Es una noche fría de lunes a las 9:30 y las inmediaciones parque San José reposan con muchos taxis y mucha basura en sus calles. Hay más sereno que gente en este punto del centro histórico de San Salvador; los pocos transeúntes que quedan se apuran a tomar el bus. Apenas existen.
Somos dos los que caeremos gustosos en la maldición gitana (el que toma lunes…) y elegimos El Antro, un bar que muchos dirían de mala muerte. Pero como oí en una canción, a veces los peores antros a las peores horas están llenos de la mejor gente.
El Antro está en el segundo nivel de la Plaza San José, a un costado del parque. En el camino es imposible no echar un ojo al arrabal donde manda la cumbia, el calor y la fritanga. Mesas vacías de gente pero llenas de botellas y ceniceros. ¿Qué se hizo la gente? Está bailando, está brindando, se está besando. Están viviendo.
Llegar al Antro es sencillo, subir las gradas nada más, pero hoy hay un agravante: Una joven de escasos 19 años de blusa azul tirada en el piso. Dos amigas vienen por ella porque la muchacha de blusa azul es grande y no puede levantarse.
No importa eso, tampoco que sea lunes. Son las 10 de la noche y desde antes de subir se escuchaban las guitarras de una canción cualquiera, lo suficiente para apurar el paso.
El Antro es un punto y aparte para los seguidores de la escena metal, la música alternativa o incluso la trova, según comprobamos por la rocola que aguanta igual música de Iron Maiden o Megadeth o Soda Estereo o Joaquín Sabina. Aunque en el mismo nivel haya otro bar con un concepto similiar –el Varhala, donde hace unos meses se anunciaba la presencia de una banda de punk neonazi de El Congo– puede ser uno de los pocos lugares donde se hable gritado y no lo lamentemos en ningún momento. Los noctámbulos de los antiguos Buhos bar, Zanzíbar, y Hard Core Café saben de lo que hablo.
A las 10 tienen las puertas cerradas, nada de qué alarmarse porque nos abre la única mesera del lugar, vestida de negro pelo largo, rapado a los lados y un tatuaje de los Rolling Stones entre sus pechos.
Las paredes alternan entre el rojo y el negro, cubieras de afiches de conciertos e imágenes de figurones del rock: Jim Morrison, Jimmy Hendrix, Ozzy Osborne, Ronny James Dio. Eddie y Rattlehead, las mascotas de Iron Maiden y Megadeth respectivamente, se hermanan.
El lugar tiene dos salones: El primero, principal donde está la barra, unas 15 mesas, rocola y dos pantallas de televisión. Al fondo otro saloncito con menos mesas, pero que sirve de escenario para los días de concierto. Ahí sobresale su lema con el que suelen identificarse sus clientes y que sintetiza su filosofía. “El rock es….fuerza / El rock es…poder /El rock es…resistencia / El rock es…libertad”.
Hoy solo hay siete clientes, en mi mesa somos dos, al igual que en la contigua. 15 minutos después ingresan otros tres que ni bien se habían sentado se quitaron la camisa. Ya adentro el calor podría permitir esta licencia. De inmediato monopolizaron la rocola y la noche se convirtió en un monólogo de Black Metal. Nosotros, mientras tanto realizábamos el primer brindis.
“Yo comencé a venir aquí hace un par de años. Trabajo en un municipio fuera de San Salvador y cuando paso por el centro a veces vengo por un par, escuchar música y botar tensiones”, dice mi acompañante, que es conocido de la mesera del tatuaje y de los dueños, Gerardo y Lucía. Lo interrumpo para ir al baño que está en la entrada –ninguno de los bares del centro comercial tiene– y donde me cobran $0.15 centavos para usar el orinal.
A los dos muchachos descamisados se les suman otros dos, que traen sus cervezas de afuera y continúan el monólogo de Black Metal; no están cerca, pero se les oye discutir por algo. Cinco minutos después se callan y escuchan y beben y mueven la cabeza. Detrás de nosotros una pareja se abraza, la mesera, aprovechando que es un día tranquilo, se sienta con ellos de vez en cuando.
En un día agitado, comúnmente los viernes y sábados por la noche, los clientes no alcanzan en las mesas y deben estar de pie; cuando hay conciertos dicen que se apostan afuera. El lugar, abierto al público de 10 a 2 de la mañana, es también sitio antes y después de los conciertos de rock nacional o extranjero. Hoy no hay nadie en la barra, solo cuando se le acercan a la mesera para pedirle un cigarrillo.
El Antro es una especie de “enclave contracultural” inserto entre bares reguetoneros y de música popular, o al menos así lo conciben sus dueños. Gerardo empezó a escuchar rock a mediados de los setenta y desde ahí lo enganchó la idea de abrir un lugar que sea la expresión de la evolución musical de este género tan amplio. En el 2006 abrimos, estuvimos ubicados frente a la Arena El Salvador, en el barrio San Jacinto….
Existe desde 2006 en dos etapas: hasta 2009 estuvieron ubicados frente a la Arena San Jacinto, hasta que cerraron y reabrieron en 2011, en el lugar donde estamos ahora, para mostrar la cultura metalera a propios y extraños, con el fin de destruir los estigmas que se ciernen sobre esa cultura en la sociedad, de acuerdo con Gerardo.
“Se dice que todos los metaleros son vagos, que todos los metaleros somos drogadictos, que matamos gatos que somos desaseados, etc. Pero hemos logrado conformar un colectivo en El Antro, con metaleros obreros, profesionales, intelectuales, emprendedores, académicos, artistas, para mostrar otro rostro de la cultura del metal ante los miles de personas que visitan ese centro comercial”, explica en una entrevista vía chat.
Generar pensamiento colectivo alrededor de gente que comparten gustos musicales es de las principales funciones de El Antro, de acuerdo con su dueño, que no niega que, como en todo grupo social hay personas que dejan mucho que desear por su conducta.
No los desvela quienes dicen que es un ambiente inseguro. Tienen seguridad propia, además de la que tiene el centro comercial. “Yo lo veo calmado, en relación con algunos puntos ‘invivibles’ de nuestro país”.
A Gerardo lo conocí en mi primera visita, un domingo a mediodía. Cabellera larga, ropa negra, al igual que su compañera Lucía, a quien conoció en medio de la ofensiva guerrillero de 1989. Entre los dos han echado a andar lo que consideran su proyecto de vida que evoluciona a partir de nuevas ideas que entre los dos van pariendo.
“En este tercer año de actividad estamos comenzando a dar un giro en cuanto a poner mayor énfasis en las propuestas musicales que presentamos. Por medio de la música y sus mensajes queremos que las nueva generaciones estén claras de lo que sucede socialmente a su alrededor. Precisamente por que nuestro país está tan convulsionado pretendemos llevarlo a cabo presentando trova, rock alternativo y seguir con las bandas de metal de primer nivel”, comenta.
A las 12 media noche ya pasó el monólogo de Black Metal y empiezan a sonar nuestras canciones, un setlist con Soda Stereo, Calamaro, Pantera, Ronny James Dio y otras tantas. Salimos con varios brindis encima; la bullanga en los bares del primer nivel continúa hasta el amanecer, y enhorabuena. El fin de semana o quizás mañana, le tocará al antro brillar.
Al día siguiente, como a las 9 de la mañana era necesario otro brindis a solas para mitigar el dolor de cabeza. Y así pasaron más días y más copas y otros «antros», hasta que se hizo domingo, cumpliéndose así en mí la maldición gitana.