viernes 18 de octubre del 2024

“Vicente Aguiluz: máxima estrella del ballet junto a Morena Celarié”

por Redacción


Queda el recuerdo luminoso de ese ser, entregado a la danza.

Hace dos años ya, cómo pasa el tiempo, y como siempre, intento recoger del olvido y el silencio personajes que dejan huella y luz imborrable, y tuve el privilegio de conocerlos.

Era el 2 de septiembre de 2022. Esa tarde, al mediodía quedé de llegar de nuevo a ver al maestro Vicente Aguiluz; sus sobrinos Eduardo y Coralia me habían permitido verlo en el MQ del ISSS, donde pude verlo y platicar el lunes pasado. Llegué el sábado con mi madre, pero no se podían hacer visitas.

El lunes ya estaba en la cama cinco de emergencias, ya le habían diagnosticado el cáncer, pero mejor no le habían dicho sus sobrinos, para no afligir. Tenía diabetes desde hace años. Y otras dolamas, pero no se quejaba de otras cosas. Hasta hace unos dos meses, como me contaron sus familiares.

El maestro Aguiluz, no se casó, no tenía hijos, siempre cuidó de su hermana Teresita, un poco menor y que vivía con él en su casita, en Ciudad Futura, Mariona.

Ese lunes, le llevaron su almuerzo cuando yo estaba ahí, no quería comer porque le dolía mucho el cuello, era cáncer en el esófago. «Aquí me dan comida rica hija», me dijo, “pero mejor no como porque me duele”. Solo tres cucharadas de Gerber de manzana comieron.

¿Usted es pariente? No soy una amiga. ¡Ah! Ella es escritora, -les dijo-, es periodista, es una gran amiga, la mejor amiga.

Le llevé su foto favorita, donde está con su amiga de baile de muchos años, la magnífica bailarina Morena Celarié. Ellos dos, Vicente Aguiluz y Morena Celarié, hoy son leyenda. «Esta foto la tomó Amandita Blanco», -me dijo de nuevo-, como tantas veces, nuestro tema es la danza.

Vicente Aguiluz

«Es en el parque Cuscatlán, en 1961 con el grupo, el grupo fundado por Morena».

Ellos dos son los más grandiosos pilares de la danza folclórica salvadoreña. Al fallecer, en otro plano, se encuentran de nuevo, después de 50 años, desde que Morena murió, encontrada al fondo del barranco en la Puerta del Diablo, en abril de 1972. Un gran misterio, un hallazgo no esclarecido. Algo que debería investigarse más. Su legado también parece estar en el olvido. Como me dijo siempre el Maestro, “hoy, ya ni bailan los pasos que ella dejó”, me decía.

Al mediodía del viernes 2 de septiembre de 2022, fui de nuevo a la UCI del Hospital Médico Quirúrgico del Seguro Social, donde estaba el maestro, Distinguido Artista de El Salvador. Me encontré con Coralia, que me dijo que pasara yo primero, para poder verlo y regresar al museo, donde trabajo. Me dio la tarjeta, cama 8 en la UCI.

Lavarse las manos, tomar la bata azul #8. Hice todo lo que me pidió. Antes, recorrí los pasillos, eternos los sentí, llegué a esas puertas. Entré y a lo lejos lo reconocí.

Estaba ya entubado, me acerqué a la cama, lo abracé, le acaricié la cabecita blanca, le dije lo quiero mucho, gracias por su amistad, gracias por su amor al arte y la memoria, no lo voy a olvidar. Yo veía la pantalla, los aparatos, todos los rostros tristes de los visitantes a los enfermos alrededor.

Tenía unos minutos de haber entrado, cuando ¡de repente!, llegaron súbitamente los doctores. A preguntarme quién era yo. Les dije que era solo una amiga, pero que yo lo quería como un padre, era como una hija, un gran amigo. Escribí de él, fui a verlo cuando pude, le ayudé en algunas cosas, para mí la amistad es importante. Se demuestra.

¿Y dónde están los parientes? Afuera está su sobrina, les dije. Dígale que entre, me dijeron. Entonces, al llegar, Coralia nos dijo a las dos, que él acababa de morir.

¡La estaba esperando!, me dijo Coralia, solo eso esperaba, a despedirse.

Ahora, escucho la música que tanto amó, la marimba, de nuestras danzas folclóricas, aquellas que volverán a bailar en los recuerdos que en vida me deja, hasta siempre querido amigo, Vicente Aguiluz, gracias por la gracia.

Vicente Aguiluz. (19 de julio 1937-2 de septiembre 2022).

Siempre altivo y sencillo, bonita voz clara y pausada, con pose artística nunca encorvado, y su bastón, caminaba el Maestro, así le recuerdo.

En 1961 se integra al grupo de danza “Ballet Folclórico Morena Celarié”, invitado por Morena Celarié, quien regresó de estudiar de Bellas Artes en México. Mujeres y hombres integraron ese grupo, y fueron embajadores de la danza con múltiples presentaciones dentro y fuera de El Salvador, muchas, la mayoría, costeadas por ellos mismos, sin apoyo, lo hacían por amor al arte.

En 2016 recibió un pergamino como Hijo Meritísimo de parte de la Asamblea Legislativa de El Salvador. En 2018 la Unidad de Cultura de la Universidad de El Salvador le dio un Pergamino de Reconocimiento.

Toda esa década de 1960, floreció en la danza. Viajaron por todo el país y por Centroamérica, Nueva York, Miami, Alemania, España.

Vicente Aguiluz, en algún momento, me dijo: “una vez me secuestraron”. Eran los tiempos de la sospecha, de que te metían en un carro “los judiciales” que podían ser cualquier cosa, y hacer cualquier cosa”. Pero ellos capturaron al Maestro y lo llevaron por la ciudad a dar vueltas en un carro, a preguntarle cosas de política que no tenía idea, a ver en qué andaban metidos, ellos, ¿Por qué bailaban con esos atuendos? Así vestían los campesinos y parecían los herederos del 32. Algo prohibido de mencionar, aun en los sesentas. Bailar así, era regresar a Lo Nuestro, como decía Morena. A las raíces reveladas por los movimientos de la naturaleza, del cuerpo ancestral que era el que le daba luces para inventar pasos.

El Maestro fue soltado por estos hombres, que no lo asesinaron. Hubiera sido otro muerto más y sin justicia, como aparecían en esos tiempos.

El 20 de abril de 1972, el día del cumpleaños cincuenta de Morena, es que desaparece. Según me dijo el Maestro Aguiluz, ella recibió una llamada para ir a dar clase a cierto lugar a Los Planes de Renderos, y a partir de eso, no se sabe nada más.

Nadie supo nunca nada más. Los periódicos anuncian su muerte como suicidio, un par de días después. Hay versiones que dicen que le dieron un balazo en la espalda y cayó al vacío, desde uno de los peñones en el precipicio de La Puerta del Diablo. Pero él, no creyó nunca que fue suicidio, Morena era muy devota de la virgen de Guadalupe, no haría eso.

El maestro, destrozado su corazón, continuó durante décadas ganándose el pan. Viviendo. Promoviendo y recordando a Morena. Movilizándose en buses chatarra, aguantando empujones, robos, caídas. Bailó en escuelas, dio clases gratis.

Queda, entonces, el recuerdo luminoso de ese ser, entregado a la danza. Bailando alegre, con la música de Las Cortadoras, el Torito Pinto, El Barreño y otras. Ambas, son las máximas estrellas, que no voy a olvidar. Queda entonces, pedir justicia, algún día, y esclarecer la muerte de Morena Celarié.