El Salvador
viernes 29 de noviembre de 2024
ZONA 1

Roberto Romero: En la vida y el trabajo hay que estar siempre actualizado

por Redacción


Abogado con más de 40 años de ejercer. Tiene su propia firma desde la cual ha representado a empresas como Mc Donald's en el país. Hoy funge además como cónsul honorario de Guatemala en El Salvador. Esta es la vida de un hombre para quién el éxito tiene que ver con la capacidad de actualizarse de forma permanente.

En la sala de juntas de una oficina que emplea a 38 personas, la tarde se manifiesta taciturna. Desde el quinto piso de un edificio, la ciudad, con el volcán de San Salvador como telón de fondo, parece un retrato inamovible rociado por la lluvia intermitente y cierto dejo de neblina.

Con un humeante café de por medio esperamos a Roberto Romero Pineda, miembro fundador de la firma de abogados Romero Pineda & Asociados. 15 minutos después ingresa al salón adornado con pinturas de arte contemporáneo.

Viste un saco a rajas sin rastros de desorden, aderezado con una corbata que combina el verde con el gris. El reloj plateado que brilla por encima de la manga va a ser su mayor compañero, porque en su agenda apretada, es el indicador de que un compromiso termina y empieza otro. Pero tampoco abandona su sonrisa plena que demuestra vitalidad.

– ¿Después de tantos años de ejercer, cuándo piensa parar?

-Eso jamás, para un abogado y más en el área donde yo me desempeño, hay que estar pendientes de todas las nuevas legislaciones que van saliendo, hay que estar siempre actualizado en el trabajo y en la vida. Así que detenerme no, eso es una mala palabra para mí- concluye con su característica sonrisa de timbre agudo.

Nacido en San Salvador, no nos habla mucho de su niñez, y nos deja, como un misterio rondando el aire fresco de su oficina, con la incógnita de su edad.

Desde el día en que, gracias a unos amigos, tuvo en sus manos un teodolito, se convenció más que nunca de que se dedicaría a la abogacía y traicionaría de cuajo su vocación inicial de ser ingeniero.

“Yo me gradué del Liceo Salvadoreño y de ahí pasé a estudiar Derecho en la Universidad Nacional, donde además de dedicarme al estudio, ya era asistente en uno de los juzgados. Desde ese momento combiné la teoría propia de las leyes con la práctica. Ahí aprendí todos los procedimientos básicos y casi que nací fogueado” recuerda con jovialidad.

Quizás lo más importante de esos años de juventud y estudio fue su repentina llegada como Juez de Paz en el municipio de Ciudad Delgado. Corría el año de 1967 y esta ciudad era un pueblo de unas pocas familias donde todos se conocían y la presencia de un funcionario público nuevo llamaba la atención casi con obligatoriedad.

“Me dijeron que había una plaza en Ciudad Delgado, que si la quería aceptar, y yo pues sí. Imagínese uno tan joven y con toda la experiencia que iba a obtener. No eran grandes casos que se atendían, eran principalmente pleitos entre vecinos. Llegaban por ejemplo dos, reclamando que un ‘chompipe’ cada uno alegaba que era suyo”, relata.

Ahora se lamenta de que el paisaje y el ritmo de la cotidianidad citadina se haya transformado tanto. Atrás quedaron los días en que se podían caminar en los parques con holgura a cualquier hora del día y ver solo unos cuantos policías que resguardan la ciudad, más por precaución que por necesidad.

Recuerda que, aunque era joven, su rol de asistente en los juzgados lo habían dotado de la pericia suficiente para resolver los casos que se le presentaron, por demás no muy complicados en aquella época.

De ese puesto se apoyó en los abogados de mayor experiencia que estaban a su lado, algunos de los cuales lo veían con desconfianza. Alguien con escasos 20 años no siempre es bien recibido para ostentar un cargo de tanta responsabilidad.

Pero fue más el respaldo recibido, que lo llevó a ser asistente de un juez penal luego de concluir su periodo como Juez de Paz en Ciudad Delgado. La alegría fue mayor cuando esta misma persona de su confianza le propuso que fuera su asistente, ahora como Ministro de Justicia y Seguridad.

“Imaginate lo halagado que me pude haber sentido. Tenía todas las facilidades de estar en un puesto así, además del respeto por mi labor profesional, pero no acepté. Dije que seguiría mis estudios hasta convertirme en abogado. Eso era lo más importante para mí”, expresó. Le debe a sus padres esa lección de vida que lo llevó, más adelante en su carrera, a ser un exitoso litigante.

El viaje que le cambió la vida

Como ratificándose ante sus propias convicciones, concluyó sus estudios universitarios con honores en la Universidad de El Salvador, como licenciado en Derecho. El siguiente paso académico lo dio en la Universidad Tecnológica, donde cursó su maestría en Diplomacia y Relaciones Internacionales.

Antes de eso realizó un viaje que transformó su visión de mundo y lo orientó en saber a qué se iba a dedicar. Una beca le permitió conocer Estados Unidos. Ahí, junto con otros abogados, recorrieron varios estados norteamericanos, pero Nueva York fue el que lo marcó de por vida.

“Cuando llegamos ahí y pude ver las grandes firmas de abogados, quedé muy impactado. Las grandes oficinas, los trabajadores que iban para arriba y para abajo, y la magnitud de los edificios hicieron que yo me dijera ‘esto es lo que quiero para mí’. Estaba destinado, desde ahí, a tener mi propia firma de abogados”.

Con ayuda de su suegro, y de dos socios más, fundó su bufete en San Salvador. Para esa época solo existía otro, con más trayectoria y una clientela consolidada. Pero esto no fue un impedimento para él. Familiares, amigos y gente esporádica, fueron los primeros en alimentar un promisorio proyecto.

Hoy esa pequeña firma que inició con tres abogados, cuenta con casi 40 trabajadores que conducen los casos de distintas empresas y entidades en diversas ramas del derecho. Para que esto sucediera, debió emprender su propio camino luego de que sus dos compañeros fundadores decidieran tener su propia oficina.

Romero Pineda & Asociados es conocida en el mundo del derecho salvadoreño por ser la representante de importantes corporaciones transnacionales en el país, como Bimbo o Mc Donalds en materia de propiedad intelectual. Para Romero, desde que decidió fundar su bufete, buscó siempre la diferenciación, por eso se inclinó por ese campo del derecho.

Entre sus labores destaca la asesoría que brindó al sector privado en negociaciones de Propiedad Intelectual para el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y México.

Recuerda haber sido el defensor de Perú en una demanda internacional con Chile, país que se proclamaba inventor de la tradicional bebida alcohólica Pisco.

“Para que un país pueda designar una bebida como patrimonio nacional, debe existir un lugar en la geografía de ese país que responda al nombre de esa bebida, y en Perú hay una ciudad llamada Pisco.
En el transcurso de la disputa legal, nos dimos cuenta que los chilenos le habían puesto pisco a un pueblo que ya tenía otro nombre. Al final de cuentas hasta la Comisión Europea reconoció que el pisco es de Perú”, explica Romero, quien fue, de 1998 a 2002, cónsul honorario de Perú en El Salvador”.

Cónsul Honorario de Guatemala en El Salvador

En una pared de la oficina donde conversamos, cuelga una foto donde aparece rodeado de su hijo José Roberto y Roxana María, quienes exhiben orgullosos, junto a su padre, uno de los tantos reconocimientos que ha obtenido en su carrera profesional. Se confiesa un hombre de familia y transmisor de los valores que le inculcaron sus padres.

“Yo a José Roberto le dije que con la Propiedad Intelectual podríamos abrir camino, por eso lo mandé a estudiar una Maestría en la Universidad de Frankling Pierce Law Center, de New Hampshire. A mis hijas también las motivé a estudiar y a que siguieran su propio camino, a disfrutar lo que hacen” describe orgulloso, mientras arroja otra sonrisa de tonada mordazmente aguda.

Por eso es que, acostumbrado a abrir camino y a actuar para dar ejemplo a quienes lo admiran, acudió a la llamada del presidente guatemalteco Otto Pérez, a quien ya conocía luego de haber sido asesor legal de la embajada de Guatemala en El Salvador.

Ahora, además de ejercer durante casi 40 años en su propia firma, Romero funge, desde el 11 de junio de este año, como cónsul honorario de la república de Guatemala en El Salvador, y espera que con el nuevo gobierno los lazos de cooperación se estrechen, amparado en el mensaje que ha enviado el presidente Sánchez Cerén sobre el diálogo.

Para Romero, este clima de diálogo es fundamental para hacer realidad una de sus principales pretensiones: promover la presencia de mayores inversiones chapinas en El Salvador, por eso desde ya se encuentra preparando la visita del mandatario Otto Pérez Molina.

“Para mí este nombramiento es un honor y también un compromiso con el vecino gobierno de Guatemala, con quien llevo años de una satisfactoria relación. Para mí es una gran responsabilidad poder cumplir con todas las expectativas que hay sobre mí en este cargo diplomático que se me ha otorgado. Desde ya estamos trabajando”, manifiesta, cambiando la sonrisa aguda por cierto tono de voz serio, sin perder la calidez.

Pendiente del reloj porque debe asistir a una reunión, Romero agradece, no solo con un saludo de despedida, sino con música: me entrega un disco compacto llamado “La última piedra…amor, amigos, canciones…”. Doce clásicos del bolero y la música popular latinoamericana interpretados por él.

La contraportada del disco comparte la lista de las canciones con una imagen de Romero con su cuerpo mitad a oscuras y mitad iluminado por una tenue luz roja, mientras su mano izquierda sostiene el micrófono con el sobrio estilo de un cantante de profesión.

Más tarde, escuchando su música, su voz se me antoja melancólica, capaz de arrastrar al oído y al alma a los callejones incorregibles del recuerdo. Quizás un paréntesis en la personalidad jovial de Romero, marcada por su sonrisa de timbre agudo.