El mal también es una necesidad estética… Salarrué (“Espiral”, 1º de mayo de 1922).
Abstract: “Male Mystic Sexuality” studies a poetic collection by the Salvadoran writer Salarrué (1899-1975). After describing how he gives love a chance —substituting the copula by sacrifice (0)— the essay describes early encounters with woman. In the first place, the writer meets a young feline, then two others who transport him into Paradise and spiritual realms (I). Metaphorically, male fantasy describes his desire for the female body. Afterwards, the essay concentrates its effort on the collection “Some poems” (1971), which gives primacy to sound over meaning, and prevalence to metaphor over literal sense (II). The presence of woman becomes equivalent to poetry by the classical symbol of the flower (Anthos). Her sexual body propels the poet’s spiritual experience up to an Eastern Nirvana (III). By the traditional conjunction of opposites, thanks to the copula, sound and meaning, body and soul, male and female should always be linked into a utopian unit (IV).
0. Give love a chance
La paráfrasis de aquel famoso diálogo entre Macedonio Fernández y Jorge Luis Borges es tan simple —tan contundente— que casi nadie se atreve a desmentirla. “Ahora te demuestro que el espíritu es superior a la materia. Me suicido y mi alma terminará este escrito”. Sólo la renuncia radical al cuerpo verifica la supremacía de su complemento trascendental. Pero, como el día y la noche, ambos se encadenan en un constante vaivén. Al culminar, el uno impulsa la primacía del otro, en ciclo ininterrumpido.
El cenit anuncia el declive del sol en su ocaso; el nadir, el de la noche oscura y la llegada del alba. Esta misma imagen la exhibe el mar cuya espuma preludia la nube. Lo terrenal en su ascenso, viceversa, la niebla, la lluvia en su caída. En el vaivén interminable de las imágenes, el afuera está adentro; el arriba, abajo. Este ciclo también lo renueva la versión anual de las estaciones. El cuerpo biológico semeja la burbuja en vapor; el alma que lo habita, la “mitología de la Bruma”, en su descenso al nacer.
El problema consiste en identificar las prácticas que suscitan tales transformaciones en el ser humano. De nuevo, la ironía borgeana propone una vía mística directa hacia el Otro Mundo. La llama asesinato o, en términos religiosos, sacrificio. El criminal le asegura a su víctima que si busca encontrar el nombre de Dios, él sólo cumple ese designio de facilitarle su reconciliación inmediata. No hay enredo ni obstáculo que impida el ascenso: la consagración divina y futura. Basta un tiro certero en la sien para trascender al Más Allá.
Más benigno, Salarrué propone otra vía espiritual hacia la ascensión celeste. Desde temprana edad, tras la huella de la mujer, luego en su “observación participante” en el Barrio de la Vega (“Espiral”, 1922), hasta el encuentro multi-racial en 1932, la sexualidad reemplaza el sacrificio como medio de encuentro celeste. “Give peace a chance”. Give love a chance. Esta actitud se desconoce, por la simple razón que la lectura moderna del quinto mandamiento no reza “no matarás”, sino exige “no copularás”. Axioma esencial del siglo XX, las guerras, Auschwitz/Gulag y los genocidios testimonian de ese reemplazo. Siempre se realizan en nombre de la justicia.
Sin embargo, pese a la negativa técnica —prevalencia de la defensa propia y “la mácula” del amor— hay otra lectura posible. La mancha recaería en la muerte y la pureza, en el coito. Pero al plantear una doble triangulación dispar, la sospecha borra toda referencia. El trío no sólo convoca la disparidad del adulterio masculino, ya que la castidad femenina asegura la renovación de la casta. También, el engaño plantea una triple diferencia de género, raza y clase, a saber: Hombre-Blanco-Letrado vs. Mujer-Color-Iletrada.
De esta triple oposición deriva su vínculo estrecho con el recuerdo masculino y el olvido femenino. La limpieza viril del arte —transcripción de la memoria— la completa el oscuro femenil del bes-Arte, tachadura del recuerdo. Antes de comentar la omni-presencia femenina en “Algunos poemas” (Biblioteca Nacional, marzo 1971), se rastrea cómo la visión conduce al acto “triste” de la iluminación, hasta culminar en la cópula que transporta al hombre a lo celeste.
I. Iniciación
El siguiente poema —“La de los ojos circunflejos” (“Espiral”, 1º de abril de 1922)— describe cómo la mirada masculina ansiosa se regodea al observar el paso diario de la colegiala. Lejano en el inconsciente, el deseo viril define el cuerpo femenino en su coqueteo magnético. A ella le deleita la mirada masculina que la persigue, cuyo testimonio describe su silueta seductora. “Caderea con ritmo de deseo…coquetuela chiquilla…adivino al maestro pelo encanecido, a quien has castigado…yo descubrí el secreto”.
Sensual se contornea a manera de letra en curvatura y ritmo armonioso. Todos los elementos del encuentro erótico se halla presentes, salvo que el impacto masculino sublima el acto en poesía. No le escribe directamente a ella , ya que adivina la trampa “de cachorro felino”. No cede ante la fácil seducción —“eres una hembra…soy un hombre”— de quien “altiva” y rapaz confunde la sexualidad con la depredación feroz, en su búsqueda de un pederasta a quien “castigar”. Antes que amistad o diálogo, la relación hembra-hombre presupone la cópula.
El poema parece invertir el protagonismo de la seducción, bajo una doble jerarquía: género y edad. No sería el hombre mayor quien liga a la joven sino, viceversa, a vocación de “felina”, ella concibe la fascinación sexual del viejo como señuelo de su apetito. Por esta trampa, la pureza casta no retiene al poeta, sino su impulso cede ante el temor de volverse víctima del “castigo”. Otra adolescente más acorde a su deseo aparecerá en seguida.
Al orgullo “felino” de la joven coqueta, se contrapone el abandono de la mujer que acoge al poeta en su cuarto. Pese a la congoja que retiene el burdel, el poeta alcanza “el triste Nirvana” en esa “alcoba”. “Me habló de su pasado y no tuvo reparo / en invitarme al triste Nirvana de su alcoba” (“Espiral”, 15 de julio de 1922). El interés del poema no sólo lo expone el testimonio de ese traspaso psíquico del encierro hacia el Paraíso. Por un verdadero “trabajo de campo” antropológico, el poeta deambula por los barrios bajos durante la noche hasta refugiarse en un burdel.
Acaso no sería la única vez, ya que reconoce la diferencia en su pareja: “pocas habían inocentes”. También, la evidencia del poema condena al “ricachón” quien —al aprovecharse de la mujer— trunca su vocación de “madrecita posible” y amor por “los bebees”. No sólo la mujer se desdobla de su fallida maternidad a la prostitución, también el poeta transcurre del placer al apoyo psíquico. Así el poema triplica su cometido: denuncia del “ricachón aprovechado”, dualidad femenina, de madre posible a prostituta, así como poeta entre el “Nirvana” del éxtasis, entre “coloretes paganos” y el consuelo final.
El poeta debe esperar diez años más para rendir testimonio de su verdadero avance en la sexualidad mística. El libro “Remotando el Uluán” aparece en una fecha clave, 1932. Paradójica, la censura de prensa permite la libre expresión de sus críticos y de sus oponentes. Los convida a dialogar en la Universidad Nacional, al celebrar el centenario de Goethe y del padre Delgado (“Torneos universitarios”, 1932). Ambas publicaciones se anudan en certificar que “aman la belleza femenina” (Manuel Quijano Hernández, Secretario de la Universidad en “Torneos”), la cual impulsa “la liberación hacia sí mismo” (Salarrué).
En ese enlace entre el “sí mismo liberado” y “la belleza femenina”, el Yo es la Otra. La emancipación espiritual masculina presupone la presencia corporal femenina, de igual manera que hoy el recuerdo de Salarrué, el olvido de Gnarda, su amante. Sin embargo, la cópula establece un auténtico religar del hombre con la mujer y de la pareja engarzada con el universo astral que proyecta su deseo. “Este —me dijo— es un castillo nacido de un beso tuyo a Gnarda”. Por esta conjunción de los opuestos, la fantasía del Hombre-Blanco-Letrado se reúne con el realismo de la Mujer-Negra-Iletrada. Asimismo, el espíritu del Uno corresponde al cuerpo de la Otra. Sólo la triple denegación actual del género, la raza-etnia y grupo social remite a Gnarda —no a Blwny, la amante blanca tardía— al olvido. La motivación racial no podría ser más clara. La blanca es historia; la negra, ficción. Se engarzan como el día y la noche.
“Gnarda era perfectamente negra y perfectamente bella…iba desnuda como toda mujer
Gnrada nos dio mucho que hacer aquella mañana. ¡Caprichos de mujer!”…A eso de las cinco de la mañana Gnarda llegó a mi camarote y tras algunas caricias y mimos irresistibles me obligó a darle un fumbultaje musical (10, ¿acoso sexual?). Accedí por complacerla y yo mismo cogiéndola de los brazos, la coloqué acostada sobre los urnibros de cristal de órgano difusor y sentándome al teclado le di un fumbultaje menor en bemoles…
Se unieron nuestros labios y nos besamos… (lo que) hizo estremecerse los árboles y sus aladas hojas…
Desde aquel día fue para mí doblemente encantados el viaje…
Yo estaba en la proa teniendo a Gnarda entre mis brazos. Estaba bella y feliz como la noche y su melena ondeante era como una luna de oro sobre la noche negra de su cuerpo…Iba yo, de la mano de Gnarda, guiándola a mi arbitrio…tras [las] caricias y mimos pleno de “emociones sensuales”— “nos estrechamos fuertemente, cuando su sorpresa hubo menguado, se unieron nuestros labios y nos besamos”. En la glorieta del deseo …mostraba […] sus bellos senos de mármol enorme lirio de embriagador perfume – deleite indescriptible nuestros cuerpos se sentían exhaustos, flácidos como si su energía emotiva hubiese sido agotada”.
Gnarda no sólo reclama su lugar en la historia de 1932. También gestiona un reconocimiento pleno en el mundo astral —espiritual— que se despliega al remotar “las aguas vírgenes del Uluán”. A esa Tierra se ingresa “por una “abertura circular” —“aguas vírgenes”— que remite al cuerpo sexuado de la mujer en su Chicomôztoc, “en el lugar de las siete cuevas”. No se comentan otras veleidades femeninas quienes —como las “nebrunas”, “sensuales”— “era(n) capaz(ces) de conturbar los sentidos del hombre más fuerte”. “Alecteras”, “tímidas”, “con sus desnudos cuerpos oscuros”…
A continuar…