Doña Elsy tiene ya 92 años, está en cama, una terrible enfermedad degenerativa le carcome los huesos, le entumece las manos, le quebranta la cadera. Ella se mantiene estable en su casa junto a su familia.
Esa mujer luchadora, le teme a muy poco, después de ser sobreviviente de cáncer y de mantenerse con una mezcla de osteoporosis y artritis, ya no se le puede temer a mucho. Aunque ya no camina, y su cama es su mejor refugio, su temple se mantiene de hierro.
Pero Elsy no es infalible. Uno de estos días de frente frío, una gripe se le hizo bronquitis en cuestión de horas. Si se descuidaba, se convertiría en una neumonía y esa enfermedad en la tercera edad es fulminante. Mata.
Esa noche, ambozada hasta el tuétano, a doña Elsy esa tos casi le arrebata la vida. El exceso empezó a eso de los 9:30, un hondo golpeteo hueco en sus pulmoncitos, una bocanada de aire y otra vez aquel sonido hueco. Y si uno le prestaba atención dejaba un pequeño silbido como estela.
La situación no pintaba bien. Después de 10 minutos y el ataque no paraba, y la ancianita comenzaba a tornarse roja, su familia temió por la salud de la matrona de la casa. A penas recuperaba el aliento y la tos volvía honda y cada vez con más fuerza. Se agotaba. “Se nos puede quedar”, pensaron.
Sin esperar más, quince minutos para las 10 de la noche de ese domingo gélido, su familia decidió que era momento de llevarla a un hospital, pese a los problemas que eso representa. Como doña Elsy ya no camina, no puede sentarse y no puede moverse a voluntad, la única solución para trasladarla es una ambulancia. No hay más.
La última vez que se atrevieron a llevar a un hospital en taxi, no solo requirieron cuatro personas para cargarla y llevarla de su cama al vehículo, además entre dos tuvieron que halarla de un lado del carro mientras los otros dos la sostenían.
De tal suerte que la abuelita, cargada cual bebé por sus nietos, la acostaron en el asiento trasero de la camioneta, mientras ella gritaba con todo su dolor de crujir de huesos. No fue el mejor escenario, para ninguno.
Desde entonces, la única forma de llevarla a un hospital es en ambulancia. No hay más.
Como buenos ciudadanos habían oído meses atrás que el número de emergencias 911 funcionaría sobre todo para los percances de violencia. Y un nuevo número asumiría las emergencias médicas.
Este es el 132 y se le conoce como Sistema de Emergencias Médicas (SEM) del Ministerio de Salud. No es la primera vez que llamaban, pero en aquella ocasión la demanda que tenía el servicio fue tanta, que prefirieron llamar a la Cruz Verde. Por una módica cuota voluntaria de $15 por viaje, llevaron a doña Elsy al hospital del Seguro Social más cercano.
¿Por qué no llamar al Seguro Social? Pues porque doña Elsy vive en Mejicanos y por ende le tocaría asistir al hospital Zacamil, donde tan solo hay una ambulancia para todo el servicio del hospital. Si anda en ruta, pues no hay otra opción. El paciente debe conseguir por sus medios moverse.
Menudo lío ese de conseguir una ambulancia para trasladar a la abuelita a un centro asistencial. Ya una vez la lección aprendida con el Seguro Social y a los $15 de la Cruz Verde, por ahora, la mejor opción era llamar al SEM.
El reloj marcaba las 9:45 de la noche. Un tono, dos tonos y la operadora contestó. Preguntó un par de datos sobre la emergencia, la edad del paciente y cuál era el problema. Su familiar tuvo que explicar con pelos y señales por qué no podían llevar a doña Elsy en un vehículo particular, incluso en un taxi. Mientras la señora de 92 seguía poniéndose azul de la tos.
Luego, sin más, pidió la dirección y aseguró llegaría una ambulancia de la Cruz Verde que apoyan directamente al SEM, las demás del SEM estaban en ruta en ese momento.
A pesar de todas las explicaciones para que la ambulancia se ubicara, le pidieron a la familia que saliera a la calle principal de la colonia a esperarlos. Dijeron que llegarían unos quince minutos después. Solo quedaba esperar.
¿Cómo funciona el SEM?
En diciembre de 2013, el presidente de la República de ese entonces, Mauricio Funes, junto a la ministra de Salud de su gobierno, María Isabel Rodríguez, inauguró el nuevo sistema de emergencias.
Este pretendía, principalmente, salvar vidas, de forma coordinada con todas las instituciones que prestan servicios de socorro, a fin de optimizar los recursos existentes y evitar duplicidad de esfuerzos utilizando las ambulancias adecuadas para trasladar al paciente.
El SEM tiene cobertura actualmente solo en el área del Gran San Salvador para una población de 1.5 millones, y cuenta con el apoyo de los hospitales Rosales, Bloom, Maternidad, San Rafael, Zacamil, Saldaña, Soyapango y San Bartolo.
La idea es que exista una red donde se coordinen tanto el SEM, como la Cruz Roja, la Cruz Verde, Comandos de Salvamento, las Unidades de Salud, FOSALUD, entre otras. Estas instituciones han dispuesto algunos vehículos para apoyar, les demás continúan bajo su jurisdicción, atendiendo todo tipo de emergencias, ya sea de violencia, accidentes, rescates, entre otros.
Para el caso del SEM, los vehículos que ha dispuesto cada institución se suman a las que atienden directamente bajo el SEM. Al atender un llamada, la que esté más cercana o disponible pueda atender la emergencia médica y trasladarlo a un centro asistencial de ser necesario.
En este caso, a doña Elsy la asistiría una ambulancia de la Cruz Verde, de esas que se han dispuesto para apoyar al SEM. Solo quedaba esperar.
Cuando la paciencia no es suficiente
Desde donde vive doña Elsy hasta la calle principal, en realidad, no sobre pasa los 500 metros. Sin embargo, un domingo al filo de las 10 de la noche, el ambiente es totalmente solitario. Nunca les ha pasado nada caminando por ahí, pero se han oído rumores, aunque no recuerdan un incidente en los últimos seis meses en el lugar. “Uno no debe tentar al diablo”, dice una de las familiares.
Pero la emergencia ameritaba. Caminaron hacia a la entrada y como guardianes vigías, dos de sus nietos esperaban apareciera la luz roja de la ambulancia.
El frío arreciaba y el viento hacía silbar a las hojas de los árboles. La espera no era tan difícil mientras los jóvenes trataban de reconocer las constelaciones de aquel cielo despejado de noviembre. Sin embargo, de la ambulancia ni sus luces. Ya habían pasado quince minutos y nada.
Uno de ellos llamó de nuevo al SEM. Le dijeron que ya que la Cruz Verde llegaría que se comunicara directamente con ellos, le dieron un número al que nadie respondió. Diez minutos más tarde y nadie respondió.
De aquella primera llamada a las 9:45 p.m. ya había pasado media hora y la calle cada vez más sola. El único ruido eran los ladridos de los perros a lo lejos. Los jóvenes con el Cristo en la boca y cruzaban los dedos para que no pasara ningún loco por esa calle y que ellos se encontraran en el lugar y en el momento equivocado. Todo era encomendarse a Dios y que su abuela, a pocos metros de ahí, también se mantuviera aún estable.
La ambulancia llevaba más de 30 minutos de retraso. Llamaron al SEM nuevamente y dijeron que se contactarían con la ambulancia de la Cruz Verde, que llamaran en cinco minutos. Lo hicieron y en el SEM les dijeron que a ellos tampoco les contestaban. Debían seguir esperando.
Eran ya las 10:45, cuarenta y cinco minutos desde la hora de llegada prometida y una hora desde la primera llamada. Nada. El frío seguía en aquella calle solitaria y la abuelita a ratos respirando a ratos tosiendo. Cansada ya de tanta tos, intentaba respirar lento y calmarse y la tos volvía.
Una nueva llamada al SEM y dijeron que desconocían qué había ocurrido. La ambulancia de la Cruz Verde se había desvanecido. Ya había pasado más de una hora desde que prometieron llegar. Eran las 11 de la noche y decidieron regresar a casa, con la abuelita.
Entre tanta discusión, no había explicación de por qué la ambulancia no había aparecido. La familia en angustia comenzó a llamar ahora a la Cruz Roja, al Seguro Social, a Comandos de Salvamento, a cualquiera. Nadie puede acudir. Hay demasiada demanda.
La familia vuelve a llamar al SEM y les piden verifiquen si ya en esa hora y media (el reloj marcaba 11:15 p.m.) que ha pasado desde su primera llamada tal vez alguna ambulancia está desocupada. Les dicen que esperen. “Ha habido mucho movimiento”, justifican.
El operador del SEM confirma que hay una ambulancia habilitada que le vuelva a dar la dirección y las indicaciones para llegar. Al operador le cuesta, no se ubica, se pierde dos veces y los familiares le explican de nuevo. Frustración. Promete llegarán en 15 minutos.
La abuelita sigue tosiendo y cada vez más cansada. Ya le han dado dos tés y nada la calma. La angustia embarga esa casa.
Se ha llegado el tiempo prometido. Son las 11:35 y aún no hay señales. La familia llama al SEM y le dicen que ya están en el lugar que salgan a ver. Corren como en estampida a la entrada del pasaje. No hay nada. Llaman de nuevo y explican que se han equivocado que están en otra colonia, a más de dos kilómetros de donde doña Elsy se ahoga lentamente.
Uno de sus nietos tiene carro, uno de dos puertas, donde su abuelita jamás ha podido entrar desde que cayó en cama. Deciden salir a buscar por sus propios medios a la ambulancia.
Manejaba en aquellas calles solas a su antojo, cruces y más cruces. Hasta que encontró a la ambulancia del SEM con sus luces rojas totalmente desorientados a eso de las 11:45. Increíblemente han pasado ya dos horas de la primera llamada.
Al final, con el barullo la ambulancia llegó siguiendo a los nietos de doña Elsy. Por fin, luego de dos horas y quince minutos ellos se estacionaban frente a su casa.
De ahí en más, con la pena de la tardanza y la perdida, los técnicos y paramédicos atendieron a la abuelita a cuerpo de rey. Luego de revisarla en casa y de maniobrar para subirla al vehículo, el camino al hospital fue más fácil.
Los chequeos de rutina demoraron unos veinte minutos y veinte minutos más en llegar al hospital general del ISSS, la abuelita arribó a emergencias por una posible neumonía a eso de las 12:30 a.m., al filo de cumplir las tres horas desde que el ataque de tos la hizo despertar sobresaltada y que su familia padeciera mil y una peripecias para que una ambulancia trasladara a la más veterana de su familia.
Ambulancias insuficientes
Desde el 26 de diciembre hasta abril de este año, el SEM ha brindado atención mensualmente a unas 1,500 personas que han sido trasladadas a un centro asistencial. De estas, un 60% lo ha cubierto el Sistema, mientras el resto se ha coordinado con las instituciones de socorro y la Policía Nacional Civil (PNC).
Asimismo, datos de la institución conforman que el 55% de las emergencias son trasladados a los hospitales del segundo nivel, el 16% al Seguro Social y el 13% son referidos a los centros asistenciales de tercer nivel, y el resto que es un 14% a las unidades de salud y a centros médicos privados.
El SEM posee 10 ambulancias asignadas con todo el equipo paramédico para atender las emergencias a una población de 1.5 millones de habitantes en el área del Gran San Salvador. A estas se le suman las de las otras unidades de socorro que atienden emergencias de todo tipo.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que debe haber una ambulancia por cada 25 mil habitantes, para atender con rapidez los casos de emergencias médicas. Es decir que para el caso del Gran San Salvador para cumplir esta exigencia debería existir al menos 60 ambulancias dedicadas solo para emergencias médicas, no las generadas por violencia.
A las 10 que apenas posee el SEM, se le pueden sumar también las de los hospitales adscritos al SEM que son 31 y 5 en las unidades de salud del área metropolitana. Además, se pueden contabilizar 4 ambulancias paramédicas que tiene la Cruz Verde asignadas para el área metropolitana.
En este sentido esta cantidad total de 50 ambulancias, solo 10 están a tiempo completo para el SEM y atienden exclusivamente emergencias médicas no de violencia. Aun así, la cifra está por debajo de lo sugerido por la OMS.
A esta problemática, se le suma que hay algunas instituciones de socorro que tienen unidades modificadas. Solo para el caso de la Cruz Verde, por ejemplo, tiene asignadas para el Gran Salvador 20 unidades modificadas que hacen función de ambulancia, pero carecen del equipo necesario.
El inconveniente de estas ambulancias de otras instituciones de socorro es que, algunas unidades son vehículos modificados para el traslado de pacientes, pero no brindan las atenciones básicas que requieren algunos pacientes dependiendo de la gravedad.
La hija de doña Martha sabe muy bien que es tener que trasladar a su mamá en pésimas condiciones. Una noche su madre de la nada se desplomó en plena sala de la casa. Diana, su hija, en medio de la preocupación y la impotencia también llamó al SEM.
Le preguntaron la dirección de su casa y al enterarse que era un barrio populoso, de inmediato surgieron todas las dudas sobre la peligrosidad de asistir a la zona. La situación no era la mejor. Su madre desplomada necesitaba atención y el operador, desde el otro lado del teléfono, intentaba resguardar al equipo de técnicos que asistiría en la ambulancia. “Hay presencia de mareros”, le increpaba el operador. La ambulancia no asistió, la mandaron a coordinar con el 911.
Ellos asistieron en menos de diez minutos. El vehículo que llegó era un pick up modificado. ¿Cómo trasladaban a su madre que yacía en el suelo de la casa? El vehículo ni poseía una camilla para hacer el traslado.
El ingenio de los rescatistas pudo más, y con una puerta improvisada como camilla, lograron llevar a la madre de Diana desde el suelo de su casa hasta el pick up.
Aunque doña Martha tuvo más suerte, porque su emergencia se atendió en menos de una hora, ese traslado amarrada a una puerta de madera en un pick up convertido en ambulancia no era, para nada, el mejor escenario.
Más allá de eso, ante una emergencia, la atención pronta y adecuada puede ser la diferencia entre la vida y la muerte. Y en un país donde los accidentes de tránsito se han vuelto una epidemia la demanda de atención médica de emergencia aumenta. Sin embargo, el traslado de un paciente hacia un centro asistencial también debe ser prioridad, en un país donde encontrar una ambulancia es todo un reto de supervivencia.