“SalviYorkers” (2020) de Carmen Molina Tamacas
Abstract: Three ideas of confinement rule technological society. The first one recycles the domestic female work provided by rural migrants from eastern El Salvador. The book “SalviYorkers” (2020) by Carmen Molina Tamacas offers that detailed description of Salvadoran servants in Long Island, living in perennial quarantine. Without the profit from their cheap labor in home seclusion —lacking medical and retirement rights— there is no financial advance. The second restriction —Molina Tamacas continues— forces migrants to flee current political constraints to their essential and underpaid services. Finally, unexpectedly, an epidemic invades technological utopia compelling to restrict motion to all free citizens. This “Trinity of Confinement” assesses how progress regresses to adopt an ancestral pattern of indoor living. Paradoxically, it assumes similar boundaries of restriction as the borders that impose on female servants. The return of the same is necessary to survive and to avoid fear, illness and death. The metaphorical logic of temporal motion changes from social confinement to medical quarantine.
Resumen: Tres ideas de confinamiento regulan la sociedad tecnológica. La primera recicla el trabajo femenino doméstico de las migrantes rurales del oriente salvadoreño. El libro “SalviYorkers” (20220) de Carmen Molina Tamacas ofrece esa descripción detallada de las sirvientas salvadoreñas, quienes viven en cuarentena perenne en Long Island. Sin la plusvalía de su labor mal pagada, recluidas en el hogar —carentes de prestaciones médicas y de jubilación— no habría avance financiero. La segunda restricción —continúa Molina Tamacas— obliga a los migrantes a huir la persecución política por brindar servicios esenciales a salarios irrisorios. Por último, inesperadamente, una epidemia invade la utopía tecnológica forzando a limitar el traslado de todo ciudadano libre. Esta “Trinidad del Confinamiento” evalúa cómo el progreso regresa hasta adoptar un patrón ancestral de vida al interior. Por paradoja, exige lindes similares a las barreras que le impone a las sirvientas. El eterno retorno de lo mismo es necesario para sobrevivir e impedir que cunda el miedo, la enfermedad y la muerte. La lógica metafórica del movimiento temporal transcurres del confinamiento social a la cuarentena médica.
I. Del confinamiento social…
Dividido en tres capítulos, el recién publicado libro “SalviYorkers” (2020) de Carmen Molina Tamacas ofrece una historiografía detallada de las migraciones salvadoreñas al área metropolitana de Nueva York, así como al estado del mismo nombre. El primer capítulo describe “los orígenes de la migración salvadoreña” y el impacto de la política que engendra un régimen de ilegalidad, el único bajo amplio comentario en esta breve columna. El segundo reseña “biografías cortas de…salvadoreños” destacados en “la capital de las bellas artes” —su contribución científica e intelectual— y el tercero “dibuja una línea del tiempo de los últimos noventa años”.
En neta oposición a la política anti-migratoria actual, el libro revalora el aporte de los trabajadores de bajos recursos a la grandeza financiera y cultural de esa urbe, al igual que rastrea la contribución de artistas e intelectuales salvadoreños. En esta época de repentina cuarentena mundial, interesa recalcar la manera en que la “línea del tiempo” se retuerce al augurar el eterno retorno de lo mismo. No sólo me refiero a la pesta que, intempestivamente, transgrede la idea lineal del progreso técnico ilimitado. Sin predicción, la plaga impone obstáculos imprevistos a nivel global: recesión desempleo y muerte. También, aún antes, al ofrecer sus servicios domésticos, la mujer migrante pronostica la cuarentena domiciliar cuyo estilo de vida resulta hoy irremplazable.
Previo al traspiés inusitado —sanitario y económico— Molina Tamacas señala cómo en las ciudades más avanzadas —emblemas del capital financiero y de la técnica “aérea y espacial”— se recicla la división del trabajo por género. Luego de confirmar que “los inmigrantes salvadoreños provenían de los departamentos de La Unión, Morazán y San Miguel”, “SalviYorkers” verifica la frontera estricta entre el trabajo femenino y el masculino. La migración procede del Oriente del país —zona lenca a des-encubrir.
Por este origen, la investigación insiste en que su extracción rural —sin educación formal— distingue a estos habitantes de los emigrados a otras ciudades estadounidense. Dada su precariedad recurrente, la población migrante es de las más afectadas por la epidemia actual. No en vano, vive en una extensa isla —Long Island— cuyo topónimo augura el triple aislamiento actual: femenino ancestral, migratorio reciente e higiénico inesperado.
Debido a su cuna humilde, las labores de “servicios” les ofrecen la forma más adecuada de ganarse la vida gracias un trabajo asalariado, a menudo sin beneficios médicos, ni privilegios sociales de jubilación permanente. Por esta carencia de derechos elementales, “el problema de la vivienda” apremia tanto que las familias reseñadas en el libro sufren la epidemia actual de inmediato. Enfrentan el problema de la densidad de población por domicilio, sin la distancia necesaria para combatir el Coranovirus. En las tareas necesarias para sobrevivir, los inmigrantes salvadoreños adquieren “contrataciones de baja calificación y remuneración”. Las mujeres descuellan en “los servicios domésticos”; mientras “los hombres” se especializan en “proveer servicios en el exterior”.
Bajo una doble oposición, lo femenino identifica la cuarentena permanente como lo masculino define la apertura. Así, una de las urbes más modernas recicla la labor doméstica de la mujer y la errancia laboral del hombre, según una línea temporal retorcida hacia el pasado que no pasa. Una permanece dentro, el otro, fuera del hogar. “Destinados al confinamiento”, los trabajos de aseo obligan a la reclusión de las mujeres. De esta manera, no confrontan las “autoridades migratorias” ni las pandillas. Por lo contrario, al salir de casa, los hombres deben resistir el rigor persecutorio que los acecha sin tregua. Según lo confirma una entrevista —“vives con miedo…aún si estás aquí legalmente”— el Coronavirus redobla el temor constitutivo de la experiencia migratoria. El espanto acecha a cada esquina, día y noche.
Como “sitio nostálgico inalcanzable”, los monstruos del país perviven transmutados en ese nuevo ropaje del acoso anti-migratorio. Y ahora, inadvertidos, reaparecen invisibles, disfrazados de enfermedad mortal, así como los reviste la violencia de las maras. “Quedarse en casa”, ya que “el miedo está aquí” —concluye Molina Tamacas— precisa la triple cuarentena de la migración salvadoreña en Long Island. A la cuestión ancestral de género se añade la política anti-migratoria que la persigue. Y sin reseña, el asilamiento lo remata la enfermedad que se propaga por lugares sobrepoblados. Difícilmente, puede mantenerse la distancia social entre los vecinos y familiares.
II. …A la cuarentena médica
Antes del encierro actual, Molina Tamacas vaticina que la emigrante salvadoreña del Oriente ejemplifica el arquetipo atávico de este mundo recluido en la inercia económica. Sólo los símbolos solidarios —“devoción por Monseñor Romero”; “Día del Salvadoreño”, “organizaciones cívicas, religiosas”, etc.— estimulan que la mujer desafíe el Virus masculino que Corona su reclusión ancestral.
Implícitamente, el primer capítulo insinúa la necesidad de superar ese Coronavirus cultural gracias a la apertura de nuevos espacios para la expresión femenina. Además de varias “organizaciones solidarias” citadas —CAVRHES, CARECEN, IGLESIAS…— falta que el estado salvadoreño asuma responsabilidades. A ver cuándo inaugura Casas de la Cultura que estimulen a trascender los límites sociales de la cuarentena femenina. Hay que promover la cultura regional del Oriente y des-encubrir la zona lenca. Mientras tanto pervive el ciclo que vuelca el “confinamiento” social en cuarentena médica.
De urgencia sería atenuar la catástrofe que la epidemia actual provoca en estas familias. Desde la década de los sesenta, al “agruparse en viviendas deficientes”— la pobreza las remite a la “marginación” —al hacinamiento— y las vuelve más propensas a cualquier contagio imprevisto. Sin embargo, la urgencia por paliar la enfermedad actual jamás ocultará la larga dimensión de la historia regional del Oriente salvadoreño y del “confinamiento” secular de la mujer. Tampoco opacará la violencia anti-migratoria ni el furor de las maras.
Sólo por actividades culturales innovadoras, “la línea del tiempo” ya no endurecería su curvatura de retorno y repetición constante del pretérito: mujer en el hogar, hombre afuera. Tal sería la conclusión tajante del primer capítulo de “SalviYorkers”, según Molina Tamacas. O, al menos, tal es la diagonal metafórica que del Noreste de los EEUU —de la escritora— recorre el largo camino hacia su lector recluido en el mítico Aztlán.
Leo el libro entre la música coral de los coyotes y el aullido del viento en barítono. La hojarasca reseca —los matorrales desgreñados— gimen al intuir el ardor del verano reseco. Confinados también, exigen su derecho a reverdecer. En absoluto pretenden amedrentarme, pero imploran el agua necesaria que les impregne las raíces antes de florecer (Anthos). Seres vivos, anhelan emerger de su ciclo anual fuera de la trinidad del encierro invernal. Desplazada por el vendaval, la maraña susurra la dificultad de superar la ronda. El turno del confinamiento social lo universaliza la cuarentena médica.