Israel Ticas, el criminalista, cierra una gruesa libreta de pasta color café. La guarda en un maletín y saca otra similar. Es su diario personal documentado en varias agendas. Ahí registra sus vivencias con apuntes y fotografías. Eso sí, con más imágenes que texto.
Eso se debe a que Israel, un tipo flaco, moreno y con bigote ralo, siempre ha creído que la imagen habla por sí misma. Y por eso, cada hoja de su diario contiene únicamente la breve descripción del hecho y un folio de fotografías ordenadas de manera cronológica.
Las imágenes son un desfile de cuerpos mutilados, cadáveres putrefactos y esqueletos momificados. Una mezcla de tierra con huesos. Carne, sangre y cabello humano hecho masa. Escenas que producen, en pocos minutos, la más profunda de las náuseas. En fin, la muerte retratada en papel.
Sus muertos, así los llama Israel, están en las páginas de esos gruesos volúmenes que abona todos los días con entera dedicación. El criminalista hojea uno de esas enciclopedias. Estamos sentados en unas bancas, a la sombra de unos árboles, afuera de una tienda de jugos naturales en Antiguo Cuscatlán.
Es jueves por la tarde. El sol ha comenzado a descender y el ambiente se torna ligero. El criminalista me mira como esperando una respuesta, pero yo guardo silencio y continúo observando su horrorosa libreta. Al cabo de unos segundos retoma la palabra con inalterable emoción.
“Acá está todo. Es como una película fotográfica. Las imágenes documentan todo y no hace falta escribir mucho. Aquí está cómo se encuentra el terreno y lo que voy haciendo, cómo se encuentra la fosa, el cuerpo descubierto, los diferentes ángulos del cuerpo. Todo, todo. Hasta el levantamiento del cadáver que hace Medicina Legal”.
Las delgadas manos de Israel, gesticuladas con armonía, se mueven de un lado a otro cuando narra sus cotidianas experiencias a lado de sus muertos. Asegura no tener horario de trabajo. Siempre está preparado para ir a procesar escenas criminales. Esas que en el país son pan de cada día.
Quizá por eso, Ticas dice haber desarrollado un sexto sentido, parecido a la intuición, que utiliza cuando procesa alguna escena. Observa, huele y palpa el terreno. Busca indicios. Algún proyectil, una cajita de fósforos, colillas de cigarro, botellas o latas de cerveza.
Luego utiliza alguna técnica, de esas creadas por su propio ingenio, y en cuestión de horas el cadáver aparece sobre la superficie de la tierra. Alterado únicamente por la naturaleza.
Esa capacidad de detectar muertos, aún en los lugares más recónditos del país, la desarrolló a base de exhumar cientos de cadáveres en los últimos diecisiete años de su vida. En El Salvador un muerto ya no es noticia. Mucho menos los desaparecidos.
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03 de diciembre, 2014. Este día, un señor que busca a su hijo pasó por mi oficina. Me ha ofrecido todos sus ahorros para que le encuentre a su hijo. Me ha dejado una fotografía sobre el escritorio y se ha marchado, no sin antes decirme que no puede más, que le destroza ver como su esposa se muere por el dolor de no tener a su hijo. Le prometí ayudarle sin recibir un centavo a cambio.
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El criminalista apoya la mano derecha sobre uno de sus diarios y con la izquierda sostiene el vaso de jugo, una mezcla de naranja con zanahoria, que sorbe cuando la garganta se le reseca por tanto hablar.
Este jueves, Israel viste una camisa verde oscura y un pantalón azul, sujetado por un cincho negro que tiene estampadas varias calaveras. El reloj pasa de las cuatro de la tarde. Israel continúa relatándome su faena diaria.
“En pocas palabras lo resumo así. El criminalista ve la evidencia, la escena y el cuerpo. Son tres objetivos diferentes. No se limita a desenterrar el cadáver. En cambio, los médicos forenses lo único que hacen es levantar los cuerpos”, señala.
La formación académica de Israel Ticas es toda una paradoja. Primero estudió bachillerato en salud, pero no ejerció. Luego pasó por una escuela de artes plásticas, pero no ejerció. Y por último obtuvo el título universitario como ingeniero en sistemas, pero tampoco ejerció.
Su profesión ha estado alejada de esas áreas. Primero fue detective policial y ahora es criminalista. Sin embargo, Israel reconoce que su formación como pintor e ingeniero le sirvieron en la creación de sus propias técnicas dentro de la criminalística.
Asegura que su método es único. Es el resultado de una fusión de la antropología, arqueología, geología y criminología. Esa asociación de disciplinas dio vida a más 25 técnicas que utiliza para procesar escenas criminales.
Una de ellas, por ejemplo, es la acupuntura forense. Consiste en introducir un varita de madera en el terreno donde sospecha hay un cadáver enterrado. El olor de la tierra, el contacto con los huesos o la carne descompuesta, le confirman su sospecha: abajo hay un cadáver.
Durante un lapso aproximado de media hora, Ticas explica a detalle otras de sus técnicas.
El entusiasmo se refleja en sus ojos y las palabras salen de su boca con la elocuencia de un discurso preparado.
“Las ciencias forenses evolucionan y si te quedas con la metodología antigua, te rezagas. ¿Qué ha sucedido?, que hay muchos antropólogos que se han quedado con técnicas desfasadas de hace 50 años y la delincuencia es cambiante”, comenta.
– ¿Y qué lo llevó a crear su propio método? – le pregunto después de un largo silencio.
“Hace 12 años andábamos buscando un cadáver con unos fiscales. Cuando encontramos el cuerpo, al interior de una fosa, el fiscal se metió encima del cadáver. Yo le dije que eso no se podía hacer de esa manera, porque si no se perdían las evidencias. Pero nosotros así lo hacemos, me dijo. Entonces, improvisé una técnica, rústicamente, porque lo hice con corbata y camisa de vestir, para sacar el cadáver. Eso fue lo que me dio la pauta para decir que no había un buen método”.
– ¿Y cómo ha…? – Israel interrumpe antes que termine de formular la interrogante.
“Espérame. También me di cuenta que Medicina Legal hacía lo mismo. Comencé a estudiar antropólogos y también hacían lo mismo. Los procedimientos de inhumación no se hacían de la manera correcta. Eran técnicas de hace 50 años, ya desfasadas. Se perdía mucha evidencia y se alteraban los cuerpos. Por eso decidí hacer una reingeniería y crear mis propias técnicas”.
– ¿Y cuál es el nombre de su método?
“Es el método Ticas. Abarca nuevas técnicas de arqueología forense… Pero lo más importante es que el método está acoplado a la realidad criminal del país. Acá todos los días hay muertos y desaparecidos. En mi oficina tengo una libreta con más de 400 nombres de personas desaparecidas que, si están muertos, mi trabajo es encontrarlos y entregárselos a sus familiares”.
– ¿Y qué le dicen sus colegas? – le pregunto maliciosamente.
¡Ah!, los antropólogos no aceptan mi método. Dicen que paso mucho tiempo trabajando en las excavaciones y que gasto mucho dinero (Ticas hace cuentas entre viáticos y materiales que suman menos de 100 dólares por exhumación). Y en Medicina Legal me odian porque dicen que lo que yo hago es puro invento. Pero si ellos tienen una escena donde hay diez cuerpos enterrados, no se meten. Dicen que jamás van a arriesgar su vida por muertos. Y como yo sí lo hago, dicen que estoy loco”.
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31 de enero, 2012. Este día terminé de procesar una escena en la zona fronteriza de Ahuachapán. Tardamos 15 días. Durante ese tiempo, una anciana que buscaba a su hijo desde hacía dos años estuvo en el lugar. Me había dado detalles porque tenía el presentimiento de encontrar a su hijo. Pero yo no le podía dar información porque los policías y fiscales que me acompañaban no me lo permitían. Entonces, le dije que si al final de procesar la escena le daba un abrazo, era porque había encontrado a su hijo. (Abajo del texto aparecen varias fotografías. En una de ellas, Ticas abraza a una señora que llora inconsolablemente).
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En cuanto a muertes violentas, Israel lo ha visto todo. Desde los asesinatos más simples hasta los más perversos que una mente humana puede construir. La palabra macabro ya no existe en su vocabulario y la palabra demencial se queda corta en su jerga criminalística.
Cuando una persona ha visto un cadáver con el pene adentro de la boca y los labios cocidos con hilo nailon, cuando ha visto un cadáver con la cabeza dentro de su pecho, cuando ha visto mujeres con palos, hierros, navajas y botellas dentro de sus vaginas, cuando ha visto a niños mutilados, ya no queda nada a lo que se le pueda llamar macabro o demencial. Así lo argumenta Israel.
“Lo que más me conmociona son las escenas dónde han asesinado a niños. Encontrar cabecitas adentro de pozos. Son casos que me trauman. O por ejemplo, el caso de los cinco estudiantes encontrados en Las Colinas, Santa Tecla, que estaban con sus mochilitas y uniformes de la escuela. Eso es doloroso”.
El criminalista no cree en Dios y mucho menos en malos espíritus. No le importa que le digan loco. Dice que su teoría está fundamentada en la ciencia. Piensa que la persona que se muere, se muere y se vuelve materia. No pasa nada más. Y sin embargo, dice respetar a quienes creen en la vida después de la muerte.
“Yo he dormido solo en cementerios clandestinos, a la par o encima de los cadáveres. He puesto hamacas a la par de cinco difuntos y me he echado a dormir sin temor. Nunca ha pasado nada extraordinario. Yo convivo con muertos, putrefactos, esqueléticos o con Satanás, como piensan algunos, pero para mí es materia, son restos humanos y es…”
– ¿Y a qué le teme? – lo interrumpo rápidamente.
“A lo único que le temo es a no encontrar evidencias y a destruir los cadáveres”.
– Usted asegura no creer en Dios – le digo con un tono pausado – pero en esta plática ha mencionado a Dios muchas veces como intermediario de su vida.
Después de meditar su respuesta, Israel retoma la palabra:
“Yo busco la imagen de Dios para ayudar, porque Dios es amor y esperanza. Esa imagen de Dios fortalece como una inyección de vitaminas. Pero en el aspecto científico entran mis dudas, ¿dónde estaba Dios cuando mutilaron a esos niños que yo saco de la tierra?”.
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19 de febrero, 2014. En el volcán de San Salvador se realizó la exhumación en una fosa. Es el cadáver del capitán Conejo, un guerrillero asesinado hace 32 años. (Ya no escribe. Lo demás es una secuencia de fotografías, pegadas una sobre otra, de toda la escena. El esqueleto yace, al fondo de un agujero de tierra, con un pantalón azul desteñido y zapatos tipo botines).
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Israel nació en 1962 en San Pedro Masahuat, La Paz, en un hogar donde la necesidad apremiaba. De niño era flaco y pequeño de estatura. Iba a la escuela con la ropa gastada y zapatos rotos.
Siempre le gustaron las ciencias sociales y naturales. Aprendió de todo los oficios posibles. Así fue como a los 12 años comenzó a rozar caña y a cortar café. Trabajó en una oficina como ordenanza, donde servía el café y limpiaba los escritorios de sus jefes.
Era tímido y miedoso. Le tenía mucho miedo a los fantasmas. Pero aprendió a bloquear ese temor con la razón y la necesidad de encontrarle un sentido lógico a todas las cosas.
“A veces que trabajaba por la noche en los cañales y me mandaban a traer agua, recuerdo que a la orilla del río había una cruz y yo pensaba que del suelo iba a salir el muerto. Luego veía un bulto, como la sombra de un hombre que se movía, y lo que hacía era pararme a analizar qué era lo que estaba ahí. Al final descubría que el fantasma del hombre era producido por la sobra de la rama de un árbol que se movía con el viento”.
En el 1989 llegó a la Policía Nacional, uno de los tres cuerpos de seguridad pública extintos tras la firma de los Acuerdos de Paz. Ahí trabajó como detective en la Comisión Ejecutiva de Hechos Delictivos. Hacía retratos hablados a mano alzada.
En 1992 comenzó a estudiar en la Universidad Metropolitana y ese mismo año pasó a trabajar a la recién creada Policía Nacional Civil (PNC). Era perito y continuó haciendo retratos hablados.
En 1997, buscando mejoras laborales, se fue a la Fiscalía General de la República (FGR). Ahí lo contrató el entonces fiscal general Manuel Córdova Castellanos. Entró como asesor de fiscales en el área de investigaciones criminales.
Su trabajo era hacer recorridos, inspecciones en barcos y montañas, búsqueda de evidencia, investigaciones de asesinatos en serie y retratos hablados. Pero un día descubrió que los procesos de investigación criminal no estaban bien y decidió crear su propio método de trabajo.
Fue el destino quien llevó a Israel a convertirse en criminalista.
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05 de diciembre, 2013. Este día trabajamos en Santa Ana el cadáver de una muchacha que tenía un año desaparecida. La mamá nos había dicho en varias ocasiones que sólo estaba esperando encontrar el cadáver de su hija para morirse, que no quería nada más.
06 diciembre, 2013. Este día me enteré que los investigadores informaron a la familia, de la muchacha que encontramos ayer, que sus restos habían sido desenterrados. La señora murió horas después de recibir la noticia.
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Con su método, Israel ha trascendido fronteras. Lo llaman de otros países para que asesore a otros criminalistas, para que enseñe sus técnicas y para otorgarle reconocimientos por su trabajo. Ha viajado a los Estados Unidos, México, por todo Centroamérica y por varios países del continente africano.
“Esta es la cúspide de mi trabajo – dice Ticas con una sonrisa complaciente– el otro año voy a representar a Centroamérica en una conferencia de científicos, no voy a representar a El Salvador, sino a Centroamérica. Ahí, ante científicos japoneses, rusos, franceses, chinos, alemanes, brasileños, canadienses y gringos, voy dar una conferencia sobre las nuevas técnicas de arqueología forense. Sobre mi método”.
Israel, el único criminalista salvadoreño, tiene un sueño. Piensa hacer algo grande, dejar un legado para su país. Algo así como una fundación, amplia, recreativa y espiritual, amueblada con sillones y escritorios para los psicólogos, médicos, sacerdotes y pastores que traten a todas las víctimas de la delincuencia.
Mientras tanto, él seguirá en la calle, en ríos y montañas, desenterrando a sus muertos, a los muertos de todos, a esos desaparecidos que la delincuencia entierra y las madres salvadoreñas lloran sin tregua.
Precisamente estas últimas (las madres) son el combustible, la fuerza que lo impulsan a realizar su empresa, ese sueño fascinante, casi utópico.
“Hay muchas personas que se está muriendo de desvelo, hambre y tristeza. Lo único que las mantiene vivas es la esperanza de encontrar a sus hijos. Ha habido varios casos en los que me llaman para decirme: mire, mi señora murió la semana pasada de desesperación porque no pudimos encontrar a nuestro hijo”.
Ticas ha parado de hablar. El reloj pasa de las cinco de la tarde. El silencio inunda el ambiente. Yo no puedo decirle nada y únicamente observo a mi compañero que está sentado a un lado de la mesa, con la cámara de su celular apagada. Comprendo que la plática ha finalizado y antes de decir alguna frase de despedida, el criminalista dice con determinación:
“En toda esa gente pienso, y primero Dios lo voy hacer. Si lo logro, entonces, solo entonces, me voy a poder morir en paz”.