“En un momento pensé que ahí íbamos a quedar. Tenía la boca reseca, las encías pegadas a los dientes, las manos ardiendo, acalambradas, y las extremidades inferiores como arrastrándose nada más. Afuera gente llorando, gente que decía ‘se quemó mi trabajo ¿dónde voy a ir?”.
Las palabras de Douglas Rivas, bombero con 19 años de servicio, bosquejan de forma general el estado de ánimo de muchos salvadoreños el pasado sábado 3 de enero. Hace unos minutos acudió a un chequeo médico de rutina en el Instituto Salvadoreño del Seguro Social, al cual fueron sometidos sus 46 compañeros que sofocaron el brío de las llamas que consumieron las bodegas de Office Depot, todo Walmart en el centro comercial Las Cascadas de la ciudad de Antiguo Cuscatlán.
La emergencia, que inició antes de las 10: 00 de la mañana y solo se pudo controlar seis horas después, produjo pérdidas que aún no han sido cuantificadas, e incertidumbre entre rescatistas, clientes, empleados y curiosos que se detenían para observar lo que ocurría.
Los testimonios de Douglas, Rafael y de Javier, todos ellos bomberos, forman parte de ese rompecabezas vivencial de una lucha contra el tiempo, la fuerza de la naturaleza y la escasez de recursos.
“El incendio fue como la erupción de un volcán”
Douglas vive en la parte de atrás de la estación cuatro, que está a unos cuantos metros del centro comercial incendiado. El sábado disfrutaba de su día descanso. A las 9:30 de la mañana, unos minutos después de desayunar, se asomó por la puerta de su casa y vio los primeros retazos de humo. Se fue a pie a la estación de bomberos a solicitar un equipo, y a pie cruzó la calle para llegar hasta Las Cascadas. A las 10:10 se sumó a los trabajos con sus compañeros, no sin antes tomarse unos segundos para ver la criatura que se levantaba frente a sus ojos.
“Me impresionó de tal manera que no sabía cómo le iba a entrar. Yo solo busqué la línea, seguí la manguera donde me esperaba un compañero listo para trabajar y me metí a una de las bodegas”.
Para apagar el incendio de una casa basta con una manguera de 1 y medio centímetros de diámetro y una presión de 60 PSI. Armado con casco, chaleco, mascarilla y un cilindro de aire, Douglas, junto con sus compañeros, debió soportar una manguera de nitrilo de 4 centímetros de diámetro y con una presión de 125 PSI. Si al peso de los implementos el de la manguera, cada uno soporta alrededor 80 libras. La manguera, que si no se sostiene como se debe ser, los puede tumbar. La consigna es no dejarla adquirir vida propia.
Las llamas, por ahora, parecen ponerse en ventaja porque no se cansa, a diferencia de Douglas y sus compañeros “Yo trabajé bastante, llegó la fatiga después de mediodía; sentí mareo, salí y me fui a acostar a la par de un cisterna con los pies arriba porque eso ayuda a que la sangre fluya, y que se vuelva a despejar la mente”.
Por si la fatiga no fuera suficiente obstáculo, la equipación deficitaria complica todo. Cada cilindro de aire alcanza para combatir las llamas durante 25 minutos –los tanques de agua para buceo duran más de una hora-, luego de eso el bombero debe salir mientras llevan los cilindros a recargar a la estación más cercana porque ninguna de las unidades en el país posee plantas portátiles. Mientras tanto no les queda de otra que descansar y jalar las mangueras para quienes están adentro.
Afuera, el cordón policial contenía a curiosos, periodistas, clientes y trabajadores del centro comercial. La pasarela frente a La Gran Vía, sobre la Panamericana, se tornó en una tribuna expectante.
Luego de reponerse, Douglas volvió a la batalla con un panorama cuesta arriba; cerca de la una de la tarde el fuego no se andaba con miramientos. “Cuando usted va de lanzar y lanzar agua y ve ese monstruo, siente que no da más…el incendio parecía un volcán en erupción, los sonidos eran como la explosión de un coche bomba. Ya Walmart estaba inundado de humo negro”.
La preocupación, para Douglas, nace desde que sale de casa, aumenta al ver que el siniestro se da en un lugar amplio, y se convierte en tensión cuando no se sabe qué rumbo tomará el fuego, tal como un tifón, un río desbordado o cualquier otro desastre natural.
“El fuego venía de Office Depot, y la verdad agarró un rumbo bastante raro porque a la par estaba un depósito de telas; no se fue para ahí sino que agarró como en L rumbo a la tiendita Prados. Era como un gigante que va comiendo todo a su paso, y uno lo sufre, a veces por el cansancio trasmite que ya no puede, la voz se corta. Al día siguiente sentí como si me hubieran dado una gran paliza, peor que la Chikungunya quizás. De Walmart no quedó nada.” recuerda Douglas.
El camino hacia la tranquilidad llegaría más tarde de lo previsto, máxime si, como cuenta Rivas, hubo zonas donde ni siquiera se podía pasar por peligro de que algún pedazo de techo-hoy convertido en un chicle ahumado- les cayera encima.
La estrategia, cuenta Douglas, fue cortar las llamas más altas y concentrarlas en un solo lugar (preferiblemente el centro) para liquidarlas. La remoción de escombros, labor en apariencia un trámite normal, debe realizarse con cuidado porque abajo las brazas pueden durar hasta tres días.
Sentado en una silla de plástico, hoy Douglas se muestra satisfecho con el operativo, pero no oculta sus dudas. “La experiencia y el trabajo en equipo nos salvó, aunque sí hubieramos querido apagarlo más rápido”.
A su lado, mientras narra todo lo sucedido, está Rafael Bogdan, presidente del Patronato del Cuerpo de Bomberos quien participó de la operación y durante varios años ha tenido contacto directo con el gerente regional de Prevención de Pérdidas de Walmart. “Yo iba para occidente y me regresé; eran como las 11:15 de la mañana cuando recibí la llamada de que se estaba quemando ese supermercado. “Ooohh, vaya… ¡qué tragedia!” porque yo me conozco todos los pasillos. Me moví lo más rápido que pude porque cuando uno ve ese desmadre, solo quiere ayudarles a todos”.
Señaló la falta de capacitación del personal del supermercado (que a su criterio debe hacerse mes a mes) y una deficiente asistencia aérea.
“No ayudó mucho; el calor convertía rápido el agua en vapor, se pulveriza, como si fuera llovizna que caía a veces en otro lugar. Estaban atacando contra el viento, los helicópteros volaban muy alto y separados entre sí”.
Douglas asiente con la cabeza. Luce repuesto, como si no hubiera pasado 12 horas en combate, parapetado o arrastrando el cuerpo por inercia. Se fue a pie y regresó a pie, cuando el humo ya era gris.
15 horas de coraje
El miércoles, cuatro días después del percance, el olor a quemado se apodera de la pasarela frente a La Gran Vía, aquella colmada de curiosos el sábado, hoy apenas con transeúntes que la utilizan para cruzar la Panamericana. Un humito denso y estático continúa postrado sobre los dos inmuebles en ruinas. Todavía el martes algunos bomberos removían escombros, entre ellos Javier Aguilar, Cachorro, quien también le hizo frente al incendio y narra su faena.
Así apodan a este joven porque no había ni cumplido los 18 años cuando ingresó al cuerpo de bomberos. Ha atendido emergencias en casas, fábricas, maquilas, pero ese fue su primer incendio a gran escala.
Fue de los primeros en llegar de la estación central a apoyar a la estación cuatro, de Antiguo Cuscatlán. “Cuando llegué se me subió la adrenalina y me cambié con el traje estructural. La primera orden fue atacar el fuego y nos fuimos directamente a la bodega, pero en el mismo momento nos alertó uno de los superiores que teníamos que salir porque las paredes se habían declinado del lado en que había tres contenedores y la bodega, íbamos saliendo cuando nos cayó un pedazo de la pared en esa parte de la bodega”.
Si las llamas no daban tregua, él tampoco, así que se adentró de nuevo entre los contenedores como primer “pitonero”, quien sostiene la manguera en su parte frontal. Se requiere carácter, experiencia, conocimiento para estar ahí, cosa que, de acuerdo con su opinión, sus compañeros la tienen.
Cachorro hacía escalas en distintos puntos del incendio. Empezó en Office Depot, donde transitó por un pasillo oscuro guiado por el instinto y llegó hasta donde estaban dos compañeros con una línea de 2 y medio de diámetro. Ese instinto pasó de salvador a solidario, ya que lo motivó a apoyar a sus dos colegas. Instantes después de atenuar el fuego, le cayeron varios pedazos de loza de la pared y el techo que los hizo recular.
“El inicio fue la parte más difícil porque se siente la presión de ser el primer refuerzo de la estación central, que es la que apoya todas las estaciones. Pero le hicimos frente a puro físico. Claro, tenía los ojos irritados, las fosas nasales y la garganta muy dañadas; ya los pulmones estaban colapsados y parecía que se salían del cuerpo. Somos bomberos pero no somos hombres sobrenaturales; eso sí, era el deber de todos estar ahí y combatir el siniestro”, rememora.
Luego avanzó el poniente de Walmart, tomó una manguera de ese establecimiento y empezó a trabajar en el área de bebidas y de las cajas registradoras. Siempre con sus compañeros, se trasladó posteriormente a la tienda Prados, y armados con un extintor de dióxido de carbono, otro de agua y de polvo químico seco, evitaron la propagación que se abría paso.
La siguiente escala fue en el comedor de Walmart donde sentían vibrar las explosiones y escuchaban las instrucciones de protegerse, ya que iba a pasar el helicóptero tirando agua.
Conforme pasaban las horas el fuego se quedaba sin arrestos, pero siempre había algo que hacer. Controlar, aislar y evita la propagación: tal era el cometido. Para Cachorro, una mirada hacia dentro de Walmart era remitirse a una película armegedónica donde se presentan ciudades incendiadas.
Fue tanto el ensimismamiento para acabar con cuanta llama se encontrara enfrente que hasta 15 horas que comprendió la envergadura del siniestro. No lo vivió como toda la gente, como todo el país. “Fueron 15 horas de coraje, valentía y arduo trabajo en equipo; ya como a las 11 de la noche andábamos como en piloto automático, dándonos apoyo moral entre nosotros. Todavía el domingo y lunes seguimos trabajando en remoción de escombros. Solo había humo, hierros torcidos, soledad. Lo que uno mira como un gran monstruo imbatible, ahora verlo en la lona es increíble”.
El relato llega a su fin porque la central de radios quiere volverse loca: se está incendiando una fábrica de llantas en San Martín. Nos encontramos en la estación central de bomberos y el estruendo de sirenas, motores a todo dar y mandatos de los jefes lo abarcan todo. Hoy Cachorro está de guardia, así que no habrá adrenalina, solo la responsabilidad de tener que vestirse de héroe desde el lugar que le corresponda.