De 1932-2021, el poder de la historia oficial consiste en «arrancar palabras de humillación al gran moribundo»…
Abstract: the denial of national archives describes the current appropriation of the past. A simple example is offered by revising two issues of «Repertorio Americano» (September 24 and November 19, 1932), published in Costa Rica by Joaquín García Monge. This brief essay centered its attention on how an homage to Alberto Masferrer (1868-1932) forgets the main events that take place the same year of his death. Three paradoxes are examined: the complementary opposition between press censorship and freedom of speech for Salvadoran intellectuals (1), the commemoration of Masferrer’s death, but the silence in January native massacre, except in Costa Rica (2), and the attack to the Catholic Church for its attempt to convert Masferrer, but the silence on its blessing of the Salvadoran army in February (3). By a clear disjunction of the current concept «El 32 (the 32)», and the year 1932, poetics defines the aim of the most precious one —»Juan Preciado»— to monopolize the material and intellectual legacy of Death.
Resumen: la censura de los archivos nacionales describe la apropiación actual del pasado. Un ejemplo sencillo lo ofrecen dos números del «Repertorio Americano» (24 de septiembre y 19 de noviembre de 1932), publicado en Costa Rica por Joaquín García Monge. Este breve ensayo concentra su atención en cómo el homenaje a Alberto Masferrer (1868-1932) olvida los eventos principales que ocurren ese mismo año de su muerte. Se examinan tres paradojas: la oposición complementaria entre censura de prensa y libertad de expresión para los intelectuales salvadoreños (1), la conmemoración de la muerte de Masferrer, bajo el silencio de la matanza de indígenas en enero, excepto en Costa Rica (2), y el ataque a la Iglesia Católica por su tentativa de convertir a Masferrer, pero el silencio sobre la bendición del ejército salvadoreño en febrero (3). Por una clara disyunción del concepto actual de «el 32» y el año de 1932, la poética define el anhelo del más apreciado —Juan Preciado— por monopolizar el legado material e intelectual de la Muerte.
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Una simple revisión del «Repertorio Americano» revela la facilidad de evadir la censura de prensa del régimen dictatorial hacia finales de 1932. El reproche que el diario «Patria» recibe en El Salvador «el 3 de septiembre de 1932» (AGT), lo publica el «Semanario de Cultura Hispánica» el «24 de setiembre de 1932» y, en reincidencia, el 19 de noviembre. Igualmente, su contenido masferreriano lo redobla la difusión oficial del «Boletín de la Biblioteca Nacional» hacia las mismas fechas. Antes de cualquier comentario la lectura puede consultar este par de enlaces:
https://repositorio.una.ac.cr/handle/11056/10408
https://repositorio.una.ac.cr/handle/11056/10414.
De los múltiples documentos incluidos en el «Repertorio Americano», se transcribe el ataque frontal de Salarrué contra la Iglesia Católica por su actitud ante la muerte de Alberto Masferrer «el 4 de septiembre a las 10 y 55 minutos de la noche» (Alfonso Rochac, «Carta alusiva» y «Los últimos días de Masferrer», «recorte de Patria»), sin «el don» de la palabra, o a «las 9 y 40 minutos» según Efraín Jovel («Cómo expiró Alberto Masferrer»).
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Una vez más me parece evidente que en los procedimientos de la iglesia católica o por lo menos del clero, hay algo de anti-cristianismo, de despiadado, de egoísta, en una palabra de monstruoso. Voy a comentar esta visita al lecho de muerte de Masferrer con todo el dolor e indignación que me produjo y quisiera que alguien tratara de probarme con argumentos igualmente fuertes que la Iglesia Católica procede cristianamente en estos casos.
Ante todo, téngase por seguro que Masferrer no ha significado que abjuraba de sus ideas por el simple hecho de haber apretado la mano a un sacerdote. Yo estuve cerca de él en sus últimos días y puedo asegurar que aquella opresión de su mano interpretada erróneamente por el padre Moreno era constante, y hasta parecía ser una característica de su enfermedad.
Yo habría sentido respeto y tolerancia si los sacerdotes se hubieran acercado a Masferrer con la intención pura de ayudarle a bien morir como manda el corazón; pero es el caso que la Iglesia enviaba una avanzada tratando de arrancar palabras de humillación al gran moribundo; la Iglesia llevaba ahí su política, esa política descarada del Trono Papal, que nombra diplomáticos y representantes del Estado del Vaticano y que da de lado al ritual místico para sustituirlo con la pluma del leguleyo. Porque lo que aquellos sacerdotes pretendían simplemente, era arrancar, sí, arrancar de un tirón despiadado, el testimonio de abjuración; hacer un acta que nadie quiso firmar (gracias a Dios), para después darle publicidad, no en son de alabanza, sino en son de desprecio. Aquella abjuración iba a ser alzada como la cabellera en manos de un piel roja, con un grito feroz de triunfo y de saña.
Y la Iglesia Católica nacional se valía, para arrancar aquel trofeo de guerra, de uno de sus representantes más respetados; el padre Moreno, cuya mansedumbre es proverbial y que además, según dicen, había sido maestro del difunto Masferrer.
Esto prueba que la Iglesia Católica no respeta la solemnidad de la muerte. Allí donde nadie se atreve apenas a respirar, el cura alza su grito de amenaza, pidiendo adhesión a su partido político, hablando del infierno, de los pecados y de la salvación que pretende llevar en sus propias manos,
¡Un acta! ¿De qué podrá servirle un acta a la Iglesia sino para su propia defensa? Los curitas pálidos y lampiños se vanaglorian ahora y dicen a sus amigos con malicioso retintín: «¡Ya ve, Masferrer, murió como Voltaire, arrepentido y contrito!» (Frases textuales de un curita a una persona amiga). Lo dicen relamiéndose, gozando de poder herir la mente desconcertada de los ingenuos que se imaginan perdida moralmente la existencia entera de un hombre fuerte y seguro.
La Iglesia busca al hombre para convencerlo cuando lo imagina débil y aterrorizado. La Iglesia convence a los muertos. El momento propicio es aquel en que el hombre ya no puede argüir o protestar porque ha perdido la voz.
Es necesario, pienso yo, que los verdaderos católicos, los católicos de sentimiento místico, traten de salvar su iglesia combatiendo el terrible espíritu de política que la roe. Hay que devolver a la Iglesia Católica su esplendor y su eficacia, hay que restregarle la mugre con que la han cubierto los ignorantes y los fariseos. Y si no se hace eso, fácil es prever a dónde irá a parar.
La muerte de Masferrer hubiera sido armoniosa en su dolor, si los representantes del clero católico no hubieran rasgado esa armonía con su burda pretensión, huérfana de piedad. Si no hubiera sido por el viejecito inocente de «San Francisco» y por el respeto que todavía inspiran los hábitos, herencia de nobles varones, los habríamos echado a la calle…
Salarrué
(Patria, San Salvador)
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Se comentan tres problemas para entablar una discusión abierta al respecto, bajo la consigna que siempre «hay cinco opiniones sobre el asunto» y toda nueva lectura «busca lo que falta» (Salarrué, «La escultura invisible»), según la democracia que sólo existe en la fantasía. Estas interrogantes son: 1) censura editorial de «Patria», pero apertura a ese mismo legado masferreriano y a sus seguidores en el «Boletín de la Biblioteca Nacional»; 2) conmemoración de la muerte de Masferrer, pero silencio sobre los eventos de enero o, en cambio. impulso a la denuncia en Costa Rica; y 3) acusación a la Iglesia Católica por intentar que Masferrer abjure, pero silencio sobre la misa en Catedral en honor al ejército. De esta trilogía se concluye que «el 32» no ocurre en 1932, para la inteligencia salvadoreña (para Francisco Gavidia, véase la conmemoración a su muerte en «Cultura» (No. 5, septiembre-octubre de 1955) que transcribe el homenaje del martinato a su figura en 1933, sin «el 32»). En cambio, se halla en juego una episteme ignorada por la desidia de recobrar la documentación primaria, así como por la voluntad de proyectar el presente hacia el pasado. Se trata de restaurar el legado abolido del Padre Muerto, casi un siglo después coartado por la epidemia actual del «mal de archivo» (J. Derrida).
En un vaivén pendular de lo «tachado» a su reposición, la herencia de Masferrer la edita el «Boletín de la Biblioteca Nacional». Así lo demuestran los siguientes índices que resumen esa revista durante las mismas fechas, en las cuales aparecen publicados los enemigos del régimen. En ese debate por difundir el vitalismo masferreriano —»Patria» vs. «Boletín de la Biblioteca Nacional»— el axioma marxista de la lucha de clases lo sepulta la disputa fratricida por hacerlo suyo, sin mención explícita de la revuelta ni la matanza. A la lectura de interrogar si esta antigua dimensión de los hermanos enemigos continúa en el presente, el cual no admite el debate ni «busca lo que (le) falta», luego de un mínimo de «cinco opiniones sobre el asunto» («La escultura invisible»). A menudo, el deseo de acumular el usufructo ético de la Muerte —en olvido del presente popular vivo, i.e., 28 de febrero— provoca un conflicto intelectual entre iguales.
No. 4, 10 de septiembre de 1932
«Corazón» por Vicente Rosales y Rosales, pp. 1.
“Tragedia” por Alberto Masferrer, pp. 3-4.
“¿Tiene sus símbolos el alma salvadoreña?” por Raúl Andino, pp. 5-8.
El zenzontle, la campánula, el amate (bajo su sombra descansa el señor de Cuzcatlán de su cruda guerra contra el blanco”.
“Mesones trágicos”, “Ciudad dichosa” por José Valdés, pp. 8-9.
«Vitrinas» por Serafín Quiteño, pp. 10-11.
“Antirrealismo en pintura” por Luis Alfredo Cáceres, pp. 11-12.
«Lardé visto por Salarrué», s/p.
«El profesor Lardé» por José Gómez Campos, pp. 13-14.
«A la deriva» por Carlos Bustamante, pp. 14-15.
“Carta de amor a la ramera”, por Alberto Guerra Trigueros, 15-18.
“Mitología de Cuscatlán (Cosmogonía, Los dioses, Los bacab, Los arbolarios, Chasca, la virgen del agua, La Siguanaba, Cipitín)” por Miguel Ángel Espino., pp. 19-22.
“Toño Salazar (Huellas de identidad)” por Salvador Cañas, pp 24-26.
“El pulgar inconfundible de espiritualidad” como dice Salarrué
“Charleston” por Gilberto González y Contreras, pp. 27-29.
“Descendiste a nuestra sensualidad”.
“La molienda” por Arturo Ambrogi, pp. 30-37.
No. 5, 10 de noviembre de 1932
Editorial, pp. 1-2.
“Acontecimiento doloroso: la muerte de Alberto Masferrer […] símbolo de la historia de la literatura salvadoreña […] su obra florecerá eternamente”. Urge a “leer y escribir” como política estatal.
“Mirando frutas indias. El mango” por Francisco Luarca, pp. 6-7.
“La mitología de Cuscatlán (Nahualismo, El tigre del sumpul, Lolot, el nahualista chontal, Los pájaros nahuales, Atlahunka, el teponahustista de la corte de Atlacatl, roba a la princesa Cipactli) por Miguel Ángel Espino, pp. 8-13.
«Canción a la alegría de un día de sol» por Quino Caso, pp. 13-14.
«La guerra nacionalista contra William Walker» por Alfonso Rochac, pp. 15-29.
«El canto de la savia» por Camilo Campos, pp. 29-30.
“El rey mendigo” por Alberto Guerra Trigueros, pp. 30-33.
Dibujo de A. Masferrer en su lecho de muerte por J. Mejía Vides, entre 38-39. (véase ilustración)
“Pobre ladrón nocturno” y “Periodismo” por Alberto Masferrer, pp. 38-40.
“La muerte del cisne”, por José Valdés, pp. 43-45.
En remate de ese vaivén entre opuestos complementarios —censura y apertura— a dos de sus máximos críticos, Francisco Gavidia y Salarrué, los recibe «la Banda de los Supremos Poderes» durante la celebración del Centenario de Goethe y del Padre Delgado en la Universidad Nacional, hacia fines de 1932 («Torneos Universitarios», 1933). Quizás esa colaboración entre «Patria», Gobierno y Universidad Nacional suelde la «resistencia pasiva». Tal cual la recomienda Alberto Guerra Trigueros, el estado la acepta al impulsar la creación de un canon artístico y literario nacional en las publicaciones oficiales que incluyen a sus rivales. Obviamente, la democracia haría lo mismo con sus enemigos que critican sus últimas decisiones como el Bitcoin, ya no se diga de la academia radical que no publicaría sin opiniones opuestas a la suya. Aquellos periódicos incómodos, según el gobierno en curso, deberían divulgarlos sus propias instituciones culturales, sin restricción.
A. Masferrer, 1o de diciembre de 1928, T. XVII, No. 21. Según Masferrer, la censura data de una época insospechada anterior a la denuncia del presente y a saber si continúa hoy. Al conmemorar un Bicentenario —en olvido del Centenario— queda «tachada» la afirmación de Gavidia sobre «la democratización de toda la América» en 1932 («Torneos», 96).
La ambigüedad del término «censura» la descubre la revista «Cypactly» (Junio 22 de 1932: 25-26). Su interpretación le atribuye esa condena al «régimen anterior» y al presente del 2021, el cual selecciona archivos a su arbitrio para reinventar un pasado a su imagen y semejanza. El mismo número incluye «Maestra y amiga» de Salvador Cañas (7 y 30) «El Cheje. Cuentos de barro» de Salarrué (13-15), «Fragancia y Luz» de Amparo Casamalhuapa (20), entre personajes menos renombrados.
II
En segundo lugar, se anota la diversidad de voces que conmemoran la muerte de Masferrer, luego del silencio sobre los eventos del mes de enero. En el «Repertorio Americano», sin censura, sólo el costarricense Juan del Camino denuncia los hechos en sus «Estampas. En El Salvador se ha cometido un crimen sombrío». Entretanto, la preocupación de la esfera artística salvadoreña las restringe la autonomía poética: «¿Claudia Lars cómo se llama?» de la costarricense Carmen Lyra (13 de febrero de 1932).
Prevalece el silencio salvadoreño, pese a sus publicaciones persistentes en la revista costarricense. La defunción de una figura insigne para la literatura y la política nacionales acalla toda denuncia de la matanza. En el caso de Lyra, el réquiem por el maestro diseña la denuncia: «el ambiente de mi cuadro (para) el crimen de 1932» («El retrato que yo me he hecho de don Alberto Masferrer», 24 de septiembre de 1932). Es posible que ese silencio refrende en parte el apoyo intelectual de la revista «Cypactly» en la cual publican los escritores de prestigio sin censura. «Quienes deciden “lanzarse a desantentadas rebeldías obedeciendo azuzamientos subversivos [de los comunistas] sólo les dejan saldos de miseria y muerte» («Cypactly», No. 19, 31 de julio de 1932, verifica el apoyo a la represión que aparece el 22 de junio, no lejos de «El Cheje» de Salarrué, «Fragancia y Luz» de Amparo Casamalhuapa, entre otros).
III
Por último, Salarrué compara el salvajismo de la Iglesia Católica con el estereotipo holywoodesco del «western» clásico sobre el indígena, en el suroeste estadounidense: «la cabellera en manos de un piel roja». Obviamente, pese al calco neocolonial, su oposición no podría ser más atrevida. Critica a un sacerdote particular, a la vez de dirigir la acusación directa a la institución eclesiástica como jerarquía política. En el clero, asegura el autor, el afán de dominio olvida toda ética mística y espiritual que reivindicaría para Masferrer. La Iglesia anhela apropiarse del vitalismo masferreriano, durante la agonía de ese ser cercano a la muerte. El acecho al moribundo triplica el deseo de acaparar el vitalismo para los fines políticos de un grupo o institución: «Patria» vs. «Boletín de la Biblioteca Nacional» vs. Iglesia Católica. Sin embargo, esa denuncia prosigue el silencio del segundo rubro, al acallar la misa en Catedral en honor al ejército, luego de la matanza. En esa fisonomía despiadada del indígena fílmico, la figura del maestro opaca la matanza, en vez de culminarla según exigiría su ética vitalista aplicada a la política.
A lo sumo, A. Rochac insinúa la correlación entre los sucesos de enero y la defunción de septiembre al asegurar que Marferrer «muere pobre, negado por los semejantes que le atribuyen todas las desdichas que otros apresuraron o planearon» («Los últimos días de Masferrer»). Obviamente, Juan del Camino reitera la denuncia explícita: «la barbarie ha hecho matanzas espantosas inventando peligros comunistas» («Estampas. Un filósofo del orden social»). Igualmente, su compatriota Carmen Lyra insiste en establecer el enlace entre «el presidente Martínez…los militares y la papada grasosa y horrible de los terratenientes», encantados porque «el papa que llaman santo ya reconoció el gobierno» («El retrato», op. cit.)
IV
Si quieren saber de tu pasado, es preciso decir una mentira…
Así concluye uno de los archivos nacionales de 1932, vigente en Costa Rica, ausente en El Salvador. El expediente pervive gracias a la deriva migratoria de la Biblioteca Nacional, ya que el guanaco errante acarrea documentación primaria clandestina consigo. Al no acomodarse al imaginario actual del 32, su censura no la ejerce el autoritarismo martinista. La recomienda el presente académico democrático que impide su difusión y obstaculiza el debate. Para la actualidad, la enseñanza prescribe la edición de obras que admiten la disensión como precepto obligatorio. Si este requisito no sucede en las universidades —ni en la Biblioteca Nacional— con mayor razón lo rechaza la política en boga.
Como problema crucial, la po-Ética siempre plantea el anhelo monopolista por atesorar el legado material e intelectual de la Muerte. La herencia de los Difuntos —se cree— le pertenece al más preciado en quien la razón y el poder se (con)funden en unidad indisoluble. Hasta 2021, sólo la «fantasía» democrática imagina que lo «invisible» —el pasado y el futuro— suscita diversas «opiniones», hoy encarceladas por el autoritarismo.