El ambiente es muy frío y blanco. La barra (o bar) es blanca, las paredes y el techo igual. Mullidos sillones para cuatro o cinco personas, elaborados en metal y pieles sintéticas también son blancos. La mayor parte de las luces también irradian blancura, aunque hay pequeñas luminarias en rojo y azul.
En medio del lugar hay una estructura ovalada de unos cuatro metros de largo, revestida con fórmica blanca y coronada por un barandal metálico de unos 25 centímetros. Al centro de esta se encuentra el típico tubo donde las “teiboleras” hacen gala de sus destrezas con el “pole dance”.
Cuando llegamos, no pasaban las 11:00 de la noche. Pagados los cinco dólares de “cover”, que incluyen el costo de una bebida, hubo que disponerse al registro personal por parte de los vigilantes.
“Todas están jóvenes y bonitas”, respondió uno de los vigilantes a un cliente que visitaba el lugar por primera vez.
Después del registro, solo había que seguir las gradas hacia la parte baja del edificio, justo al salón frío y blanco, inundado con música de moda (sobre todo electrónica) y viejas baladas de los 70 y 80.
Para los asiduos visitantes de los centros nocturnos es fácil detectar quiénes son “teiboleras” primerizas. Lo advierten por la poca experiencia que tienen al bailar, sobre todo, porque se resisten a la desnudez total pese a que el DJ les insiste por micrófono “fuera ropa”.
Esa noche fue el debut de Yamileth. Delgada, de piel blanca y pelo negro en rizos. Esa noche, lucía un vestido verde oscuro adornado con lentejuelas desde los diminutos tirantes (sobre los huesudos hombros) hasta la curiosa falda terminada en picos.
Sus piernas delgadas (más bien flacas) contrastaban con el tamaño de sus zapatos negros de suela ancha emulando a los viejos zapatos de plataforma que, al parecer, no le pertenecían y quizá por eso no se movía con destreza.
Con la mirada fija en uno de los espejos colocado en una columna cercana, Yamileth se movía de forma pausada pese a que la música era más rítmica. Daba vueltas al tubo sin mayor habilidad y clavaba los ojos en el espejo cada vez que podía.
Apenas terminó una selección de música electrónica, sonó la balada “RightHereWaiting” del estadounidense Richard Marx. Ella siguió como siempre: moviéndose a pausas, distraída viendo al espejo.
“Yamileth, ya es hora… ¡Fuera ropa!”, se escuchó por el micrófono, con lo cual la melodía de Marx comenzó de nuevo y la joven entonces actuó de manera diferente. Con los primeros acordes abrió el “zipper” que iba a lo largo de todo el vestido, el cual comenzaba bajo su brazo izquierdo y terminaba a la altura de uno de los picos de la falda.
Sin tanta dificultad logró quitarse la prenda en cuestión de segundos y los pechos quedaron al aire. Una diminuta tanga oscura se perdía entre sus carnes no muy abundantes.
Mientras la balada seguía, ella continuaba moviéndose alrededor del tubo. En alguna ocasión se separó de este para recorrer todo el escenario ovalado y blanco.
“Fuera ropa”, se escuchó de nuevo por el micrófono y Yamileth deslizó hacia abajo de sus piernas la diminuta tanga oscura. Desnudez total.
Por momentos, la joven se cubría el sexo con una de las manos, otro síntoma de la poca experiencia como “teibolera”. La novatez, sin embargo, contrario a provocar rechazo logró captar la atención de varios clientes.
Desde alguno de los mullidos sillones o los banquitos alrededor del escenario la invitaron a departir con ellos y la joven comenzó a saludarlos uno a uno, no sin antes volver a ponerse la ropa.
“No sé”, fue la insistente respuesta de Yamileth cuando le preguntaban por el costo de una bebida o por un baile privado… “Yamileth, solo Yamileth”, contestó a un cliente que le pedía su nombre y edad.
La persistencia de los hombres de compartir con la novel “teibolera” hizo reaccionar a los meseros quienes de inmediato intervinieron para ayudarla, al punto de llevársela lejos de ellos obviamente para calmarlos.
El DJ también hizo de las suyas. Envió a la pista a una “taibolera” blanca, rellenita, rubia y de ojos verdes. Vestía una blusa blanca anudada entre los pechos y una diminuta falda, tan pequeña que no alcanzaba a cubrir toda la tanga blanca que usaba.
Esta bailarina sí gozaba de experiencia en el tubo. Giraba una y otra vez, se colgaba de la estructura, hacía piruetas con los pies al aire. En fin, un deleite en la destreza.
Al llegar el momento de la balada, la rubia no titubeó en desprenderse poco a poco de sus prendas y al quedar por completo desnuda siguió como si nada. Bailando, divirtiendo a los hombres.
Mientras el show sobre el escenario ovalado seguía, otra bailarina se mezclaba entre los clientes. Esta fue más atrevida y comenzó a rozarles el cuerpo. Se sentó en las piernas de algunos, les revolvió el cabello, les pasó los senos por la espalda y pecho. Más de alguno la acarició tiernamente, aunque no faltó quien se atreviera a más.
Uno de los más inquietos erectó y se sacó el genital en público, aunque para disimular se mantenía sentado ocultando el pene bajo la camisa. No obstante, las risotadas de sus amigos atrajo miradas de otros clientes quienes al final entendieron lo que ocurría.
La bailarina que rozaba el cuerpo con los clientes también se percató del incidente y se dedicó a bailarle al exhibicionista. Este respondía con monedas de un dólar, aunque lo usual es que reciban una especie de papel moneda que elabora el mismo centro nocturno.
Se trata de billetes (más pequeños que los de circulación normal, aunque siempre verdes) que los hombres adquieren a cambio de dinero real. Pueden comprar papel moneda de diferentes denominaciones, aunque abunda más el de un dólar.
Cuando las “teiboleras” bailan en el escenario ovalado, los clientes les colocan el “papel moneda” entre sus prendas de vestir. Pueden, además, premiarlas al final de cada baile o mostrarles los supuestos billetes para atraerlas hacia ellos.
Esa noche, la bailarina atrevida tuvo más suerte que cualquiera. Colectó todo el “papel moneda” que pudo con cada roce a los clientes, sobre todo, del alcoholizado exhibicionista.
Para Yamileth, la “teibolera” primeriza, esa no fue su mejor noche. Fue mantenida un poco distante de los clientes (después de su primera presentación) quizá con el propósito que conociera bien el negocio. Estuvo junto a la barra (o bar) blanca desde donde pudo observar a la habilidosa “pole dance” rellenita, rubia, de ojos verdes, con micro falda, sobre todo, a la atrevida “teibolera” que rozó el cuerpo con cuantos hombres pudo.