La oficina de Francisco “Chico” Valencia, director del Diario Colatino desde hace 27 años, reviste una suerte de desorden armónico. A su alrededor pululan libros, periódicos, fotografías y papelería de diferente cuño. Como eje aglutinador está su escritorio, cuyo mueble que soporta la computadora le cubre el cuerpo.
Cuando entro “Chico” habla por teléfono e interrumpe su plática para ofrecernos asiento y una taza de café. Al lado de uno de los sofás verde musgo resalta un trofeo grande, dorado y con la figura de un karateca. “No me lo gané, me lo regaló la asociación de karate, como un reconocimiento al apoyo de este deporte. Yo lo que hago es taekwondo, aunque siempre me va muy mal. Disfruto más y también sufro viendo a mis hijos practicarlo”. Su sonrisa, que recién emerge, será una constante de ahora en adelante. Una sonrisa que forcejea con su barba entrecana.
Exguerrillero del Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericano (PRTC, una de las organizaciones que formaban el FMLN durante el conflicto armado), Valencia creció entre los relatos de sus abuelos (opositores a los regímenes políticos) el estudio y el llamado a la organización contra las injusticias sociales.
Se describe a sí mismo como sentimental, amante del fútbol y en particular del Alianza, y como hombre de familia; pero ante todo, comprometido con la verdad y la denuncia de lo que los grandes medios callan o manipulan.
Vuelve a su escritorio con rapidez, momento que aprovecho para observar las paredes con retratos del Che, Fidel Castro y otras figuras de izquierda que enfatizan ante los visitantes su concepción ideológica. Detrás de mí impera un símbolo ineludible de la lucha salvadoreña.
¿Ahora que veo este retrato de Monseñor Romero, qué representa para usted?
Fue una figura determinante en la historia política salvadoreña. Yo no fui al entierro porque no toda la gente organizada tenía la autorización de ir. En mi caso me dijeron que no, supongo yo que preveían que se iba a dar una acción donde uno se podía poner en peligro, lo que finalmente ocurrió. Tampoco fui porque me había roto el menisco en un entrenamiento de básquetbol. Cuando lo mataron mi abuela siempre le rezaba.
Háblenos un poco de su infancia ¿Con quién se crió?
Nací el 28 de enero de 1960 en Santa Tecla, en el barrio Belén, cerca del Santa Cecilia. Luego mi abuela compró una propiedad sobre la novena calle poniente, así que gran parte de mi niñez la pasé ahí jugando al fútbol antes de que la convirtieran en carretera principal. Estudié en la escuela Daniel Hernández hasta sexto grado, luego el tercer ciclo en el colegio católico San José y por último el bachillerato en el colegio Anexus Panamérica.
Nos criamos todos, mamá, abuelos, hermanos, tíos. Somos una familia grande, por eso en las elecciones siempre decimos que hay por lo menos 30 votos. Somos 7 hermanos. Mi abuela tuvo 12 hijos, entonces imagínese.
¿Destaca algún miembro familiar en particular que haya marcado su personalidad?
Mis abuelos fueron maravillosos. Me enseñaron ir más allá de los intereses particulares. Mi abuela y mi madre nunca le negaron la comida a nadie, a pesar de la pobreza.
Me heredaron la solidaridad y ser oposición, porque ellos así fueron, opuestos a los regímenes militares.
¿Desde cuándo?
Nos contaban las masacres de 1932 y los crímenes de Martínez. Les mataron familiares. Me contaban que los muertos del 32 por carretas los movían por las calles. Las carretadas de muertos, como les decían ellos, las veían pasar, incluso las contaban.
Todo lo que uno tiene que leer para conocer el pasado lo conocí por mis abuelos. Esas historias que a uno le contaban en el seno familiar nunca las oí en la escuela.
¿Recibió una educación cautelosa políticamente?
En general sí pero por ejemplo tuve al profesor Ramírez en séptimo grado, que era crítico. Por él leí, con apenas 13 años, Las venas abiertas de América Latina. Claro, no entendí casi nada.
Nos hizo hacer un trabajo cuando en el 74-75 se dio una gran discusión por la reforma agraria. El expresidente Arturo Armando Molina la anuncia pero los grupos oligarcas forman sendas organizaciones para mantener un debate político público. Nos tocó recopilar todas las informaciones periodísticas de la época sobre el tema, para que analizáramos el tema y que la idea que nos llevaba a concluir si había necesidad de reforma agraria.
Luego el tercer ciclo fue fundamental para formarme un carácter político. El profesor nuestro fue el padre Rafael Palacios, uno de los tantos sacerdotes que asesinaron los escuadrones de la muerte. Era nuestro guía espiritual.
En esos años se comienzan a desarrollar las organizaciones estudiantiles revolucionarias. Yo recuerdo que al colegio San José llegaron los del MERS para convencernos de que nos organizáramos, pero en esa época éramos cipotes un poco miedosos. Estábamos enterados de la noticia pero la parte política no era nuestra preocupación.
¿En ese momento qué profesión quería estudiar?
Recuerdo que me interesaba la medicina. Veía a dos vecinos que tempranito iban a la universidad a estudiar, me llamaba la atención la gabacha, el estetoscopio; ese plante que ellos representaban me llamaba la atención.
La otra área que me interesaba era la filosofía. Pero al final yo a la universidad ingresé al periodismo porque quería afinar la propaganda.
El periodismo fue para usted desde el principio un instrumento político….
Sí claro, aunque a mí las noticias siempre me gustaron. Por ejemplo, a principio de los setenta, la costumbre de leer los diarios en mi casa siempre estuvo. Lo que de joven siempre me llamaba la atención eran las noticias sensacionalistas.
¿Cómo se dio su primer acercamiento con el PRTC?
Fue antes de entrar a la universidad, mediante los compañeros de la Brigada Revolucionaria de Estudiantes Salvadoreños(BRES).
Recuerdo que dos de sus miembros llegaban a mi casa para darme formación y discutir las noticias sobre cómo avanzaba el proceso revolucionario.
Cuando ellos decidieron que debía dar otro paso me llevaron a estructuras superiores y ahí conocí a Juan Castro, que era uno de los dirigentes de la BRES, de entrada me dio confianza y me puso a leer, curiosamente Las venas abiertas de América Latina. Lo volví a leer en otras circunstancias.
¿Cuáles fueron sus tareas iniciales en la organización?
Yo ya trabajaba en el PRTC elaborando comunicados; los grababa y otra gente los reproducía.
¿Recuerda su primer entrenamiento?
Fue en el puerto de La Libertad, con gente de la Resistencia Nacional. Fue durante los dos últimos meses de 1980, que fueron una verdadera locura. Hicimos ejercicios de preparación, yo quería tener la preparación básica para participar en la ofensiva.
¿De qué forma participó en la ofensiva del 81?
Al final no pude porque el contacto que nos iba a llevar a Guazapa cayó. Para ese momento yo era uno más. Como los compañeros que iban a ir conmigo no llegaron a mi casa, que era el punto de encuentro, no participé en el terreno.
¿Quiénes fueron sus referentes políticos?
Trabajé casi tres años con Nidia Díaz, ella era la responsable de la célula. Claro, no la conocía con ese nombre, sino como Celia. Era joven, daba confianza, además yo le miraba manejo político. Cada vez que nos reuníamos hacíamos la valoración de la coyuntura nacional, internacional y avance de la guerra. Ella dirigía las discusiones. Fue la primera dirigente de peso que conocí en el PRTC.
¿Y Manuel Melgar?
Yo tampoco sabía que era de la máxima dirección del PRTC. En mi casa lo conocieron como Jesús pero él era el comandante Rogelio Martínez. Era de la gente que cuando bajaba del frente llegaba a Santa Tecla y allá pasaba las semanas. En la casa de mi madre todavía le dicen el tío Jesús. Formó parte del familión grande, recuerdo llegaba bien flacucho y salía un poco gordito para el frente.
Hábleme más sobre su experiencia dentro de la guerrilla.
Una vez Nidia me llevó a tres casas de seguridad distinta y en una ocasión me metió a un baúl para grabar los comunicados ¡Qué tremendo! Fue horrible porque lo hacía con una lámpara para leer y una grabadora. Era un baúl donde yo podía estar sentado pero con unas condiciones difíciles para respirar.
Otra vez me metieron a un ropero, y siempre estábamos así, clandestinos. Con los años después, en Santa Tecla, en un espacio de la propiedad de mi abuela metimos un panel, lo arreglamos e hicimos unas como cabinas. Las cosas que grabamos se las llevaba otra gente para reproducirlas.
¿Estuvo en peligro de perder la vida?
Varias veces. Una de ellas fue en 1986, que yo desarrollé muchas actividades en el partido. Yo fui el representante ante el comité internacional de la Cruz Roja, y ante la comisión de Derechos Humanos. Con quien yo platicaba en esa comisión era con una muchacha que se llamaba Michelle Salinas, que era de la Resistencia Nacional. Cada vez que había captura o violación contra nuestra gente yo recibía la información e iba con ella a poner la denuncia. A ella luego la sacan de la comisión y en otro momento, ahí por Huizucar cae en una emboscada, antes del terremoto.
Recuerdo que días después me mandó a llamar el coronel Araujo, del Estado Mayor. Yo ya trabajaba en el Diario Latino. Me dijeron que la llamada era para un tema, algo relacionado con corrupción.
¿Qué sucedió cuando llegó?
En el Estado Mayor fui donde la secretaria del coronel Araujo. Para mi sorpresa me dijo: “mire, nosotros no lo hemos mandado a llamar”. Cuando me dijo eso yo sentí como un golpe en el pecho. Algo raro pasa. Además había visto a la Michelle Salinas ahí. Ya había estado trabajando con el ejército, entonces sentí esa sensación de que algo me iba a pasar.
Y cabal, yo que salgo de la oficina del coronel Araujo, venía la Michelle Salinas con varios de sus estudiantes u oficiales, y me señaló. Un soldado salió corriendo para las oficinas de arriba, cuando yo también iba subiendo para salir, viene el general Cepeda con una gran cantidad de soldados.Me agarraron y me metieron en una oficina.
¿Lo torturaron?
No. Me metieron a una oficina sin muebles, con un banco y ahí me sentaron. Pero yo sabía que había un vidrio y ahí me estaban observando. En ese momento repasé toda mi vida, yo ya me daba por muerto y a lo sumo si tengo dicha voy a ir a parar a alguna cárcel.
Yo no sudaba. Tenía miedo e inclusive tenía sensación que iba a temblar, pero en mis adentros yo me preparaba y me decía: no debo demostrar que tengo miedo, porque sino yo solito me voy a delatar. Recuerdo que me hicieron tres visitas; en las dos primeras no enfrenté al oficial porque tenía miedo, no podía ni hablar. Cuando llegó por tercera vez le dije: ¿por qué me tienen aquí? tienen que darme una explicación. Al rato el oficial hizo señas para que me soltaran, que ya podía salir.
Ya afuera me hice el bravo, les dije “¿cómo quieren que salga de aquí si me quitaron el carnet de coprefa, el del diario y una maleta de cuero?” Ahí andaba mi grabadora, la libreta, los “chuchitos”. “¡Mientras no me devuelvan eso yo no salgo de esa oficina!”, dije. Me devolvieron todo menos la credencial de Coprefa.
¿Qué hizo cuando salió de ahí?
Yo sentí que no podía dar pasos, sentía las piernas gruesas. Yo quería caminar de prisa, sentía que me habían dado la libertad pero ya me iban a volver a agarrar. Menos mal que ahí pasaba la 101-A o la B , y como esos son desalmados siempre paran en cualquier parte, me subí en la primera que pasó. Fue el momento más gratificante fue haberme sentado en un asiento de la 101. “Estoy vivo y sigo vivo”, me dije.
En el periódico me estaba esperando el jefe de redacción, el Negro Contreras, y se estaba riendo porque ya sabía. “Mirá, te está esperando el director, Waldo Chávez Velasco”, me dijo. Él fue el que me salvó, porque Zepeda era bien obediente con Waldo, que había trabajado con todos los gobiernos de derecha y militares.
¿Por qué el director lo salvó?
Cuando subí a su oficina me recibió con una sonrisa y me dijo que los militares son tontos. Zepeda la había hablado a él para preguntarle si era cierto que yo era comandante del PRTC. Por lo menos la Michelle Salinas tuvo esa gracia de ponerme comandante cuando yo nunca llegué a ese puesto. Obviamente Waldo le dijo que no era cierto, “lo que sí es cierto es que es mi periodista y como cubre el área de política tiene relación con ellos”, dijo.
Después de eso hablé con mi encargado en el partido y me dijo que no podía estar exponiéndome así, máxime que tenían mi casa vigilada. En eso se vino el terremoto, yo lo ocupé para moverme y cambiarme de casa.
¿Usted mató durante la guerra?
No maté en la guerra, pero lo habría hecho si me hubiera tocado. Recuerde que la guerra es eso: tomar decisiones. Yo estaba preparado, pero no hubo ninguna oportunidad, siempre trabajé en el área política. Fue chistoso porque mis primeros responsables fueron del área militar. Mi responsable fue el jefe de milicias, y el segundo fue el que se convirtió en el jefe de los comandos urbanos de San Salvador.
Entonces ¿por qué no le asignaron tareas militares?
No sé, porque yo tengo toda esa formación, pero solo teórica. Yo recibí ese manualito de posición de tiro, con arma larga, arma corta. También el curso de explosivista.
Yo estaba interesado en el área militar y quizás uno de los errores más importantes fue ser muy disciplinado y centralizarme a las tareas que me asignaban mis encargados, por eso no me fui a otras áreas.
¿Le asignaron un arma?
Sí, la tuve ocho meses pero nunca la usé. Era una pistola rusa que se le podía poner culata, muy bonita, me gustaba mucho. Cuando me la pidieron no dejó de dolerme, no la usaba pero ya me gustaba.
Ponerle los tiros a mí me costaba, por la falta de práctica. Eso pasaba haciendo a veces en las noches, poniéndole los tiros. Era un arma bonita pero mero rara. No creo que haya sido por inútil no haberla manejado.
¿Solo esa?
También tuve un revolver que lo devolví en La Paz para que lo destruyeran. Fue después de los Acuerdos de Paz, ya no vi la necesidad de andar armado. Me gustaban las AK-47, disparé con una de esas en un entrenamiento básico para la ofensiva de 1989.