Cuando le avisaron que sería presentador de la sección “sucesos” del canal 6 con apenas 18 años, a Ernesto López se le abrieron los ojos más de la cuenta. Con una camisa casual, pantalón de vestir y una sonrisa incorregible debutaría reporteando primeras comuniones, bautizos y matrimonios que se presentaban en horario matutino.
El conductor del programa de entrevistas “Diálogo 21” desde hace 6 años no hace más que carcajearse al recordar sus primeros “pininos” en el periodismo, donde importaba más ser la figura por “chivatada” que preocuparse por informar y ser crítico. Hoy, 25 años después de haber iniciado en esta profesión de la mano de Roxana Lemus (la esposa del ex ERP Joaquín Villalobos), tiene miedo de pensar qué es lo que vendrá para él en el futuro.
Esa “incertidumbre” era la misma que lo abarcaba de joven, cuando se debatía entre el sueño de ser agricultor o comunicador, pasión que lleva impregnada desde su infancia por influencia de su padre, que fue contador de Radio Teatro y Radio 10.
Creció en las llanuras calurosas de California, un municipio de 2,658 habitantes del departamento de Usulután, marcado por la disciplina de una familia conservadora: su madre maestra de escuela y su padre, tenedor de libros y luego contador de dos radios.
“Fue una infancia humilde y sencilla, muy comprometedora, porque tenía a la base el esfuerzo y el sacrificio de mis padres, quienes, a pesar de las difíciles condiciones económicas que tenían mis abuelos, lograron salir adelante. Crecí junto a tres hermanos, con quienes viví una infancia muy inocente, llena de valores espirituales, en el medio bastante conflictivo que fue la guerra”.
Su padre, un “hombre de pies descalzos” los llevaba a la capital a comprar los estrenos de navidad, época que el pequeño Ernesto esperaba con ansias. El panorama, de entrada, era impactante: autobuses quemados, cierres de vías, o iglesias tomadas; eran los años setenta, época de ebullición, caldo de cultivo para que todas las contradicciones sociales explotaran en los ochenta en forma de guerra civil.
Nunca fue un alumno destacado; sobresalía, más que en el estudio, por llevar a buen puerto cuanta broma se le ocurriera. Era peleonero y enamoradizo, aunque estudiaba “pero no leía”, lo cual para él era una diferencia muy grande. Tal era su poco interés por obtener buenas calificaciones que su propia madre lo aplazó en octavo año.
De esa niñez en el departamento “granero de El Salvador”, le queda el conservadurismo familiar, las bajas notas y sus ánimos soñadores: agricultor o comunicador.
En 1983, Ernesto y sus tres hermanos van a estudiar el tercer ciclo a San Salvador, donde vivían con su padre en una casa que compró. En el colegio Santa Lucía siguieron las correrías y los cortejos, aunque la adaptación no fue fácil.
“Me molestaban por ser de oriente. ‘Ahí viene el jinchito’ decían, y era normal; a veces uno trae su propio lenguaje, que no es el lenguaje malicioso, “chapetón”, pero era un vínculo interesante. Había ciertos comportamientos, ciertos ademanes que no tenían mis compañeros de la ciudad”.
Lo más complicado fue desprenderse del vínculo materno. Ella viajaba a la ciudad los fines de semana, y cada vez que la iban a dejar a la terminal para regresar a Usulután, el adolescente Ernesto rompía a llorar con 16 años de edad.
La férrea disciplina de su padre (“si mi papá no hubiese sido estricto, otro gallo hubiera cantado”) y la definitiva aceptación de sus compañeros de estudio contribuyeron a aclimatarse, sin que desapareciera el apego vital con su natal Usulután, que intercalaba jugando a ser locutor.
“Todo ese vínculo (padre contador en dos radios) con las comunicaciones lo llevaba muy presente en la época de las vacaciones. Yo regresaba a California y me iba a jugar a la cama, a crear una cabina de radio, escuchaba radio YSJI de Usulután y jugaba a ser locutor” recuerda.
El bachillerato lo cursó en el Instituto Cultural Oxford, y siguió la especialidad de Agricultura, una paradoja en el momento porque todo indicaba que su hoja de ruta iba a ser otra. Todo se definió dos años después, cuando en su solicitud de ingreso a la Universidad de El Salvador se leyó “licenciatura en Periodismo”.
Esta carrera, en la única universidad estatal de El Salvador, dura normalmente seis años, pero en el caso de Ernesto, fueron 12. “Yo lo disimulo diciéndole a la gente que cursé el doctorado en periodismo” explica y ríe. La realidad fue que desde el inicio combinó el estudio con la labor periodística, primero como pasante en el canal 6.
Alcanzó este primer peldaño de la mano de Roxana Lemus, reconocida presentadora y esposa del excomandante del ERP, Joaquín Villalobos.
“Tuve la suerte de que entro en el primer ciclo y conocí por casualidad a Roxana Lemus. Tuve la bendición de encontrármela en un pasillo y ella preguntarme dónde quedaba la rectoría porque andaba vendiendo programas computacionales. Ella era muy guapa y yo me sentía engalanado; entonces ¡ni lento ni perezoso la llevé a la rectoría y la esperé afuera para que ya no se perdiera! Ella no se iba a fijar en un bicho como yo, es más, hasta la fecha manejamos una relación de amigos muy bonita, de mucho respeto. Mi interés en ese momento era para decirle: mire ‘¿no me puede ayudar a entrar al noticiero?’ Y así fue. ‘Llegate mañana, voy a hablar con Alberto Barrera y no te preocupés, yo veré en qué te puedo ayudar’, me dijo. Y yo de nuevo, ni lento ni perezoso fui al canal a presentarme con alberto para tener la oportunidad de llegar a ‘meritorear’, y así fue”, relata.
Su padre, hombre conservador, sabía de los peligros de ejercer el periodismo en pleno conflicto armado, pero nunca se opuso a los designios de Ernesto, quien también era consciente de lo que se jugaba en ese momento.
Convivir con militantes y activistas nunca fue un problema, porque entre el trabajo, el estudio y “las cipotas”, el tiempo para involucrarse era mínimo, aunque entendía por qué luchaban los grupos armados y compartía sus ideales.
Afirma que no le propusieron entrar a los movimientos guerrilleros, pero comulgaba con la izquierda. Para ese momento tenía otro estado de madurez, otro estado soñador. Además, el simple hecho de ser universitario y ser joven era un peligro grande, ya que cualquiera tenía el poder de un arma y hacer justicia por cuenta propia si se era guerrillero.
El Ernesto López con simpatía por la izquierda se transformó en el Ernesto López de ahora, partidario de la justicia social, bandera que para él no tiene tintes ideológicos. Asegura que personas con bagaje económico solvente, como el empresario Enrique Córdoba (miembro del FDR) o el mismo Joaquín Villalobos, quien viene de una familia con muchas posibilidades, es una muestra de su postura.
El inicio de la ofensiva final de 1989 lo encontró en una fiesta de graduación en el colegio San Agustín de Usulután. Quince días de fuego cruzado, de locura y de muerte donde lo necesitaban en el canal, redactando comunicados o para lo que fuera. Todos se preguntaron dónde está Ernesto, y confiesa que concluidos esos 15 días regresó bien tranquilo disfrutando de una minuta.
Ahí se encontró con que el estamento militar se había tomado el canal para controlar los contenidos que se transmitían. También vio cómo los primeros maestros que tuvo se fueron y todo un nuevo elenco de periodistas provenientes de canal 10 los reemplazó.
Este cambio no afectó su labor como pasante; más bien, tiempo después le ofrecieron su primer trabajo remunerado, una plaza para la sección Sucesos del noticiero matutino. No eran los sucesos que estamos acostumbrados a ver hoy, ese rosario de muertos que a nadie sorprende, sino actividades sociales.
La razón de la euforia era obvia: con apenas 18 años, todos los días llamaba a sus familiares y amigos más cercanos para que, con una camiseta, lo vieran informando de los últimos bautizos, primeras comuniones y matrimonios. Plaza fija y salir en televisión: no se podía pedir más.
Solo un año después, Alex Amaya, productor del noticiero, le habló: “te voy a aventar, pero así como te veo en camiseta así quiero que salgas” Así, con solo 19 años y sin verlo venir, llegó a ser presentador de noticias.
Luego de la sorpresa y de compartir la noticia con quien se le pusiera en frente, vino la preparación. Al día siguiente corrió a una tienda de ropa usada y como pudo compró varias camisas blancas y un saco negro. “Mi padre me prestó uno, pero me hacían burla porque era de esos de cuadros, viejos, y mejor no lo usé” comenta.
Fue el comienzo de su madurez, de abandonar poco a poco las actitudes despreocupadas y entender que en el momento de la profesión en que se encontraba demandaba exigirse más. Aún así, la emoción principal era sentirse visto por miles de personas en todo el país, y en segundo plano la consciencia de ejercer un periodismo informativo con enfoque crítico.
Después de seis años como presentador de noticias presentó la renuncia porque su prioridad en ese momento era el estudio, pero el trasfondo era otro. “Tuve una valentía tonta pero ingenua, contundente pero ingenua. Me enamoré de una cipota, no me daba chance de ir a clases, tenía que bajar la señal de univisión a las 6 de la tarde, luego grabar hasta las 7:30 de la noche. Lo peor es que ella nunca me hizo caso, y eso que la ‘taloneé’ como nada. Nunca le dije que renuncié por ella; al final se fue con otro novio y yo ya había perdido el trabajo. Eso lo digo ahora, claro que no le dije a Julio Rank, mi jefe, que me fui porque estaba enamorado”.
Con una incipiente experiencia a cuestas, pasó dos años al noticiero de Teleprensa canal 33, del cual fue fundador, hasta que el diputado de ARENA René Figueroa le propuso trabajar como jefe de prensa en la Asamblea Legislativa.
Sin esa experiencia hubiera sido muy difícil comprender el entramado de la estructura política salvadoreña, de la cual el periodismo es un pilar fundamental. Ser periodista de la Asamblea le abrió los ojos y le hizo entender cómo articular la política con la información, cómo la información puede fluir con la política. Cómo la política puede cambiar las cosas y cómo la noticia puede cambiar la política.
En esa escuela recuerda haber catapultado a Norman Quijano, exdiputado y ahora alcalde de San Salvador, como figura de opinión en temas medioambientales y municipales. Le impactaba la elocuencia y conocimiento del diputado del PDC, doctor Arturo Argumedo. Admiraba el crecimiento y sapiencia que experimentó Norma Guevara, actual coordinadora parlamentaria del FMLN. La conocía desde antes porque fueron compañeros de la universidad, donde la recuerda como una defensora a ultranza de su ideología, estudiosa y pragmática.
Mención aparte merece la arenera Gloria Salguero Gross, la dama de hierro que ejercía como presidenta de la Asamblea Legislativa. No le niega un milímetro su liderazgo y poder, del cual Ernesto fue presa. “Gloria Salguero Gross quería que me fuera como hostest de los mítines de ella, y yo le dije que no podía porque era periodista, que yo trabajaba para la asamblea como periodista. ‘De entrada te montaste mal al caballo’ me dijo, nunca se me olvida. En efecto, no se me renovó mi contrato” cuenta con la tranquilidad que dan los años.
El camino al programa de entrevistas “número dos”
Luego de tres años en Asociación de Empresarios de Autobuses Salvadoreños (AEAS), el año 2000, recibe de nuevo una llamada trascendental, esta vez de un productor del grupo Megavisión, quien le ofrece ser conductor de un noticiero. Estaba el periodista Roberto Hugo Presa, quien tuvo que irse a Estados Unidos y por eso López se convirtió en jefe de prensa del noticiero.
Despuntaría más adelante en otros programas de entrevistas: Mundo 21, Entrevista 2001, Enfoque y finalmente Diálogo con Ernesto López, desde hace siete años y que mantiene hasta hoy.
La época en que lo importante era lucirse ya terminó. Por esa combinación de chispa con madurez se considera asentado en la cúspide de su carrera, con este proyecto pensado como una “combinación de articulaciones”donde prima la conversación constructiva por encima de las confrontaciones.
“¿Qué queremos, una entrevista donde yo quiera arrinconar al invitado? No. En un diálogo puedo sacar cosas que ni cuenta se va a dar el entrevistado cuando se las he dicho, y a lo de menos son más delicadas y hasta la fecha nos ha permitido ser exitosos. Todo está en saber poner los ingredientes, como cuando tu sabes cocinar tu sabes cuando y como dejar la sopa”.
Periodismo de combate y de ideas: así sintetiza Ernesto López su filosofía, templada en las enseñanzas del periodista argentino Jorge Lanata y el uruguayo Jorge Gestoso, a quienes considera sus maestros.
“Yo no maté a monseñor Romero” con Héctor Regalado, “Quién mató a Katya Miranda” con Hilda Jiménez (esta última realizada en un poblado de Estados Unidos cerca del desierto de Mojave) o la entrevista a Mario Galdamez por el caso FINSEPRO-INSEPRO son algunos de los “diálogos” que considera memorables, pero evocar el nombre de Shafick Handal supone un punto y aparte. Un hombre difícil para entrevistar, pero muy rico para aprender de él. Un hombre ajeno al que cuesta sacarle una sonrisa. “yo tuve la oportunidad de sacársela” expresa orgulloso. “me decía que lo dejara hablar y ya tenía media hora”. Lo reconoce como un dirigente político con esencia.
¿Cuál es su paradigma personal para mantener un programa de entrevistas durante tanto tiempo? Ser duro consigo mismo. A veces lo felicitan por tal o cual programa, pero el sabe que fue un bodrio. Sin crítica propia no hubiese podido avanzar en los estratos de competitividad que debe tener un programa de opinión pública.
“Cuando fallo asumo responsabilidad personal, para mí la posición que tiene y va a seguir teniendo mi programa es de número dos. Es una filosofía que yo adquirí y que me ha funcionado. ¿Por qué? El número dos me permite siempre estar buscando ser el número uno”.
A Ernesto le da miedo el futuro y las metas por trazar. ¿Para dónde ir, considerándose ya en la cima? Una interrogante que ya se ha planteado y que evade cada vez que puede. La respuesta parcial se llama “Ernesto López Radio”, su espacio informativo con dos años de vigencia, su nuevo juguete, como él mismo lo describe.
Su futuro inmediato se llama Logo creativos, su propia empresa de comunicaciones enfocada en elaborar revistas impresas a empresas e instituciones y ofrecer asesorías de comunicación especializadas manejo de crisis comunicacionales.
En ese porvenir no se ve trabajando para algún medio internacional. “Quizás en aquella época donde estar en la televisión era más lucirme por ‘chivatada’ que por ser verdadero profesional. Creo que estar al frente de la dirección de un programa de opinión, de tener la responsabilidad de tener el programa número dos me hace sentirme muy comprometido social y económicamente, mis aportes son valederos, respuesta de gente me da certeza de que estoy haciendo cosas bien”, expresa mientras mira su reloj con mayor frecuencia.
Ya son más de las 12 mediodía y Ernesto mira su reloj con mayor frecuencia porque debe recoger a su hijo al colegio. Ver crecer a sus dos hijos es un aprendizaje y maduración, al tiempo que ejerce su labor de padre, a su manera.
“Soy alcahueto, un día normal para mí es estar apreciando las cosas que de niño hace, yo disfruto traerlo al colegio” dice uno de sus dos hijos de su segundo matrimonio. Con el primero tuvo dos hijas: una vive en Estados Unidos y otra, María Lourdes, siguió el camino del padre: una comunicadora que prácticamente trabaja con él.
Combina su labor de padre y esposo en una rutina que inicia a las 4:30 a.m. Cuarto a las 6 arriba al canal a repasar periódicos, terminar de planificar la entrevista y estructurar el diseño de las que restan en la semana. A mediodía cambia la película y prepara Ernesto López Radio.
Cuando no lo consume su trabajo, se dedica a descansar en su casa de campo, nadar y departir con amigos. De fútbol no quiere saber, nada y confiesa que sigue al Real Madrid para no ser antisocial. “Soy un decepcionado del fútbol, sufría por la selección al punto de que lloraba en mi casa viendo la selección perder, entonces dije ‘hasta aquí’. Ahora sus únicas pasiones son la familia, el periodismo y la política, además de mandar al diablo su reloj, de vez en cuando, para abstraerse de todo y de todos, para maquinar nuevos horizontes y borrar el miedo de no saber qué traerá entre manos el futuro.