El Salvador
miércoles 27 de noviembre de 2024
Zona-1

María Isabel Rodríguez: La mujer que desafió lo establecido | Segunda parte

por Pabel Bolívar


María Isabel Rodríguez solo duerme cuatro horas diarias porque siente que el tiempo le queda corto. Sin embargo, hizo un espacio en su agenda para relatar sus vivencias como rectora de la UES y como ministra de Salud, donde se consolidó como una figura respetada en el ámbito político y académico del país.

“Los traían como una manada de bueyes. Antes de contratarlos les tomaban muestras de sangre y les daban pastillas. Era increíble: les metían la mano en la boca para palparlos y saber si se las habían tomado. Decían que esos ‘negros ordinarios’ eran brutos y mentirosos, y así se cercioraban de que se habían tomado los medicamentos.

Luego venia lo peor: los pasaban a un cuartito en el que les ordenaban que se quitaran los pantalones. Ahí, una persona con la mano cubierta por un guante les exprimía el pene y les tomaban una muestra para saber si tenían una enfermedad venérea. Con el mismo guante tocaban los penes de 4, 5, 10 hombres, sin que les importara llevarle el semen de uno hacia el otro”. Sus dos senderitos se encojen al compás de este recuerdo ingrato.

Estas y otras experiencias nutrieron su caudal vivencial y sirvieron para formar a un sinnúmero de profesionales de la salud en todo el continente.

Concluida su estancia en República Dominicana residió en Washington hasta 1995. Durante esa estancia los viajes a El Salvador fueron prácticamente nulos: el conflicto armado que partió el país en dos coartó su derecho de establecerse junto a su familia, en la casa en la que hoy platicamos.

María Isabel Rodríguez no es un personaje de guerra, aunque sí cumplió funciones diplomáticas para la insurgencia en los países donde vivió durante su trabajo con la OPS. Un amigo nicaragüense le dijo que ella era la única persona capaz de reunir a toda la comandancia del FMLN una víspera de año nuevo, en alguno de esos años. No recuerda cuál fue.

Afirma que vivió el conflicto desde lejos, pero seguía diariamente el desarrollo de los acontecimientos. Por un momento pensó en regresar, cuando parecía que llegaba el desenlace, antes de la ofensiva final. Deseaba que la tragedia humana, que costó la vida de miles de salvadoreños, acabara de una vez y para siempre.

“Aquí vivía mi familia, cerca del cuartel San Carlos. Un día pusieron una bomba en casa de la madre de mi vecino, el Doctor Betancourt, pero el impacto se vino para acá. Todas esas vidrieras que ve usted ahí atrás se rompieron. Por suerte a nadie le pasó nada. Ya estaban acostumbrados, hasta tenían su lugarcito donde se iban a esconder cuando oían sonidos peligrosos”.

María Isabel se explaya al hablar de su infancia, de su pasión por la ciencia, del trajín que supone la función pública, pero al referirse a la guerra, la parsimonia disminuye. No cuenta más porque los logros de la lucha contra la dictadura militar se los atribuyen unos pocos; para ella, es una gesta que le pertenece a todos los que resistieron en nombre de un ideal. “Mejor no hacer público algo que la dirigencia no quiere hacer”, sentencia, ansiosa por cambiar de tema.

“Como rectora sufrí la derrota más grande de mi vida”

El último día de 1994 y con recientes 73 años, María Isabel vuelve a El Salvador decidida, hoy sí, al retiro. Pero unas palabras con olor a ruego se posaron en su oído y de nuevo cayó en la trampa, como ella misma reconoce. Trabajó casi cuatro años como profesora ad honorem en la UES, desde donde contribuyó, entre otras cosas, a crear la maestría en Salud Pública. Envuelta de nuevo en el ambiente universitario, se dejó llevar –al final de buena gana– por la marea de la política universitaria, al punto de que, con 77 años de edad, se convirtió en la primera mujer rectora de la Universidad de El Salvador.

La incipiente reconstrucción que experimentaba el país fue más dificultosa en dicho centro de educación superior, donde parecía que pocos escombros habían sido levantados luego de siete años de finalizada la guerra.

Consciente de ello, María Isabel recuerda haber fijado la reconstrucción física de la UES como una de sus prioridades, navegando contra todo tipo de problemas, entre ellos la falta de presupuesto y principalmente resistencia al cambio. De mucha ayuda a su labor fue un préstamo del Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE) para arreglar baños, acondicionar las aulas, construir comedores y crear instalaciones deportivas.

“Tampoco descuidé lo académico. Hubo muchas reformas en esos ocho años, como la creación de carreras como Ciencias del Mar, Ciencias de la Tierra; programas de jóvenes talentos y doctorados. Entregamos una universidad nueva pero curiosamente donde menos transformaciones hubo fue en Medicina. Ahí nos ganó la resistencia al cambio”.

La palabra resistencia, que desde adolescente ejerció con acciones, terminaría jugándole en contra en una coyuntura específica: el sonado préstamo de $25 millones del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) por el que el grueso de la comunidad universitaria se alzó en su contra: estudiantes, funcionarios y profesores veían abrirse el portillo de la privatización.

Explica que, pese a ser discutido a todos los niveles y organismos universitarios, pesaron más los intereses de cada facultad, que entendía el desarrollo universitario cada una desde su propio feudo, y no como un todo interdisciplinario.

“Como la discusión fue intensa y requeríamos ese préstamo, convoqué a Consejo Superior Universitario para aprobarlo. Antes habíamos hablado con los compañeros que me habían ofrecido el voto para saber si había consenso y así fue. Pero a la hora de votar no sé qué fuerzas se movieron y llegaron a la conclusión de que no hacían falta centros de desarrollo, sino dinero para que cada facultad hiciera lo que consideraba mejor. Al final solo una mano se levantó a favor: la mía. Me dejaron sola. Fue uno de los momentos más dolorosos de mi vida y a partir de ahí decidí no seguir luchando”, narra sin dolor aparente, pero con cierta inquietud, ya que considera que con las últimas administraciones la universidad ha retrocedido.