Las asistencias a los mundiales no solo le han permitido disfrutar del deporte que tanto le apasiona ni observar a los mejores futbolistas de la historia. Visitas a países vecinos de los anfitriones de la copa o lugares históricos han sido casi de rigurosidad para Montes Granados. En ellos no están ausentes las anécdotas.
Ha hecho estaciones en Rusia, Israel, Panamá, norte de África, entre otros. Su bolsillo lo ha permitido, sí. Mira al vacío, hace cuentas mentales y afirma que un presupuesto aproximado de $13,000, por cada viaje, ajusta para hoteles de tres estrellas, algunos “souvenirs”, alimentación y, claro, los preciados boletos.
Eduardo Montes es el salvadoreño que ha asistido a doce mundiales. Los relatos de las copas del mundo en la década de los noventa y dos mil fueron compartidas con Diario 1.
Cuando regresamos de México 86 nos pusimos ahorrar para ir al siguiente mundial. En Italia 90 fuimos con mi familia e incluso llevé a mi madre. Yo no sé si en realidad le gustaba el fútbol pero sí le gustaba la algarabía, el ambiente y, como los estadios son tan diferentes, estaba seguro que le gustaría.
En ese mundial hice el viaje de otro modo. Hablé a la FIFA y compré las entradas con ellos. Así con tarjeta de crédito pagué y nos fuimos. Elegimos a un hotel de tres estrellas porque yo voy a ver los partidos no voy a conocer el campo de golf ni a bañarme en las piscinas de esos lujosos hoteles.
Como compré las entradas con ellos (FIFA) decidí seguir a una selección. Una opción es comprar las entradas para partidos que se juegan en un solo estadio, la otra posibilidad es andar de lugar en lugar siguiendo a un equipo, y como a mí me encanta viajar ya se imagina lo que decidí.
Te venden las entradas siguiendo las series, que son siete partidos y, por ejemplo, si decidió seguir a España, usted va a andar en las ciudades donde le toque jugar.
Esa vez decidimos pasar por Alemania, un año antes habían derribado el Muro de Berlín. Fuimos a visitar. Yo le dije a los señores que estaban ahí que me regalaran una piedra y me dijo uno de ellos que no.
– ¿Quiere un cincel? – me preguntó.
– Sí– le dije, porque quizá el quiso que yo la picara.
– Se lo alquilo–me dijo. Acepté. Después me quedé pensando ¿Y ahora con qué le doy a este “chunce”?
– ¿Tiene un martillo?– le volví a preguntar.
– Se lo alquilo–, me volvió a decir. (Ríe a carcajadas).
Entonces empecé a pegarle a las piedras. Enseña las piedras que él mismo martilló. Lee la grabación de la piedra: “junio 1990. Muro de Berlín”.
Estas son legítimas. Yo para demostrar que son de allá me traje todo el paquete (cincel y martillo). Cuando volvimos a ir al mundial de Alemania 2006 nos dimos cuenta que estaban vendiendo cadenas, anillos y pulseras con unas piedritas del muro. Cada juego de joyas cuesta de mil a tres mil euros.
– Cuando volvamos a ir vamos a llevar esta piedra. Tal vez hagamos bastante dinero– comenta entre risa su esposa Concepción de Montes.
La ciudad de las luces a oscuras
Andar conociendo es aventurado, bonito pero también riesgoso, pues sí uno no conoce. A veces uno se mete en calles que todo solo… Ihhh… Aquí nos van a asaltar o algo. En Francia 98 clasificó México y como estábamos siguiéndolos nos mandaron a Tolouse (a seis horas de París), una ciudad muy divina donde están las fábricas de aviones y las mejores universidades de Francia. ¡Lindo, lindo!
Llegamos a la estación de tren, queríamos utilizar los “lockers” para ubicar las maletas cuando nos dijeron que no podíamos utilizarlos porque sabían que andábamos bombas y las íbamos a meter ahí. No querían problemas. «Fuera, fuera», nos dijeron.
Eran casi las 12 de la noche cuando nos dejaron tirados con las maletas afuera de la estación. Dejé a mi esposa con una comadre y las maletas y me fui a buscar un hotel.
“No hay”, “no hay”, “no hay” era la respuesta a todo hotel al que me acercaba. Y solo quería para estar la noche porque después nos iríamos a París.
¡¿Dios mío y ahora qué hago y yo con estas mujeres en la calle!? Pensé. Al fin encontramos uno pero mire aquello todo solo, oscuro. Muchas veces uno se mete a calles que quizá sean peligrosas y ni sabe: solas, oscuras, zonas rojas, de prostitución.
Tecnología y fútbol
En las afueras de París hay un estadio para 60 mil personas pero si usted quiere ingresar más gente se hace para 80 mil. Presionan unos botones y se comienza abrir. Cuando usted va viendo esa “mole” que se está abriendo y que tiembla todo, uno se queda perplejo. Yo jamás en mi vida había visto que ingenieros crearán algo así.
Cuando fuimos a Corea del Sur y Japón 2002 quería conocer un estadio de fútbol que, al mismo tiempo, es olímpico. Como no tendríamos ni un partido ahí quería conocerlo. La cancha de fútbol la sacan de unos rieles y se escucha un sonido estridente como brrrrrr, brrrrr… Y voy viendo que van sacando la cancha y quedan las pistas de correr, de salto, las piscinas… ¡Es hermoso!
En Japón también nos pasaron muchas anécdotas. Un día íbamos platicando con mi esposa en un tren. Una señora nos dijo en español: ¿Y ustedes de dónde son?
– ¡Señora! ¡Qué lindo que habla español! – le dije yo.
Las japonesas no pueden nunca ir adelante de sus esposos cuando van caminando ni tomarlos de la mano. Le presenté a mi esposa y cuando le pregunté que de dónde era ella, “zás” un hombre se puso entre nosotros. La mujer bajó la vista pero esquivé al hombre y le volví a preguntar: ¿De dónde es usted? Se volvió a meter entre nosotros. En realidad no sabía qué estaba pasando. Llegó un policía que hablaba español y me dijo que si era extranjero.
–La señora me habló en español, me sentí feliz y este señor que se mete – le comenté.
–No, no es metido. Es el esposo de ella y para que usted pueda hablarle a la señora tiene que pedirle permiso a él sino lo manda preso¬ – me dijo.
–Yo no he hecho nada. Ella fue la que nos habló – le respondí. Rápido buscamos la salida de la estación y nos fuimos porque nos podían meter presos.
A mi Japón me gustó mucho. Son muy gentiles y no les gusta hablar inglés. Muchas veces, cuando nos pudieron entender nos llevaban de la mano hasta donde nosotros les decíamos. También fuimos a Nawasaki e Hiroshima… Ahhh ir hasta allá y no ver dónde cayó la bomba atómica era insólito. Teníamos unos boletos para viajar gratis en todo el transporte público por eso anduvimos por todos lados.
Este fue el último mundial que disfruté plenamente sin saberlo. En el mundial de Sudáfrica 2010 me caí. Estaba jugando Honduras contra España, cuando salieron todos los españoles corriendo, yo estaba tomando fotos y caí en unas graditas.
Cuando me quise parar ya no pude, mandaron a traer la camilla de los deportistas porque el partido estaba a medio tiempo y de ahí me sacaron. Me llevaron a la clínica del estadio. El doctor me dijo que me tenían que llevar a un hospital porque estaba quebrado. Salí en ambulancia y ahí me pusieron una bota y una silla de rueda y así seguí viendo el mundial.
Ahora estoy operado. Me siento «cuto». Como que me han cortado algo. Ya conozco Brasil, pasé por el Corcovado, estuve en Río de Janeiro pero nunca me imaginé que no estaría en Brasil 2014, sobre todo porque los brasileños son pura fiesta.
Siento que estar en un mundial es ir a ver un tipo de juego totalmente diferente a lo que uno está acostumbrado. Por otra parte, es una interrelación con tantas personas del mundo. Yo he conseguido negocios con esto. En un estadio puede estar sentado a la par un magnate de Suiza. Así me pasó a mí. Después hicimos negocio con un par de gentes.
Cuando me casé con mi adorable esposa yo le dije que tenía unos ideales y se los había preguntado a varias muchachas antes de andar de novia con ella (señala a su esposa): ir a un campeonato de fútbol, comprar mi casa y hacer mi propia oficina.
Ahora Eduardo Montes Granados sabe que ha ido a doce mundiales, no a pata ni en sueños, sino con la convicción de haber cumplir sus ideales.