En un gran camastrón ataviado con mosquitero, reposa doña Hilda la mañana de este jueves, justamente el día que ha dado inicio el silencio electoral. Me recibe con una gran sonrisa, se acomoda los lentes en su pequeña nariz blanca.
Doña Hilda ya ha pasado, con este, 93 febreros y esta mañana, luego de tomarse su leche y comer dos panes con crema, se dispone a hablar conmigo.
–Ya vienen las elecciones doña Hilda, ¿va a ir? –la cuestiono.
–Claro, es que hay que ir a votar. Mis nietos me van a llevar. Me tienen que llevar, sea como sea y siempre en mi silla de ruedas –dice animosa.
Y es que Hilda piensa en el reto que será movilizarse. Desde hace casi un año está postrada en cama. Una leve osteoporosis le estruja los huesos y una cruel artritis le ha deformado la cadera, las rodillas, los pies. La cosa no pintado bien, pero Hilda nunca pierde los ánimos.
Tiene un humor contagioso y su mirada refleja la experiencia de saberse feliz con lo mínimo: con solo tener vida.
Se la ha visto a palitos en los últimos meses, pero ya ahora, pasadas las crisis más fuertes, ha vuelto a sentarse en la silla de ruedas. Es el primer paso para volver a salir y esta vez aprovecha para que la lleven a votar.
–Recuerdo cuando fuimos a votar para las elecciones de Mauricio Funes. Nos fuimos con toda la familia en el carro de uno de mis nietos. Nos tocó votar en la escuela San Alfonso. Ahí ya me tocó ir con silla de ruedas, pero en ese entonces aún caminaba –recuerda.
–Y aún así irá, ¿vale la pena? –le cuestiono.
– Sí fíjese que sí, vale la pena, hijita –y suelta una risa suave, burlesca.
–Entremos en materia doña Hilda, se acuerda cuándo votó la primera vez.
–No, hijita yo de eso no me acuerdo, pero de lo que sí recuerdo es que mi mamá sí fue bien activa en política y los alcaldes no eran lo que ahora son, no vaya a creer. Los alcaldes antes de verdad que no hacían nada. Nada de nada –sentencia.
–¿Cómo que no hacían nada?
–Sí, no hacían nada. Mire antes, hace mucho, a los alcaldes no los elegía el pueblo. Los ponía directamente el gobernador. Entonces, él ya sabía que iba a ser el próximo alcalde y la gente que aceptaba era la que le gustaba andarse codeando con las gentes del mercado, porque antes el corazón del pueblo era el mercado. Y el que iba para alcalde lo que hacía era poner de su pisto para la propaganda, pero no era como la de hoy. No vaya a creer. Lo que hacía era pararse en una esquina del mercado y se presentaba y formaba una directiva en el mercado para que lo visitaran y le contaran sus necesidades.
Doña Hilda narra muy bien esos hechos, se los sabe al dedillo. Su mamá, doña Emma Mónico, era una mujer muy activa en la directiva del mercado de aquel entonces. Estamos hablando del final de la década de los treinta y principio de los cuarenta.
Las mujeres apenas rozaban el derecho al voto en el país. Luego de la lucha, en la administración del presidente Maximiliano Hernández Martínez aprobaron el voto femenino en 1939, con restricciones, ya que estas debían estar casadas y ser mayores de 25 años o si eran solteras debían tener 30.
Así, en este contexto, la madre de doña Hilda iniciaba sus primeros coqueteos con la política. Y así se logró el respeto en el mercado, y así se codeo con los alcaldes.
–Imagínese que en ese entonces se votaba enfrente de la alcaldía de San Salvador y sí que se llenaba y eso que no existían los contrincantes. Ponían al alcalde y la gente iba a votar pero no tenía contrincante, ya se sabía que él iba a quedar.
Recuerda que fue hasta que llegó José Antonio Morales Erlich (1974) a la comuna capitalina que se comenzó a ver propaganda en serio, con pancartas, propuestas y algo más parecido a lo que estamos acostumbrados en los últimos años.
–Es que de verdad que no hacían nada los alcaldes. No eran de esos que decían “le vamos a pintar aquí, le vamos a construir allá”. Nada de nada, los alcaldes solo servían para casar, para poner su gran firma en las actas matrimoniales. A mí, por ejemplo, me casó un militar –dice pero sin recordar el nombre.
Doña Hilda se casó con un prominente periodista de la época, don Rubén Saavedra. Él, quien aprendió el oficio en el Diario Patria, fundado por Alberto Masferrer, cuando tan solo era un jovencito haciendo limpieza en el lugar, pronto se convirtió en una nueva pluma en las rotativas del país.
En su carrera pasó por las redacciones del Diario Latino, El Diario de Hoy, El Mundo y en sus últimos trabajos fue como periodista en Casa Presidencial.
Las andanzas y mal andanzas de Rubén llevaron a doña Hilda a conocer al dedillo muchas de las inferencias de la política, a amar las letras, estar siempre informada y a entender la maraña que se formaba alrededor de los políticos.
–Para mí, los tres presidentes que han hecho más cosas, más que los actuales, son (José María) Lemus, (Óscar) Osorio y a uno que le decían Mica Polveada (Salvador Castaneda Castro). Hicieron mucho más por el pueblo. Solo Lemus hizo muchas casas y mejoró la vivienda.
Doña Hilda recuerda que en ese entonces las elecciones eran un circo, una farsa, un solo “chapandongo”.
–Es que aunque habían elecciones, no habían verdaderos contrincantes, todos eran militares y de sus mismas juntas directivas salía el que lo derrocaba, así pasó con Lemus, así pasó con Mica Polveada.
Estos tres presidentes, justamente, fueron parte de la dictadura militar instaurada en El Salvador entre 1931 y 1979. Castaneda llegó a la presidencia por elección popular con el Partido de Unificación Social Democrática (PUSD) el 1 de marzo de 1945; sin embargo fue derrocado en 1948.
Luego, se conformó un Consejo Revolucionario de Gobierno hasta 1950 cuando le entregaron el poder al presidente Óscar Osorio, quien también había formado parte del consejo. Osorio habría corrido por el Partido Revolucionario de Unificación Democrática (PRUD) y venció al único candidato opositor, el coronel José Ascencio Menéndez, quien se presentó por el Partido de Acción Renovadora.
–Osorio vino a hacer la 10 de Septiembre y las dieron baratísimas a 14 colones, a 16. La gente no las quería porque era muy granes –recuerda con asombro.
Este mandatario fue uno de los pocos que no terminó su presidencia debido a un derrocamiento, ya que entregó el poder luego de mantenerse seis años en el cargo, tal y como la Constitución de la época lo establecía. Luego llegó Lemus en 1956 y fue derrocado en 1960.
Fue en este periodo que se formó la Junta de Gobierno y después el Directorio Cívico Militar y esta etapa de convulsiones surge el Partido de Conciliación Nacional (PCN) que aunque surge como una alternativa del gobierno, rápidamente se convierte en el partido de los militares.
Y el esposo de Hilda fue uno de los más cercanos al partido en este momento.
– Rubén ya estaba en el partido, pero no dejaba que yo me metiera. “Que se meta su mamá”, me decía, porque lo comprometían a él.
Entonces llegaron las elecciones cuando iban a correr las presidenciales en 1967 con Fidel Sánchez Hernández de parte del PCN y su contrincante más cercano era el candidato del Partido Demócrata Cristiano (PDC), Abraham Rodríguez.
Sánchez Hernández resultó electo y como también se realizaron elecciones legislativas y municipales, en estas, el PDC sí logró sacar mayor ventaja
–Para esas elecciones, mi mamá llevaba todo aquel montón de gente para apoyar. Llevaba 15 o 20 a comer y a hacer propaganda en los mercados. “Ahí viene Emmita Mónico, ahí viene. Si es cuestión de votar con ella hay que ir, y si vamos a apoyar es a Sánchez Hernández”, así decía la gente de mi mamá –dice con orgullo.
Aunque a su esposo lo conocían más, era de la vida pública, su mamá era quien trabajaba para el partido con las bases. Y ahí se fue dando cuenta de algunas cosas que pasaban.
–Es que el PCN eran malos con las mujeres, no las apoyaban, por ejemplo a mi mamá cuando andaba moviendo al montón de gente o les daba de comer, no le daban dinero y eso no le fue gustando. Además le empezó a dar miedo las cosas muy serias que veía y así se fue zafando y zafando. Hasta que un día se fue de los militares y se fue a los contrarios.
Doña Hilda recuerda una ocasión en la que su mamá la llevó a un mitin a Santa Tecla, de “los contrarios”.
– A mí Rubén no me dejaba para nada meterme en la política. Si el día que fui con mi mamá a Santa Tecla para ir a un mitin, de bravo me decían que me iban a matar. Para ese entonces, mi mamá ya no era pecenista ya era del otro bando, pero siempre ella con la gente que la conocía, el secretario general de la presidencia y sus contactos. Pero ella, aunque ya no se la pasaba en el mercado, siempre estaba de cerca.
Recuerda que luego la situación se puso más peligrosa y ya para la década de los ochenta el esposo de doña Hilda comenzó a enfermarse. Le detectaron un cáncer, la huella de los tantos años como fumador le habían pasado factura ya. La política pasó a segundo plano.
Pero doña Hilda nunca estuvo desinformada, estaba en su sangre, estaba en el ambiente. Recuerda cuando llegó Napoleón Duarte al poder en 1984, luego del último Golpe de Estado y las juntas revolucionarias que se formaron en la época. Aquellos tiempos son difusos para Hilda, la enfermedad de Rubén era prioridad.
– ¿Se acuerda de Duarte?
– ¡Ay diocuarde! ¡A ese lo envenenaron! Duarte era cosa seria, mi niña. Ya cuando vino Duarte en ese momento había un bandolerismo, y la cosa si estaba horrible. Mire que cuando vino arrasaron con el portal la Dalia y quebraron vidrios. Se puso fea la cosa.
Y ahí, en medio del relato de esos conatos de violencia que recuerda doña Hilda recuerda aquellos días del Martinato.
–Antes no había tanta delincuencia como ahora. Ubico (general Jorge Ubico Castañeda) nos dio una gran lección, el presidente de Guatemala (entre 1931 y 1944). Cuando un ladrón robaba, venía y les cortaba los cuatro dedos y los dejaba ir, pero sabía la gente que él era ladrón y no volvía a robar y así sucesivamente iban apareciendo y Guatemala no tenía ni un ladrón y vino Martínez y quiso hacer lo mismo. ¡Ay dios mío, hasta que lo mataron!
–¿Y después de Martínez?
–No, no había tanto como ahora y sí había andaban unas patrullas de la Guardia Nacional y cuando decían que venían la Guardia Nacional todos se ponían a templar. Eso fue cuando el Chele (José Alberto) Medrano era el director, él era un hombre alto con ojos zarcos.
Doña Hilda cree que luego de que se deshizo la Guardia Nacional, la cuestión no pintaba bien para la seguridad en el país.
– Es que mire mi niña le voy a decir una cosa, desde el primer momento que mandaron de Estados Unidos las primeras pandillas ahí no las hubieran dejado actuar. No les hubieran dado libertad. No se hubiera hecho todo esto, ahora solo matar gente. Si mire ese viejo ese Viejo Lin, ese ni se conocía, ni se sabía quién era, pero venían de Estados Unidos los otros bien adiestrados a recoger gente. Ahí lo arruinaron todo. Aquí ahora ya no se puede hacer nada, hoy ya no –dice con la mirada perdida.
– ¿Y se acuerda de d’Abuisson?
– No me acuerdo muy bien porque Rubén comenzaba a enfermarse, pero como siempre estaba trabajando en los periódicos, yo me acuerdo que me decía: “Esto se está poniendo grave, esto se está poniendo mal. Ha salido un tal mayor d’Abuisson y hay que tener cuidado”. Y bueno eso yo lo vi en las noticias y en los diarios, que este señor se agravó de la garganta y tuvo cáncer, ya no pudo hablar. Y él era todo malcriado, insolente, no le importaba nada. Igual quiere hacer el hijo, pero no. El hijo no puede, no cabe con esa vocesita que Dios le dio… Y bueno su papá se murió de cáncer y bien joven.
– ¿Cómo ve estas elecciones que vienen?
– Hay momentitos en que yo quisiera, pero no se va a poder, que Arena siga en la alcaldía.
–¿Cree usted que va a ganar el frente?
– Está bien dudoso eso.
– ¿Será Nayib o Zamora?
– Le voy a decir una cosa, Nayib está asesorado por dos personas que no son (Jaime) Hill, que nunca se había metido en política y Fabio Castillo, quien sí era asesor de Mauricio Funes. A él al principio le fue bien, pero solo los primeros años, después ya no. Pero Hill nunca se había metido en política. Puede que gane el Frente figúrese. Aunque aquí no sé qué va a pasar, porque Arena está dispuesta a lo que sea como dijo (Norman) Quijano que él tenía las armas. A saber hijita, está muy callado el Frente ahorita.
Sin embargo, doña Hilda recuerda con mucho cariño a uno de los candidatos es especial.
–Mire ese Fito, de apellido Salume, él sí me convence. Es que esos hombres sí son trabajadores. Desde que vino su abuelo, era un señor alto, simpático, y con estos muchachos chiquitos y todos trabajaban. Por eso Fito se siente tan poderoso, porque a su papá le ha costado y le sigue costando a él. Él es una buena persona, por eso cuando yo lo vi, dije: “Vamos a ganar”. Lo malo es que muy tarde se ha metido, si se hubiera metido a la política antes que el PDC ya un montón de diputados tendríamos ya. Ya hubiéramos ganado. Y ganamos, porque son conocidos, no son gente que uno no los conoce porque se han criado en el centro de San Salvador. Pero sí, él va a tener sus votos ya va a ver lo que pasa es que son gente callada en dar lo que se puede dar, pero así ayudan más.
Se lamenta que este domingo no le toque votar en San Salvador, sino en Mejicanos. Ahí cerca de su casa y esta vez solo está segura de que ya no quiere ver más a la alcaldesa Juana Lemus de Pacas, que tanto problema le ha dado a su comunidad.
Aún no sabe si usará el voto cruzado, pero le emociona saber que ahora las opciones son más.
– ¿Qué consejo les da a los que van a ir a votar? –le pregunto.
– Que no anden saliendo, si van a votar que lo hagan temprano
– ¿Por qué?
– Por muchas razones, hija, ya va a ver van a sacar a todos estos pandilleros eso sí le digo, los que no han cometido mucho crimen, mucho delito, los van a sacar de donde los tienen. Y ya va a ver van a haber apagones de luz, las máquinas se van a descomponer. Ya va a ver. La cosa es que la gente no tiene que exponerse para ir a votar. Si quiere ir a votar que vaya temprano, pero ya de medio día para abajo que ya no vayan.
– ¿Por qué?
Porque se van a exponer, porque tarde o temprano algún bochinche va a haber. Nosotros somos espíritu de novedad, todos los salvadoreños, somos espíritu de novedad, contradictorios en todo. Hay que tener cuidado con eso.