Después del recibir 10 goles, el portero Mora estaba deshauciado. Con lágrimas escuchó unas declaraciones de Menotti, técnico de Argentina: “Si Hungría les metió 10, nosotros les vamos a meter 13”. Eso lo devastó aún más. Acabábamos de perder 10-1 contra Hungría y nadie podía explicárselo. Sus lágrimas le nacían del alma.
Minutos antes en el camerino nadie hablaba. No podían explicarse lo que pasó. Cuando íbamos 5 a 0 yo estaba a la par de “Pipo” Rodríguez en la banca. Le dije al oído: “¿Por qué no cambian al portero?” “Voltee a la izquierda y vea al portero suplente”, me contestó. Yo lo volví a ver y estaba sobándose la cara, frotándosela con las manos de la congoja que tenía. “Si lo meten va a ser peor. El problema no es Mora. Es otra cosa”, me reafirmó el técnico.
Lo que pasó fue que pecamos de optimistas. Días antes jugamos un amistoso en Madrid, contra el club Portuguesa Santista de Brasil. Yo no estuve ahí. Ganamos 2 a 0 y ¡claro! Eso incendió los ánimos de los entrenadores y jugadores. Íbamos sobrados de entusiasmo. Le ganamos a los brasileños, ¿Cómo no íbamos a vencer a Hungría?
Antes del partido nadie estaba nervioso. Habíamos ido al mundial del 70. Volver a esta competencia causaba cierta inquietud, cierta incertidumbre y nerviosismo, pero no como pensar en una goleada como esta naturaleza. Y bueno, comenzó el partido y la historia ya la conocemos.
Traté de consolar a Mora, cuando íbamos camino al autobús. Seguía llorando.
El vehículo parecía un cortejo fúnebre. Pero mi esposa, que era la primera vez que me acompañaba en una gira “artística” como esta, me preguntó “Hijo, ¿Por qué ahora no cantan los muchachos, como cuando llegábamos al estadio?” me dijo. Los jugadores la escucharon.
“¡Ay amor! No hagas esas preguntas, acabamos de batir un récord mundial como la selección más goleada en la historia de los mundiales”. Igual que los jugadores, yo solo quería llegar al hotel a dormir y olvidarme aunque fuera por un instante de esa pesadilla.
Antes irme a la habitación les dije: “Señores, mañana los quiero a todos puntuales a las 8:00 de la mañana en el salón de conferencias del hotel para evaluar lo que pasó. Principalmente a usted Jorge González, que siempre se desvela. No me vaya a fallar”.
Al día siguiente, antes de la reunión le pregunté a Pipo sobre lo que había pasado en ese partido. “¿Quiere que sea honesto con usted? Nosotros planteamos mal el partido. Tuvimos que haberlo jugado cerrado no de tú a tú. O si no vea a Honduras, que contra España se cerró y casi lo elimina”, me dijo sincero.
Después me dirigí a los jugadores desde la tarima del salón. “¿Cuál fue el motivo de esa derrota tan desastrosa?” Me quedé esperando la respuesta. Pasó un minuto y nadie contestó. Al minuto siguiente les volví a misma preguntar. Solo se volvían a ver las caras.
Le dije al portavoz de ellos, Fagoaga, que respondiera. “Es que este pendejo tuvo culpa”, contestó, responsabilizando a un defensa. Él también era defensa. “Comé mierda cerote, aquí todos somos culpables”, le respondió el compañero. Todavía la herida de la derrota estaba abierta.
“Aquí no se trata de insultar, sino ver cómo podemos subsanar esto. No somos tan malos”, les hice ver.
Se serenaron. Ya más tranquilos, empezaron a emitir opiniones mesuradas.
A uno de ellos se le ocurrió decir que por qué no los dirigía yo. Eso me conmovió, pero no acepté porque era un irrespeto al entrenador. “Jóvenes, yo soy médico y voy a seguir siendo médico tanto aquí como afuera”, les aclaré. Ofrecí ser el interlocutor con Pipo, pero nada más.
Menotti se equivocó
Volvimos a la cancha a jugar contra Argentina, en Alicante. Eran nada más y nada menos que los campeones mundiales.
En ese instante se me vino a la mente la vieja táctica que empleamos con la selección olímpica de México 68, en el partido contra Ghana. ¡Era la hora del show!
Argentina nos presionaba demasiado le dije al Indio Vásquez: “Por favorcito, hágase el lastimado”. Entré a la cancha y me agaché a ver qué tenía. Yo también era un actor de ese teatro. “No se preocupe doctor, no es nada”. Eso me tranquilizó.
Cuando salía del campo, despacito, me paré frente a Menotti. Estaba fumando, para variar. Me acerqué a él bien despacio y le dije: “Mire señor, usted dijo en la radio que nos iba a meter 13 goles, ¿a dónde están? ¡Yo todavía no veo ni uno!” Le callé la boca. Seguí caminando con mi maletín después de verle la cara de desprecio al larguirucho ese.
Aunque no acepté la petición de ser técnico, yo les daba mis consejitos. En el descanso le dije a Fagoaga que estaba entrando con mucha fuerza, más contra Maradona. “Mire doctor, aquí en este partido o entra Maradona o entra la pelota, pero los dos juntos no” me dijo con gran decisión. “Bueno pero con cuidado, no lo vayas a golpear” le dije mientras soltaba una risa.
La táctica resultó. Terminamos el juego perdiendo solo 2 a 0. Fue una revelación y orgullo ver la entrega de ese partido, sobre todo el talento del Mágico, que brilló igual que Maradona.
Por cierto, el día que los convoqué a los jugadores a la sala de conferencia ¡Jorge fue el primero en llegar! Yo me alegré. Le di un abrazo de felicitación.
Siempre el Mágico
Jorge González era indomable en la cancha. Cuando se ponía la camiseta era sorprendente. Fuera del césped era otra cosa.
Recuerdo que una vez, con una selección juvenil fuimos a jugar a Puerto Rico. El primer partido fue contra México. Perdimos 2 a 0. El segundo, contra Surinam. Volvimos a caer, pero peor: 4-1. El entrenador Marcelo Estrada me dijo con lágrimas en los ojos: “¿Cómo es posible que este equipo tan malo nos haya metido esta cantidad de goles?”.
Al día siguiente convoqué a los jugadores en el cuarto. Me senté en una cama y pregunté: “¿Cuál es la causa por la cual perdimos contra Surinam, equipo tan mediocre?”.
“Doctor, este encierro nos está matando. Tenemos 15 días de estar concentrados más de 15 días, y usted sabe que uno tiene sus necesidades,” respondió uno de los jugadores.
“Hagamos una cosa” le dije yo, “¿Por qué no te vas al baño y te desquitás?” No había pasado ni un minuto cuando el hombre iba en carrera a aliviar tensiones. Volvió menos tenso y muy feliz.
No pude sacarles información del porqué del desastre contra Surinam. Entonces les seguí la pista y uno de los compañeros me contó que Jorge y el “Pájaro” Huezo se llevaron a los muchachos, la noche antes del juego, a un Night club que estaba a una cuadra de distancia. Por eso Surinam nos pasó por encima: todos los muchachos estaban desvelados y de goma.
Así, trasnochado y todo, el “Mágico” siempre fue mágico. Eso sí, no tan mágicas son el montón de historias sobre él que yo me sé. Pero eso es un capítulo aparte, como para escribir un libro.