El Salvador
jueves 9 de enero de 2025

Kijadurías, un pintor desconocido

por Redacción


En el 80 aniversario del natalicio del poeta salvadoreño Alfonso Quijada Urías “Kijadurías”, premio nacional de cultura.

Fotografías de Françoise Devaud Beseme

Brochazo intenso. Mezcla casi sonora y enigmática, él pinta automático, él pinta sin academia. Sin cura. Eso es una cura. Ese momento en que se enfrenta al lienzo sin boceto, instantáneo, espontáneo. Directo. Reflejos. Serenidad, ojos cerrados, ojos abiertos, el abrazo, los sentires. Los misterios. Hay pájaros, hay colibríes, seres comen frutas. Lloran. Ríen.

Hiedra tupida afuera de la casa. Nos reciben las veraneras color fucsia que son techo repleto. Es Valle del Señor. Hubo en frente un mural con garras  evidenciando el poder de la mara. Es Quezaltepeque. Altos índices de violencia rodean esa ciudad, que vio nacer al poeta. El pintor desconocido, el pintor que no existe. Su casa es cercana a la calle que va al volcán. En los albores de su poesía, mencionó el tren que pasaba cerca y que iba a San Salvador.  Al entrar, el jardín se conjuga con las esculturas también hechas por él, que logra ver y seguir haciendo de diciembre a abril, temporadas cuando vuelve de Vancouver a El Salvador. No siempre vuelve. Como este año del Coronavirus.

Esculturas, compuestas por galones de agua vacíos con ojos alegres y sonrisa; formas de elefantes, máquinas de ejercicio descompuestas hechas robots. Las flores que vuelan son lilas, se nos atraviesan, sueltan con el viento, se llama “lengua de vaca”. Y aparecimos como pintados entre las sombras y la luz que entra a través de las hojas de los arbustos que nos envuelven. En ese recuerdo de esa vez.  Después de una taza de café. Esa  forma silenciosa de abrir la botella de vino, y ver un torero en su etiqueta, servir las frutas, el queso. Aún no es medio día. Abre otra botella de vino. No es alguien ruidoso, es alguien silencioso.

Empezó a pintar desde primaria, recuerda que manchaba sus cuadernos, y automáticamente le salía el dibujante. Y cuenta que no es un pintor profesional. Más que todo, ama la pintura de una manera natural, desde pequeño fue estimulado por parientes. Valentín Estrada, el escultor, era primo de su padre, y a él le despertó siempre el deseo de hacer algo con sus manos.

“Mi figura humana es desfigurada. Me gusta el accidente en la pintura, chorriar, tirar pintura, y ver qué efecto produce una vez seca la pintura. Es un trabajo de contemplación, se pinta con la mirada. Me inspiro en la pintura misma, en los colores. Con el dibujo de una manera automática. Nunca hago un plan. La pintura me ayuda a relajarme. La poesía es más tensa. Más pasional. Encuentro en la pintura una manera de encontrar paz. Y además de la alegría de ver cómo va surgiendo de la nada una forma, una textura. Hay un testimonio del acto de crear del acto de hacer”.

Si hay una filosofía en su  pintura, es la naturalidad, así como surgen las cosas, naturales, de una manera sencilla, sin pretensiones, y me dice: “En el negro están todos los colores, y es más fácil iluminar partiendo del negro que del blanco. Me gusta lo negro… Ver cómo de ahí van surgiendo las imágenes, esos rostros, esas manos”…

Kijadurías, se condujo a la habitación de ladrillo naranja, de donde sacó los lienzos enmarcados en bastidores, algunos cuelgan en las paredes hace más de 20 años, otros los ha pintado recientemente, sorprenden sus colores, lo rústico de su trazo, las figuras, los ojos, las manos, diseminándose el color, mientras Françoise los fotografía.

Después, nos fuimos esta vez a la Toma de Quezaltepeque. ¿Cuántos vienen? Somos cinco. Ah… entonces son tanto por la entrada de cada uno. Pero aquí solo venimos de la tercera edad le dice Ricardo Humano. ¡Ah! ¿Además, no conoce usted quién es el poeta? ¿El poeta de Quezaltepeque? No, señor. Pues hoy lo conoce. Es Alfonso Kijadurías. Vaya, solo a ella cóbrele (O sea a mi), ella aún paga. Y se pusieron a reír los trabajadores, y nos miraron muy alegres, y entramos al turicentro donde le vi caminar y feliz de recordar esos espacios. Recorría feliz en fila india con nosotros detrás, caminamos entre  los bosques, entre esas aguas que corrían, familias humildes paseaban, en una de esas comenzamos a ver paisajes abstractos pintados en las mesas de cemento. Al salir de La Toma se oyó, a lo lejos: ya se va el poeta.

Alfonso Quijada Urías, “Kijadurías”

Kijadurías, nació en Quezaltepeque, departamento de La Libertad, El Salvador, el 8 de diciembre de 1940. Reconocido poeta y escritor salvadoreño. Pintor autodidacta, fase menos conocida. En 2009 le fue concedido el Premio Nacional de Cultura.  Pinturas suyas han sido adquiridas por coleccionistas de Estados Unidos, Canadá y Europa. Uno de sus libros más conocidos es “Estados sobrenaturales” (1971). Ha participado en exposiciones de carácter colectivo, tales como:

  • Galería La Raza. San Francisco, California, 1972.
  • Art Works Gallery. San Francisco, California, 1973.
  • Biblioteca de la Universidad de Santa Cruz, California, 1973.
  • Biblioteca Nacional. San Salvador, 1974. Junto al poeta y pintor Roberto Monterrosa.
  • Galería 1-2-3. San Salvador. Muestra colectiva de pintura salvadoreña. 1976.
  • Biblioteca de la Universidad British Columbia. Vancouver, Canadá, 1988.
  • Art of Main. Vancouver, Canadá, 1999.
  • Galería de la Alianza Francesa, San Salvador, El Salvador. 2014.
  • Exposición “Dos Burros”, junto al pintor Ricardo Aguilar Humano.
  • Galería de la Alianza Francesa, San Salvador, El Salvador. 2015.
  • Exposición “Una Mula y Dos Burros”, junto a la artista francesa Françoise Devaud Beseme y Ricardo Aguilar Humano.

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