El Salvador
viernes 15 de noviembre de 2024

Goyo: el alquimista de la lata

por Redacción


Como un hombre de hojalata es descrito Gregorio Montenegro por quienes se benefician de su labor. La lata, para muchos, es un desecho pero para el hojalatero es fuente esencial para sus creaciones artísticas.

Martillos, tijeras, cinceles, una perforadora de banco y una fragua artesanal adornan las cuatro paredes que simulan el taller de Goyo, el hombre que por tradición y enseñanza de su padre aprendió a ser hojalatero desde la edad de siete años.

Gregorio Montenegro es un hombre que a pesar de sus cabellos blancos y de las arrugas en su rostro no aparenta vejez, ya que aún mantiene el ímpetu y la jovialidad de un adolescente. “Si me dicen le doy 2 dólares por llevarme una escalera de aquí al panteón, yo me voy”, asegura Goyo, como lo llama su esposa.

El hombre de hojalata, otro adjetivo con el que califican a Montenegro nació en un mesón de Santa Tecla, La Libertad. A los siete años de edad comenzó a trabajar junto a su progenitor, quien lo hacía encender el horno.

Ahora él moldea la lata con una fragua similar a la que tenía su padre, la que ha construido con una resistencia de cocina deteriorada donde se coloca el carbón para calentar el metal y pueda ser flexible para darle forma.

Vivió poco tiempo junto a sus padres y hermanos, pues su papá, casi siempre, se rodeó entre copas, lo que contribuyó a la deserción escolar para él y sus hermanos. Sin embargo, Goyo a los 12 años de edad decidió vender periódicos para poder terminar el sexto grado, pues también dadas las pobrezas de su entorno su madre tampoco pudo pagar el bachillerato.

Pero esta limitación académica no fue impedimento para que Goyo pudiera convertir en universitarios a sus hijos, legado que continúan sus nietos y de los cuales dice sentirse orgulloso. “A ellos los disfruto más, ya que la educación le corresponde a los padres y con estos terminé el día que pudieron valerse por sí solos”, manifiesta Goyo.

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La hojalatería, mi esencia

A la edad de 12 años, cuando Goyo terminaba de vender periódicos, siempre regresaba al taller, lugar en el que se sentía satisfecho. Ahora, con el paso del tiempo, manifiesta sentirse gozoso de poder servir y ver a sus clientes alegres con su trabajo.

Para el siglo XX, la lata se había desarrollado y aplicado en materiales para la fabricación de artículos del hogar como utensilios, luego se utilizó para hacer recipientes que conservaran alimentos como la sardina y el atún. Mientras que ahora la hojalata ha terminado imponiéndose como material de empaque para alimentos, bebidas, tapas y cierres para envases de vidrio, plástico y aluminio. Esto nunca ha sido suficiente para el hombre escondido en un pedazo de hojalata.

Según él, la belleza también puede estar en lo inservible, en lo que se desecha en la cotidianidad de la vida. Con la lata y el martillo en sus manos ha creado bellezas y con estas herramientas inicia las piezas de arte, que reflejan la vocación por su oficio, labor que cada vez más queda en el olvido y absorbido por las grandes industrias.

“Yo sé que esta ocupación está en vías de extinción, pero he logrado transformarla a muestras de arte”, expresa Goyo al querer mantener vivo el oficio a través de las creaciones que él considera han otorgado otro rumbo a su labor.

Ese giro ha sido significativo, pues ha construido desde un balcón y ollas hasta retratos de grandes leyendas y personajes como el Cipitío, el Che Guevara, Shafick Hándal y Don Bosco. Para los que el cincel de repujado es su herramienta clave e imprescindible.

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La caricatura ha sido una de sus grandes facetas, pero dice no haber descollado nunca por falta de oportunidades de estudio. Pese a ello, hizo un manual de caricaturas políticas, pues asegura haber sido contratado por un partido político, en sus años mozos para la realización de este ingenio.

El martillo y el cincel son sus mejores aliados para estas obras que hace a partir de una plantilla que imprime y luego marca en papel de calcar para después sellar con lápiz y, finalizar nuevamente con las herramientas, según sea la forma que desea aplicarle.

El secreto que genera un relieve en las diferentes partes de sus diseños, creando un efecto tridimensional es su cincel de repujado con forma plana y alargada. A esta técnica podría llamársele grabado, en la que su matriz es lámina de acero o pedazos de lata sobre la que golpea con su martillo al cincel para recortar y obtener el perfil deseado y rustico.

Posteriormente el sobre relieve lo trabaja y termina por su cara frontal resaltando la aristas, formas y figuras que acomoda en sus extremos. Los golpes son suaves pero rápidos. De esta forma obtiene en relieve los volúmenes deseados.

“El resultado del trabajo, que es totalmente manual, depende de la habilidad que uno tenga”, señaló Goyo.

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Hubo ciertas ocasiones en las que trataron de desalentarlo porque le hacían ver que sus manos son fuertes y su trabajo grosero, mientras que el dibujo es delicado y fino, pero “he podido hacer estas bellas creaciones que, aunque no me lo crea jamás las he puesto a la venta porque son mi alma, mi esencia”, exteriorizó.

Y al preguntarle por el proceso de sus creaciones, respondió, con tono alegre: ¡por ejemplo esta, la del Cipitío, me tardé casi dos semanas en crearla por los detalles de su rostro, el sombrero, el infaltable guineo y su tecomate! Además, porque les hago marcos que también sello con cincel los delicados detalles que lo adornan.

Goyo, con sus invenciones, dejó ver que es un hombre de acero, no porque sea duro o indestructible, sino porque considera a la lata un elemento inherente de su vida.
“Si me dicen construya un sputnik (cohete espacial) lo hago porque de verdad yo aprendí a dominar esto”, concluyó muy enfático, minutos antes de aceptarle una de sus creaciones, el Cipi como él lo tituló.