Al observar las calles repletas de gente, pienso en el silencio de ese mismo reclamo en otros países. Se pide justicia a la vez que se solicita revisar los símbolos nacionales. Siempre les erigen monumentos a los hombres blancos. Las naciones los glorifican como próceres o padres fundadores. En materia literaria, se llaman los héroes de la pluma. No importa que casi nadie lo manifieste en explícito. Las plazas públicas, los museos, los constantes escritos dan cuenta de los personajes que merecen el recuerdo y “la honra”, mientras bajo tierra pervive el cimiento del olvido. Las flores (Anthos) y los frutos siempre ocultan la “tierra negra” que nutre el árbol a sus pies.
Quien señale que la belleza de la flor (Anthos) procede del subsuelo merece la exclusión. Las caravanas son ancestrales, más antiguas que la memoria paralizada por la epidemia. Suceden de norte a sur en épocas remotas; a la inversa, en la actualidad. Esos éxodos mezclan la necesidad económica, el acoso de la violencia con la exclusión ideológica. “Mi patria peregrina va conmigo” entona un axioma vigente.
Hoy las migraciones se detienen. Sin timidez optan obligadas por el encierro monástico. Pero otras andanzas las sustituyen al transgredir el silencio impuesto por la ley. Exhiben el arco iris de colores y la sinfonía de la diversidad. A coro y en altavoz, declaran que no hay una verdadera “liberación de sí mismo” sin la presencia de la Otra (Salarrué en “Centenario a Goethe”, “Torneos universitarios”, 1932). La Otra, las manifestaciones sinfín expresan su presencia viva en una historia sin reliquias.
Su cuerpo viviente late y apenas germina le cede su lugar a ese hombre intachable, cuya verdadera “mácula” consiste en mencionarla. Admitir su deseo y atracción. El “Nirvana” espiritual lo alcanza gracias a Ella —escribe Él— ya que su negritud femenina le limpia el alma de hombre blanco. Ella —confiesa Él— jamás oculta su ser corporal ni la psique. “Gnarda era perfectamente negra y perfectamente bella…iba desnuda como toda mujer” (“Remotando el Uluán”, 1932).
Ella sabe que el Reino de este Mundo no lo gobiernan las almas en pena ni en ronda de nube. Asume su humanidad plena en cuerpo y alma. Y hoy que la lejanía reclama su recuerdo —su vivencia hecha fantasía masculina— Ella reaparece en sueños. En los ensueños de la memoria, la historia racional construye “castillos” moldeados por los “besos”. Su cuerpo conserva una biblioteca, donde el ardor del cuerpo expulsa el alma en viaje astral. Guarda un archivo denegado, en cuya epidermis se alza una “bella” estatua de “mármol” opaco. Pervive al lado del espíritu del hombre blanco que la ama, en androginia mística. Sin Ella no habría un verdadero viaje cósmico “encantador”. Pero sólo la distancia actual le otorga el pedestal que Ella merece. Esa figura clave de 1932, el olvido la encubre de fantasía viril, por su doble filiación racial y de género. Es mujer y es negra.