Es 22 de diciembre, faltan apenas dos días para la Nochebuena, el día en que mayor pólvora se revienta en el país, y me doy a la tarea de iniciar la búsqueda de pirotécnicos prohibidos.
Según el listado, la prohibición aplica para los silbadores, morteros número 6, 8 y 10, la bomba de mezcal, los rockets, los fulminantes, el destructor, el misil chino, el triángulo mortal, la botella de champán, el fútbol explosivo y la mina de mar.
No son muchos, la verdad, pero uno tan solo de estos puede causar grandes estragos. Uno de estos materiales bastaría para generar un incendio de grandes proporciones, o provocar quemaduras graves que logren amputar un miembro o matar a una persona.
Sin embargo, algunos de estos se producen y se comercian de manera clandestina en el país.
Uno de los centros de ventas más grandes del Área Metropolitana es el parque Centenario en pleno centro capitalino, uno de los primeros puntos donde emprendí la búsqueda. Me acerco a uno de los puestos más grandes:
– ¿Tiene silbadores o morteros de los grandes?
– No, esos están prohibidos –dice la señora enfática- pero le tengo hasta el número cinco y estas metralletas que suenan fuerte.
– ¿Y no tiene fulminantes?
– Tampoco –replica- esos también están prohibidos. Aquí no va a encontrar, pero le tenemos de estos otros que se llaman chespiritos. Son parecidos a los fulminantes, solo los enciende y tira varias luces.
Saca una caja rectangular entre aquella montaña de diversos productos. Me los muestra y son pequeños, de colores chillantes y una corta mecha. No me dan mucha confianza y le pregunto el precio.
Cuestan dos dólares la caja, pero tengo esta bolsita con 10.
La compro. Continúo indagando.
– Es difícil encontrar esos que son prohibidos.
– Sí, es que si nos llegan a encontrar nos decomisan toda la mercadería y nos cierran el local. No vale la pena –me dice con preocupación. Imagínese que aquí nos cobran 75 dólares por cada metro del local y aquí hay seis metros. Es mucho lo que hemos pagado, más la mercadería. No nos podemos arriesgar a perder todo eso.
Un joven la acompaña en la venta y me ofrecen estrellitas, volcancitos, pólvora china, luces de bengala, metralletas, entre otros. Me niego y continúo la búsqueda. La pregunta es la misma.
– No, aquí no va a encontrar de eso, si nos encuentran algo de eso, perdemos todo.
– ¿No sabe dónde puede haber? –cuestiono.
– En el mero centro puede encontrar, ahí andan algunos con unas carretas y abajo las andan escondidas. Es que con estas prohibiciones si cuesta, pero como los padres no pueden cuidar sus hijos y estar pendientes de ellos. Antes no se daba esto –dice molesta.
Con esa reflexión y una pista de dónde buscar, hago un recorrido más y emprendo el nuevo rumbo.
***
Es casi medio día y el sol achicharra las cabezas de muchos vendedores en el centro capitalino. La zona es una locura completa. Zapatos, jeans y ropa de todo tipo cuelgan y se amontonan en los puestos y miles de personas se agolpan a buscar el estreno de Navidad.
Vehículos y peatones se pelean la vía, el tráfico avanza lento y caminar es todo un deporte extremo con los carros rozando las piernas. Es un típico día en el centro en vísperas de Navidad.
En aquel tropel, buscar pólvora no es asunto sencillo. Abundan carretillas con frutas de temporada, con juguetes, con verduras, con ropa, con todo tipo de objetos; pero por ningún lado se ve pólvora.
Hago un recorrido sobre la calle Arce y la Rubén Darío y no hay pista de las tales carretillas con pólvora clandestina.
Quizá es la hora, me digo, pero no aparece ningún vendedor. En la zona cercana al mercado Sangrado Corazón veo uno. Me acerco y en su mercadería solo se ven volcancitos, morteros pequeños y estrellitas. Me dice que más tarde algunos vendedores se agrupan en la zona. No tuve suerte.
Otro de los centros más grandes de la zona metropolitana es el redondel Alberto Masferrer, pero tampoco tuve éxito. Me recomendaron visitar el centro de Santa Tecla.
La mañana del 24 de diciembre, a pocas horas de la Navidad, cuando los cohetes tienen su tan esperado momento. Tanto trabajo del artesano de la pólvora, para que en cuestión de microsegundos un poco de fuego los haga estallar. Su gran momento dura un par de segundos más y se acabó.
En Santa Tecla, la gente abatida acudía a hacer las compras de última hora para la cena, o para el estreno de la noche. En medio de todo el barullo, no podían faltar los vendedores de pólvora. Aquí el panorama parecía más alentador.
Me acerco a una carretilla, un joven atiende:
– ¿Qué anda buscando? Pregunte…
– Quiero silbadores.
El joven, delgado y de gorra, parece que lleva ratos bajo el sol. En su carreta se ven morteros de todo tamaño, pero legales, también volcancitos, estrellitas, chespiritos y otros.
– No, no tengo. Aquí no va a encontrar. Tal vez ahí en la pólvora China, porque aquí sí nos andan revisando, y si nos encuentran nos quitan todo. No, aquí no va a encontrar o quizá si se rebusca.
Le agradezco y continúo mi búsqueda en los al rededores del mercado tecleño. Veo a una señora apostada en un ladrillo con poca mercadería y le hago la misma pregunta. También lo niega.
Continúo y comienzo a ver que aparecen más y más carretillas con pólvora, más y más vendedores en medio de la gente, de la comida, de las frutas, de las verduras, de la ropa.
De pronto me siento insegura en aquel lugar, con tanta gente, con tanto movimiento y con tantos explosivos tan cerca. Una tan sola chispa pondría a correr a todos acá y la tragedia sería invaluable.
Si bien es cierto la mayoría de vendedores en las calles están cumpliendo las prohibiciones debido a los decomisos, este tipo de prácticas también ponen en peligro a los demás usuarios de los mercados.
Las ventas ambulantes están reguladas en la Ley de Pirotecnia por lo que podrían recibir una multa de $242. Pero la necesidad hace creativo al ser humano y por eso la cantidad de carretillas es increíble.
Después de consultar a varios vendedores, la búsqueda fue infructuosa. Tampoco tuve suerte.
***
Sin embargo, mientras yo realizaba mi búsqueda, también las autoridades desplegaron la suya y el hallazgo no fue nada despreciable.
La División de Armas y Explosivos (DAE), de la Policía Nacional Civil, tan solo el 24 decomisó 86 mil 527 productos pirotécnicos en la zona metropolitana. De estos, 2 mil 426 eran ilegales. Tuvieron mucho más suerte que yo.
La noche llegó y aunque los característicos morteros sonaron gran parte de la fiesta, no fueron tantos como otros años. Aquellos silbidos lejanos, aquellas explosiones ensordecedoras que hacían temblar cualquier estructura esta vez estuvieron cada vez más ausentes.
De vez en cuando un silbador, de vez en cuando una explosión. En plena Nochebuena, realicé un recorrido por algunas colonias populosas de Mejicanos en búsqueda de pólvora ilegal. Y aunque los vendedores me seguían negando el producto, un joven con un rollo de 10 silbadores pasó junto a mí. Lo detuve.
– Hola, disculpá, ¿dónde los conseguiste?
– Se los encargué a una señora que vive en la otra colonia de allá abajo. Se los pedimos hace días y hoy nos los trajo. Solo así se pueden conseguir.
– ¿Cuánto te costaron?
– El ciento nos costó $5.50, si quiere para el 31 vamos juntos y le consigo. Es que solo así por encargo lo va a lograr –me dice el joven como quien encuentra un cómplice, una sonrisa victoriosa se dibuja.
Mientras sonríe me ofrece dos silbadores, con duda los tomo y le aseguro que iremos a buscar a la señora. Me cuenta que también tiene morteros de los grandes, pero debemos encargarlos también.
Es casi la una de la mañana del 25 de diciembre. Ya es Navidad y dos explosiones fuertísimas recuerdan aquellos días cuando los morteros 8, 10 o hasta 20 podían comprarse en cualquier esquina.
El mismo joven me mira cómplice, me mira como quien oculta lo prohibido, lo clandestino, me mira como si sé su secreto más oscuro. Sonríe, a sus pies una cama de papel de diario.
***
Es 26 de diciembre y me cuentan que están vendiendo pólvora prohibida a través de Facebook. En una búsqueda rápida encuentro una página de clasificados en esta red social. Ahí, sin más, aparece frente a mí, en mi computadora, un anuncio con una fotografía y que reza más o menos así:
“#Vendo #Silbadores #Interesados manden inbox o me pueden llamar al 70… o msj a #Whatsapp”
La publicación fue hecha el 23 de diciembre y muestra cientos de silbadores sin marca en una mesa de madera. Tiene más de 100 me gusta y unos 12 comentarios preguntando precios.
En otra publicación de la misma persona, con fecha 6 de noviembre, muestra varias fotografías de silbadores y morteros prohibidos, número 8 y 10, el mensaje dice:
“Últimos tres días en que los podrás adquirir. Se Vende Mortero #8, #10 y Silbadores… Vendo Docena de Bazuca (mortero #8) a $8.50 la Docena y Mortero #10 a $3.00 Dólares UNIDAD, Caja de Silbadores de 100 Unidades a $5.00 Dólares. Entregamos a Domicilio, para mayor INF al INBOX o al 70… (Whatsapp)”.
Llamo al número y me contesta un joven. Le explico que estoy interesada en los silbadores. Asumo que los morteros se dejaron de vender en noviembre, ya que dice “últimos tres días”.
– Sí tengo silbadores, pero se me han acabado tendría que ir a traer. ¿Cuántos quiere?
– Quiero un ciento, a cómo los estás dando -le pregunto firme.
– A ocho dólares.
Hago una pequeña pausa y recuerdo que el anuncio decía $5 y que el joven que me iba a ayudar a encargarlos me había dicho $5.50. Parece que la demanda ha estado tan buena, como para subirle precio en un mes.
– ¿Y tenés morteros de los grandes?
– Sí, sí tengo del número 5, 8 y 10. El del número 8 lo estoy dando a $8.50 la docena y del 10 lo estoy dando a $3 cada uno.
– Yo quiero del 10. ¿Dónde podemos vernos? –le digo.
– Por lo general yo las voy a dejar a la Terminal de Occidente, agregame al Whatsapp y nos ponemos de acuerdo.
Ya en una conversación escrita en el teléfono, el vendedor me manda una fotografía de los morteros que ofrece y me asegura que no le sale ir hasta donde le abastecen los silbadores. “Cien son muy pocos”, me argumenta. Sin embargo, me puede abastecer de morteros. “No te vendo menos de cuatro”, me advirtió.
Así sin más, hacemos un acuerdo. “Lástima que no tenés silbadores”, le repito. Me asegura que le queda un pequeño rollo de 10 y que dándome los cuatro morteros número 10 y el rollito de silbadores me lo dejaba todo en $14. Acepté.
Quedamos de vernos en su casa, una vivienda acomodada en una colonia clase media de la capital, en una zona bastante céntrica. Toco la puerta y abren un portón grande, como para dos o tres vehículos, y ahí a un lado de la cochera una caja depositaba todo tipo de pólvora, de la legal.
El joven me entregó una bolsa negra y los cuatro morteros sobresalían con sus mechas largas. “Mi esposa metió los silbadores en medio, ahí los busca”, me dijo.
Es una residencia familiar, como cualquier otra, sin embargo en ella se comercia pólvora ilegal. Le pregunto de dónde viene esta pólvora. “De aquí y de allá, de todos lados”, me evade con poca astucia.
Se cierra la puerta y el negocio termina.
Llevo en mis manos cuatro morteros gigantes, de esos que hace años no veía. Pesan unas 10 libras en total y el olor a pólvora rancia explota de inmediato en mi nariz.
Si bien es cierto fue imposible encontrar los pirotécnicos en los lugares autorizados, el salvadoreño es bastante creativo para saltarse las prohibiciones, ya sea por encargo o a través de redes sociales, siempre habrá quien le ofrezca algo ilegal.
Un verdadero mercado negro se está gestando y las autoridades tendrán el reto de frenar que siga creciendo. Mientras tanto, este 31 de diciembre, muchos salvadoreños despedirán el año con la pólvora ilegal en los hogares.