Como siempre andaba la foto de Andrés para preguntar por él, un día de tantos me encontré a un hombre, parecía amable pero con un gran semblante. Se conmovió y me dijo que me iba a ayudar.
El tipo trabajaba en la INTERPOL y aquí inició todo el martirio de esperar, de seguir buscando y esperar. Yo hasta me olvidaba de ellos y luego aparecían para hacerme más preguntas. Yo me enojaba si no me daban el paradero de mi hijo, lo demás no me parecía ayuda. Ya no me importaba nada.
Cuando mi hijo ya tenía siete meses de desaparecido, la carga me pareció extenuante e intenté suicidarme. Yo ya no era yo. No dormía, no comía, no me bañaba. Ya nadie daba un cinco por mí. Mi otro hijo tenía cinco años y padecía de leucemia. Yo lo había dejado a merced de mi madre, yo sabía que ella lo cuidaría. Pero yo ya no podía seguir con esta zozobra.
Justo en el momento en que iba a tomarme las pastillas en una oficina de archivos de la empresa donde trabajaba, alguien me interrumpió: “Sandrita, ¿qué vas a hacer”. Yo no supe qué decirle. Él se quedó conmigo sosteniéndome la mano. Nunca ha dejado de hacerlo.
Él se convirtió en mi amigo, en mi confidente, en mi apoyo. Donde yo trabajaba él tenía un cargo bien alto, y nunca supe que él era siquiatra y empezó a medicarme. Si no fuera por él y por Dios quizá no estaría contando esto.
Poco a poco, fui mejorando, pero nunca paré de buscar. Con mi maletín a cuestas con comida y ropa, yo siempre salía a aplanar las calles. Una vez llegué hasta La Hachadura, yo estaba tan mal que ni siquiera hoy en día sé dónde queda La Hachadura. Yo realmente estaba perdida.
Así pasó el año y todo se hizo más difícil.
El momento de la verdad
Un día, me llamaron de INTERPOL y me sacaron un ADN. No sabía por qué, a mí solo me interesaba que me dieran a mi hijo. Habían pasado dos años y medio y ni rastros de él. “¿Para qué quieren un ADN? Si mi hijo tiene que estar vivo”, les dije. Y entonces me dieron el tiro de gracia: “Señora, a su hijo le sacaron partida de nacimiento, le sacaron pasaporte, le sacaron cuadro médico y se lo llevaron de acá”.
Yo me quedé petrificada, no entendía nada. La gente siempre me había dicho que de seguro los mareros me lo habían quitado. Pero ellos no sacan cuadro médico y mucho menos partida o pasaporte. Nada estaba claro.
Ese mismo día me fui a meter a Migración a gritarles en plena recepción. El vigilante me decía que me callara que ahí no podía hacer eso. “¿Por qué no voy a gritar?, ¿por qué me va a callar usted a mí?, ¿ha perdido usted a un hijo?”, le recriminaba.
Los de INTERPOL me explicaron que sacaron a mi hijo del país, que lo tenían vigilado desde hacía muchos años. Al final, me hicieron recordar que unos años atrás un médico lo estuvo tratando por una quemada. Siempre exageró con las atenciones a mi hijo. Me le dejaba exámenes, le daba vitaminas. Yo que me iba a imaginar que ese malnacido iba a vender a mi hijo.
Yo jamás me voy a perdonar haberle facilitado información a ese desgraciado, pero yo no soy médico, yo que iba a saber qué puede o no pedirle un doctor y hasta dónde puede llegar por una quemada. Mi hijo era un muchacho sano, por eso me lo robaron, eso querían: un niño en perfecto estado de salud.
A veces pienso que, aunque se oiga feo, hubiese querido que Andrés también hubiese tenido leucemia para que no se interesaran en él. Pero él entraba en el perfil, buscaban niños sanos de buen parecer, hasta buscaban chelitos. Mi hijo era perfecto para ellos.
Yo no puedo entender por qué le hicieron algo tan atroz a mi hijo. Cuando me dijeron que se lo habían llevado a México y que de ahí llevaron sus órganos para venderlos en Europa yo casi me muero.
Cómo es posible que mi hijo viva en otras personas, que el corazón de mi hijo late en el cuerpo de otra gente, que las corneas de mi hijo ven en otra gente. Eso es terrible para mí, pero me quedo con la certeza de que quien tiene el corazón de mi hijo es una gran persona.
El médico que vendió a Andrés hace tiempo pagó su condena. Ya está muerto y no quiero saber nada más de él. La investigación sigue abierta, por eso no puedo dar más detalles y no puedo hablar más de esa red que uso a mi hijo.
Este es el dolor más grande que llevo en mi corazón y me va a doler hasta el día en que yo me muera. Ahora tengo dos luchas en mi vida: traer las osamentas de Andrés y salvar a mi otro hijo de la leucemia. No se me puede morir, ya no.
Ahora estoy escribiendo un libro y lo voy a terminar el día en que pueda traer y enterrar a mi hijo. Mi deseo es que esto no le pase a nadie más, que a nadie le pase lo que a mí me pasó. Todos piensan que aquí solo los mareros son criminales, pero no siempre hay que estar alerta. La gente piensa que esto solo en otros países ocurre, pero no, aquí estoy yo como prueba.