Héctor Berreguez, un exagente de la Agencia Antidrogas de los Estados Unidos (DEA), tomó una serie de fotografías de rostros muy diferentes entre sí que llevaba consigo, las colocó en línea, y llamó a uno de sus dos testigos estrellas y les preguntó:
− ¿Ves aquí algún rostro de una persona de las que interrogó a Enrique Camarena poco antes de que lo asesinaran en esa casa de Don Neto de Guadalajara?
El hombre era un antiguo guardaespaldas de Ernesto Carrillo (Don Neto), poderoso narcotraficante en ese entonces, fundador del cártel de Guadalajara y tío del “Señor de los Cielos”, Amadeo Carrillo.
−“Si ves a esa persona en estas fotografías, pon debajo tus iniciales y la fecha de este día”, le pidió Berreguez al testigo.
El hombre respiró profundo, miró fijamente las diferentes fotografías y puso sus iniciales y la fecha del día detrás de un rostro: el de Félix Rodríguez, un cubano anticastrista, quien todavía vive en Miami.
Cuando el reconocimiento de la fotografía se produjo, había pasado algún tiempo desde que Félix Rodríguez vivió en El Salvador al lado de Luis Posada Carriles −acusado de terrorismo−, un hombre históricamente protegido aquí.
Ambos dirigían una demencial operación de la CIA que se ejecutaba en el aeropuerto de Ilopango durante el tiempo en que se asesinó a Enrique Camarena, el agente de la DEA que partió la historia mundial del narcotráfico.
Félix Rodríguez no era cualquier hombre en las estructuras de seguridad clandestinas de los Estados Unidos: había ayudado a capturar a Ernesto el Che Guevara en Bolivia, varios años atrás.
Al poco tiempo de llegar a El Salvador, en abril de 1985 arrestó a la entonces comandante del FMLN Nidia Díaz, durante una incursión de una unidad élite aerotransportada del Ejército en el cantón San Esteban Catalina, departamento de San Vicente.
El investigador Berreguez, quien preguntaba por la identidad de las fotografías, era un agente de la DEA condecorado en varias ocasiones.
Cuando trataba que se reconociera a Félix Rodríguez con un grupo de fotografías en sus manos, Berreguez (quien ahora tiene un poco más de 60 años y vive en California), tenía una enorme responsabilidad encima: era quien supervisaba una operación especial para encontrar a quiénes habían asesinado a Enrique Camarena.
Camarena fue asesinado en Guadalajara, en 1985, en una casa de “Don Neto”, el poderoso narcotraficante, de la forma más cruel imaginable. Lo torturaron hasta límites irracionales. Grabaron durante cinco horas sus torturas y luego enviaron esa grabación a la sede de la DEA en Washington. Todo su cuerpo fue quemado con cigarrillos antes de morir y fracturado a patadas.
La muerte fue tan cruel y desproporcionada que la DEA tomó la decisión de crear un programa especial para investigar su crimen y atrapar a los culpables. Ese programa era, precisamente, el que dirigía Héctor Berreguez.
Por eso preguntaba, ansiosamente, con fotografías en sus manos, por el cubano Félix Rodríguez, un hombre de poco menos de metro setenta de estatura que había participado en la fallida invasión de Bahía Cochinos y mantenía una extraña amistad, en los años ochenta, con el vicepresidente George Bush.
Pero las preguntas de Berreguez tendrían históricamente un impacto enorme en El Salvador por hechos que ahora revela Diario1.com. Significaban que a Camarena lo habrían asesinado los líderes del cártel de Guadalajara por una orden que habría nacido en El Salvador.
Berreguez también investigaba si esa muerte del afamado agente de la DEA se produjo porque Camarena sabía los gruesos secretos sobre los hechos que ocurrían en el aeropuerto de Ilopango, donde Félix Rodríguez cumplió un aterrador papel.
Por eso es que el hecho de que un exguardaespaldas del narcotraficante Ernesto Fonseca, líder del cártel de Guadalajara, identificara la fotografía de Félix Rodríguez como uno de los tipos que interrogó en 1985 a Enrique Camarena antes de que fuera asesinado, tenía un alto valor para Berreguez.
Tenía una prueba de que Félix Rodríguez voló de El Salvador a Guadalajara a interrogar al agente de la DEA, en una casa que el narcotraficante Ernesto Carrillo (“Don Neto”), tenía en esa ciudad del estado de Jalisco.
Y si el cubano Rodríguez, quien trabajaba para la Centro de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos interrogó a Camarena antes de morir, es que quería conocer qué sabía el agente de la DEA sobre lo que pasaba en el aeropuerto de Ilopango en 1985.
Esta era la hipótesis del investigador Berriguez: ¿Camarena fue asesinado por lo que sabía de El Salvador?
Un segundo exguardaespaldas de “Don Neto”, el narcotraficante mexicano, también identificó la foto del “cubano” Félix Rodríguez. Entonces, el agente de la DEA volcó, aún más, sus ojos sobre El Salvador. Estaba en el camino correcto.
Existían todas las razones juntas para creer que los tres principales líderes del cártel de Guadalajara en los años ochenta mataron a Enrique Camarena (quien es un héroe histórico dentro de la DEA), por lo que sabía de El Salvador. No necesariamente por lo que conocía de cada uno de ellos.
Lo que sucedía en El Salvador, entre 1984 y 1985, es que desde un hangar militar del aeropuerto de Ilopango, se trasegaban armas para los “contras” de Nicaragua que pretendían derrocar a Daniel Ortega pero también se recibían enormes cantidades de drogas que se transportaba, con la ayuda de pilotos mercenarios, hacia Estados Unidos.
Apareció aquí
Un buen día de 1984, el cubano Félix Rodríguez, quien en esa época era un protegido del vicepresidente George Bush, apareció en el lobby del hotel Camino Real de San Salvador, donde vivió por algún tiempo.
Poco después se presentó ante altos mandos del Ejército salvadoreño a cuyos miembros dijo que podía ayudarlos a fortalecer la lucha contra la guerrilla, tal como lo hizo en Bolivia.
Pero Rodríguez sabía que cumpliría otro papel, encargado por Olivert North, un enigmático militar también cercano a Bush cuando éste era vicepresidente del gobierno de Ronald Reagan.
North era un prominente miembro del Consejo Nacional de Seguridad de los Estados Unidos.
En el año en que Rodríguez apareció en El Salvador, el Congreso de los Estados Unidos le había ordenado a Reagan que no les darían más dinero para financiar la lucha de los “contras” nicaragüenses.
Por eso es que Bush, junto con otros colaboradores cercanos, se idearon un plan diabólico: dejar pasar drogas libremente hacia Estados Unidos y, con el dinero que eso produjera, comprar armas para abastecer a la “contra” nica. Así sustituyeron los dineros que antes asignaba el Congreso para desestabilizar a Ortega.
Eso significó convertir a los Estados Unidos en el mayor cártel de la historia humana. Las drogas las recibirían en destacamentos militares de ese país, donde los cargamentos no pudieran ser revisados por inspectores de aduanas estadounidenses.
Las armas las comprarían a proveedores israelíes y en Portugal y las traerían por avión a Centroamérica.
En El Salvador no se habría sabido nada de eso si a los encargados de ese demencial plan no hubiesen establecido una base en el aeropuerto de Ilopango para cumplir, precisamente, ese propósito: llevar desde aquí drogas a Estados Unidos y traer armas que se distribuirían a los “contras” dentro de Nicaragua.
Otros países estaban metidos, hasta las rodillas, en ese plan con la connivencia de sus principales funcionarios: Costa Rica, Honduras y, en parte, Guatemala.
Evidentemente, nada de eso hubiera sucedido en el aeropuerto de Ilopango si los principales mandos militares salvadoreños no estuviesen de acuerdo. De todas maneras, corría mucho dinero en El Salvador con ese plan de armas y drogas.
La droga (cocaína, heroína y marihuana), venía de Colombia, Bolivia y México. Los proveedores eran renombrados hombres dentro del narcotráfico internacional de los años ochenta: Pablo Escobar (Colombia), Roberto Suárez (el rey de la cocaína de Bolivia) y los tres principales miembros del cártel de Guadalajara (Ernesto Carrillo, Rafael Caro Quintero y Félix Gallardo).
La cocaína llegada desde Colombia y Bolivia a Costa Rica y de ahí se enviaba a El Salvador y Honduras para que se distribuyera. De México se enviaba la droga directamente a Estados Unidos.
Para que todo eso ocurriera, se usaban aviones de mafiosos como el hondureño Ramón Matta Ballestero, otro importante narcotraficante de los años ochenta.
Esas mismas aeronaves, y otras que estaban disponibles en el aeropuerto de Ilopango, se utilizaban para llevarles las armas a los “contras” nicaragüenses.
Rodríguez y Posada
Existen suficientes evidencias para probar que todas las operaciones del aeropuerto de Ilopango las dirigían desde un hangar especialmente mandado a construir, el cubano Félix Rodríguez y Luis Posada Carriles, el enemigo número uno de Fidel Castro.
El proyecto estaba conectado a la Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA). Los agentes antidrogas de ese país desconocían lo que pasaban, aunque pronto les comenzaron a llegar evidencias de la locura que se había montado en El Salvador, Honduras y Costa Rica.
Existían razones para que el cubano Félix Rodríguez, quien manejaba buena parte de la clandestina operación ayudado por militares salvadoreños, viajara a Guadalajara a interrogar, antes de su muerte, a quien podía tener secretos de lo que él hacía.
En ese aeropuerto de Ilopango permanecieron siempre pilotos como Floyd Carlton, amigo personal del dictador panameño Antonio Noriega, y muchos otros vinculados históricamente al narcotráfico internacional.
Rodríguez y Posada Carriles alquilaron hoteles enteros de San Salvador. También lujosas casas donde vivían. Como el dinero corría, podían comprar una docena de automóviles con dinero en efectivo, con la misma facilidad que se adquiere una gaseosa.
¡Mataron a Camarena!
Los problemas para la operación de armas y drogas que se realizó, entre 1984 y 1985, en el aeropuerto de Ilopango, nacieron cuando a los tres principales líderes del cártel de Guadalajara (Ernesto Fonseca Carrillo, Rafael Caro Quintero y Félix Gallardo), decidieron asesinar al agente de la DEA, Enrique Camarena.
Lo que antecedió a esa muerte es que Rafael Caro Quintero decidió plantar, en una finca de 1,200 hectáreas de Chihuahua, todas las especies de marihuana cultivable.
La cosecha pretendía llevarla a Estados Unidos, con la seguridad que no tendría problemas para eso. Sobre todo porque en el plan Irán-Contras se incluía una protección oficial estadounidense para lo que hacía.
Para cultivar esa marihuana contrató cientos de personas, incluidos ingenieros agrónomos y otros especialistas. También le aplicó a los sembradíos un moderno sistema de riego.
El problema es que Enrique Camarena, el agente de la DEA, le descubrió la hacienda a Caro Quintero. Entonces el gobierno de Estados Unidos le exigió al gobernante mexicano Miguel de la Madrid que destruyera las plantaciones. Y así lo hicieron.
El asesinato de Enrique Camarena habría quedado como una vendetta del mexicano Rafael Caro Quintero por arruinarle la enorme plantación de Chihuahua.
Pero no fue así. Camarena formaba parte de los agentes de la DEA que manejaban información importante sobre el plan de las armas por drogas que se operaba desde El Salvador. Otros agentes de la DEA de Costa Rica, El Salvador y Guatemala también poseían otros secretos similares sobre el papel de Félix Rodríguez y Luis Posada Carriles en Ilopango.
Cinco días después de conocerse la muerte de Enrique Camarena en Guadalajara, Rafael Caro Quintero huyó hacia Costa Rica en compañía de una famosa amante.
Pero Caro no huyó hacia Costa Rica porque creyera que ahí podía esconderse como un simple fugitivo. Ahora existen nuevas evidencias que Caro llegó a ese país ayudado por las autoridades mexicanas y se garantizó su protección. ¡Al fin y al cabo, era un proveedor de un programa de armas y drogas que estadounidenses, y la embajada de ese país, habían montado también en Costa Rica con el apoyo de quienes gobernaban ese país centroamericano en los años ochenta!
Ante el crimen, “Don Neto” también debió esconderse porque los investigadores hallaron la casa de Guadalajara donde mataron a Camarena y era de su propiedad.
Ambos −Caro Quintero y Fonseca Carrillo− sufrirían largas condenas de prisión por involucrarse en el crimen de Camarena pero los secretos y las causas del asesinato, y las conexiones con lo que pasaba, a mediados de los años ochenta, hasta ahora trascienden.
Félix Rodríguez era la clave
Berrequez tiene la certeza que el cubano Félix Rodríguez, el cubano que dirigía las operaciones clandestinas desde el aeropuerto de Ilopango, estuvo en una casa en la calle Lope de Vega, de Guadalajara, donde mataron a Enrique Camarena en febrero de 1985.
Esa residencia pertenecía a Ernesto Fonseca Carrillo, el narcotraficante mexicano “Don Neto”.
Tiene esa certeza porque dos exguardaespaldas de Don neto testificaron que Félix Rodríguez −a quien conocían con Max− sostuvo reuniones en Guadalajara desde 1984 con los tres principales narcos de México de esa época: Don Neto, Félix Gallardo y Rafael Caro Quintero.
En 1984 fue cuando se preparó la colaboración de narcotraficantes colombianos, bolivianos y mexicanos con el trasiego de drogas que se producía en El Salvador, Costa Rica y Honduras hacia Estados Unidos.
Incluso los exguardaespaldas testificaron a la DEA que en al menos una reunión en la que estuvo Félix Rodríguez también participaron generales mexicanos y Manuel Bartlett Díaz, quien en 1984 era el Secretario de Gobernación del presidente de ese país, Miguel de la Madrid.
En otra ocasión, los testigos de Berrequez dijeron que vieron a Félix Rodríguez (alias Max) en el hotel Motor American de Guadalajara. Ahí manifestaron que se reunió con Rafael Caro Quintero y Félix Gallardo, los números dos y tres del Cártel de Guadalajara.
En los interrogatorios de esos dos ex guardaespaldas (cuyos nombres se protegen), se preguntó: “¿Quiénes eran los personajes que estaban en la sala de la casa donde estaban Ernesto Fonseca y Rafael Caro Quintero, muy cerca de la habitación donde mantenían a Enrique Camarena?
La respuesta fue: “Estaban los generales Vinicio Santoyo, Juan Arévalo, Manuel Ibarra y el secretario Manuel Bartlett, además del cubano Max. El cubano no se me olvida. Mucho antes nos llegó, a una casa de seguridad, rifles largos y granadas. Javier Barba me explicó que era un agente de la CIA. Ese día a don Ernesto Fonseca se le escapó decir que el cubano se llamaba Félix, pero le decían Max. En la casa de Lope de Vega también estaba otro cubano. Lo sé por el acento”.
Este tipo de respuestas revelan que altísimas autoridades militares mexicanas colaboraban con los narcotraficantes para proveer de drogas al aeropuerto de Ilopango.
Pero la pregunta certera es: ¿Qué hacía Félix Rodríguez junto a Don Neto, Caro Quintero y otros? Hay dos posibles respuestas: 1- Quería saber cuánto sabía el agente de la DEA sobre lo que sucedía en Ilopango y lo que hacía la CIA en El Salvador. 2- Es probable, dicen algunos, que la finca cultivada que encontró Camarena pertenecía a parte del plan que se ejecutaba en El Salvador, Costa Rica y Honduras. Si esto fue así, Rodríguez formó parte de la vendetta contra Camarena y la DEA.
Escuchar las grabaciones
A Camarena se le dio muerte de una forma violenta y calculada. Le quemaron con cigarrillos su cuerpo. La patearon hasta decir mil veces basta. Lo quebraron. Y luego le dieron punto final con una platina con la que golpearon su cabeza.
Todo eso produjo una verdadera ira en la DEA. El mundo del narcotráfico en los ochenta se partió. Caro Quintero y Ernesto Fonseca cumplieron elevadas condenas penales por el crimen de Camarena.
Dicen que Don Neto escuchó, como “cien veces”, las torturas grabadas a Camarena en la casa de Guadalajara. Y siempre reconocía la voz de Félix Rodríguez. Eso mostraba que la historia se había partido desde El Salvador.
Pero la muerte de Camarena produjo otro efecto: el plan desde Ilopango se detuvo. Muchos salieron huyendo de El Salvador. Militares salvadoreños escondieron el dinero que recibieron durante esa operación. El suministro de armas a la contra nicaragüense se detuvo. El trasiego de droga hacia Estados Unidos también.
Quienes dieron muerte a Camarena dejaron una herencia adicional: todo fue, como se dice ahora, una verdadera locura.
También quedó otra anécdota: Félix Rodríguez se hacía llamar “Max” porque ante extraños decía que se llamaba Maximiliano Gómez, como el héroe de la independencia de Cuba. Fue con ese nombre de Maximiliano Gómez como quedó registrado su ingreso al hotel Intercontinental de San Salvador, cuando llegó aquí por primera vez.