El Salvador
sábado 23 de noviembre de 2024

José Miguel Fortín Magaña: Mis antepasados son los mareros del siglo XVII

por Pabel Bolívar


El director del Instituto de Medicina Legal es uno de los más beligerantes detractores del presidente Funes. Dice que se enfermó desde que llegó a la silla presidencial. Alto y de voz carrasposa, Fortín Magaña asegura que nadie lo va a callar cuando de decir la verdad se trata. Aunque se le diagnosticó cáncer, asume la muerte sin drama.

-Ahuachapán es mágico, hay gente buena, honesta. Pero cuando nos acostumbramos a vivir de las limosnas dejamos de ser productivos…- dice. Súbitamente cambia de tema.

-¡Ajá! Qué le pasa? ¿Por qué camina así? ¿Se cayó de un Ferrari? ¡Ajá! ¡Usted era la que iba con Funes, hija!

Así, alzando la voz, poniéndose de pie y dando un golpe de tambor a su escritorio, interrumpe Miguel Fortín Magaña el relato sobre su niñez para bromear con su secretaria, que venía caminando de puntillas para no interrumpir la plática. Al final, una carcajada frondosa y elástica se apodera del ambiente de su oficina como director del Instituto de Medicina Legal.

Sus manos y dedos se entrecruzan. La secretaria le extiende una pequeña nota: lo está esperando otro medio de comunicación para interrogarlo, seguramente, por la tregua o los muertos del día. Se acerca el papel a centímetros de su rostro. Igual que su padre, tiene miopía crónica.

Rápido vuelve a la conversación, con su voz un tanto carrasposa, pero firme. La misma con que polemiza por el modo de gobernar del presidente Mauricio Funes; la misma con que se presenta como hombre de valores y defensor de la democracia, principios que aprendió de sus padres.

Mis descendientes son los mareros del siglo XVII

Nació en San Salvador. Cuando terminaba el curso lectivo en el Externado San José solía visitar la finca El Sauce, con su familia, en Ahuachapán. Rememora los tiempos de corte en la tierra donde, según él, se produce el mejor café del mundo. “El aroma de ese café es particular porque la tierra donde se cultiva era muy sulfurosa. Por eso digo que Ahuachapán es mágico. Claro eso fue hace muchos años antes de que la reforma agraria nos quitara el terreno, que ahora lo tiene Carlos Cáceres”, recuerda mientras toma té de hierbas.

Su infancia, la más normal del mundo, transcurrió entre la disciplina de los jesuitas, literatura y andanzas con sus amigos. “En el Externado se jugaba básquetbol. Digo se jugaba porque el día en que nací Dios estaba de buen humor. Me hizo alto pero sin meniscos, así que no podía jugar baloncesto porque me quebraba las rótulas”.

Más de una vez le dejaron marcada la regla los sacerdotes, pero era la forma normal de educar en la época. Los pizarrones eran de yeso. Tenían trozos de madera que servían para limpiar los borradores. Relata que después de un bullicio habitual en una clase, uno de los padres lo tomó de la patilla y le sacó lo que llama el «rocío sangrante». Ligeras manchas de sangre rodaron por su mejilla.

Complementaria a su formación educativa, las principales lecciones de vida las recibió de sus padres. Un imperativo moral heredado directamente de ellos es hablar con la verdad y respetar las ideas y pensamientos ajenos, aunque sean distintos a los suyos. El acceso a libros, gracias a ellos, lo hizo adquirir una memoria casi fotográfica.

Por eso, menciona que todos los hijos mayores en su familia de parte de su padre, desde 1663, se han llamado Miguel. Su padre se llama Miguel Ángel, abuelo Romeo Juan Miguel, su bisabuelo Miguel Antonio; el tatarabuelo Miguel, trastatarabuelo llamaba Pedro Miguel, su retrotrastatarabuelo se llamaba Pedro Juan Miguel.

“Mi apellido paterno tiene origen francés. No crea que es maravillosamente noble. El primero vino al Caribe, proveniente de Luisiana. Era un pirata que se llamaba de Michel Fortin que trabajaba como lugarteniente de un tal Jean Lafitte, pirata famoso de Luisiana. Por eso digo que mis descendientes eran los mareros del siglo XVII. No voy a inventar que provengo de la cuna del rey Perico”, cuenta y de nuevo una risotada envuelve la oficina.

Mientras bebe otro poco de té y su secretaria le toma la orden para su almuerzo dice que no tiene muchas anécdotas que contar. Se considera solo un médico que le gusta la psiquiatría.

La vocación vino directamente de su padre, psiquiatra también. Cuenta que desde pequeño lo llevaba a su clínica. Luego estudió medicina. Este fue el camino que lo llevó a conocer a su esposa. “Aunque usted no lo crea, yo soy la persona más tímida del mundo. Conocí a mi esposa desde que ingresamos a la universidad y fue porque ella me habló a mí. Ella sí no era nada tímida. En ese ambiente de medicina uno o se dedica a estudiar o entabla una relación larga como fue mi caso. Terminamos de estudiar, nos casamos, nos fuimos a estudiar a España y colorín colorado».

Su formación la completó en la Universidad Complutense de Madrid con un doctorado en Psiquatría Forense. Su proyecto de vida consistía en dedicarse a la psiquiatría en su consultorio privado y la jornada laboral en el ISSS,y así fue en un inicio. Pero ese carisma lo llevó a integrarse a su gremio hasta ser presidente de la Asociación de Pisquiatría de El Salvador. Ahí vivió uno de los dos momentos más difíciles de su vida.

El primero de ellos fue cuando falleció su nana, que lo cuidó a él desde pequeño. Luego,por allá de 2001, cuando ya trabajaba en el Seguro Social y la efervescencia popular volvió al país después de muchos años de calma: los trabajadores de la salud salían a la calle para protagonizar las denominadasmarchas blancas.

“Yo no estuve de acuerdo con esas protestas. La salud es algo que no debe negociarse. Los médicos deben tener un apostolado que no se puede jugar ni transgredir. Pero en una reunión de todos los asociados, decidieron apoyar casi por unanimidad la huelga. Me sentí muy mal, fue uno de los momentos más complicados. Como tal tenía que apoyar la posición del gremio. Siempre trato de ser consecuente con mis actos, yo tenía que apoyar lo que los agremiados decidieron. En cuanto terminó la huelga renuncié del ISSS y de la presidencia de la Asociación porque no hice lo que mi propio sentimiento me pedía hacer, estaba en una especie de jaque interior”.

Política: sí y no

Corrían tiempos agitados en El Salvador de inicios de siglo XX. Maximiliano Hernández Martínez llegaba a la presidencia de la República para convertirse en el dictador teosófico inamovible de la historia del país. Su abuelo, Romeo Juan Miguel Fortín Magaña lo apoyó y fue nombrado como ministro de Trabajo.

Posteriormente en la reelección recuerda que se estaba cometiendo un fraude procesal, y en medio de la pompa y circunstancia, siendo su abuelo ministro, renuncia del gabinete. El General le pasó la factura. Por eso lo persigue hasta que debe exiliarse a Guatemala. Igual su padre. Igual su tío.

Fortín Magaña decidió evadir ese destino manifiesto. “Cuando empezó todo este rollo de la campaña, llegó un grupo de personas a ofrecerme un puesto en caso de ganar elecciones. Les dije que no. En ese momento parecía que iban a ganar, pero ahora parece que van a perder»admite.