Descendemos por una estrecha vereda y caminamos entre unos matorrales. Dos soldados y un policía, que están apostados en la pared de una casa deshabitada, vieja y derruida, se llevan las manos hacia sus fusiles. Rápidamente aparecen dos policías más, inquietos y alertas, empuñando también sus armas.
Sus ojos repasan a detalle nuestras manos, una y otra vez, hasta convencerse que no estamos armados. Uno de ellos gira su cuello en repetidas ocasiones, como previendo una emboscada por detrás. Logramos tranquilizarlos cuando les entregamos nuestras credenciales.
En seguida les explicamos que somos periodistas y que en la delegación de San Luis La Herradura nos habían indicado esa zona para obtener más detalles sobre la huída de varias familias por amenazas de pandillas.
El lugar es una especie de guarnición improvisada, aislada, rodeada de árboles y más casas desocupadas. La mayoría construidas con bajareque, adobe y tejas. En el suelo hay una parilla, ceniza y una olla quemada. A un extremo una pileta seca, vacía, sin rastros de agua.
Los soldados y los policías recién se instalaron la mañana de este martes para custodiar e impedir, en el día y la noche, que lleguen pandilleros a ese territorio. También garantizar seguridad a las familias que decidan regresar a sus hogares.
Atrás dejamos una fila de casas deshabitadas. Unas de ellas sin techos ni ventanas ni puertas. Abandonadas, a la suerte, apenas una semana atrás por amenazas de pandillas.
Solo en pocas viviendas se divisaba humo y presencia de personas que asoman sus cabezas cuando oyen el ruido que producen nuestros pasos. Todo es silencio. Sus rostros proyectan miradas de temor y desconfianza. La brisa del mediodía le imprime al ambiente un poco de frescura.
Una semana atrás, doce familias empacaron sus pertenencias, en bolsas y cajas de cartón. Cerraron sus puertas con llave y candado y partieron a otros lugares. Tenían miedo. El rumor que serían asesinados si permanecían en la zona se dispersó en cuestión de horas. Otros dicen que son más de 80 familias las que emigraron.
Se fueron y no hubo marcha atrás. Prevaleció eso que la vida vale más que lo material.
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Mientras recorremos las calles desérticas del caserío Río Viejo del cantón El Llano, en San Luis La Herradura, La Paz, trece familias que residían en unos condominios ubicados en el municipio de Mejicanos, San Salvador, abandonan sus hogares. También por amenazas de pandillas.
Las personas cargaron sus pertenencias en camiones, vehículos particulares y en sus espaldas. Esto para evitar ser atacados por pandilleros. Varios agentes acudieron al lugar e intentaron calmar a las personas, pero las familias decidieron finalmente marcharse.
En julio del año pasado, catorce familias de los apartamentos Cristo Negro, siempre en Mejicanos, decidieron abandonar sus hogares temerosos ante amenazas de pandillas que exigían dinero a cambio de no atentar contra sus vidas.
Lo mismo pasó en el cantón de San Luis La Herradura.
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A la entrada del caserío Río Viejo hay un grafiti que dice: “Ver, oír y callar”. A los extremos hay cañales y parcelas de milpas. Cien metros adentro se observan las primeras casas perdidas entre los árboles.
– Aquí había pandilleros de la 18. Lo que sucede es que algunas personas resguardaban a estos tipos. No todos, pero por unos pocos paga la otra gente – comenta uno de los policías.
Otro de los agentes agrega que en la zona había un grupo como de veinte pandilleros, fuertemente armados, que retenían a los vehículos y personas extrañas que transitaban por esa zona. Incluso los registraban y les pedían el documento de identidad.
Investigaciones policiales indican que el grupo era liderado por dos exmilitares que habían desertado del ejército con sus armas de equipo. Uno de ellos era conocido como “El Sombra”, quien prestó servicio en el Destacamento Militar Número 9.
La policía sabe que «El Sombra» entrenó con técnicas y tácticas de combate militar a los demás pandilleros, en predios baldíos, con armas largas. Fue capturado en diciembre pasado en un operativo policial.
Uno de los militares de la guarnición improvisada en el caserío dice haber conocido a “El Sombra”. Asegura que estuvieron en misiones en Cojutepeque. Lo recuerda como un tipo diestro en el uso de armas y experto en el paracaidismo.
– Parecía un compañero normal y tenía bastantes años de estar activo. Pero cuando entrabamos a las colonias sitiadas por la pandilla MS le brillaban hasta los ojos y golpeaba a los mareros que se capturaban – evoca el soldado con seriedad en su rostro.
Sin despegar las manos de su fusil, el militar agrega que inclusive durmió a la par del sujeto, porque sus catres estaban cercanos en la cuadra donde dormían.
“El Sombra” fue capturado cuando junto con otros pandilleros querían raptar a una joven del caserío. Tenían rodeada la casa. Pero una llamada había alertado a la Policía y estos lograron repeler el acto. Desde entonces la estructura delincuencial fue debilitada.
Pero un plan se estaba fraguando en una colonia ubicada a pocos metros del caserío Río Viejo. Pandilleros de la MS tenían como objetivo barrer con los pocos pandilleros de la 18 que quedaban en el cantón El Llano.
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Al mediodía del pasado 12 de enero, don Antonio Valladares, un señor de 54 años de edad, salió a cortar leña. Pasaron una, dos, tres horas y no regresó. Entonces amigos y familiares iniciaron una búsqueda. Lo encontraron cerca del río sin cabeza y sin piernas. Fue lo único que hallaron. Eso bastó para reconocerlo y enterrarlo.
Los familiares de don Antonio empacaron algunas de sus posesiones y huyeron esa misma tarde. Minutos después comenzó a correr el rumor que pandilleros habían dado veinticuatro horas para desalojar el caserío.
Sumado a esto, se dijo que un joven había desaparecido ese mismo día. Eso alertó más a las personas. Los hizo entrar en pánico. A las seis de la tarde varios de los residentes abandonaron sus casas. Salieron con bolsas y cajas de cartón entre sus manos.
Quince días antes, los cadáveres de dos mareros aparecieron a la orilla de un manglar al oriente del caserío Río Viejo. Los vecinos se alertaron. Los conocían porque vivían en el mismo cantón.
La hipótesis de la Policía es que no hubo amenazas para los residentes del caserío. Que el asesinato de don Antonio alarmó a las demás personas y decidieron marcharse con sus familiares.
De acuerdo con investigaciones policiales, los mismos pandilleros de 18 asesinaron a don Antonio porque creían que éste había dado información a los pandilleros de la MS para asesinar a sus homeboys.
– Hay gente que dijo el otro día en los medios de comunicación que la Policía ni se acerca, que le tenemos miedo a los pandilleros. Que miedo les vamos a tener. Desde el momento que nos ponemos los uniformes sabemos que algún día vamos a morir, no sabemos cuándo, pero nosotros no le tenemos miedo a ningún delincuente. Aquí estamos – manifiesta uno de los agentes con vehemencia.
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Nos despedimos de los policías y soldados y caminamos calle arriba. Ahí nos encontramos a una niña con una cesta y un peluche al interior. Le preguntamos de dónde es. Señala con el dedo índice y responde que su madre está regresando a la casa que habían abandonado.
La seguimos por un buen tramo. El camino es estrecho, polvoso y desolado. Cruzamos un puente y otros caseríos más poblados. Veinte minutos después estamos en una casa rodeada de gallinas y varios perros, furiosos, que corren hacia nosotros.
Una mujer sale de un cuarto construido con ladrillos de barro. Dice tener miedo, pero que regresará a su casa porque no tiene dinero para estar pagando un cuarto. Ahí, donde se había mudado, iba a pagar quince dólares al mes.
En una carreta hay varios bultos envueltos en sábanas. Es ropa. También hay bandejas de plástico, acomodadas una sobre otra, con trastes viejos. Unas cestas con gallinas y polluelos. Al interior de la habitación no hay muchas cosas más: dos camas de madera y una pequeña mesa. No hay luz.
Cargamos algunas cosas y caminamos junto la señora. En el trayecto relata que vende pescado, pero que no ha trabajado en toda la semana. Que tampoco ha dormido mucho. La niña sigue cargando su cesta con el peluche. A ratos sonríe.
Llegamos a su casa. Todo es soledad y silencio. Salimos del caserío y subimos al automóvil. Atrás dejamos una colonia donde se respira temor y desolación. Que vive miedo.