Para vivir en Río de Janeiro hay que persignarse: un desayuno en un sitio popular que ni siquiera se toma sentado cuesta al menos $9 y por un combo de una hamburguesa de McDonald’s se paga un poco más de $10. Si quiere almorzar con un poco más de formalidad debe disponer de al menos $30.
Con esos precios, hay que presumir que un pobre brasileño la pasa bastante mal… Y si el gobierno te ayuda con $50 mensuales es poco o nada lo que te sirve para reconocer que te han arreglado la vida: la libra de arroz te cuesta como $1.50, la de frijoles es más cara y por una botella de agua pequeña te obligan a pagar $1.30.
Hace algunos años, cuando Luis Ignacio Lula da Silva gobernaba Brasil, escuché una frase suya que resumía el paraíso en que comenzaba a convertirse este país con una producción que crecía más del 7 por ciento anual.
Lula le dijo a algunos que en Brasil los ricos nunca habían ganado tanto dinero pero que los pobres jamás estuvieron mejor. La frase es genial. Los únicos que no la aplaudieron fueron los marxistas brasileños más duros.
Aquello representaba una bonanza pura y en su mejor estado. Pero, sin ser antropólogo, ni economista y mucho menos sociólogo, creo que en Brasil está pasando algo, desde hace algún tiempo: la producción decayó a niveles casi salvadoreños, la clase media comenzó a recibir cada vez menos beneficios cuando creía que venían tiempos mejores y los pobres se hundieron en el fango. Ya hay mucho menos que repartir.
Con salarios mínimos en Río de Janeiro (cada estado los fija) de un poco más de $350, difícilmente se puede rentar una casa, pagar la comida, cancelar las escuelas de los hijos y los servicios básicos. Mucho menos ir a McDonald’s una vez al mes con dos o tres hijos y la mujer.
Hubo momentos casi gloriosos para la economía brasileña. Sobre todo cuando lograron acumular en sólo 20 años riqueza que a otros países (incluido los Estados Unidos) les costaron 200 años.
Pero, eso le creó aspiraciones a los pobres y a la clase media. Y ahora la gente cree que nada es igual a lo que sucedía hace poco tiempo. Y entonces han surgido hasta los bochinches en las calles donde, en ocasiones, protestan hasta dos millones de personas contra la gastadera de dinero en los estados de fútbol y otras obras. Y posiblemente las protestas seguirán porque la gente sabe que pronto llegarán también los Juegos Olímpicos en el 20016.
Lo que le pasó a la economía brasileña es que China continental, el mejor comprador de materias primas de este país, también se intoxicó de tanto crecimiento económico y paró una buena parte de las compras a los brasileños.
Entonces, como por efecto rebote, la máquina productiva de Brasil se detuvo en buena medida a pesar de que los chinos dijeron, hace dos días, que quieren convertir a Brasil en la puerta de América.
Justo cuando eso pasaba con los chinos, las exportaciones brasileñas a Venezuela y Argentina, sus dos mejores socios del Mercosur, también se frenaron por los problemas en que entraron esos países sureños.
Así, la bronquitis productiva de los brasileños se transformó en una neumonía de la que, desesperadamente, tratan de salir.
Turistas con mala vibra
Los más de seiscientos mil turistas que han comenzado a llegar a Brasil para los juegos del campeonato mundial de fútbol son, ahora, solidarios con todos aquellos que protestan en las calles y tienen en jaque al gobierno de la presidenta Dilma Rouseff.
Como muchos se sienten, literalmente, atracados en sus bolsillos (un jugo de naranja $5, una coca cola $3 o $4, unas papas fritas $13, alquiler de una sombrilla de playa $10, un taxi al aeropuerto $60 y cualquier recuerdo del mundial pasa de los $15), los turistas lo primero que piensan es: cómo sobreviven los pobres de las gigantescas favelas que cubren las lomas de Río de Janeiro.
Los turistas se sienten estafados cuando pagan las habitaciones de sus hoteles: el cuarto de $80 vale ahora más de $250, si le va bien.
Pero, las protestas en las calles (muchas de ellas con muertos y cuantiosos daños patrimoniales) tienen otro efecto: le han quitado credibilidad a Brasil como destino de inversiones y le han tirado ácido a la cara y la credibilidad de una presidente que quiere reelegirse en octubre próximo.
Y si usted hace una encuesta, al menos los habitantes de Río de Janeiro le dicen que los problemas de los centros de salud, la violencia, las drogas y la mala calidad de la educación son sus mayores dificultades.
Para los turistas que tratan de fundar en Río de Janeiro un mundo aparte, a pesar de los estornudos económicos del costo de sus comidas y servicios, han comenzado a agregárseles otros problemas: a muchos de ellos los han asaltado y les robaron hasta sus cámaras frente al Cristo Redentor de Corcovado, el símbolo más importante de los habitantes de este puerto.
Si no es extraño mirar a un mexicano desayunando, con su cara cubierta con una máscara de las que usan sus luchadores, junto a un croata con su piel blanca y casi dos metros de estatura, en Río de Janeiro pasa de todo: quejas, borrachos bulliciosos, bañistas defraudados y hasta travestis que quieren hacer, en ésta época, sus mejores conquistas.
Si cerca de la playa se le ocurre orinar en un baño público, disponga de dos dólares porque, de lo contrario, no podrá blindar su necesidad. Aquí todo es dinero: hasta cobran por darte la dirección de algún lugar.
Por eso es que han comenzado a surgir sitios en Facebook construidos por brasileños solidarios para proteger turistas: ahí te guían frente a cualquier duda que tenga el visitante, incluido millares de brasileños que no conocían Río de Janeiro. Llegaron aquí para ver un partido de fútbol del campeonato mundial.
A quienes el dinero no nos sobra, tenemos que agarrarnos firmes. A veces lo mejor es quedarse en el cuarto de un hotel (que ya pagaste por un dineral), para que no te sientas pagando precios mayores que en París o Londres.
Libreta de apuntes
1. Es extraño pero en Río de Janeiro no se miran las calles enfiestadas por el campeonato mundial. Lo que hay es un crecimiento de ventas de recuerdos pero nada más. Lo bullangueros que son los brasileños todavía no rige aquí.
2. Ya comenzaron a aparecer los hondureños y costarricenses en Río de Janeiro. Son los centroamericanos que nos representan en el campeonato mundial. Cada una de esas nacionalidades disfruta a su gusto.
3. Por donde quiera que se camine por Río de Janeiro hay obras no concluidas. Ni siquiera el centro de conciertos públicos de la playa de Copacabana se ha terminado. Dicen que faltan días para hacerlo. Grandes transnacionales que financian conciertos están molestos por eso.
4. Las prostitutas se han apoderado de las calles por donde caminan los turistas. Dicen que también ellas duplicaron los precios. Aquí la inflación para los turistas es cosa seria. Ningún precio está en su lugar. Ni siquiera los del submundo.
5. Los mexicanos son en Río de Janeiro los más retadores. Como les corresponde jugar con Brasil, caminan por las calles saludando con marcadores y vaticinios cada vez más optimistas. Hasta las máscaras de luchadores se han colocado en sus caras para retar a cualquiera.
6. Pareciera que en Río de Janeiro viven millones de colombianos. Por todos lados aparecen. Viajaron muchísimos. También los argentinos han comenzado a poblar este puerto adonde descubrieron millones de camisetas chinas en las que chavelearon las marcas más famosas.
7. Conseguir un cuarto en Río de Janeiro es una odisea. Los hoteles tienen 21 mil habitaciones disponibles. El problema es que se dice que por Río de Janeiro pasarán medio millón de aficionados gritones y exigentes.