El Salvador
viernes 15 de noviembre de 2024

Río de Janeiro huele a temor y no a una perpetua fiesta

por Lafitte Fernández


La amenaza es tal que el gobierno brasileño debió anunciar que invertirá $700 millones adicionales en seguridad para desarticular las tentaciones y malas ideas de los manifestantes callejeros. El mundial convertirá a Brasil en un espejo frente al planeta y nadie quiere que las cosas acaben mal.

Alguien me dijo alguna vez que Río de Janeiro es una perpetua fiesta. Todavía no la miro así. Más bien veo esta inmensa ciudad, con más de 10 millones de habitantes, como un inmenso y expectante laboratorio social.

La única fiesta que vi fue la de unos seis bullangueros mexicanos que dicen estar seguros que ganarán a Brasil. Lo juraban ante un par de bellas prostitutas brasileñas. Los mexicanos todavía tienen olor a tequila añejo y rancio mezclado con cachaza, el guaro brasileño.

Como si los gritos te pusieran en primera línea, los mexicanos estaban a unos 100 metros de la playa de arenas blancas de Copacabana. En coro cantaban el “¡México”, “México”!, con todo lo que le daba el pecho cubierto con sus camisas verdes.

A unos croatas que pasaron por ahí con camisetas y cachuchas a cuadros rojos y blancos, los mexicanos les dijeron, a gritos, que les perdonarán las vidas: que con ellos empatarán. Y entonces todos rieron. Hasta las jóvenes prostitutas cuidadosamente maquilladas se solidarizaron con los tímidos y asustadizos croatas que prefirieron no responder nada.

Fue tanta la agresión verbal que casi salieron corriendo entre los edificios sesenteros y clásicos de un Río de Janeiro que parece haber pasado otras épocas.

Los más de 600 mil turistas que pasarán por Río de Janeiro y que han comenzado a llegar de todos los países del mundo quieren irse de fiesta. Pero casi todos los visitantes preguntan en los hoteles si es peligroso salir a las calles durante las noches.

Nadie quiere que lo atrape un mitin de protesta. Mucho menos quieren que una pedrada de algún manifestante contra gobierno les rompa la cabeza en tres pedazos.

Tal vez por eso es que en los hoteles recomiendan a los turistas que tomen todos los cuidados si salen en la noche en busca de fiesta. Ante eso, a muchos les da esclerosis y prefieren quedarse en sus camas. No quieren moverse mucho. Los manifestantes callejeros los tienen en jaque. También los ladrones.

El secreto mejor guardado

Los temores no nacen de la nada. Todos saben −aún los turistas con más defensas en su cabeza porque los temores les resbalan− que desde hace un año millones de personas no quieren que se invierta tanto dinero en los estadios de fútbol de Brasil.

Y cada vez que los manifestantes salen por las calles de Río −y de otras ciudades de Brasil− le notifican al país que en esta nación hay demasiados pobres como para gastar miles de millones de dólares en estadios y pelotas de fútbol.

protestas contra mundial

Por eso es que casi todas las ciudades sedes del mundial de Brasil resultan ser una suerte de lotería: nadie sabe que va a pasar cuando arranque el campeonato mundial de fútbol.

Por primera vez los amantes del fútbol tienen en Brasil casi la seguridad que algo anormal se producirá, en cualquier momento. Aquí se espera una guerra más furiosa en las calles, desde hace bastante rato. Los que combaten el fútbol nacieron hace un año y nadie sabe cuando morirán.

Quizá por eso en cada rincón de Río de Janeiro se miran apostadas, de dos en dos, cientos de radiopatrullas. Hasta en las gasolineras las encuentras por aquello de que alguien no se atreva a quemar el tanque de una estación de servicio.

La amenaza es tal que el gobierno brasileño debió anunciar que invertirá $700 millones adicionales en seguridad para desarticular las tentaciones y malas ideas de los manifestantes callejeros. El mundial convertirá a Brasil en un espejo frente al planeta y nadie quiere que las cosas acaben mal.

Quiénes están detrás de las manifestaciones de millones de pobres y clase media contra el campeonato mundial, nadie lo sabe. Quizá es el secreto mejor guardado en este país. Lo único que se dice es que se trata de la extrema izquierda. La definición de los responsables de las protestas es parca, sin profundidad. Pero, esas tomas de calles no nacen por generación espontánea. Están atadas por algo. Y eso todos sí lo saben.

seguridad rio

La guerra de las calles la está perdiendo, desde hace un año, la presidenta brasileña Dilma Rousseff, quien quiere reelegirse en octubre próximo. Pero la pelea electoral parece estarla perdiendo Rousseff desde hace poco más de un año.

Tanto es así que hace doce meses, cuando arrancaron las manifestaciones en las calles, Rousseff, heredera política del líder obrero Ignacio Lula da Silva, tenía un 68 por ciento de aprobación popular.

Un año después, Rousseff si acaso tiene un 30 por ciento de aprobación, aunque no necesariamente eso signifique que sus opositores están en alza sin freno.

Más bien lo que se cree aquí es que quien conecte con la gente de las calles, podría ganar las elecciones. La definición es simple: las calles han comenzado a mandar, por primera vez en la historia de Brasil.

Tanto es así que los brasileños electoralmente indecisos sí están en amplio crecimiento.

Esas manifestaciones en las calles comenzaron, primero, contra un aumento de 20 centavos de reales en el pasaje del transporte público. Después se protestó en las calles por el mejoramiento de la salud y la educación. La gente dice aquí que ambos servicios del Estado son malos.

Las protestas en esos temas arrecian. Mientras caminaba ayer por Botafogo, un barrio de Río, me encontré una pancarta en la entrada de un hospital público: “Busque otro hospital cercano. Aquí protestamos contra la mala calidad de la salud pública”.

En las calles de Río de Janeiro, y muchas otras ciudades, también se lucha contra la militarización de la policía, la violencia, contra los partidos políticos.

Las más importantes protestas se producen contra gigantescas inversiones en estadios de fútbol en un país donde uno de cada cuatro brasileños es extremadamente pobre.

Aquí se sabe que se invertirán unos 64 mil millones de dólares en 88 obras relacionadas con el Mundial de Fútbol. Pero todos comentan que en Sudáfrica se invirtieron menos de $4 mil millones y hubo sedes como Alemania donde apenas se dedicaron menos de $2 mil millones.

Eso le da fiebre a los pobres y a la clase media. Las produce escozor, ronchas en la piel. Sobre todo porque piensan en corrupción en la administración de las obras. También en el gigantismo del gasto.

Además, los brasileños saben que de las 88 grandes obras, 53 no estarán listas el día de la inauguración del mundial. Otro tanto de esas 53 ni siquiera estarán listas cuando termine el mundial de fútbol.

Entonces, ¿para qué?, se pregunta la mayoría. Por eso es que en las calles de Río de Janeiro huele a polvo, al polvo de la construcción que no se acaba.

Libreta de apuntes

1- No es difícil mirar en las calles de Río de Janeiro, cerca de la extendida playa de Copacabana, a alcohólicos y jóvenes durmiendo en las puertas de los grandes establecimientos. Eso la miran con ojos distintos los turistas.

2- Río de Janeiro también tiene sus calles sucias. Hay grandes promontorios de basura. Los administradores de la ciudad no se cuidaron de esos detalles cuando casi arranca el campeonato mundial de fútbol.

3- Mientras, los precios están en Brasil por las nubes: el alquiler de una habitación que normalmente costaba $80 ahora vale más de $400. Los turistas están que se suben por las paredes.

4- En las calles de Río Janeiro lo que más se miran son turistas colombianos, chilenos y mexicanos. De vez en cuando se ven europeos haciendo sus propias rutas. Eso sí, en todos los rincones hay periodistas de todo el planeta.

5- Los empresarios quieren que Brasil quede descalificado del mundial. Por cada día que Brasil juegue, deben dar libre a sus empleados. Si llegan a la final, tendrán que haber dado más de una semana de asuetos.

6- En Río de Janeiro todo está en alza: hasta el valor que normalmente las prostitutas cobran a sus clientes. Todos quieren pellizcar de la fiesta futbolera.

7- Jaime Rodríguez y su hijo Kevin se encuentran en Río de Janeiro. “La Chelona” viene como observador de la FIFA. El hijo como periodista de deportes de Canal 21. Aunque gordito, el hijo siguió el amor de su padre por el deporte. No lo practica. Lo comenta y analiza. Y lo hace muy bien.

8- Todavía no nos encontramos un salvadoreño en las calles de Río de Janeiro. Ya vendrán. De eso estamos seguros.

9- Si los pobres de El Salvador se quejan por los precios y la inflación, deberían viajar a Brasil. Aquí hay precios verdaderamente aterradores. También abusadores fuera de la ley que nadie para. Muchos quieren tres navidades juntas.