Uno solo eran los cuerpos por la muerte…
Escritos en el exilio guatemalteco hacia 1946 —“Cuentos de sima y cima” (Argentina, 1952) de Cristóbal Humberto Ibarra; “Prólogo” de Miguel Ángel Asturias— plantean temas de actualidad. Entre más escabrosos y trágicos, tanto más los eventos se revisten de ficción, Las temáticas prometen el arribo violento de lo inesperado, como la peste actual sorprende al cálculo algebraico más avanzado. Muchos países carecen de proyectos de seguridad médica, en derecho elemental, y de prevención salarial ante el desempleo.
Por paradoja, sólo las disciplinas que no predicen los hechos resuelven sus daños inmediatos y colaterales, mientras queda en el olvido la ficción que transcribe la epidemia y su consecuencia inmediata: la recesión económica. El escozor del mito carcome el “rigor de la ciencia”. En Ibarra, el simple carácter regional de la literatura revela la manera en que las vivencias locales proyectan preocupaciones universales. El 2020 las vuelve más vigentes que nunca. Sin ofrecer una breve descripción de esos relatos, se comenta la temática actual. La enfermedad global y la recesión económica las precede la violencia de la historia.
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De los ocho cuentos del libro, la mayoría reflexiona cómo la violencia afecta las comunidades indígenas y campesinas de Centro América. Su declive lo inicia la Ley de Extinción de Ejido (1882 en El Salvador) que provoca el desarraigo y la migración, descritos bajo los emblemas de la locura y del suicidio colectivo. Se desmorona el sentido de comunidad y el fratricidio se percibe como manera de imponer un nuevo orden. Al privatizar la tierra, los cultivos comerciales —banana, hule, chicle, madera, café en el silencio— reemplazan las siembras ancestrales. Provocan la deforestación y la degradación del medio ambiente.
Ligado a ese descalabro comunal y ecológico, los nuevos propietarios le imponen un régimen desaforado de abuso sexual a las mujeres indígenas y campesinas. Antes de acuñar el término jurídico de “acoso sexual”, el “derecho de pernada” hace de los hacendados dueños de la tierra y patrones dictatoriales de los servicios sexuales que les exigen a sus peonas. Además, las diferencias raciales —ante todo la afro-descendiente— se percibe como sinónima de invalidez física y de tara mental. Acaso el poder imagina la servidumbre en deformidad.
Ante tal declive ecológico, social y ético, la naturaleza cobra venganza bajo la figura femenina fantasmal de “La Virgen Leprosa”. Se le llame La Llorona, La Siguanaba Jiotosa, la Calaca, etc. su Espectro desafía la excesiva masculinidad. Ella demuestra que una mujer puede desarrollar las tareas más arduas de un hombre. Inquebrantable en su labor agrícola, siempre mantiene una amplia distancia social, ya que se halla contaminada por una enfermedad contagiosa y mortal. En esta premonición, Ibarra augura el presente opaco. En revancha a la defoliación humana, la naturaleza expande un virus que provoca la muerte de los peones chicleros y el declive inmediato de la producción comercial. La leyenda relata la existencia de pueblos leprosos confinados a perpetuidad, viviendo en el hambre y en el temor perpetuo.
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La diferencia radical entre esa descripción del declive civilizatorio tropical y la depresión actual es tan simple como el paso del mito al número. La razón tecnológica — la lógica científica— redimirán el mundo de la peste y la recesión, aún si jamás prevén su llegada. Las fórmulas matemáticas superan la palabra y la ficción que engendran el pesimismo. En ecuación infalible —aseguran sin rédito político ni financiero—los algoritmos revierten la pobreza, el desempleo, de déficit fiscal, la falta de exportaciones y el impago empresarial.
En una nueva utopía digital… Jugado desde niño por la Siguanaba Jiotosa, quizás yo sea una de las pocas personas que conjeture la prolongación de la crisis y el retorno cíclico de lo natural. Pese a tildarla siempre de ficción –desterrada de la esfera técnica— la po-Ética transcribe un certero testimonio (-ix-pan; -ix-mati) del declive actual. Sólo la arrogancia de la tecnología pretende que la lógica sustituya la metáfora, que el número reemplace la palabra y, finalmente, carente de libre arbitrio, que el ser humano lo programe el ADN digital.
Empero, inadvertida por la razón, llega la noche. Suceden los sueños promisorios —como estrellas infinitas— y transcurren las pesadillas ocultas y fugaces. Humilde, bajo su fracaso de profetizar el presente, la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas —STEM por su metáfora inglesa—deben reconocer la palabra creadora (rastréense las advertencias sobre la epidemia actual y la recesión económica en los institutos afiliados a esas siglas, incluso en febrero de 2020). La palabra (Logos) previsora antecede el rigor de la ciencia. En su sentido primordial, la literatura —la letra— erige estanques cristalinos en espejo de lo Real.