Abstract: this brief essay offers an explanation on the four cardinal points that guide the talk “On Gender Violence” (May 1st 2020 by FB Live). This quartet corresponds to four complementary oppositions, and their transformation. These are: Logic and Metaphor; Science and Consciousness; Descriptions and Prescription; History and Poetics. Besides pointing out the difficulty to explain metaphors logically, the conference stresses how language creativity surpasses linguistics, as well as its performative rule depicted as purely descriptive. Finally, the classical distinction of history and fiction acquires an ethnic and gender explanation. Poetic defines the wrapping of historical facts that a society considers taboo, such as male desire and sexuality.
0. Propósito
La sección teórica de esta conferencia la fundamentan cuatro oposiciones binarias y sus transformaciones: lógica-metáfora (1), ciencia-conciencia (2), descripción-prescripción (3) e historia-poética (4). Les recuerdo que no me sitúo en el cenit y en nadir de esas oposiciones binarias, sino en el amanecer y atardecer de sus cambios. Se trata de dualidades complementarias que a menudo se engarzan entre sí, salvo de renegar de su verdadera identidad en duplo indisoluble como el día y la noche.
I. Lógica y metáfora
La lógica no explica la metáfora, ya que la misma estructura sintáctica puede interpretarse de manera literal o emotiva. “You broke my phone/heart”. Basta cambiar el sustantivo material por otro corporal que remite a los sentimientos para transportar la oración de lo textual a lo sentimental. Lo mismo ocurre con el par siguiente. “I have a pain in the neck”; “You are a pain in the neck”. Ambos ejemplos señalan cómo las partes del cuerpo sirven de asiento a las emociones. Se trataría de un universal lingüístico desdeñado por la lógica que olvida su origen en la lengua (Logos). Hasta el presente no existe un trabajo amplio sobre la manera en que el idioma coloquial salvadoreño utiliza las distintas partes del cuerpo para expresar pasiones y afectos. Además de su anatomía interesaría rastrear su carácter metafórico como arraigo de los sentimientos, ocultos por la lógica. La memoria de la identidad nacional aún funda su rescate en el olvido de lo popular.
Los ejemplos académicos son obvios, los cuales se prestan a juegos de palabras sinfín. Si remito un artículo a una revista, me informan que “los pares ciegos” deciden su pertinencia. Por tanto, antes de publicar una sinfonía la deben avalar “los pares sordos”, de igual manera que una canción, “los pares mudos”. Si creen que desvarío con estas exageraciones, consideren que las matemáticas retoman términos como “derivación, “integrales”, etc. sin referir su uso en la lengua coloquial. Luego de veinticinco (25) años en un instituto científico, certifico que cuento con una sola mano el número de estudiantes que sabe el sentido original de las palabras técnicas. Casi todo el mundo —profesores incluidos— imagina que la ciencia le otorga el sentido estricto a las palabras, mientras el lenguaje coloquial lo distorsiona. Por ello, “andar a la deriva” o “pan integral” los juzgan secundarios, luego de su definición matemática estricta.
II. Ciencia y conciencia
Por esta con-fusión de la lógica sin Logos —ciencia sin conciencia— el “análisis formal de los lenguajes naturales” no explica la creatividad lingüística. En primer lugar, el requisito de objetividad hace de la lengua un objeto tan concreto y tangible como las cosas en el mundo natural. Analiza los fonemas, morfemas, lexemas, oraciones, etc. como si fuesen objetos palpables y concretos. Por ello, su logro al crear lenguajes artificiales, celulares, computacionales, etc. lo malogra el proyectar ese mundo imaginario hacia lo natural. Ya no se distingue entre la naturaleza y la cultura que la codifica en conceptos. Así “esta palabra/flor tiene tres sílabas/pétalos” remite a un mismo contenido real, sin una clara diferencia formal: el uno biológico y natural; el otro mental y abstracto.
Además, pese a su carácter predictivo, el análisis formal no puede dictar la creatividad del habla y del discurso. De lo contrario, bastaría estudiar gramática formal para saber cuáles canciones, poemas, novelas, discursos políticos, etc. se publicarán en los años venideros. Sin embargo, para desgracia de la ciencia, los seres humanos no son computadoras que se rigen por reglas fijas. Poseen el libre arbitrio de usar la lengua y adecuarla a su creatividad e inventiva. Para ejemplificar cómo la conciencia transgrede la lingüística formal, basta citar un par de adivinanzas. Se trata de un trabajo a publicar, el cual explica la existencia de al menos dos lingüísticas: la del código formal; la del habla y del discurso.
Me dicen algo
Y no soy nada
Me dicen don
Y no soy = el algodón.
Ningún sapo fue mi madre,
Ni mi padre sapo fue,
Sin embargo así me llaman
Y me agregan una T = el zapote
Ambos acertijos transgreden las leyes universales de la lingüística estructural. Si toda clase de introducción a la ciencia del lenguaje enseña que los morfemas son las unidades mínimas del sentido, las adivinanzas reniegan de esta definición al recortar las palabras según su propio imaginario simbolista. El algodón se llama “Something-Mister”; el zapote, “Frog-Tea”. Se insiste en la disyunción entre la ciencia y la conciencia lingüística, ya que resulta imprevisible determinar cómo el habla coloquial recorta las palabras y utiliza el lenguaje según su criterio de libre arbitrio. La conciencia decreta sus propias leyes sin consultarle a los comités científicos que deciden los conceptos universales, sin anotar sus desviaciones locales, esto es, la libertad humana por transgredir las leyes computacionales. Salvo bajo una estricta dictadura, la ciencia jamás dictamina la travesía que recorre la materia del sonido hasta volverse sentido en la conciencia poética de la interpretación.
III. Descripción y prescripción
En tercer lugar, esta transgresión por la cual la conciencia del lenguaje traspasa la ciencia, exige considerar la falta de una frontera precisa entre la descripción y la prescripción. A este último rubro la filosofía del lenguaje lo llama performativo. “Hablar es hacer”, ya que las palabras no sólo describen sino prescriben el ser de las cosas. El enunciado clásico es Génesis 1:3. “Hágase la luz y la luz fue hecha”. La palabra “luz” crea el objeto “luz” o, si se prefiere, el nombre transporta la naturaleza hacia la cultura. La envuelve de una aureola social ajena a su contenido natural original. La ingenuidad de “llamar a las cosas por su nombre” culmina en reconocer a la comunidad hablante que las nombra —al hablante anónimo de las adivinanzas.
Nombrar consiste en un acto jurídico —el del poder— que le otorga una dimensión distinta al objeto nombrado. Los ejemplos políticos y notariales son múltiples. “Los declaro marido y mujer”; “la nombro agregada cultural de El Salvador en EEUU”; “el Comité le otorga el cargo de profesor”, etc. Todos esos enunciados cambian el estatuto jurídico y social del sujeto nombrado, siempre y cuando quien lo nombre posea el poder político de hacerlo. La ley del lenguaje no es otra sino la de servir de puente en ese traspaso de una posición social a otra mayor. De la boda, al cargo político y académico, el acta jurídica del nombre traslada al sujeto hacia otro rango superior. Igualmente sucede con lo natural que se vuelve Otro al desplegar sus leyes en la conciencia humana. Las plantas son agricultura; los animales, caza y rebaño; el río, riego y energía; el átomo, bomba y electricidad. Nombrar es re-hacer el mundo a imagen y semejanza de la lengua. Lo transforma al libre arbitrio humano, a menudo sin una ética ecológica cuya relación al coronavirus queda a establecer.
IV. Historia y poética
Por último, en cuarto lugar, se halla la distinción entre la historia y la poética. Aristóteles propone la definición clásica que esta charla traspone a otro horizonte nocional. El filósofo griego asegura que la historia refiere lo particular, mientras la poética, lo general. “R. comió/come pupusas ayer/hoy” clasifica como hecho histórico, pero “el salvadoreño comió/come pupusas” pertenece a la poética. Al alzarse a lo universal, Aristóteles considera que la poética resulta más filosófica que la historia. Sin embargo, también promueve lo que hoy se llama ficción. Un enunciado tan sencillo como “me gustan los mangos” representa una exageración. Al aplicársele la ley del aleph borgeano, toda palabra es infinita. Por esta razón, no sólo aborrezco los mangos agusanados y podridos —que no dejan de serlo— sino también ignoro el gusto de los mangos del pasado. Con mayor razón, desconozco los que crecerán cerca de mi tumba. Lo general raya en la fantasía.
La cuestión a resolver consiste en saber si esta diferencia es la única posible o, en cambio, existen otras maneras de establecer esa oposición complementaria entre la historia y la poética. Anticipando el comentario sobre “La muerte de la tórtola” (1929) de T. P. Mechín, afirmo que la ficción es “el ropaje de la historia”, ya que los hombres no perciben de su congénere sino el vestido de mujer que lo recubre. Jamás perciben lo Real, el cuerpo viril de su pareja, sino ven el envoltorio que lo reviste. En T. P. Mechín “el hábito hace al monje” o “si la mona se viste de seda, ya no es mona”. Este embalaje también define “lonra de la historia” (Salarrué), es decir, la esfera donde los personajes femeninos despliegan su acción plena en la conciencia masculina hegemónica. Se hable de relación sexual placentera o de acoso sexual —concepto legal inexistente en la primera mitad del siglo XX— la ficción no es ficticia ya que reporta un tema tabú. Refiere el deseo masculino y su ansia de mujer.
Dos ejemplos clásicos, del presente hacia el paso, lo ofrecen Roque Dalton y Salarrué en su visión de la mujer. De Dalton, casi siempre se cita “no existen los misterios de la historia. Existen las falsificaciones”. Empero, esta referencia acostumbrada a la guerra entre El Salvador y Honduras (1969) omite que la historia política no da cuenta de la totalidad del hecho. Por esto, a la poética le atañe recordar que la mujer existe y si los ejércitos se acuartelan en la frontera, el poeta se instala junto a su amante.
“Guerra
mi verdadero conflicto salvadoreño-hondureño
fue con una muchacha”.
De esta manera la “guerra” se desdobla entre la historia —que examina la política, la economía y lo militar— y la poética que imagina el concepto de relación sexual como un conflicto bélico de la pareja. Si Dalton denuncia “las mentiras de quienes escriben historia”, la poética anuncia los silencios “de quienes escriben historia”. Esta silencio se llama “muchacha”, es decir, sexualidad. Hay una doble guerra; capitalismo y erotomaquia. Excluir la segunda implica “falsificar” el hecho histórico en su totalidad, negar a la mujer y el deseo masculino que enfrenta.
Esta misma presencia la enuncia el poema “La mácula” de Salarrué. Si a menudo se juzga fantástica parte de su obra —viaje astral o puramente espiritual— la mujer a cuerpo entero demuestra que el hombre no es un “alma en pena” desprovisto de su traje corporal. En cambio, gracias a la presencia sexuada femenina, el espíritu masculino puede trascender hacia lugares celestes remotos. Así lo asegura primero una prostituta sin nombre, proveniente del Barrio de La Vega.
“La conocí en el barrio de la Vega una noche,
Fue mi amiga y me puso cariño
Me habló de su pasado y no tuvo reparo
En invitarme al Nirvana de su alcoba
Podré haber sido mala como Dios me quería
Pero para los hombres fui amable compañía”.
De nuevo, la poética transcribe una esfera tabú para la historia. En este caso se trata de la existencia de las trabajadoras sexuales. En este caso particular —histórico en el sentido aristotélico— propulsa la poesía salarrueriana hacia el “paraíso” espiritual. Se anota que esa incursión a la recámara del burdel semeja a un trabajo de campo en la antropología. El autor no sólo conversa con la prostituta. También se inmiscuye en su cuerpo y vida íntima, lo cual le otorga el glorioso premio de la poesía y de la experiencia psíquica en el “Nirvana”.
Esta misma gracia anímica la adquiera por el cuerpo “desnudo” de una afro-descendiente llamada Gnarda (1932). De nuevo se establece la distinción entre la historia y la poética por medio de la presencia de la mujer. La historia reconstruye los eventos de enero —la insurrección indígena y la represión militar desmesurada— pero desdeña “las actividades literarias” y artísticas ( JF. Toruño) de ese año. Por este desinterés, “el 32” de la historia excluye el año de 1932, la poética. Junto a la novela de T. P. Mechín —a comentar en la tercera parte de esta charla— Salarrué publica “Remotando el Uluán”, su única novela ese año clave. Según la historiografía oficial, se trata de una obra fantástica sin ninguna referencia a lo Real. Sin embargo, el autor reitera que la fantasía del hombre es el cuerpo sexuado de la mujer. La mayor experiencia espiritual del hombre blanco letrado se la otorga el cuerpo “negro” sexuado de la mujer. Los opuestos complementarios se reúnen en el instante en el cual la poética confiesa su vocación de enunciar los tabúes de la historia masculina: la existencia de la mujer, el deseo del hombre. La sexualidad.
“Gnarda perfectamente negra y perfectamente bella…iba desnuda como toda mujer
¡Caprichos de mujer!”…llegó a mi camarote y tras algunas caricias me obligó a darle un fumbultaje musical (10, ¿acoso sexual?). Accedí…
desde aquel día fue para mí doblemente encantados el viaje…
tras [las] caricias y mimos
pleno de “emociones sensuales”— “nos estrechamos fuertemente, cuando su sorpresa hubo menguado, se unieron nuestros labios y nos besamos”.
En la glorieta del deseo …mostraba […] sus bellos senos de mármol
enorme lirio de embriagador perfume – deleite indescriptible
nuestros cuerpos se sentían exhaustos, flácidos como si su energía emotiva hubiese sido agotada”.
Se anota que a la lucha viril que T. P. Mechín muestra en su novela a comentar, Salarrué le contrapone la triste resignación de su colega durante el viaje astral. “Jabas que había concebido esperanzas de alcanzar el amor de la atrevida Gnarda entró con su alma en un puerto de profunda tristeza y ahí ancló por varios días”. El goce supremo del viaje astral lo concede “alcanzar” la fantasía del “amor”, esto es, el cuerpo sexuado de la mujer.
De esta manera, la poética señala un ámbito de acción desdeñado por la historia oficial, anclada en lo socio-político y en lo económico. No sólo des-encubre el olvido — el tabú o el deseo masculino de poseer una mujer. También saca a relucir la necesidad de examinar los diversos enfoques. La “guerra” en Dalton y el “viaje astral” en Salarrué verifican la metáfora del acto sexual. Además de demostrar la existencia de “el 32” sin 1932 —al remotarnos al Uluán de la fantasía femenina— se cuestiona la historiografía oficial del autor. Hasta hoy se reconoce a su amante Blwny —¿blanca anglo-sajona? Empero, la poética reclama la presencia sexuada de etnias distintas. La prostituta del Barrio La Vega y la afro-descendiente Gnarda —agente histórico de 1932— merecen un reconocimiento similar, entre otras. De lo contrario, se pretende que una muralla étnica y de color separa la verdad histórica de la ficción poética. La mujer blanca se coloca del lado de la ciencia; la morena y la negra, del lado de la ficción.
Con estas aclaraciones en mente, analizo la obra “Mi maestro el Rosal” (1929) de Vicente Rosales y Rosales —ante todo la lucha viril por apropiarse de la Belleza y de la Verdad— al igual que “La muerte de la Tórtola (1932) de T. P. Mechín, cuya crónica narra el acoso sexual, la violencia doméstica, la lucha viril por poseer la mujer y el derecho de pernada. En breve la poética revela “lonra de la historia”, ya que la esfera de acción de los personajes femeninos transcribe la larga dimensión de la violencia de género en El Salvador. O simplemente, la poética aclara que los agentes históricos son seres humanos sexuados, no “almas en pena” desprovistas de cuerpo y sin deseo.