Doña Gladys se ajusta el delantal. Se hace dos nudos, se lo tensa y lo sacude. Son las 9:30 de la mañana de un caluroso y soleado día de diciembre. Se truena los dedos, frunce el ceño por los rayos de sol que le bañan directo en el rostro. Su maquillaje impecable a pesar del sol se adorna con un rocío de sudor en su frente.
Pese a las arrugas que le han dejado los años es muy tierna su mirada. Con sus manos firmes da instrucciones a unos jóvenes, son sus nietos, quienes en esta temporada navideña desde muy pequeños le ayudan en la venta. “De la venta de juguetes sale la matricula y los libros de los cipotes”, me dice esta veterana comerciante del centro.
Lleva 56 años vendiendo en los alrededores de la calle Rubén Darío y cuenta que ha sido tradición esto de vender en época navideña para pagar los gastos de estudio de los ahora muchachos. “De aquí ha salido desde los gastos de la escuela, hasta la universidad y hasta bilingües son ya”, me cuenta.
Doña Gladys se queja de que las ventas están lentas, que los clientes no llegan, que las calles siguen vacías. “Es que ya van a ser las elecciones y nadie quiere gastarse el pisto”, me confiesa.
La veterana vendedora tiene un puesto grande de adornos navideños, frente a ella su nieta ese mismo día ha comenzado a colocar un puesto de juguetes de esos grandes, de cuatro metros por uno y medio. Su nieto está a un lado con otra tanda de juguetes ya montada, pero todo calmado, nada se ha movido en días. Solo la gente que pasa y pasa.
A su alrededor, sus vecinas pintan el mismo panorama. Pocas ventas, mucha gente pasar. “Es que hay más vendedores que compradores, hay mucha competencia”, me dice doña Carmen, quien también tiene un puesto de juguetes a unos 10 metros de doña Gladys.
Aunque las ventas están lentas, confiesa que lo más vendido son los carritos más baratos, de esos de a dólar, dos dólares y hasta de “dos coras” se llevan, me comenta.
Unos metros más abajo, don Mario tiene su puesto de juguetes, con gran variedad de carros para los niños y muñecas para las niñas. Mario, aunque posee una apariencia joven, tiene una vasta experiencia en el mercado y coincide con sus vecinas que las ventas han sido bajas.
A pesar de que los clientes caen a cuentagotas, la sensación de la temporada son unos miniradios con puerto USB en forma de carros. Hay desde los modelos de automóviles más clásicos hasta modernos deportivos. En cada puesto de juguetes, ahí está este nuevo producto de temporada.
Otro de los soñados regalos de Navidad, que nunca pasa de moda, son los carros a control remoto y este año hay un nuevo carro espacial que ha arrasado con los gustos de los niños en esta temporada previa a las grandes ventas. Para las niñas, la cosa se pinta más tradicional, las muñecas con accesorios están en el top de lo más buscado, así como los cochecitos de bebé.
El puesto de Mario es uno de los más notables, sobresale entre tanta venta de ropa y zapatos de la zona. “Es que aún no han sacado todos los juguetes porque estamos esperando que se acerquen más los días de la fiesta”, me explica.
Y es que en aquel desierto de compras lo que más abundan son ofertas, pero no compradores. Los comerciantes están cruzando los dedos día y noche porque algo reanime este mercado dormido. Y todos ven como agua de mayo los aguinaldos.
“Estamos rezándole al aguinaldo, que llegué ya para que puedan venir a comprarnos”, confiesa doña Gladys, a quien le aflige no lograr la meta que tienen sus nietos para estas fechas. Cree que una vez la gente tenga su salario, sus bonos o sus aguinaldos el panorama va a cambiar para todos.
¿En búsqueda del estreno?
Y si algo abunda en el centro capitalino son las ofertas de ropa, accesorios y zapatos. Adonde uno dirige la mirada encuentra fardos y fardos de los mejores estrenos y las mejores ofertas. Zapatos deportivos o casuales de ambos a sexos por la módica cantidad de seis dólares, camisas de tres dólares, pantalones de seis y siete dólares adornan los alrededores del Palacio Nacional.
La nueva moda para pequeños y grandes son las camisas con motivos de caricaturas como Los Simpson, los Minions, Mario Bros. y motivos de ánime. En cada esquina se pueden encontrar con los diseños más variados y para todos los gustos.
Los pregoneros presumen sus mejores rebajas y uno que otro transeúnte se acerca, pregunta, se lleva algo o da la vuelta. Dos jóvenes me confiesan que hay días que incluso lograban vender 30 pantalones, ese día en especial tan solo habían vendido uno. “Toda la mañana hemos estado gritando y nada”, me cuenta la joven.
A pocos metros, un joven me dice que el mayor culpable de la poca venta es el tráfico de las zonas aledañas al centro, que en mala hora han venido a golpear a los comerciantes. “Nadie quiere acercarse aquí”, me dice mientras se le tuesta la piel acomodando pantalones en el asfalto de la Rubén Darío.
Ya es casi medio día y el cenital sol es implacable. Nada mejor que usar los pantalones en la cabeza para protegerse del sol, eso es más útil en esto momentos para estos comerciantes que cada amanecer ruegan llegar a la meta.
“Esperamos que después del 15 la cosa se ponga más movida y ahí hay que aprovechar, sino de todos modos pues va a tocar ver cómo nos levantamos con las mochilas”, me dice Beto, mientras almuerza una sopa sentado en la acera en la esquina opuesta de Catedral.
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