Silencio. Por unos segundos, solo el viento amplifica su sonido en los Altos del Golán. Sobre el horizonte, a una larga distancia, una tierra llana con rastro de que alguna vez fue poblada se observa. Es Quneitra, provincia siria que durante un pasado –muy cercano- alcanzó albergar hasta los 20,000 habitantes.
Los edificios y las casas están en ruinas. La red hospitalaria y educativa, carcomidas. Este antiguo poblado de Quneitra –frontera con Israel- es considerado la “última línea” de combate entre el ejército sirio y los rebeldes.
En medio de una guerra civil, que en los últimos días ha mutado su rumbo, Quneitra pareciera ser solo un espejismo, o una mínima expresión, de una Siria devastada.
La momentánea calma se interrumpe por el eco de una detonación que se propaga. No es estrepitosa, ni perceptible por la vista. Menos cuando hay tanta distancia de por medio. Los minutos pasan. De pronto, “booom”: una explosión se escucha. Tras de esta, otras más. El territorio sirio, desde hace año y medio, se ha transformado en un volcán activo que de un momento a otro erupciona.
La lava de este conflicto alcanza los poblados de toda Siria. La gente ha optado por la figura del “refugiado” en países vecinos como Jordania, Turquía o Líbano a formar parte del daño colateral de esta guerra. Sin embargo, el que se queda lo hace bajo total conocimiento de que no hay lugar para estar a salvo.
El camino de la huida
Said y su hermano caminaron kilómetros hasta llegar al Líbano. La casa de ambos, en Damasco, había sido bombardeada. Said desfallecía. Desesperados, buscaban un hospital cercano que atendiera al pequeño, quien a sus 12 años ya conocía de tener los ojos dañados, sus brazos heridos y una pierna en mal estado a causa de la bomba que impactó contra su vivienda.
Los médicos libaneses trataron de ayudarle, pero no lograron hacer más que quitarle un ojo. El otro ya lo había perdido. La agonía para Said acrecentaba: debían tratarle el resto de su cuerpo. Sin pensarlo mucho, el hermano lo subió a un burro y caminó hasta el Monte Hermón, la parte más alta entre Israel y Siria.
En la frontera con Israel, Said logró pasar; pero no así su hermano. Said, solo sin un familiar que le acompañara, fue trasladado hasta el hospital Ziv, en Zefat, al norte de Israel.
Ahí fue atendido, pero el tiempo y la gravedad de sus heridas le dejaron con un brazo amputado y una pierna herida. A esto, se le suma una afección neurológica que le dejó imposibilitado de mover una de sus manos.
A Ziv, 400 sirios han llegado heridos por el conflicto en Siria, entre los 2 y los 70 años. Un 90% de los pacientes son hombres, un 10% mujeres y un 17% niños. Desde ese centro médico hay una distancia de 11 kilómetros con el Líbano y 30 kilómetros de Siria.
El centro médico está ubicado sobre la Galilea Oriental y Las Alturas del Golán compartidas con Siria, pero cuyas tierras en su mayoría pertenecen a Israel, volviéndolo un faro estratégico para observar los movimientos en los montes bajos.
Según fuentes oficiales israelíes, hasta el pasado septiembre, unas 800 personas han cruzado la frontera de Siria buscando ayuda médica. Caminan desde Damasco o la misma Quneitra. Al llegar a la frontera, el ejército Israelí debe revisar la gravedad de las heridas. De no poder tratarlos, son enviados a un hospital.
Las atenciones más demandadas son oftalmología, pediatría, cuidados intensivos, urología y medicina interna.
El director de Ziv, Oscar Embon, en explicaciones dadas a Diario1.com, expone que al recibir a un paciente herido lo primordial es salvar miembros con operaciones que requieren mayor esfuerzo. Amputar no es la primera opción, añade.
Sin embargo, considera que salvar un miembro dañado se vuelve complicado si se deja pasar mucho tiempo. “No siempre los heridos han sido heridos el mismo día cuando llegan”, comenta sobre los pacientes atendidos, muchos de ellos que evitan comunicarse con sus familiares en Siria para evitar ser blancos de ataques.
Al sanar, luego de tres semanas a cuatro meses ingresados, los heridos sirios retornan a sus casas. Su interés no es quedarse en Israel, no lo pretenden ni solicitan. Solo quieren volver.
Para atender a los heridos, el hospital israelí ha destinado desde febrero de 2013 unos 15 millones de shekels (alrededor de USD$ 5,000,000) para atención hospitalaria; dinero que se financia con presupuesto de tres ministerios.
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Una guerra que acrecienta
Los combates entre el ejército sirio y los grupos rebeldes ya no son los únicos que aquejan: no son solo los rebeldes que se enfrentan a las fuerzas del régimen sirio, presidido por Bashar el Asad. El Frente Al Nusra, vinculado a Al Qaeda, y el EI se unieron al combate con el ejército sirio.
El EI, cuyas fuerzas están alimentadas por miles de hombres reclutados en la región pero también en el extranjero y en Occidente, ha aprovechado la guerra en Siria y la inestabilidad en Irak para apoderarse de amplias regiones en los dos países.
Ante esto, para Estados Unidos no hay marcha atrás: debe combatir sobre suelo Sirio. ¿Su interés? Destruir los bastiones que el grupo yihadista del Estado Islámico tiene en Siria –así como Irak-. Emiratos Árabes y Arabia Saudita son los principales aliados de la coalición que encabeza Estados Unidos, a la que también Turquía se ha sumado, enviando tropas a territorio sirio.
Los ataques iniciados desde el pasado agosto se han intensificado en las últimas semanas tanto en Irak como Siria. Para el 23 de septiembre EEUU anunció más bombardeos aéreos que logren derrotar a las fuerzas del EI. Este sábado, las fuerzas armadas estadounidenses y países árabes aliados lanzaron una nueva ofensiva.
En Irak, las fuerzas kurdas, apoyadas por los ataques aéreos estadounidenses y británicos, siguen dando batalla a los yihadistas en varios frentes al norte y al oeste de Bagdad, después de tomar la localidad de Rabia, en la frontera con Siria.
Mientras los ataques aéreos suceden, Said suelta una carcajada emotiva. Está acostado en una camilla de hospital, sin poder moverse a totalidad. Una sábana blanca cubre su pierna herida. Es pequeño, un tanto moreno y muy delgado. Sigue solo, sin un familiar que pueda acompañarle. Junto a él, hay dos jóvenes sirios que fueron heridos por el conflicto. Uno de ellos trata de hablar en inglés, pronunciar una palabra al menos. Falla de nuevo. Said vuelve a soltarse en risa, al tiempo que se tapa con su mano derecha uno de sus ojos dañados.
— ¿De qué se ríe? —, pregunto a uno de los médicos.
— Está burlándose de su compañero, porque sabe que no puede hablar inglés.