No sé por qué, pero en los campeonatos mundiales de fútbol, siempre apoyé a Brasil. Esta vez también. Y no lo hago por estar en este país. Creo que lo hago porque soy parte de una generación que aplaudió a Pelé. Era nuestro héroe.
Mi padre me llevó a mirar cómo jugaba Pelé cuando tenía solo siete anos. El Santos de Brasil, donde jugaba Pelé, llegó en los años sesenta a jugar a San José. Yo vivía como a 65 kilómetros de esa capital.
La noche que jugó Pelé, y todos los jugadores del Santos, dormí con mi padre en un hotel barato de la capital. No teníamos para más. Había que ver a Pelé y lo hicimos a la manera que podía el bolsillo de mi padre. No había para más: pagar las entradas, comerse un emparedado de queso, pagar la habitación de un hotel de menos de una estrella y cancelar el autobús (mi padre nunca tuvo automóvil). Eso era privilegio de ricos en aquella Costa Rica de hace más de cincuenta años).
Recuerdo que el partido fue nocturno. Esa noche vi a Pelé jugar contra el Saprissa, mi equipo de siempre. Era el equipo de mi padre. Esa noche vi al Pelé que maravillaba. Era el hombre que siempre salía con una jugada que paralizaba el corazón, en cualquier momento. Era el héroe de todos los niños. Todos queríamos ser Pelé. Sospecho que él sabía que todos llegábamos a mirarlo a él.
Pelé era en esa época una leyenda para niños como yo. Sabíamos que nació en un barrio pobre. Que salió de la nada. No era un trepador. Ni un engreído. No halaba cocaína como Maradona ni jugaba a modelo como Ronaldo, el portugués. Mucho menos se parecía a Messi. Además, Pelé era negro y eso siempre convocaba la solidaridad con un luchador venido de la nada.
Este día arranca el campeonato mundial de fútbol. Juega Brasil contra Croacia, por cierto el país de los aficionados más humildes que caminan por las calles de Río de Janeiro.
Con sus camisetas a cuadros rojos y blancos se mueven callados. No ofenden a nadie. No gritan como los mexicanos. No empujan en las calles como algunos argentinos. Son ellos mismos. No atropellan a ninguna persona. A los croatas hay que leerlos el silencio. Nada más
Esta vez no está Pelé. Tampoco alguien de su estatura deportiva. Pero Brasil es siempre Brasil. Y estoy seguro que no ha dejado de ser una potencia del futbol, mucho menos en su país.
En este campeonato tengo otro equipo. Aquí juega Costa Rica, el país donde nací. El sorteo de la FIFA- que a veces no creo que sea tal- puso a mi país de origen en un grupo donde cada partido es una epopeya. Todos sus rivales han sido campeones del mundo: Uruguay, Inglaterra e Italia.
Estamos torcidos, diría mi abuela Lula si estuviera viva. Con semejantes contrincantes, a los costarricenses no les queda más que salir a jugar de héroes. Frente a esos equipos o sos héroe o te matan.
No creo que nadie apuesta más de un dólar por la suerte de los costarricenses. Pero, ese es también mi equipo. Mi primer equipo antes de Brasil. Pero, como esto es un maratón de fútbol que durará un mes en el que siempre hay que ser realista, en mis medallitas también está Brasil. Prueba de eso es que ya me compré la primera camiseta de Brasil que he tenido en mi vida. No compré la original. Compré una chaveleada o falsa por unos diez dólares.
Si el equipo de El Salvador estuviera en Brasil, no tengan la menor duda que, entonces, empujaría a tres equipos. Tendría el alma más desplegada. Más alegre. No es lo mismo apostarle a tres números en la ruleta, que a dos o solamente uno.
Y si quieren, agreguen un cuarto equipo: España. Y no me pregunten por qué. Tal vez porque ahí tengo grandes amigos a quienes quiero desde hace casi una veintena de años.
No hay fiesta
Este día del primer partido inaugural de Brasil es feriado en este país. Así lo decretó el gobierno. Los empresarios quieren, a su manera, que Brasil no clasifique. Si lo hacen tendrán que dar más de siete días feriados que le costarán un dineral en días feriados pagados completamente.
El encuentro inaugural será en Sao Paulo, una ciudad industrial, llena de rascacielos, de moda y de actividades que me suenan a excesos y a todo eso que no me ha gustado en la vida.
En Río de Janeiro, de donde saldré este día, hacia Fortaleza, todavía no hay partidos, aunque aquí está el estadio más grande del mundo: el Maracaná. Y, cuando te acercas a esa estructura gigantesca, te das cuenta que las obras no están terminadas.
A un día de inaugurarse el campeonato mundial de fútbol, cientos de obreros martillan, ponen cemento y arreglan millones de detalles en el estado Maracaná. Aquí se dice que de 88 obras, más de cincuenta no están terminadas. El por qué ocurre eso hay que presumirlo: quizá aquí está parte de la mejor gente del mundo pero no, necesariamente, los más eficientes.
Cuando se visita el Maracaná lo único que puede mirarse son obreros corriendo de un lado a otro y un par de colombianos tratando de buscar la ayuda de la gente, pasando por el público un sombrero. La atracción que ofrecen, a la vista de todos, es un tipo que parece el gemelo de Falcao, el héroe deportivo de los colombianos que, por lesiones, no estará en el mundial. Eso sí: ese Falcao no pesa ni cien libras ni mide más de un metro sesenta centímetros. Pero, su cara sí es idéntica. Precisamente en eso está el negocio de los colombianos.
Pero, aparte de los corre corre en el Maracaná, de la gritería de decenas de mexicanos, de los ajustes de los argentinos, al menos en Río de Janeiro pareciera que no existe un campeonato mundial. Lo único que delata el fútbol son las ventas de souvenirs. La mayoría de esos objetos no dicen copa del mundo porque la FIFA adelantó que cobraría derechos de imagen si eso ocurría. Entonces, lo más barato, lo más cercano al pueblo, simplemente dice Brasil.
Sospecho que este día 12 de junio, Brasil si será una fiesta. Por eso le mejor (eso creo yo), es meterse en un bar a mirar el encuentro de fútbol frente a decenas de fanáticos. Quiero ver, y escuchar, cómo se reacciona ante la selección de Brasil, en una calle cualquiera.
No estaré en el estadio de Sao Paulo porque no estoy ahí. Si estuviera en esa ciudad no podría entrar al estadio. No tengo entrada. Pero, si escucharé los gritos de los aficionados brasileños, de esos que no pudieron pagar la entrada a un estadio y que tendrán que mirar la apertura del mundial frente a un televisor. Iré, entonces, al estadio de los pobres, quizá con una cerveza en la mano.
Sesenta y dos por ciento
Los principales diarios brasileños han hecho encuestas en las principales ciudades de este país. Un sesenta y dos por ciento de los aficionados al fútbol creen que Brasil será el campeón mundial. Los restantes no quieren atreverse a hacer un vaticinio porque recuerdan lo que les pasó en el Maracaná en 1950.
Incluso, es interesante saber que el equipo de Brasil tiene más apoyo que los reclutas de los últimos tres campeonatos mundiales.
Al menos en Río de Janeiro hay una calma tensa. El que sabe de fútbol está nervioso. El que no sabe el abc de ese deporte está más tranquilo. Hasta Neymar, el héroe brasileño del fútbol, dice que tiene en sus hombros una enorme dosis de responsabilidad: todos le piden que destroce a sus enemigos, y, como dice, pocos reconocen que jugará ante futbolistas de talla mundial.
Pero, hay que esperar qué sucede hoy. Ya les contaré cómo se mira un partido de Brasil, en un estadio de pobres (frente a un televisor), con una cerveza en la mano. En mis ratos libres rezaré por Costa Rica. En poco tiempo los costarricenses se romperán la crisma contra los uruguayos. Ya veremos en que para todo esto.
Libreta de apuntes
1. En Río de Janeiro hasta las playas están cuidadas, cada cien metros, por espigados y musculosos policías municipales. Los militares, los de las ametralladoras, cuidan, de cincuenta en cincuenta, a los jugadores.
2. La presidenta Dilma Rousseff pasa, toda la noche, nuevos anuncios gubernamentales en los que ella intenta explicar las virtudes de haber invertido en estadios. Sabe que las cosas se le pueden ir de las manos. Hasta recuerda que entre ella y Lula han sacado a 23 millones de personas de la pobreza.
3. Pareciera que Río de Janeiro ya está completo. Esto parece una torre de babel: todas las gentes, todos los idiomas. Los más callados y más humildes, los serbios y los croatas.
4. Los brasileños se han comportado a mil maravillas. Atentos, cordiales, amables. Hacen cualquier cosa para mostrar una dirección. Es gente culta, agradable. Nadie se puede quejar, aquí, de la calidad de las personas.
5. Miré pasar a los jugadores ingleses. No sé si es por temor al terrorismo internacional pero en la caravana no iban menos de 75 soldados con miradas de pocos amigos. Arriba, un helicóptero permanente. A la delegación sólo le faltaba un tanque. Así de sencillo.
6. Pelé la voló en la televisión: dijo que en el campeonato mundial de 1970, Messi, Cristiano Ronaldo y Neymar no habrían sido jugadores titulares. Unos argentinos que desayunaban a mi lado, le recordaron a su madre fallecida. Estaban furiosos por el ataque a Messi.
7. Otro enemigo en la calle: el sarampión se está volviendo muy popular. Dichosamente, con sabiduría, me obligaron a vacunarme poco antes de viajar a Río de Janeiro.