decía Romero. Tenía mucho cariño por la juventud. Los agarró y los dirigió a todos: algunos a las noticias, otros a los derechos humanos, pero a Cuéllar lo empujó a la música. Les asignó tareas serias dentro de la estructura del Arzobispado a los muchos jóvenes de inspiración cristiana, vinculados a parroquias o la comunidad jesuita, que le seguían.
—¿Hubo formación ideológica de parte de monseñor Romero?
—¿Ideológica? Monseñor Romero era un hombre muy centrado en la Iglesia. Había sido formado en el Vaticano, un hombre que estudió Teología, a la Gregoriana de Roma. Es decir, los que se forman ahí no son muchos, son élite. Lo que quiero decir es que era un hombre de Iglesia, no formó parte de ningún partido político y su orientación siempre fue parte de la Iglesia Católica.
—Cuando le pregunto lo de ideología no es relacionarlo específicamente a un partido político, sino a que si manejaba un pensamiento basado, por ejemplo, en el socialismo…
—No, para nada. Era un hombre formado dentro de los marcos muy estrictos de la Iglesia Católica y ese fue su marco de pensamiento. Y si a eso le podemos llamar un marco ideológico, llamémosle un marco ideológico. ¿Cuál sería el marco ideológico de monseñor Romero? El Cristianismo, como doctrina, experiencia de una Iglesia que hace Teología. Pero, generalmente, el término ideológico se asocia a un partido político, por eso reaccioné de la forma en la que lo hice.
—¿Pero veían un grado de aceptación de su parte a la Teología de la Liberación?
—No exactamente. Fue un hombre que nunca tuvo pretensiones de enseñar una palabra fuera de las fronteras salvadoreñas. Lo que sí aceptó como un reto es que la Iglesia tenía que tener una palabra de orientación, que en aquel momento era un fenómeno nuevo, para las organizaciones populares. Cuando hablamos de organizaciones populares no estamos hablando de partidos políticos, que hoy no son ni sombras de los movimientos que se dieron. Entendió que eso era, como se llama en la Iglesia, un signo de los tiempos.
Monseñor Romero no prohibió a los cristianos participar en política, pero sí les orientó de cómo debían participar. Les daba líneas de cómo podían enfrentarse a un régimen militar, que venía de dos fraudes electorales (1972 y 1977), pero sin olvidarse de la Iglesia. “Fue muy lúcido y guía”, añade. Cuéllar sabía que seguir los pasos de Romero, y la persecución a los movimientos religiosos por su relación con la guerrilla, le llevaría a ser foco de atentados. Estuvo preso dos veces en la Policía Nacional. La primera vez, acompañaba a un sacerdote cuando un retén policial los detuvo; pensaron que llevaban documentos subversivos. De su casa lo llegaron a sacar, esa fue la segunda vez que fue detenido. En otro momento, lo llegaron a buscar por segunda ocasión a su casa: querían que declara contra sacerdotes y los líderes de la Iglesia, que firmase documentos en los que declaraba que los sacerdotes participaban en la guerrilla. Se libró. Y hubo una tercera vez… Lo buscaron, de nuevo en su casa, pero no para detenerlo: la orden era matarlo. Pero ni él ni su esposa estaban. Había una persona adentro, a quien golpearon y la confundieron con Cuéllar. A esa persona la asesinaron. Era “una política de extermino” contra aquellos que trabajaran con la Iglesia.
A 35 años del asesinato de Romero, Cuéllar sigue sin digerir dos cosas: no haberse dado cuenta a tiempo de que en su última homilía Romero dejó ir unas letras de aquella canción especial que le fue encomendada y el no haber estado, con su guitarra y su voz, en el Hospitalito Divina Providencia para el día que fue asesinado.
Cuando la bala había fulminado la voz de Romero, Cuéllar venía camino a San Salvador. Había puesto la radio cuando escuchí la noticia. “Me fui directo a mi casa, ni siquiera a su casa. No regresé en días. Estábamos metidos en una dinámica en responder de una manera, no sé cómo decirlo, estábamos exaltados, golpeados, no pensábamos en la vida personal. Se planifica el entierro que termina en un desastre”.
Tras el asesinato de Romero el 24 de marzo del 80, Cuéllar tenía decidio irse del país. La vida tomó otro rumbo. Formó –junto a Paulino Espinoza y Álvarez Castillo- el grupo de trova Exceso de Equipaje. Como recibía invitaciones de todo tipo de ciudades, pensó que lo más conveniente era viajar. “El mundo estaba impactado” con la muerte de Romero.
—¿Cree que El Salvador le ha dado su lugar a la memoria de Romero?
—Sí, yo creo que sí. Es que la memoria se sostiene no por las instituciones, se sostiene con el pueblo. Y no me cabe la menor duda de que la memoria se ha sostenido en el pueblo. Más allá de instituciones, de la Iglesia misma. Las canciones han servido para eso.
—¿Se atraviesa el momento para hacer justicia?
—No lo sé, estamos viviendo momentos muy difíciles. Las leyes no se cumplen para la situación nacional. Los políticos están muy enredados, muy concentrados en pelear por el poder y en esa pelea se pasan llevando montón de leyes. Y está el tema que muchos de los que mataron a monseñor Romero están vivos.
Guillermo Cuéllar es antropólogo y trabaja para la Dirección de Investigación de la Secretaria de la Cultura (Secultura). En algún momento pensó en ser cura. La beatificación es el inicio de una denuncia que hace 20 años transformó en canción. Hace 20 años pediría: “proclámenlo santo”. El reclamo era directo al Vaticano, a cargo del papa Juan Pablo II, un papa que, según Cuéllar, se distinguió por luchar contra la Teología de la Liberación en América
“Se sabe o se dice que influyó mucho para socavar las bases de la Unión Soviética. Estaba enfocado en Europa y a América la veía de lejos”, comenta. Con la llegada del papa Francisco, de origen argentino, jesuita, se deja una puerta entreabierta: el 3 de febrero anuncia la beatificación de Romero y, para muchos, se acorta el camino para lograr la canonización.
Ese 3 de febrero Cuéllar dejaría ir una inquietud que guardaría por 35 años: componerle una canción a “San Romero de América”. Era una canción que traía a paso lento, hasta el 23 de abril que recibía una llamada: “Por favor, componé una canción digna de Monseñor Romero, de ese monseñor que tú y yo conocimos”. Era el padre Rafael Urrutia. Con voz exaltada, le pidió que compusiera una canción cuanto antes.
“Me impactó la vehemencia. Dos días más y la terminé de componer. Pero ese golpe que me dio me aceleró. Me hizo algunas sugerencias, en la letra me dijo que San Romero todavía no. Por eso yo canto Beato Mártir de América”, explica sobre una de las canciones que sonará para este 23 de mayo, día de la beatificación de monseñor Romero.