Claudia Serrano toma fotos con su celular frente a uno de los puestos del mercado La Tiendona que se quemó la noche de jueves 9 de abril. La escena es dantesca. Miles de guineos yacen tirados frente al local, negros, consumidos, achicharrados, mojados.
En el lugar ronda un olor a guineo asado, ceniza mojada, madera quemada y carbón.
Claudia, junto a otro familiar y socio Marcos Molina, están sentados en unas sillas metálicas frente a su puesto en la explanada del parque. La pequeña oficina que estaba dentro del local se ha traslado al estacionamiento de adoquín.
Desde ahí, ambos veían la montaña de guineos asados, de cajas de maderas hechas carbón, de cajas plásticas derretidas. Claudia tomaba fotos, Marcos se sostenía la quijada.
Uno de sus trabajadores está sentado a su lado. Es el único que estuvo presente cuando inició el incendio. Claudia y Marcos llegaron hasta que amaneció.
Ya es medio día. El calor sofoca y el vapor del agua que utilizaron los bomberos para apagar el incendio comienza a inundar el ambiente. El olor a rancio dulce hace difícil respirar. Sin embargo, no hay tiempo para descansar.
Los trabajadores de limpieza de La Tiendona, así como trabajadores de Claudia y Marcos, comienzan con la limpieza del lugar. “Ya va a venir el camión para llevarse las cosas que quedaron bien”, dice Marcos para apurarlos.
A punta de pala comienzan a retirar los guineos del local. Aquel producto que apenas había ingresado un día antes, ahora yacía en los basureros móviles de los trabajadores de limpieza del mercado.
El agua había hecho charcos, lodo que los trabajadores barrían con ahínco. “Aquí no hay tiempo de llorar”, dice Claudia. “Tenemos que terminar de limpiar ya mismo”, agrega.
Ellos calculan que han perdido unos $15 a $20 mil en producto, entre guineos, uvas y manzanas. Toda la fruta importada desde Honduras.
Este local comercial tiene más de 30 años de funcionar en La Tiendona y las cantadidades de productos son industriales, al igual que los otros puestos del lugar. Las pérdidas ascienden a miles de dólares, pero las ganas de trabajar y salir adelante pueden más.
No es la primera vez que este negocio se ha visto afectado por un incendio. Marcos recuerda que hace 11 años otro incendio los golpeó duramente. “Y lo peor que cabal los mismos puestos salimos afectados”, manifiesta.
Se recuperaron de esa, esta ocasión no será diferente. Luego de la ardua limpieza con palas y escobas. Una bomba de agua llegará al lugar a terminar de limpiar.
“¿Cree que se tarden mucho en la limpieza?”, les pregunto a ambos. “No, niña, usted porque no nos conoce, pero hoy mismo esta tarde vamos a estar vendiendo”, me contesta con sonrisas.
“Esa es la actitud”, le digo. “Por supuesto, así toca, si ya mañana tenemos que pagar a nuestros proveedores esto que se nos quemó. Y lo vamos a hacer pero para ya”, replica.
Marcos asegura que lo que harán será habilitar su estacionamiento para vender el producto. “Nos vamos a recuperar, primero Dios”, afirma.
Mientras Claudia y Marcos comienzan a recoger las sillas donde estaban sentados. A su lado, otra comerciante continuaba su limpieza junto a sus hijos. Unas cuantas cajas de aguacates lograron ser salvadas. Apiladas una sobre otra en el estacionamiento frente a su puesto su hijo las resguardaba.
En menos de 10 minutos, dos personas se acercaron a llevarse una caja, por $18 cada una. “El negocio no se detiene”, dice el joven hijo de la empresaria.
***
Al filo del medio La Tiendona luce como cualquier otro día de trabajo: camiones descargando, vendedores ofreciendo las frutas y verduras más frescas al mayoreo, carretillas por un lado, bulteros por el otro. Nada ha cambiado, nada da indicios de que pocas horas atrás un incendio había ocurrido en el lugar.
Recorrer el lugar era terreno conocido. En el primer pasillo, rumbo al pabellón 6, lo único diferente era el excesivo número de agentes del CAM que había en los puestos cercanos al lugar.
El lodo, la cantidad de agua era lo único que delataba. El comercio, incluso frente a los puestos dañados por el fuego, no se detuvo. Comerciantes de naranjas, piñas y fruta importada se apostaban, como es costumbre, como cada día, frente a las ruinas de los comercios que salieron dañados.
Los dueños de los comercios reconocían el terreno. La orden es limpiar, sacar lo inservible y recuperar lo que aún se puede salvar.
En el lugar, cuentan que todo inició en el puesto de don Orlando. Aún no se sabe por qué razón, pero en la segunda planta del local, en la zona de bodega se inició el desastre.
Doña Juana Zelaya, su vecina, fue la primera en darse cuenta, la primera en dar el aviso y la primera en ver la magnitud del desastre.
Ella relata que se encontraba aún trabajando. Su comercio es uno de los que abastece al hotel Decameron, en Sonsonate, y por lo general llegan por las noches a traer el producto. Ella comercia frutas importadas y siempre tiene que estar en el lugar para ofrecer el producto.
Eran las 11 de la noche cuando por fin su trabajo había terminado. Se subieron al camión y se fueron. A pocos metros uno de sus trabajadores que quedó en el local vio la columna de humo saliendo del puesto de su vecino, de don Orlando. Llamó a doña Juana y de inmediato regreso.
Los pocos segundos que le tomó retornar el camión y el fuego ya había crecido grandemente. “Teníamos papel higiénico en las bodegas. Eso hizo que el fuego avivara más y el montón de cartón”, menciona uno de los trabajadores mientras saca algunas cosas del lugar.
Doña Juana le aviso a don Orlando y de inmediato se hizo presente al lugar. Él vende artículos de primera necesidad y todo tipo de golosinas. Eso ayudó a avivar el fuego y que pronto se pasara a los demás puestos.
Los bomberos llegaron rápido, sin embargo, los comerciantes lamentan la poca capacidad y recursos que poseen, porque el agua y el personal no fue suficiente para atacar el fuego de manera más expedita.
“Cómo es posible que la bomba se les acabe y tengamos que esperar que venga la siguiente. En eso el fuego avanzó”, dice uno de los dueños. Él reconoce el trabajo del cuerpo de bomberos; sin embargo, sabe que necesitan más apoyo del gobierno para que pueda funcionar mejor. “No es culpa de ellos, lo sabemos, pero es terrible no poder hacer nada cuando uno ve que sus cosas se queman”, manifiesta uno de los afectados.
Doña Juana cuenta que la segunda planta de su comercio está todo en cenizas; sin embargo, la fruta que está en el primer nivel, más allá de estar mojada no ha sufrido ningún daño. Uno de sus colaboradores más cercanos asegura que llevarán ese producto a sus bodegas, ubicada en ciudad Merliot y más pronto que tarde estarán de vuelta vendiendo, ya que la fruta está en el preciso momento para poder venderla, antes de que se arruine.
En su puesto comienzan a sacar las cajas de frutas y las colocan en un camión. Arriba, en el segundo nivel, no hay nada que hacer, más que barrer las cenizas y limpiar el lugar.
Don Orlando, por su parte, asegura que ha perdido cerca del 80% de su mercadería y asegura ha perdido unos $150 mil por todo el producto perdido. Tocará revisar poco a poco lo que aún está salvable y aún puede venderse.
Su equipo de trabajo, desvelado, cansado y trasnochado lo acompaña. Es hora de almuerzo y se sientan todos a compartir una sopa con su pedazo de gallina y arroz bien calientito. En medio del tile en la cara, la ropa ahumada y las manos sucias aquel suculento platillo era el remedio levantamuertos que ese grupo de trabajo necesitaba para mejorar los ánimos.
La escena es escalofriante, sobre todo en el segundo nivel, donde hasta el techo terminó cediendo ante el poder de las llamas. El sol se cuela por los andamios colgantes y la ceniza hace rayos solares grisáceos.
El trabajo será arduo. Los comerciantes calculan que la recuperación total puede llevar de tres a seis meses, pero el trabajo nunca se detendrá. “Somos gente de trabajo y lo único que queda es levantarse, recuperarse y volver a empezar”, dice don Orlando.
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