La noche en el Aeropuerto Internacional de El Salvador, más que calurosa, se ha vuelto hermética. Algunos pasajeros aguardan a sus familiares mientras el equipaje descansa, pero la mayoría de los presentes espera la llegada de Salvador Alvarenga, el náufrago de Ahuachapán devenido en héroe de una guerra que duró 13 meses entre sol y agua salada.
La ambulancia que lo transportaría al hospital San Rafael de Santa Tecla estaba lista a eso de las 7:00 p.m. No es fácil retornar a una rutina habitual de alimentación después de haber comido pájaros cocidos al sol y beber sangre de tortuga y hasta su propia orina. Las horas de vuelo pasarían la factura, por lo que el regreso a su pueblo deberá esperar
Las imágenes televisivas que mostraban a amigos y familiares decorando su casa con mensajes de bienvenida, o preparando pupusas para cuando llegara José Salvador, se harán realidad unas horas más tarde, cuando sea dado de alta luego del chequeo médico correspondiente.
Algo atípico en el país pero, muy normal en un suceso de escala mundial como este, fue la masiva presencia de medios de comunicación. Agencias de prensa internacionales, grandes cadenas noticiosas como CNN, Univisión o Telemundo se mezclaban con los medios locales. Todas se movían al unísono, como un enjambre, para obtener la primicia.
Con la llegada de Violeta Menjívar, viceministra de Salud y Asistencia Social vino el primer movimiento sincrónico. Informa en qué condiciones se dará la asistencia médica y atiende las inquietudes desordenadas de los periodistas. Su serenidad, plasmada en una sonrisa de largo aliento, se rebela ante la ansiedad de cada medio por comunicar la información lo antes posible.
La atropellada expectativa
Luego, con la llegada de la abuela de José Salvador, la relativa calma se convirtió en asedio. Ni bien había puesto un pie en el asfalto cuando empujones y codazos iban y venían. “¡No empujen! ¡Déjenla tranquila pues!” gritaban algunos, mostrando su cuota de consideración.
La mujer, pequeña y de rostro atribulado, aún no se acostumbra a la incandescencia de las cámaras; por eso, como movida por instinto de supervivencia, ingresa de nuevo al vehículo que siguió su rumbo. Cuando miré hacia atrás, también la ambulancia se había esfumado sin que nadie se percatara.
Con aparición de los funcionarios que preparaban la conferencia de prensa, el asedio se convirtió en estampida. En el pasillo previo a la entrada del salón, donde José Salvador pronunciaría sus primeras palabras en suelo salvadoreño, los cordones de seguridad fueron mera decoración.
Cámaras, trípodes, computadoras, y una treintena de cuerpos humanos se abalanzaron unos sobre otros –los empujones ya eran golpes– para colocarse en la posición que les diera la mejor fotografía, la mejor toma; para luego atribuirse con orgullo ser el único medio del país o el mundo con cobertura de primera mano.
Al lugar llegaron más policías y más miradas de expectación de ciudadanos que se desplazaron hasta Comalapa para ver a José Salvador.
Trabajadores de migración, aerolíneas y de las distintas tiendas duty free del aeropuerto retrasaron el regreso a sus hogares para observar su arribo. Algunos tomaban fotos desde una escalera ubicada un costado de la improvisada sala de prensa. El enjambre mediático, atomizado hace unos instantes, ya era un panal compacto en torno a la puerta de entrada.
Ajeno al bullicio, un hombre de camisa gris y mirada serena me dice que conoció a José Salvador desde que este inició como pescador. “Siempre fue aventado, iba de aquí para allá con nosotros, que ya conocíamos un poco más del oficio”.
Tras su copioso bigote matizado con algunas canas, aflora su voz, amalgama de emoción y cierto desgano. Él sabe que Garita Palmera ha dejado de ser la misma desde se supo que José Salvador estaba vivo, pero también es consciente de que pronto volverá a ser el mismo pueblo de siempre.
“Yo si fuera él aprovecharía todo lo que venga. Que si los canales le pagan porque lo entrevisten, si le van a hacer películas está bueno, él se lo tiene bien ganado. Solo nosotros sabemos lo que es luchar contra la naturaleza todos los días. Más bien esto es poco: aquí debió haber estado el presidente de la República recibiéndolo”, subrayó el hombre de bigote y camisa gris, que vive en el centro de Ahuachapán pero trabaja y tiene una casa en Garita Palmera.
Para él, la historia de José Salvador, aunque de proporciones y adversidades inmensamente superiores, es la de muchos pescadores que mueren en el anonimato. Su desgano revive cuando me cuenta que hay tres pescadores que se perdieron hace ocho días y de quienes aún no se sabe nada. Su calma no evita el desahogo: clama por apoyo a su gremio, el tercer peor remunerado del país, después de los trabajadores agrícolas y las trabajadoras domésticas.
“Pero una cosa sí le digo, a este muchacho nadie lo va a sacar del mar. Sus familiares no quieren, pero acuérdese de mí, más tarde que temprano lo va a ver de nuevo en la playa haciendo lo que le gusta”.
“No hallo qué decir”
Se esperaba que José Salvador apareciera a eso de las 7:30 p.m. para expresar la alegría de volver a su patria luego de casi ocho años de ausencia; para reencontrarse con sus familiares y volver al hogar. La espera adquiría tintes dramáticos
A eso de las 8:30 p.m., un camarógrafo mexicano hizo circular el rumor de que ya habían llevado al náufrago al hospital. La ambulancia medicalizada habría sido conducida a la pista de aterrizaje, donde sería transportado con sus familiares. Algunos periodistas ya emprendían la retirada.
Mientras unos medios intentaban verificar la información y otros ya la anunciaban públicamente, decidí llamar al viceministro de Salvadoreños en el Exterior, Juan José García. Atendió una mujer que me explicó el retraso: José Salvador padecía de cansancio producto del viaje, por lo que familiares y miembros de Cancillería se encontraban reunidos para valorar si este se encontraba en condiciones de presentarse.
A las 8:40 en la sala de prensa apareció el canciller Jaime Miranda junto con otros funcionarios. Con ellos José Salvador, en silla de ruedas, con una camisa azul oscuro.
Desde ese momento, el salvadoreño fue seguido por el ejército de periodistas hasta su primera escala en el hospital San Rafael, donde permanecerá hasta 24 horas. Posiblemente sea dado de alta este miércoles y desde acá será dirigido a su casa en Garita Palmera.