Abstract: According to the Salvadoran writer José María Méndez (1916-2006), male enclosure derives into domestic violence, hallucinations of female ghosts, and only serial crime releases his anxiety. This behavior links men to animals with whom he exchanges his identity, while women demonstrate a “model of virtue”. Any act of transgression is disguised as science-fiction, in order to exhibit its abuse as purely imaginary. Only by opening man’s eyes to Death, he will realize his inevitable destiny, and accept his responsibility out of confinement. Next to his forgotten couple.
Resumen: Según el escritos salvadoreño José María Méndez (1916-2006), el encierro masculino deriva en violencia doméstica, alucinaciones de fantasmas femeninas, lo cual sólo el crimen en serie mengua la ansiedad. Este comportamiento relaciona al hombre a lo animal, con quien intercambia su identidad, mientras la mujer demuestra un “modelo de virtud”. Todo acto de transgresión se disfraza de ciencia-ficción, con el fin de exhibir el abuso como puramente imaginario. Únicamente al abrir los ojos ante la Muerte, el hombre advierte su destino inevitable y acepta la responsabilidad fuera del confinamiento. Al lado de su pareja olvidada.
***
En 1932, mientras el filósofo salvadoreño Julio Fausto Fernández (1913-1981) circula libremente de Santa Ana a San Salvador, conoce a dos grupos poéticos: “el grupo Rumbo” y “el Convólvulo”. Los escritores más relevantes se llaman “Pedro Geoffroy Rivas” y “Hugo Lindo”. «Por él supe de “Chema Méndez”». Así lo recuerda al escribir el “Prólogo” a “Espejo del tiempo” (1974) de José María Méndez (1916-2006). Desde esa fecha clave, subraya, esos literatos dialogan en su imaginario personal sobre “serias cuestiones sociales y políticas”, incluso en la ausencia. Fernández certifica el libre fluir de la poesía entre las “musas” y los hechos sociales de 1932, en tanto hoy por paradoja vivimos el encierro.
Por ese flujo —hecho e ingenio— desmiente que la ciencia ficción de Méndez sea una verdadera “ficción científica”, según la glosa en castellano correcto. En cambio, anota que la reemplazan “la realidad”, “la hondura sicológica” y “el humorismo”. En este acierto, deja pendiente los aspectos cruciales que caracterizan el trío temático. Estos días de cuarentena global, el tópico del encierro —su antónimo, la libre circulación— anticipa la angustia actual. Bajo ese “espejo del tiempo”, el encierro culmina en la violencia, los Fantasmas y el crimen los cuales la ciencia y la técnica reciclan a su arbitrio.
***
En verdad, el primer relato —título del libro— y “El crimen” describen el despliegue interno de la violencia doméstica. Tal es una de las amenazas más graves del encierro domiciliar, según Méndez. En ambos relatos, el marido desquita su enojo en “la mujer”. En el primero, ni siquiera el avance tecnológico logra paliar su comportamiento desaforado, sino repite la desmesura. Al esposo los celos le imponen el deseo de “total destrucción”. “Los cuernos de la luna” —virus psíquico y corporal— hacen que “la era preatómica” contraiga el desarrollo técnico a las pasiones humanas más primitivas.
En el segundo relato, honrando el título de crimen, la presunta ficción declara su vocación de “espejo” de lo real. Luego del porno, el protagonista observa “un hombre armado de puñal” —en el edificio del frente— quien “asesina a su mujer”. Sólo al “llamar a la policía” descubre “el cadáver de su esposa” en “el baúl” donde guarda la ropa blanca inmaculada. Así la ficción admite su verdadera vocación de “espejo del tiempo”, al representar la violencia doméstica del encierro marital. Del Eros transcurre al Thánatos, como el día y la noche.
En el encierro se prosiguen eventos inverosímiles para una mentalidad pragmática que anula los sentimientos y el deseo humano, esto es, la esfera de lo irracional. A los “ensueños de la razón” —creencia en un desarrollo técnico ilimitado, en control absoluto de lo natural— la exacta mitad del libro los llama “Fantasmas”. La imaginación viril la pueblan figuras femeninas. Por un deseo insatisfecho, el atuendo blanco recubre “las hermosas doncellas”, cuyos “ruidos exasperantes” acechan al protagonista en su hogar. En un espejeo semejante, en “El hombre que vio las estrella”, a Pedro Palomeque lo acosan “las ninfas” quienes le infunden un “complejo de pudor”. En su “crónica” de reclusión declara que nunca se cambia de ropa por el temor al exhibicionismo, ante las “estrellas” que lo observan maliciosamente.
En contraposición a ese ideario violento y fantasmagórico masculino, “Putosis” describe el encierro monacal de la mujer como “conducta ejemplar”. Su “modelo de virtud” no sólo niega los “síntomas” que la ciencia médica masculina predice de su futura profesión. Igualmente, contradice la conducta viril, descrita anteriormente. La voluntad femenina le impone su curso al diagnóstico técnico y al desafuero viril.
En esa oposición radical, el libro concluye con el relato “Par o non” también con una nueva crítica de la ciencia. “Los médicos son unos imbéciles”, ya que honestamente el enfermo les confiesa dormir como un lirón al cometer un crimen diario. Pasa desapercibido el virus mental de la destrucción masiva. El asesinato en serie estimula la placidez viril en el encierro solitario y nocturno. De nuevo, Méndez insiste en responsabilizar al hombre del terror desenfrenado, así como en reconocer la incertidumbre de la ciencia. La crueldad la triplica su atributo doméstico, fantasmal y criminal en serie.
Esta misma temática —la violencia viril— dicta quizás el argumento de otros cuatro relatos los cuales diseñan la fluidez fronteriza entre el hombre y el animal. En “Ajedrez”, el “compañero de viaje” se vuelve caballo; en “El ventrílocuo”, gato, mientras el felino se humaniza. Luego en “El mono sabio” se reitera ese intercambio de papeles entre un doctor y el simio. Por último, como lo explica “Caballito de mar”, el retorno al origen —“recobró su original figura”— define el descubrimiento científico más avanzado. No en vano, “Mala suerte” narra cómo la única salida de un hombre en desgracia consiste en vender su “cadáver” a las ciencias biológicas, para rebasar las pobreza.
Tal vez de esa manera —anticipa el relato “La rebelión de los perros”— “el centro de programación” técnica no sólo descubra la vacuna del virus que achaca a la humanidad, sino sustituya el libre arbitrio por los dictados gubernamentales. En verdad, la propensión a la “tiranía” —aciertan “Anécdota” y “El primer ateo”— son enfermedades endémicas de la historia humana, bajo el gobierno viril. Tampoco el ropaje de la violencia destructiva oculta el desfalco voraz del robo desmedido. Si “Un misterio para don Honorio” califica a los ladrones de marcianos —los hombres no roban— “Hipnosis” reconoce el simulacro al “consumar un robo perfecto”. La palabra —la ficción— exhibe ese efecto hipnótico que remite “las verdades científicas definitivas” a un ardid del engaño. La verdad refleja el veredicto que los hombres le imponen a las “mujeres”, “miembros del Tribunal”.
Por último, en el encierro del alma en el cuerpo —en la vida terrena, pasajera— la “Receta para no morir” consiste en prolongar su reclusión carnal lo más posible. Una civilización abre los ojos al aceptar su destino mortal —asegura “De la muerte”— mientras otra se cree universal y eterna al persistir en el encierro. Por ello, “Noticias de primera plana” anuncian que el suceso más extraordinario no “son las joyas del acontecer” que “parecen inventadas”. Es el suicidio arbitrario del director que debería notificarlas.
***
En breve, el llamado humorismo de Méndez concluye que el hombre —no la mujer— debe responder por sus actos violentos. Su encierro anímico varonil lo conduce a la violencia doméstica, a la alucinación fantasmal de su deseo insatisfecho y al crimen que lo sana. De este triángulo deriva la fluidez masculina hacia lo animal, al igual que el fracaso de la ciencia ante lo natural y el libre arbitrio. A menudo, el hombre se comporta de manera más bestial que la de sus mascotas y alimañas en el laboratorio técnico. Por esto, ellas mismas acaban por reemplazarlo. Sólo al abrir los ojos —al salir de la cuarentena viril— anotará su verdadero destino. Ser-Hombre-para-la-Muerte, pasajero en el reino temporal de este mundo al lado de su pareja que a menudo ignora. Así se llama el triple Fantasma —sanitario, económico y político— que ahora nos persigue al salir. Hoy el Espectro nos encierra — La Libertad sin libertad— mientras los ojos abiertos ante la Muerte, Fernández prosigue su libre coloquio con “el grupo Rumbo” y “el Convólvulo”. A la sombra junto a Méndez, por el Parque Bolívar…