Miro de reojo la Biblioteca Nacional en el centro de la ciudad de San Salvador. Recorro unas cuadras, la camioneta de la ruta diecisiete llega, es raro encontrarla. Al subir veo un asiento solo para mí, por ahora. Todo tipo de ventas ambulantes sube a ofrecer sorbetes, frutas, agua, mientras estoy a la espera del recorrido. Toda la gente usa mascarilla. Me retengo de comer pues mi apetito se desvía hacia el subibaja del lomerío que conduce a Los Planes y de las golosinas que esparcen los árboles en piñata.
De repente cae una llamada, me invitan a un pequeño campamento. Me bajo en una parada desconocida, un guía me conduce por un camino cuesta arriba. Cerca de unos felinos se encuentra un camino entre bambúes y espesa vegetación. Hay un puente que conduce a un lugar lleno de colores, vejigas en gajos, músicos, risas. Llego a la fiesta sorpresa, celebran el cumpleaños de una pariente anciana. Un rico almuerzo me espera, entro justo antes de la partida del pastel, mientras conozco personas nuevas los jejenes se deleitan en quienes usan vestido o manga corta. Algunas picaduras de recuerdo les tatúan la piel. El feliz cumpleaños suena a capela, desde asientos de las personas invitadas, los aplausos acompañan, mosquitos y zancudos se alejan. Los músicos tocan a la entrada de la fiesta al aire libre, niñas y niños juegan, de vez en cuando llegan a las mesas a traer un poco de refresco o algo para jugar, a veces un celular.
Al terminar el festejo la frescura abraza el lugar. Los caminos nos conducen por atajos hasta Panchimalco en amplio recorrido. El paisaje nos acompaña siempre, los amates saludan. En el mercadito otra pariente compra repollo y algunas legumbres para el siguiente día, ella cocina en leña la mayor parte de la cena. Condimentar y sazonar es su ardua labor, la viruta y los panes. El olor delicioso inunda el hogar, el viento sopla. A la hora de la cena, charlas, café, pan dulce, fresco de jamaica, panes, risas. Los «cuetes» suenan dispersos, el frío y el viento en melodía. Los vecinos tienen música a todo volumen, pero el sueño acecha, me voy a dormir, al instante me despiertan los «cuetes» de las doce, el humo, la gente celebra. De madrugada la brisa y los árboles conversan.
El día siguiente hace hambre de nuevo, el desayuno es el recalentado típico de estas fechas, café y pan dulce también. Más tarde recorro la ciudad, luego de un pequeño río encuentro una cuesta en caracol. Voy de visita donde niña Tina, observo comales rajados por el gran nortazo que hace estos días. Alegres con su hija, nieta, bisnieta, bisnieto. Pláticas, risas, tres tamales de camarón y alguashte, una taza grande de café nos acompañan al instante. Pronto vamos a un rezo donde una vecina. La rezadora ya está en el lugar, hay un altar lleno de flores, velas, hojas, agua, y otros utensilios.
A continuar…