II. Del sonido al sentido en “Algunos poemas” (1971)
Para explicar los trece poemas de la mala suerte amorosa —el último se intitula “Morir entre mis manos”, antónimo de Eros— es necesario aclarar la conciencia poética materialista del escritor. Al igual que el espíritu masculino brota del cuerpo sexuado femenino, el sentido retoña del sonido o, quizás, de la voluntad creativa del poeta. Así lo explaya el segundo poema “Girofonía de inspiración”, en sus dos primeros versos. “En ía y en ía / en on y en on”. La rima final obliga a las palabras a alinearse según su terminación, al contraponerse al diccionario. El poema crea dos columnas como inventarios de palabras a ritmo cognitivo similar, a saber:
poesía canción
fantasía
porfía
unción
corazón
filosofía religión
armonía emoción
demencia ilusión
melancolía exaltación
alegría pasión…
El neologismo “girofonía” resulta bastante explícito. Los sonidos, -fonía, giran como los astros cambiando de sentido según las temporadas subjetivas del hablante. Al igual que el sonido, el poeta asocia lo natural —“mar”, “cielo”— con la cultura —“casa”— por el color azul el cual, en su imaginación, tiñe también varias nociones abstractas: “ensueño”, “pasado”, “olvido” (“Rincón azul”).
El cuarto poema —“rincón azul”— reitera esta cercanía del sonido y del sentido. No sólo “la calle…calla” el testimonio del poeta, ya que por su vocación ancestral, esa declaración le atañe al “río” que “ríe”. La vocación cultural de los objetos naturales —declara el poema— deriva de su nombre en rima. Según “Lo que dice el caracol”, quinto poema, el “sentimiento errático” de los sonidos-letras apenas dibujan “efímeras siluetas” de “mundos fecundos” que, “vagabundos”, entre “rotación y traslación”, esconden su significación exacta. Tan correcta resulta que insisten en reiterar los “amores paganos, amores divinos…en la marejada de mi corazón”.
También el noveno poema —“Los ángeles de fuego”, “”Musadusa y Eugenio”— reclama el sonido como vía de ascenso hacia el significado. De la “aparición del mar” culmina en el “resonar de nubes”. “Son del son. Danzan su llama, llaman en su danza” imploran la inversión como en el acto del discurso (Yo X Tú). Este espejeo guía el poemario desde el coito —“el alarido del placer”, Eros— a su antónimo conclusivo, el “hielo de la Muerte”, Thánatos.
III. La mujer según “algunos poemas”
Ella misma me quemaba de placer… Salarrué
Esta primacía del sonido sobre el sentido realiza del primer poema —“Sobre mi Soledad”— una doble lectura. El verso inicial “Soledad que solo he estado desde que no estoy con ti…” aclara el juego de palabras. Si la amante llamada Soledad no acompaña al poeta, la soledad lo absorbe. Sin Soledad encuentra la soledad pese a que —anticipo de Joaquín Sabina— “yo te mimé conmigo”. La soledad no la expresa la falta de amistad, sino la ausencia de la amada Soledad. Acaso el poeta añora el cuerpo femenino cuya armonía sexuada lo propulsa al infinito. Sin los “amores paganos, amores divinos” —se insiste— la espiritualidad decae. Ya se vio en “La mácula” que el adjetivo “pagano” refiere la prostitución, esto es, la labor sexual asalariada que tristemente impulsa el “Nirvana” y la “amable compañía”.
Esta misma dualidad de una noción abstracta femenina la insinúa “Recreación”, el octavo poema.
“Como una estatua milenaria
te erigiste silenciosa
en la amplísima rotonda de mi corazón
…
Yo te amé como a una piedra bella.
Tocándote, palpándote, midiéndote en táctiles afanes”.
“Oh, Armonía” evoca tanto la búsqueda de música y ritmo en la poesía —un metalenguaje— al igual que la “humedad amorosa” y la “vibración acariciante de tus líneas”. Esto es, el cuerpo de la mujer que irriga el alma del hombre y la hace florecer (Anthos).
Bajo este precepto que funda el sentido abstracto en el sonido-letra concreto —el alma en el cuerpo— la lengua renuncia a casi toda referencia directa al Mundo. La absorbe la metáfora pura y simple. Así lo declara el inicio del tercer poema, “Lentejuelas del amor romántico” que reza:
“En una pata como las garzas
los cocoteros de finas plumas
miraban al fondo de las aguas
los peces de oro de los días”.
Si la lectura literal e ingenua interpreta la descripción de un paisaje, ese calco de lo Real preludia el encuentro inmediato de la mujer amada. “Tenías dieciséis años…Sobre ti yo me inclinaba / como al borde de un abismo”. Se trata de una joven menos agresiva y petulante que “la de los ojos circunflejos”.
Por esta razón, la mirada del “cocotero” —quien se empina a engarzar “peces de oro” en el estanque “de los días”— simula la seducción. Un ideal semejante lo insinúa el título al convertir el “amor romántico” en corporal. El cuerpo femenino el hombre lo recorre entre “caricias”, “besos, “mordiscos” y “manos abiertas”. Incluso el símbolo mismo de la poesía —“la flor” (Anthos) “de tus labios trémulos”— remite al cuerpo de la mujer que el poeta disfruta sinfín.
“La flor de tus labios trémulos
se hacía fruto en mi labios
y así era cómo mi beso
se convertía en mordisco
Gritabas clavando manos
como estrellas en mi pecho”.
Por el efecto metafórico, la boca de la joven se vuelve fruta madura que alimenta al escritor al transcurrir de lo material —“al estuche de mis manos / tus senos entraban justos”— hacia la inspiración poética del delirio. Este poema se transcribe íntegro al final de este ensayo, ya que ejemplifica explícitamente la relación sexual entre el poeta y una adolescente.
Las mismas trasposiciones alegóricas la prosiguen los poemas siguientes. El sexto, “Oyendo y diciendo”, vuelca las temáticas clásicas del ascenso a “la montaña” y el ingreso a “una selva” oscura —Dante— hacia la sonrisa mental y el canto cordial del poeta. Pero, en seguida, al volverse “humo” que “nace danzando”, la recompensa anímica proyecta ilusiones en el paisaje. Es “creador(a) de bestias rampantes y de niñas desnudas”. Si antes la “boca” femenina era “fruta”, ahora es beso “bajo el almendro”.
De nuevo, en el amor erótico se aúnan los opuestos, ya que el poeta contempla “la Belleza…en la semilla de las cosas vulgares” como en el “Cosmos infinito”. Y que otro objeto natural expresa tal unión de lo efímero con lo absoluto sino la “cercanía de los ojos” a la hora del beso. En el bes-Arte y abraz-Arte, los labios “húmedos” intercambian la saliva. “El sueño de la realidad” —insiste “Borrosas estampas de un antiguo puerto que no era puerto”— corresponde a esa proyección del deseo carnal en el paisaje. “Una niña delgadita…a quien yo adoraba en secreto…se la tragó el río”. Pero en ese torrente fluvial, ella “da vueltas, ahogada, en mi corazón, y nunca llega al mar”. Aun si “Canto insípido” afirma que “sólo hay una cosa: la rosa de la Conciencia”, “Estás tú amada”, ya que “con tu mano en mi mano” “tú irradias como un astro”. El poeta asciende al empíreo gracias a la escala del cuerpo femenino. Empero, también esos amores cambiantes —como las fases estelares— provocan “querellas” tan arduas que tatúan bocas en la piel húmeda de tristeza. “Los labios de la herida”.
Nótese que la relación entre “cuentiar” masculino a guiño de ojo y publicitar se halla al centro de la promoción masferreriana del “leer” y “escribir”. También, para sorpresa del presente, unas páginas después, la revista desglosa “El decálogo del fascismo en Italia”, el cual inculca el vínculo entre “capital”, “trabajo”, “justicia”, “sacrificio” y “patriotismo”. Se trata de promover la cultura nacional y el anti-imperialismo.
PRIMERA PARTE: Sexualidad mística masculina en Salarrué