Recuerdo como hoy el mundial de México 70. Me parece estar viendo a Magaña bajando el panal de abejas que le habían colgado en la portería. Eso fue con toda la intención del mundo. Dudo que hubiera nacido ahí en tan pocos días. Tuvieron que quemarlo para empezar el partido.
Yo fui a ese mundial en calidad de Turista y visité a los jugadores en la concentración. Como conté antes, el coronel Larios Guerra me suspendió porque dijo que no era salvadoreño.
Los jugadores y el técnico me tenían confianza. Después del mundial me contaron que en un partido eliminatorio contra Haití aquí en El Salvador el médico les había dado un tranquilizante, creo que era Diazepán. Por ese motivo nos habían ganado aquí, un equipo tan regular como Haití. Los jugadores estaban como hipnotizados.
Los estandartes de esa selección eran Salvador Mariona, Mauricio” Pipo” Rodríguez, “Patagorda” Morales, «El Flaco” Pineda Nieto. Todos se juntaban y discutían sus problemas personales, me pedían opinión. Yo era como un padre para ellos. Siempre me buscaban para hablarme de sus enfermedades deportivas o sus pleitos con las esposas.
La estafa de México 70
Aunque no fui como médico oficial fue una gran experiencia. Los muchachos aprendieron mucho al ver a figuras como Pelé. Él fue único, el mejor para mí. Porque atleta es aquel que se guarda mucho de las críticas, su cuidado personal y su preparación física. Yo critico mucho a aquel que toma drogas, verbigracia, nuestro máximo exponente de Argentina: Maradona. Fue víctima de las drogas y hay muchos como él en el mundo.
Hay quienes quieren obtener mayor rendimiento tomando productos prohibidos por el COI. En esa época se daba, principalmente en el Atletismo, la Lucha Libre y el futbol. Consumían psicoestimulantes y otros medicamentos que aumentan la resistencia muscular. Yo les decía: vean a Pelé, es el mejor del mundo porque nunca se metió ninguna droga.
Hay muchas cosas que no se dicen, pero yo las descubrí. Problemas lamentables. El coronel, mismo que me había suspendido, le había hecho una oferta a los jugadores: si se clasificaba al mundial les iban a dar cierta cantidad de dinero como premio.
A mí se me mostró un documento con papel sellado en el cual se constaba del monto. No se les pagó todo lo prometido. Les dieron los premios en 3 pagos, pero el último no lo vieron. Ellos, que se sacrificaron en la cancha por el país, fueron estafados. Les robaron los premios y la dignidad. Si yo hubiera estado en el cuerpo técnico jamás hubiera permitido esa injusticia.
No todo era negativo, claro está. Habíamos avanzado. La preparación física para el mundial fue óptima, pero no como la de ahora. Antes y después de las concentraciones no se les podía dar seguimiento: hacían su vida normal o se iban a trabajar, porque nadie vivía del futbol. Comparándolo con las olimpiadas de México 68, habíamos dado un salto de calidad.
Los enanos del deporte mundial
Para esas justas, recuerdo que encontré al lanzador de bala y el de jabalina. Le pregunté cómo le había ido. En ese momento pasaba el lanzador de jabalina de Rusia, era un Orangután de más de dos metros. El nuestro se veía como un enano a la par de él. “¿Cómo iba a competir con esta clase de gente, eso es imposible. Nuestra capacidad física no es para tanto?” me dijo cabizbajo.
Yo le dije que gracias a Dios hemos venido a reconocer nuestra capacidad. Nos dimos cuenta que un deportista no se prepara de la noche a la mañana. Se debe formar todos los días, con buenos entrenadores, para así adquirir disciplina del atleta olímpico.
Esos juegos fueron decepcionantes hasta cierto punto. Fuimos 3 médicos, de los cuales el que más practicaba la disciplina era yo. Había otros, como el doctor Calderón que veía el beisbol y el doctor Alvarado, encargado de boxeo. Yo veía todas las disciplinas. La experiencia de un olimpismo es menos traumática que la de un campeonato mundial de futbol.
La selección olímpica de futbol hizo lo que pudo para prepararse bien, pero las limitaciones nos ganaron. Hay un precio que se paga por no ser profesional. El profesionalismo nuestro empezó en la década del 60; no era bien vigilado para poder exigir al jugador. Simplemente los propietarios y entrenadores de los equipos les decían a los jugadores: se les va a pagar tanto, va a rendir tanto. Nada más.
En México 68 fui el médico de todas las disciplinas, a petición del coronel Larios Guerra. Yo estaba empezando a ejercer y puedo decir que la olimpiada fue mi graduación como profesional.
Un deportista de raza
¿Por qué me encomendaron semejante labor? Primero por mi preparación académica. Después porque desde mis años mozos me corría por las venas sangre de deportista.
En mi juventud jugué beisbol, softbol, basquetbol y voleibol. Este último deporte lo practiqué durante 10 años, con el equipo Zorros, de la liga nacional. Fuimos campeones por nueve años. El décimo creíamos que íbamos a ganar otro título y nos pusimos un rótulo que decía “Zorros campeones” pero nos derrotó el equipo de Santa Ana. Fue una gran desilusión, pero no evito recordarlo con una risotada.
Porque el deporte es ante todo, alegría. Si no no se disfruta. Este marcó mi vida personal y sentimental. Rememoro los ojos iluminados de mi esposa viéndome jugar beisbol en el estadio Flor Blanca.
El señor alcalde de ese entonces, de apellido Trabanino, era presidente del club Municipal, y yo jugaba con la Universidad. Cuando los enfrentábamos ella nunca faltaba a un partido.
Una de tantas veces Trabanino tuvo la audacia de pedir el micrófono y cada vez que yo llegaba a batear él gritaba: “¡Calix tiene novia, Cálix tiene novia y lo viene a ver!”. Eso, por supuesto, era parte de la divierta del señor alcalde. Todo mundo se percataba, imagínese! Me temblaba el pulso a la hora de batear, pero no me ponchaban.
Ahora también me tiembla el pulso, pero de la emoción, al pensar que fui testigo y artífice de las grandes gestas del deporte profesional salvadoreño.