Desde mi llegada a la ciudad de Milano, observé su riqueza arquitectónica. Las calles, algunas adoquinadas, dan la sensación que el tiempo se ha detenido en este lugar. Sus estrechos caminos peatonales y edificios antiguos hacen una ciudad de deleite a los ojos; con una atmósfera de historia, arte y cultura.
El primer día en Milano, me levanté muy ansioso por conocer la ciudad. Recuerdo las primeras palabras que me saludaron.”Bongiorno”, me dijo Tiziana, dueña de la casa donde estaba hospedado. Yo sonreí y le dije lo mismo.
Después hablamos en inglés porque no sabía nada de su idioma. Amablemente me explicó dónde tenía que tomar el transporte público para llegar a mi primer día de clases de italiano. Volví a mi cuarto.
En ese momento, sonó el despertador que había programado una noche antes. Marcaba las 9:00 de la mañana pero al observar mi reloj eran las 2:00 de la madrugada en El Salvador.
Nunca sentí ningún malestar por el cambio de hora. Me prepare y salí. Vivía en el tercer piso. Cuando descendí y abrí la puerta un viento frío me golpeó la cara.
Mientras caminaba vi un reloj electrónico público y, aparte de la hora, señalaba 8 grados centígrados. Era muy frío para mí, después de estar en mi país a 32 grados. Pero no me importó, estaba curioso por ver tantas cosas nuevas.
En un quiosco compré un billete para el transporte y vi que podía viajar 90 minutos por toda la ciudad. Llegue a la parada y se aproximaba un tranvía. Subí y caminé hacia su interior. Había mucha gente y se me dificultó un poco marcar en la máquina registradora.
Cuando ya había marcado me quedé parado en la parte media del tranvía. Vi mi entorno y había gente bien vestida, personas de traje, jóvenes sentados viendo videos en sus computadoras, otros leyendo libros.
Pensé en ese momento: qué diferente es viajar en un transporte público europeo. Me recordaba cómo se viajaba en mi país. Los cobradores con expresiones como “al vuelo, al vuelo”, “dale, dale”, “vaya pase, pase al centro». Algunos buses y microbuses con música reggaeton, los forcejeos y empujones para bajar a tiempo en las paradas, y la velocidad extrema que algunos acostumbran también. Es cuestión cultural pensé, mientras sonreía.
Estaba pendiente de la parada donde bajaría para ir a mis clases de italiano. Lo bueno es que en cada parada que hace el tranvía, hay unos mini parlantes que anuncian la siguiente estación y yo iba para el Duomo.
En unas de las paradas se subió un hombre con un violín. Recuerdo que decía: “Bongiorno a tutti, questa canzone e per vuoi”, (Buenos días a todos, esta canción es para ustedes). Tocó tres canciones de música clásica y esto también me hacía aún más en las diferencias culturales entre mi país y Milano.
Cuando terminó de sonar el violín, el hombre comenzó: “Grazie a tutti per il suo aiuto”, mientras esperaba conseguir algunas monedas.
Mi primera impresión
“Prossima fermata Duomo», (Próxima parada, el Duomo) escuché de una voz femenina casi robótica de los pequeños parlantes. Al llegar, la mayoría de la gente descendió y yo también.
Luego de caminar unos 10 metros y cruzar una esquina, vi ese majestuoso e impresionante monumento. Me detuve para admirarlo, era una obra perfecta.
Tenía un poco de tiempo antes de entrar a las clases de italiano por lo que caminé en torno a la catedral. Estaba maravillado por esta obra arquitectónica. Regresaré, me dije.
Pasaron los días y tuve la oportunidad de regresar a la catedral. Esta vez, no estaría solo. Un excelente profesor de italiano me acompañó para explicarme detalles históricos de esa obra.
Alberto Canella es el nombre del distinguido maestro y guía, quien con gran sentido humano se ofreció para mi recorrido histórico.
El Duomo en su exterior
Eran las 9:00 a.m. de una mañana gris, y la neblina era acompañada de viento frío y seco. Estaba justo frente a la fachada principal del Duomo a la espera de mi profesor.
Alberto llegó e iniciamos el recorrido. Me explicaba, en italiano, que el nombre del Duomo viene del latin “Domus Dei”, que significa Casa de Dios.
“La capacitá di questa catedrale é da 40,000 mille persone al interiore”, (la capacidad de esta esta catedral es de 40,000 mil personas en su interior)”, me comentaba Alberto con entusiasmo.
Según dijo, la obra tiene 157 metros de largo y las ventanas mayores del coro tienen la reputación de ser las más del mundo. Nos detuvimos en una de las esquinas de la catedral y tomé unas fotos.
El Duomo es de estilo gótico, que nació en Francia y luego se extendió por todo el mundo.
Al acercamos a unos de los fundamentos de la estructura palpé con mi mano su material y era mármol. Se utilizaron casi 600,000 grandes bloques para su construcción.
La superficie del Duomo ocupa casi 12,000 metros cuadrados y su parte más ancha mide 93 metros. Son 135 agujas que la adornan su casco, además de las 4,000 estatuas que la decoran.
“Estamos en torno a una obra de la época medieval. Desde la primera piedra colocada de esta iglesia en el año de 1386 hasta el día de hoy, esta catedral es de gran valor para todo ciudadano milanese”, me explicaba Alberto.
A cada paso del recorrido observaba con rigurosidad cada detalle de la arquitectura, y al tener conocimiento de su origen y características sentí mayor gusto al ver este templo religioso.
Cuando cruzamos en uno de los ángulos posteriores del Duomo, miraba unas puertas enormes. En total eran cinco elaboradas en bronce y cada una posee relieves de reseñas bíblicas. No podía seguir caminando más rápido porque cada ángulo, cada metro construido es una historia plasmada con arte y perfección.
Llegamos a la entrada principal. Mi profesor debía dejarme, pero antes de marcharse se quedó sentado conmigo en unas de las gradas exteriores de la iglesia. Me narró historias de lo que encontraría dentro de la catedral y yo estaba fascinado con lo que me contaba.
Al momento de irse mi maestro, nacido en Milán, sonrió y me dijo: “Invoca lupo”, (Buena suerte). Me alcé de las gradas y vi mi reloj. Calculé el tiempo que necesitaría para llegar a la terraza del Doumo, donde a las 4:00 de la tarde me reuniría con unas amigas españolas.
Al interior de la gran catedral
Al momento de entrar había unos soldados y agentes de seguridad de la iglesia. Hice una pequeña fila donde estaban turistas de diferentes países.
Tras un pequeño registro y mostrar mi cámara fotográfica, me dejaron ingresar. A cada visitante se le pide controlar sus pertenencias.
Dentro de la iglesia me sentí pequeño. Al caminar se perciben las decoraciones de arte en el suelo de mármol firme. Una enorme cruz de oro cuelga sobre el altar principal. Tiene cinco naves: dos a cada lado y la nave central.
Son cuarenta pilares atravesados por un transepto (especie de crucero) seguido por el coro y el ábside. La nave principal tiene una altura de 45 metros y está hecha con ladrillo, recubierto de mármol rosa.
Me senté en una de las bancas donde los feligreses hacen sus oraciones. Imaginé las 40,000 personas que puede albergar este lugar, donde lo tradicional es que cada uno encienda una vela con mucho fervor.
Me tomó por sorpresa que había una especie de sarcófagos descubiertos. Me acerqué y vi que eran los ataúdes con los restos de importantes ex sacerdotes de esta iglesia. Cada uno conservaba sus vestiduras sacerdotales y los cuerpos estaban casi perfectos.
En el centro de la catedral vi al techo para apreciar las magníficas obras pintadas en formas circulares o de rectángulos. Todas recuerdan la vida de Jesús, además de diversos pasajes bíblicos.
En el subterráneo de la catedral está el museo: “Venerable Fabrica del Duomo”, que fue la institución creada para garantizar la construcción, finalización y mantenimiento de la iglesia.
La Fábrica del Duomo es la responsable de todas las actividades operativas necesarias como: la extracción del mármol y serizzo, transporte, construcciones, decoraciones y mantenimiento. Desde su creación, sigue funcionando hasta el día de hoy garantizando el perpetuo mantenimiento del Duomo.
Cuando bajé al museo de la “Venerable Fabrica del Duomo” había poca luz. Las lámparas de suave iluminación hacían que esta zona tomara un misterio profundo. Todas las áreas de exibición arqueológica están divididas con cordones para limitar el paso. Tomé muchas fotos.
Cuando caminaba, noté que algunos sectores del piso eran de vidrio para que los turistas puedan observar los cimientos de la gran catedral.
Estaba muy contento de ver esta obra en todo su entorno, desde adentro y ahora hasta su origen arquitectónico.
La terraza del Duomo
Aún estaba nublado y hacía un poco de frío. Esperé unos minutos a mis amigas frente a la catedral. Ellas llegaron. Leti Gómez y Eugenia Cruz estaban de visita en Milano. Son de San Sebastián, España.
Estábamos ansiosos por llegar a la terraza. Antes de subir, nos hablaron de dos precios. El primero, permitía el uso de un ascensor y, el otro, subir unas 250 gradas. Sonreímos y dijimos: “Tenemos la condición física para subir todas estas gradas».
Cuando íbamos hacia arriba, dentro los estrechos pasajes, las gradas se nos hacían interminables. Al principio sonreíamos, pero entre mas subíamos se nos acababa el aire. Tomábamos un respiro, nos mirábamos y reíamos.
Cuando ya casi llegábamos, yo iba adelantes de ellas. Recordaba aquellas películas de castillos y pasadizos de épocas antiguas.
“Llegamos, llegamos finalmente”, decía Eugenia con evidente falta de aire. “Esto es muy bello caminar en esta terreza”, comentaba Leticia.
LLegamos a lo más alto del Duomo y pese a todo, aún teníamos ánimo para divertirnos y compartir nuestras emociones. Por un momento nos quedamos en silencio porque aquella vista es hermosa. Se puede ver casi toda la ciudad, sus edificios más altos y algunas iglesias importantes.
Yo me asomé por una de sus ventanas al descubierto y me sentí inspirado por esta obra tan espléndida, que nació en el corazón de un hombre con el objetivo de dar un monumento digno a la ciudad de Milán.
Ese sueño de construir una catedral diferente a la época, en diseño y monumentalidad, fue posible gracias al duque Gian Galeazzo Visconti.
Literalmente estoy sobre el sueño de ese hombre que, quizá si estuviera aquí conmigo, le estrecharía sin dudar la mano por esta gran obra.
Hombres como el arzobispo de Milán, Antonio Saluzzo, también hicieron posible que el Duomo se hiciera realidad.
Debieron pasar cinco siglos que para que la catedral fuera concluida, la cual está dedicada a Santa María Nasciente.
El Duomo tiene en su cúspide una estatua de la santa hecha de cobre laminada en oro que es llamada Madonnina. El escultor fue el milanés Jose Bini, que la colocó en 1774.
Por las noches, la “Madonnina” da la sensación que flota sobre el Duomo, por la brillantez que irradia la imagen.
Estaba por llover y decidimos, junto con Leti y Eugenia, que era tiempo de descender. Nos fuimos satisfechos por lo que habíamos visto y disfrutado.
Estuvimos sobre un monumento que desde 1386 (terminada en 1887), es único. Mientras bajaba las 250 gradas, meditaba qué grande es el poder del deseo, la fe de conseguir los sueños de nuestras vidas. Así como el duque Viscontti y el arzobispo Saluzzo arrastraron a tantas personas a creer en esta obra, creo que muchos otros visionarios han logrado hacer lo mismo y quizá muchos otros también lo harán…
* Agradecimientos especiales al Sr. Alberto Canella, de la escuela “International House Milano”.
Seguidamente presentamos algunas imágenes sobre el Duomo, pero si deseo ver más fotografías ingrese a: http://www.flickr.com/photos/110039842@N02/