José Salvador Alvarenga nunca se imaginó que esa mañana de 2006 cuando decidió regresar a México por cuarta ocasión, sería la última en que vería a su madre y a su padre. Don Ricardo, su padre, le rogó por días que ya no regresara, que se quedara, que había toda una vida por delante en El Salvador.
Salvador no escuchó. Había sido un pescador por vocación desde hacía muchos años. El mar lo reclamaba, lo enamoraba. Su pasión inició allá por los 14 años cuando con unos amigos de la zona de Garita Palmera, Ahuachapán, hizo sus primeros pasos en las lanchas y llevó los primeros pescados a su casa.
Su padre, un hombre blanco como su hijo, había trabajado toda la vida en la Dirección General de Caminos (entidad gubernamental encargada de construcción y mantenimiento de las vías rurales extinta en 1995) y también hizo pan, y también regaba cocos, y también se dedicó a la milpa. Un hombre de trabajo, quien asegura le da miedo al mar, no entiende cómo su hijo se volvió un gran pescador en la zona.
“Sus amigos le decían que era bueno que se fuera para México, porque ahí pagaban bien la pesca”, cuenta don Ricardo mostrando el horno donde durante cinco años hizo pan junto a su hijo Salvador. “Nosotros hacíamos pan dulce y pan francés y lo íbamos a vender, pero después de estar horas en el horno me iba a regar cocos, y me dolía ya mucho la pierna. Por eso lo dejamos y mi hijo siguió soñando con irse”, recuerda.
Aquel sueño no parecía tan lejano. En 2001, luego de los terremotos, tomó algunas cosas personales y junto a los amigos con los que pescaba ahí en la zona de la Barra de Santiago, en Jujutla, partió hacia México. No hubo poder humano que cambiara de opinión. Ni siquiera haber dejado a su pequeña hija de 2 años y medio en casa de sus padres para buscarle un mejor futuro. Y así se fue tras un sueño.
Cuenta su madre, doña Julia, que la primera vez que regresó su hijo al país ya habían pasado dos años. Ya no pudo ver a su hija porque la madre se la había llevado a Guatemala, por cosas de trabajo se la tuvo que llevar.
Salvador comenzó a viajar regularmente hacia El Salvador. Llamaba por teléfono y dos veces más regresó. La cuarta fue la última, y la definitiva.
“Yo sentí algo que me decía que no estaba bien, yo ya no quería que se fuera”, dice su madre con rostro compungido. Su padre buscó persuadirlo, ya habían pasado muchos años de estar alejado de su familia. Pero no, esta vez la cuarta fue la vencida.
Al llegar a México llamó una, dos o tres veces y desapareció. Hace ocho años nadie de su familia supo de él, se lo tragó la tierra y después el mar.
Volver a la vida
Estos ocho años han sido un enigma para la familia Alvarenga. Lo creyeron muerto. Esta familia prácticamente lo enterró en vida.
Hasta que la mañana del lunes 3 de febrero una hermana de la iglesia de doña Julia llegó a buscarla. “Llamaron preguntando por usted. Dijeron que les llamara”, le expresó la hermana. Julia de inmediato llamó al número, pero nadie contestó. Unas horas más tarde recibió una llamada que le cambiaría la vida.
“¿Usted tiene un hijo en México?”, le preguntó una voz femenina al otro lado del teléfono. El corazón se le hizo chiquito a doña Julia, imaginó lo peor. Le dijo que sí, pero que tenía mucho tiempo de no saber de él. La voz al otro lado del aparato sentenció: “Bueno señora, no se preocupe, pero le tenemos buenas noticias, pronto sabrá de su hijo”.
Doña Julia no creyó lo que estaba oyendo. Y sintió una gran preocupación. “A saber si me van a traer a mi hijo muerto”, fue lo primero que le dijo a su esposo don Ricardo. Para calmarla, él le dijo que de seguro lo traían pero vivo, porque si no se lo hubiera dicho de una sola vez. La calmó.
Minutos más tarde la misma mujer al otro lado del teléfono le dijo una frase que le cambiaría la vida a esta familia: “Su hijo está vivo, búsquelo en la computadora ahí sale él”, le dijo la mujer sin identificarse.
Toda la familia corrió a ver la computadora. Aquella imagen de su hijo barbado, desgreñado y con gran dificultad para caminar. Ella lo reconoció de inmediato. “Y cómo no lo iba a reconocer si es mi sangre”, dice mientras sus ojos amarillos se iluminan. Don Ricardo estaba junto a ella y ambos lloraron, aquello era increíble.
“Yo lo vi bien hinchado y todo peludo, pobrecito mi hijo, no es que esté gordo, está hinchado de todo lo que sufrió. Yo le creo todo lo que vivió. Y como más si nosotros lo dábamos por muerto”, expresa.
Su corazón de madre desde hacía días atrás ya le había hecho sentirse intranquila. “Desde el sábado yo ya me sentía mal. Me había entrado una gran tristeza, ni podía no comer ni dormir. Y es que desde hace tiempo que me había desmejorado la salud, pero ahora yo sentía diferente. Incluso el domingo fuimos a votar, pero yo no tenía ganas ni de moverme ese día”, narra esta mujer de 59 años con el rostro ahora esperanzado.
Y es que confiesa que la diabetes que ha desarrollado en los últimos años la había tenido mal. Pero desde que la buena nueva llegó a su casa, nunca se ha sentido más viva y feliz como ahora. A veces los malos recuerdos la invaden, pero de inmediato recuerda que pronto podrá volver a abrazar a su hijo.
La noticia que los hizo famosos
Salvador cumplió 37 años el 8 de enero en medio de las aguas del Pacífico, jamás se imaginó que una travesía por más de 8,000 kilómetros de mar lo haría famoso a él y a su familia.
El pescador que apenas logró segundo grado de primaria ha sido un pescador talentoso y esto lo llevó a instalarse en Tonala, en Chiapas, México. Salvador aseguró que zarpó de la costa del pueblo mexicano Costa Azul en compañía de un adolescente el 21 de diciembre de 2012. Se suponía que solo iban a cazar tiburones en la zona pero los vientos y las corrientes los hicieron perder el curso.
Aseguró que una tormenta fuerte los terminó de perder por completo. Con el tiempo, los motores dejaron de funcionar y no tenían ningún tipo de radio para notificar la situación. Lamentablemente, a las cuatro semanas su acompañante murió de hambre y él pese a todo siguió perseverando.
Su travesía en el océano Pacífico sigue siendo un enigma. Lo poco que ha dicho el famoso náufrago salvadoreño es que comía pescado, pájaros y tortugas crudas. Para saciar la sed, en días buenos tomaba agua lluvia, en los menos sangre de tortuga y en los peores su propia orina.
Trece meses después, el pasado jueves 30 de enero, Salvador llegó a un pequeño islote en una barca en mal estado de siete metros. Según testigos, lo encontraron en ropa interior totalmente rasgada. Como no sabía el idioma del lugar, logró comunicarse con señas y dibujos. Todos pensaron que él era mexicano, con los días se aclaró su nacionalidad salvadoreña.
Sin saberlo, había llegado al atolón de Ebón, a 22 horas de distancia en barco desde la capital de Majuro, en las Islas Marshall, un lugar recóndito que ni siquiera la familia Alvarenga puede vislumbrar.
Ebón tiene menos de seis kilómetros cuadrados de terreno, una línea telefónica y no hay servicio de internet. El avión gubernamental que brinda servicio al atolón no funcionaba, así que Salvador llegó a Majuro el lunes por la mañana.
Cuando doña Julia y don Ricardo vieron todo esto no lo pudieron creer. Todo pareciera haber sido sacado de un exitoso guion hollywoodense, jamás hubiesen imaginado que el protagonista era el pequeño que 37 años atrás doña Julia dio a luz. El tercero de nueve hermanos hizo famosa a esta familia.
Cinco hermanos de Salvador viven en Estados Unidos y la prensa fue la primera la que contactaron. Después, Garita Palmera fue el escenario de decenas de periodistas salvadoreños y extranjeros que llegaron a la casa de la familia Alvarenga para conocer del náufrago salvadoreño.
Aquel terreno cercano a la costa no dio abasto para recibir camarógrafos, periodistas, decenas de carros que esperaban a las afueras de la casa de la familia Alvarenga, donde también tienen un negocio de subsistencia, una tienda y molino son su sostén.
En la casa, no solo viven los papás de Salvador, también vive una hermana, unos sobrinos y además su hija, Fátima Alvarenga. “La esposa de él se la había llevado a Guatemala, pero me la vino a dejar cuando tenía como ocho años y nosotros pensamos que era bueno tenerla a ella en lugar de nuestro hijo, porque lo pensamos muerto”, cuenta doña Julia.
La hija, una morena cabello rizado, tiene el mismo rostro de su padre. La adolescente de 16 años es tímida hasta los huesos, le abruma tanta cámara y periodista y oír a tanta gente hablando de su padre, un hombre del que solo ha oído historias, y ahora le repiten hasta el cansancio la más impresionante.
Su abuelo ha sido estricto con ella. Al menor indicio de que la buscaran novios en la escuela, decidió sacarla de los estudios. A penas ha hecho sexto grado y ahora la tienen ayudándole a la abuela en la tienda, y está aprendiendo a hacer pupusas, pues en la noche la abuela también vende para sacar el gasto de la semana.
“Ya quiero ver a mi papi y abrazarlo”, dice esperanzada la joven mientras carga en sus brazos un marco con una foto de su padre sosteniéndola en brazos cuando ella tenía tres meses de edad.
En la feliz espera
Después de la alegría de ver a su hijo en la televisión de todos los noticieros del mundo, a doña Julia se le salen las lágrimas. Una mezcla de alegría y tristeza, pero sobre todas las cosas está segura que Dios le ha hecho un milagro. Con todo y la sorpresa que han sido las últimas 24 horas en su vida, está contando los minutos para poder abrazarlos de nuevo.
La madrugada de este martes lograron hablar con él por teléfono. Eran la 1:30 de la mañana en El Salvador cuando una llamada les hizo volver el alma al cuerpo. Era su hijo, quien se oía contento. “Mami, estoy bien”, fue lo primero que le dijo. Habló con su padre también y le dijo que le estaban dando de comer y que le habían dado abrigo.
Él no sabía dónde estaba, ni con quiénes. El idioma ha sido una barrera, pues solo hay una persona que habla español. “Él ya solo quiere volver aquí a la casa”, dice su padre.
Don Ricardo asegura que cuando llegué su hijo van a hacer un culto de agradecimiento a Dios. “Cómo no le vamos a hacer un culto, si él se lo merece”, dice. Nunca se imaginó que a sus 65 años vería de nuevo a su hijo y asegura que esta vez no lo dejarán volver al mar.
“Cuando él venga, ya no lo vamos a dejar entrar al mar. A mí me da miedo. Mejor que se dedique a otra cosa, pero pescar no más. Con que ahora estamos preocupados que un nieto ya se metió al mar la primera vez a pescar. No, ya no podemos permitir eso, hay que ver el ejemplo”, argumenta.
La alegría ha llegado a esta casa y, aunque aún no tienen certeza de cómo lo traerán, confían en que alguien les ayudará. Justamente a las 11:30 de la mañana de este martes personal del Ministerio de Relaciones Exteriores visitó a la familia Alvarenga por primera vez.
Pese a que un comunicado de Cancillería del pasado lunes aseguraba que habían comenzado los trámites en conjunto con las autoridades mexicanas, la familia desconocía como iban a traer a su hijo de vuelta a casa. En la visita de esa mañana las autoridades le aseguraron que le traerán de vuelta a su hijo. “Esto va a estar tardado, pero lo traeremos al país”, le dijeron a doña Julia, que por fin pudo respirar tranquila.
Desde que supo la noticia, no había podido dormir ni comer nada. La tarde de este martes por fin, al saber que le ayudarán a traer a su hijo a casa, pudo conciliar un par de horas el sueño, comió un poco y ya solo le queda contener la emoción y esperar a Salvador.
“Cuando venga nuestro hijo nos va a tener que contar todo lo que pasó, cómo fue que logró sobrevivir, cómo hizo, cómo es estar en el mar solo. Ahí Dios hizo el milagro ¡Pobrecito mi hijo! Pero ya no volverá al mar, eso sí no. No vaya a creer que es fácil saber que el hijo está muerto y saber que el hijo está vivo también es un sorpresa”, expresa don Ricardo.