Casi a las once de la noche, Rodrigo Chávez entró de forma arrebatada a su apartamento localizado en la colonia Lomas de San Francisco y le dijo a los hondureños: “sólo había tres mil dólares”. Chávez olía a alcohol.
En ese momento, dicen que a Franklin Mendoza Ortiz, el “maestro de obras” de Santa Tecla, se le pusieron los nervios de punta. Era consciente que les debía a Chávez y los hondureños una fuerte suma de dinero y que en su oficina no tenía más que esos $3 mil.
Cuando Chávez irrumpió en su apartamento y gritó que sólo había encontrado 3 mil dólares, también los dos hondureños estallaron de ira. Mendoza Ortiz, según una fuente cercana a la investigación, les debía más de $50 mil y en ese momento no tenía más que $3 mil en efectivo.
¿Por qué la deuda de Mendoza Ortiz con los hondureños? La primera hipótesis que investigan las autoridades es la siguiente: Raúl Fajardo −un hondureño que en su país lo vinculan con el narcotráfico internacional− le habría dado esa cantidad en droga para que la vendiera en Santa Tecla, con su respectiva ganancia.
Pero la víctima aún no les había cancelado el dinero a los narcos hondureños.
La segunda hipótesis es que Mendoza Ortiz les debía a los hondureños dinero por colocar en el país vehículos robados en Honduras.
La verdad es que las dos hipótesis continúan teniendo validez, aunque es más fuerte y consistente, según los investigadores, que el ajuste de cuentas se debió a problemas de deudas por narcotráfico.
Todo indica que Chávez y los dos hondureños estaban escasos de dinero. Prueba de ello es que cuatro días antes del crimen, Fajardo le pedía dinero a Chávez por un asunto relacionado con la venta de un automóvil robado.
Sin embargo, Rodrigo Chávez engañó la noche del crimen a Mendoza Ortiz, con quien se relacionaba por lo menos desde el pasado mes de febrero.
La noche del 29 de agosto, Chávez le dijo a Mendoza Ortiz que se reunieran a las ocho de la noche en el hotel Hilton Princess, donde supuestamente se encontrarían con unos inversionistas nicaragüenses que aparentemente querían construir un buen número de viviendas en el país.
Debido a que Mendoza Ortiz dibujaba planos de viviendas y tenía una oficina privada en la que cumplía tareas como esa, creyó toda la trama que le dibujó Chávez. Hasta ropa nueva compró para acudir donde los falsos inversionistas.
Lo cierto es que Mendoza Ortiz acabó junto con los hondureños en el pequeño apartamento de Chávez, ubicado en la colonia Lomas de San Francisco.
Cuando Raúl Fajardo, quien estaba decidido a cobrar la deuda, escuchó que Chávez sólo había encontrado 3 mil dólares en la oficina del deudor, discutió con Mendoza Ortiz y le metió un tiro en la parte trasera de su cabeza.
Después nadie supo nada de la víctima hasta que las autoridades unieron las partes de su cuerpo y lo identificaron con la ayuda de fotografías y pruebas de ADN.
Picando duro
Sobre todo si se recuerda que Chávez compró un serrucho, un hacha y machete en una ferretería ubicada en Antiguo Cuscatlán, donde quedó filmado en una de las cámaras de seguridad. Los investigadores encontraron en el departamento de Chávez una factura que refleja esa compra.
A Franklin lo mataron antes de la medianoche del viernes 29 de agosto en el apartamento de Chávez. Cuando el cuerpo de la víctima se desplomó, producto del disparo efectuado con una pistola 9 milímetros con silenciador, los hondureños decidieron marcharse apresuradamente. Chávez se quedó con el cuerpo y durmió junto a él.
Los dos hondureños se fueron a su hotel, durmieron un poco y luego se marcharon hacia Honduras. Al siguiente día (30 de agosto) Chávez recibió de Fajardo algunos mensajes a través de WhatsApp:
Fajardo: Hola, abogado ¿Ha avanzado?
Chávez: Aquí estoy picando duro… poco porque tuve que llevar a afilar el hacha y el machete y hasta mañana los dan.
Fajardo: Puta.
Chávez: Eso mismo dije yo.
Fajardo: ¿Pero todo tranquilo?
Chávez: Sí, nadie ha llamado. Todo está como si nada.
Fajardo: Bulla del finado. ¿Mal olor?
Chávez: Ya tiene un poco de olor pero sólo se siente al abrir la puerta del cuarto. Afuera no se siente.
Fajardo: ¿Ya se dieron cuenta?
Chávez: No porque nadie ha hablado. Deben estar buscándolo. No hay señales de peligro.
Fajardo: Con alfombra ya estuviera listo.
Chávez: Sí, pero es mejor picadito. Esa fue una gran idea.
El hondureño Fajardo tenía razón. Cuando el empleado de Mendoza Ortiz se percató que los 3 mil dólares habían desaparecido de la oficina, la mañana del sábado 30 de agosto, intentó comunicarse vía WhatsApp con su jefe. Pero observó que la última vez que estuvo conectado fue a las ocho de la noche del día anterior. Precisamente a esa hora quedó de encontrarse con Chávez y los supuestos nicaragüenses.
El empleado marcó al teléfono a su patrón, pero las llamadas eran desviadas directamente al buzón de voz.
No se sabe si ese empleado sabía de alguna deuda de Mendoza Ortiz, el hombre de 32 años, con alguien. Pero sí existen evidencias que Chávez había practicado la firma de la víctima para traspasar el pick up de Mendoza Ortiz a nombre de otra persona. Hasta se encontraron evidencias en su apartamento sobre cómo ensayó para falsificar su firma.
Además del vehículo, los hondureños querían que Mendoza Ortiz les entregara dinero en efectivo producto de la venta de drogas, pero sólo hallaron $3 mil. Incluso sabían que la víctima tenía un inmueble, pero se les dificultó hacer el traspaso porque no contaban con la escritura.
Otro diálogo
Dos días después de cometerse el crimen, Chávez volvió a comunicarse con los hondureños. Es probable que él supiera, como lo conocen ahora los investigadores salvadoreños, que Fajardo es un individuo peligroso que se dedica al robo de vehículos y al sicariato con motivaciones de narcotráfico.
Fajardo: ¿Qué tal?, buenos días, ¿cómo va a bogado?
Chávez: Ahora termino el cagadal.
Fajardo: ¡Ah!
Chávez: Ya mañana se limpia.
Fajardo: ¿Pero avanzó?
Chávez: Sí, ahora sí. Ya está en bolsitas.
Fajardo: ¿Usted está bien?
Chávez: Sí, todo tranquilo.
Fajardo: ¿Algún trauma sicológico?
Chávez: No, dormí rico.
Fajardo: ¿Se ensucia mucho en eso?
Chávez: Sí.
Fajardo: Hay que aprender el oficio.
Chávez: No es tan complicado.
Fajardo: Ahora ya tenemos maestro para la próxima.
Chávez: La parte más difícil son los pedacitos que quedan en el suelo. ¡Ja,ja,ja!
Fajardo: Es que no pega en el mismo lugar.
Chávez: Sí, falta práctica. Hay que practicar más con madera.
Fajardo: El otro va a estar más fácil.
Chávez: Sí el otro será mejor. Más organizado con las herramientas listas.
Fajardo: Sí.
Chávez: Y una mascarilla porque sí que apestan.
Fajardo: Sí se nos olvidó, pero así cabe todo en las maletas.
Chávez: Sí la cabeza en una bolsita y lo demás en las maletas.
Al día siguiente (el 2 de septiembre) las partes del cuerpo de Mendoza Ortiz fueron lanzadas en bolsas plásticas y maletas negras en cuatro diferentes puntos de San Salvador.
Varios testigos vieron a Chávez salir del apartamento en un vehículo con placas hondureñas PBS-6386, propiedad de Fajardo, según los registro hondureños. El cuerpo lo descuartizó en siete partes.
El capitán Christian Holm Cobian, un guatemalteco experto en seguridad, asegura que estas estructuras tienen un modus operandi en el que acostumbran a desalojar a sus víctimas de todo lo que tengan. Inclusive, pólizas de vida.
El 2 de septiembre (tres días después del asesinato de Mendoza Ortiz), Chávez todavía se comunicó con Fajardo.
Chávez: Qué cansado el picadito. Me dejó cansado.
Fajardo: Todavía abogado. ¿Y ayer que no lo tenía listo?
Chávez: Sí pero la botada es ahorita.
Fajardo: ¿Ya está limpio el apartamento?
Chávez: Afirmativo, gran relajo.
Poco después de eso, comenzaron a aparecer partes del cuerpo de Mendoza Ortiz en diferentes partes de San Salvador y Antiguo Cuscatlán.
Los vecinos de Chávez leyeron en los periódicos lo que sucedía y alertaron a las autoridades.
Dos días después (4 de septiembre), Rodrigo Chávez Palacios fue capturado en Ilobasco, mientras huía. Llevaba consigo dos teléfonos celulares. Estaba nervioso. Trató de resistirse al arresto. Pero las autoridades lo inmovilizaron y le colocaron esposas.
El caso está casi cerrado, aunque los hondureños siguen prófugos y libres. Eso sí: muchos andan tras sus pasos.
Periodistas de Diario1.com conocieron extraoficialmente que hace seis años los padres de Chávez Palacios lo llevaron a un psiquiatra para que evaluara su conducta.
Se dice que el profesional dictaminó que Chávez no distingue entre lo lícito y lo ilícito, entre el bien y el mal. Es probable que sus abogados defensores utilicen esos argumentos para impedir que lo juzguen como una persona sicológicamente aplomada.
Los fiscales del caso, sin embargo, creen que Chávez Palacios participó en el crimen plenamente consciente de sus actos.
Si a Chávez lo declaran incapaz de reconocer la maldad de sus actos, se le podría aplicar una suerte de medida de seguridad y enviarlo a un hospital psiquiátrico.
Aún falta el desenlace legal.