Miguel Sáenz Varela, miembro de la comisión política del FMLN y director del ISDEM desde 2009, recuerda que lo llevaron preso por primera vez a los 13 años de edad. A sus 78 años, se confiesa ateo incorregible y sigue de cerca el panorama político electoral del momento. Considera que hay que dejar de lado sectarismo y que el éxito de un eventual segundo mandato de su partido depende de consolidar acuerdos con distintos sectores de la sociedad, sin importar su ideología.
Nació en 1936 en San Salvador y creció en colonia La Rábida, uno de los antiguos barrios de la capital, con casas de hasta 20 habitaciones, hoy en franco deterioro. Cursó primaria en el colegio Don Bosco, donde ayudó a formar un comité de solidaridad con una huelga de la Universidad de El Salvador (1949) en 1949. Ahí fue arrestado y pasó una semana tras las rejas con sus siete compañeros.
Recuerda que lloraban cada vez que oían los golpes y gritos de dolor provenientes de las celdas cercanas. “Nos pegaron trompadas y el ‘Chele’ Medrano, tercer jefe de la Sección Política de la Policía nos dijo: ‘olvídense de que van a salir vivos de aquí. Pronto los vamos a ir a tirar al Lempa’. Imagínese qué sentimos nosotros. Por suerte, a los dos días el Patronato Nacional de la Infancia nos fue a sacar para llevarnos a nuestras casas”. Fue el primero de 17 arrestos a lo largo de su vida.
Sus padres respetaron su vocación, pero preocupados le advertían que tuviera cuidado. Con su padre, Miguel Sáenz Marenco, discutía. “Vos no sabés el dolor que me causás ¿no sabés que te pueden matar?”, decía. “Yo sé papá, pero piense que en el mundo hay miles de personas que sufren más; usted hace tres tiempos de comida, pero hay gente que ni frijoles come”, le respondía el joven Miguel. Su madre lo apoyaba, pero un día sentenció: «el día que me llegaran a decir que su hijo fue un cobarde, ahí sí me voy a sentir mal»:
Hizo sus tres años de bachillerato en el INFRAMEN. Combinó su actividad organizativa con una permanente política. Fue la época de las lecturas iniciales: el primer libro que lo hizo trazarse un rumbo definitivo fue La madre, de Máximo Gorki, sobre la militancia de un joven obrero durante la revolución rusa.
Cuando estaba en segundo año tomaron la conducción de la dirección de estudiantes luego de disputársela a los de quinto año, quienes siempre la manejaron. Publicaban Antorcha, “un periodiquito que a mí me da risa ahora que leo porque era una locura: mimeografiado, todo feo, mal escrito”, rememora. En él denunciaban situaciones del instituto que a su juicio no estaban bien, pero también hablaban de la realidad del país.
La prisión y el exilio formaron su carácter
En 1953, a su ingreso a la UES, se enfrentó a otro dilema: escoger entre Derecho, Economía o Medicina, sus tres carreras preferidas. Se decantó por la última porque, aunque sabía que entre la militancia y el estudio la exigencia era desgastante, necesitaba estar activo prácticamente todo el día.
Mientras asumía tareas propias del Frente Revolucionario de Estudiantes de Medicina, del cual fue fundador, aprendió karate (la practicó durante 18 años) y formó parte de un trío musical llamado Placenta. “El nombre lo discutimos entre los tres: Pío Sánchez Guardado, Leonel Hidalgo y yo. Propuse ponerle Esperanza. ‘Nombre vos, pongámosle un nombre jodarria’. Ahí nació Placenta. Tocábamos boleros, rancheras e íbamos a echar serenata por todo el campus” evoca con un dejo de nostalgia. Comenta que la alegría era indispensable en tiempos de agitación social como esos.
No pudo graduarse con su generación por que se atrasó dos años, que los pasó en tres exilios: dos en Nicaragua y uno en Guatemala. El primero fue clandestino. Lo llevaron a Managua junto con otras 86 personas. Se alojaron en un mesón y cada día, a las 5 de la tarde debían firmar un libro en una comisaría de Managua. Ahí los esperaba el teniente “Lola”.
La hora de la firma debía cumplirse religiosamente. Aquel que se negaba lo iban a traer esposado. Una vez Sáenz Varela no quiso. Llegó amarrado, con un arsenal de insultos encima. “Estudiantillo de mierda, aquí los tenemos controlados. En El Salvador a ustedes les tienen miedo pero ya van a aprender” decía Lola. En ocasiones debían estar de pie porque aunque llegaban a firmar a la hora adecuada, los mantenían en el lugar dos o tres horas en el lugar.
En 1979, Sáenz viajó a Nicaragua para sumarse a los sandinistas en el Frente Sur, donde permaneció un año. Luego de la caída de Somoza, Tomás Borge, histórico comandante del FSLN, llegó a buscarlo.
-Vamos al de Coyotepe, voy a darte una sorpresa- dijo Borge, con tono misterioso.
-¿De qué se trata?- contestó Sáenz Varela. Coyotepe era un viejo cuartel incrustado en un cerro de Masaya; ahí llevaban a los presos políticos.
-Como estamos en fase de reeducación, te vamos a presentar a alguien que te conoce- expresó Borge.
“Era el teniente Lola. Ya estaba viejo. Lo encontré sentado en una cama, como con 20 kilos menos. Me vio como quien viera a un animal. Para la revolución había ascendido a General y ve ¿cómo cambian las cosas? Hoy yo era el doctor revolucionario y él un preso.
Tomás me dijo que hablara con él, pero le fui sincero: siempre he tenido entereza pero esto no lo podía soportar. Por mi cabeza pasaron como imágenes de una película de terror todas las humillaciones de Lola. Le dije que ahora las cosas eran muy distintas. Que se está haciendo justicia. Solo atinó a preguntarme que si quería que lo volviera a ver. ‘¿Usted quiere que yo vuelva? Le dije. Nunca regresé”, cuenta Sáenz antes de apagar su tenue voz por unos instantes.
Luego de su primer exilio, tuvo otro en Guatemala y el último de nuevo en Nicaragua, luego de la primera intervención del Ejército en la UES, cuando fungía como Secretario General. Este fue mucho menos agitado. Al final recaló en Costa Rica, donde fungió como médico y profesor en la Universidad de Costa Rica.