El Salvador
miércoles 27 de noviembre de 2024
Voces

El concepto de (-)Kujkul – Gespenst Palabra y Dinero (II)

por Redacción


Tal es la labor que el Espectro le asigna al narrador. Debe destazar cerdos humanos para recibir a cambio la retribución monetaria que busca.

II. Descenso a los infiernos

Una primera lectura literal la insinúa el libro al cristianizar la tradición indígena.  El –Kujkul se vuelve el “Diablo” o “Demonio” quien, a caballo, conduce a los seres humanos a un mundo subterráneo.  Todos los elementos del viaje al inframundo se hallan presentes.  El Espectro guía al desempleado hacia un barranco (ustut, enunciado 9) y lo interna en una cueva (cueva; xaput, enunciado 10).  Ahí se despliega una ciudad cuya diversidad impresiona al personaje.  En ese recinto encerrado, los pobladores indefinidos —“yehemet, ellos” (enunciado 21)— el protagonista los define como depredadores caníbales.  Se alimentan de seres humanos quienes, convertidos en cerdos, los sacrifican en el matadero.

Tal es la labor que el Espectro le asigna al narrador.  Debe destazar cerdos humanos para recibir a cambio la retribución monetaria que busca.  De otra manera, jamás cumpliría su obligación marital y paternal de mantener a su familia.  El enunciado (13) aclara que se trata de un verdadero testimonio ocular, el cual refiere una experiencia vivida en carne propia por un conocido.  La narradora asegura que “ina ka kilwia, relata qué lo dice; dice que lo dice [Hechos]”.  La narradora dice que el protagonista dice que vio Hechos…

Por ello, debería juzgarse de igual manera que la literatura canonizada en los años ochenta.  De lo contrario, implícitamente se presupone que el náhuat carece de la capacidad de atestiguar.  No reportaría una perspectiva particular de la cualidad sensible de las cosas ni de la historia.  La versión indígena debe aún recobrarse, esto es, contraponerse a la versión mestiza oficial.  En breve, el relato ofrecería una versión actualizada del “Descenso ad Inferos, Descenso a los infiernos”.  Se trata de un motivo clásico y universal que, a imagen de la agricultura, presupone un fondo sombrío del cual se rescata una presea.  Dante no sólo vivió en Italia sino—irreconocido— también anduvo en Centro América.

III.  Los infiernos urbanos

La cuestión a dilucidar consiste en saber si la interpretación precedente no omite rasgos esenciales del relato intitulado “Le pedíamos dinero a Kujkul”.  El Espectro no se reduce a un simple acto de la imaginación —según una lectura derridiana— ya que su presencia deriva de “una genealogía socio-económica o de una filosofía del trabajo”.  La escena primitiva define la responsabilidad marital y paternal por sufragar los gastos familiares de “su esposa y sus hijos” (enunciado 1).

El deseo monetario rompe la estabilidad comunitaria —el sedentarismo pueblerino en el entorno de lo familiar y conocido.  El dinero predice las caravanas actuales, al obligar a los campesinos a la migración.  Intuitivamente se evocaría la Ley de Extinción  de Ejidos (1882) —preludio de 1932— que genera comunidades   sin tierra e inestabilidad laboral.  El trabajo impulsa la errancia del héroe hacia una región inexplorada, pero no del todo ignota.  El desempleado mismo anticipa el encuentro furtivo con Kujkul, quien se liga al dinero por inherencia.  Su aparición provoca una dislocación del lugar de origen.  Transporta al protagonista hacia un mundo paralelo distinto, regido por el dinero y el oro abrillantado.  En ese sitio, “todo lo que brilla asusta”.

Literalmente, el título mismo transcribe el razonamiento alternativo que la traducción sesgada del libro desvía.  “Historia de pactos” presupondría que —ajeno a la comunidad indígena— el dinero (tumin) sólo se consigue por una alianza maléfica con el Diablo quien otorga ese premio.  No obstante, esa paráfrasis asume ya varios conceptos de orden sociológico, sin los cuales Kujkul carece de todo valor mito-poético y financiero.  Ante todo, se reitera se trata del dinero (tumin) y de lo abrillantado (tzijtzinakajtuk) por excelencia.  Por ello, al descomponer la traducción del libro, se asienta que no hay “historia” salvo del acaecer (panutuk) ante los ojos (-ix-pan) del protagonista, quien vive el evento.  A la historia científica y académica se contrapone la vivencia.

El “pacto” que el protagonista establece con Kujkul se llamaría contrato informal de trabajo.  Es infernal por las condiciones deplorables.  Gracias a esta oferta verbal, el desempleado colma su necesidad financiera, aun si no obtiene la más elemental compensación social, a saber: beneficios médicos ni de jubilación.  Simplemente, el relato narra una búsqueda y encuentro —“quien busca, halla”— como en la caza.  El motivo clásico de la mito-poética náhuat de Leonahard Schultze-Jena (1930-1935) —la persecución de un venado— se revierte hacia el objeto inmaterial de la moneda.  Su abstracción la verifica la manera en que se intercambia por cualquier mercancía concreta, a valor de uso determinado.  No se consume de manera inmediata; tampoco lo brillante alimenta ni abriga.  Según lo anticipa Aristóteles en la “Política” (1257a), en todo objeto existe una diferencia neta entre “su uso como zapato” y su “empleo como intercambio”.  El valor de uso no conlleva el valor de cambio.

La esencia monetaria implica la transformación dde cualquier objeto útil.  El dinero compra cualquier mercancía en venta, incluso el trabajo.  La metamorfosis la declara la avaricia voraz cuyo deseo áureo vuelve al humano en cerdo.  Todas las connotaciones de este término animal estallan en arco iris variado, desde lo sucio y grosero hasta el manjar que decora la mesa de los comensales refinados.  Hacia las antípodas de la tacañería, el desdén de poseer dinero efectivo asegura el triunfo.  Lo negro del carbón revela su antónimo financiero.  Al regresar a casa, no hay evidencia del crimen.  No hay cheque que rastree la operación bancaria.  Sólo pervive el testimonio oral y, acaso, el bienestar familiar.  Así lo atestigua la narradora.

Esta lectura materialista hace del Kujkul un ser humano real, un caballero, en el sentido estricto de la palabra: ne takat pak se kawax (enunciado 3).  El caballo marca la distinción entre la figura montada y la pedestre.  Quizás encarne a un hacendado quien conduce al campesino pobre hacia su propiedad o, mejor aún hacia la gran ciudad.  El caballero es dueño de un matadero, que, en metáfora o literalidad, ofrece una imagen fiel de la disparidad étnica y social de la zona urbana.  La antropofagia se disfraza de ansia carnívora, aun si siempre deja traslucir el crimen de su empresa.  La ciudad figura como verdadero “Estado-Fantasma” donde se disuelve el lazo comunitario.  Esclaviza a una abundante proporción de sus pobladores hasta convertirlos en “cerdos”, esto es, alimento privilegiado del grupo hegemónico.  Sin forzar mucho el término, la transparente etimología de “animal” —“ánima, alma”— remite a la energía vital que le suministra a quien ingiera su carnalidad, dizque inferior, en aderezo.  Literalmente, el animal le otorga su ánima y ánimo, su energía vital al comensal.

La frontera —bastante fluida entre lo animal y lo humano— parece tan generalizada que, hacia la tierra original de lo yuto-nahua, en Nuevo México, Rudolfo Anaya la reitera en su famosa novela “Bendícema Última” (1992).  En el capítulo IX, al alter-ego infantil del escrito, sus compañeros le inculcan el tabú de consumir carpas.  Como los cerdos en el relato náhuat, ese pez singular proviene de seres humanos trastocados.  En castigo de los Dioses, viven cuales entes acuáticos en los ríos del desierto norteño.  Habría una correspondencia inédita entre la frontera sur y norte de Mesoamérica, por un rasgo mito-poético común.  Ambos márgenes no restringen el canibalismo a comer carne humana, ya que el animal le entrega también su ánima compasiva al depredador que lo devore.  Si se prefiere, el animal otorga energía a quien lo consume.  Por ello, en sentido estricto, si Kujkul significa “brujo/a”, “ladrón/a de almas/ánimas”, todo ser humano que ingiera carne —incluso vegetales— califica de hechicero maligno.  Alimentarse significa absorber una energía anímica ajena para subsistir.

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IV. Banda espectral

Si esta lectura encarna Kujkul en un personaje humano —caballero, aristócrata o burgués— la maldad diabólica la vincula a la obtención del dinero por medio de un trabajo remunerado en la urbe y carente de toda prestación social.  Muy cercana a la interpretación derridiana de Marx, el Espectro se enlaza al dinero; el trabajo asalariado, a la matanza del prójimo vuelto animal.  Este último vecino se objetiva como ente zoológico, grosero, cuyo único valor lo ofrece su carne destazada.  La explotación desaforada.

La interrogante siguiente consistiría en mostrar la diversidad de personajes que adquieren ese valor de Kujkul.  En primer lugar, la sección siguiente analizaría el sesgo particular que adquieren la Siguanaba ligada a la Muerte ­—no al Eros mestizo seductor— y el conflicto generacional por el alimento.  En segundo lugar, se continúa con el conflicto generacional y se analizan otros personajes —a veces indefinidos— quienes reciben el mismo atributo mortuorio.  Se  trata de ladrones de energía anímica (Tunal), Huracaneros o destructores de cosechas.  Su acción malévola incita a expulsarlo para el bienestar de la comunidad.  A la lectura de consultar el libro para indagar su análisis.

Además, los Espectros evocan a los ancestros bajo un término prestado del castellano: el abuelo.  Sea el trabajo de Lyle Campbell —“-kuhkul anciano, viejito (término respetuoso),
tu-kuhkul «our grandfather», -kuhkulmet (plural); -kuhkul «mal espiritu» (espíritu diabólico, uno que miente; el coco),
mu-kuhkul «your bogeyman, your evil spirit (that haunts you)”— o el de Werner Hernández —“kujkul, -wan, Diablo; anciano; abuelo; ne kujkulwan, los antepasados”— ambos autores reiteran la misma secuencia (nótese en Campbell la posesión inherente).  Un doble sentido asocia la Muerte —los ancestros y, por tanto, la historia comunal vivida— con el Espectro, llamado Diablo en la lengua coloquial y también Abuelo.  A diferencia de la historia objetiva —la de los hechos ajenos— en la memoria colectiva, los ancestros renacen en Espectros y la historia vincula su enfoque a la Muerte y al Fantasma.  La objetividad la oscurece la cercanía de la vivencia, en su rescate de lo ancestral.

Parecería que la historia como deuda no motiva la investigación libresca, sino el contacto directo con los antepasados difuntos, quienes perviven en el inframundo, acaso en el inconsciente colectivo.  Tal cual lo explica Derrida, nada demuestra más la genealogía platónica del Espectro (Phantasmata) que su vínculo directo con “las figuras de las almas de los muertos”.  En la tradición náhuat, se trata de “ne iabuelo; el abuelo, los ancestros”, emblema de la ascendencia y, por tanto, de la historia como enlace entre los vivos y los muertos.  Los unos retoñan cada 3 de mayo, Día de la Cruz; los otros reciben flores (Anthos) en ofrenda, cada 2 de noviembre, Día de Muertos.

Por último, esta lección funeral se aplica al axioma nacionalista —de la Ciudad Letrada a los estudios culturales.  A menudo se confunde el legado urbano en castellano con la mito-poética náhuat en el olvido.  El ejemplo más notable lo ofrece la Siguanaba, de quien no existe una antología literaria en las lenguas indígenas, pese a vindicarla como tal.  Sin reclamar los ejidos —zoon politikon— ni estudiar la lengua materna —zoon logos ejon— lo indígena lo reinventa la literatura urbana en castellano.  De nuevo, se trata de los únicos Ancestros o Espectros que reconoce la genealogía letrada en boga.  Durante el descenso al inframundo —hoy llamado historia, poética, estudios literarios o culturales…—  el debate siempre deslinda el doble sentido del concepto de –Kujkul: “Diablo/Demonio” vs. “Abuelo/Ancestro”.  Quienes se reconocen en Antepasados gloriosos (-Kujkul), merecen la fama; quienes se tildan de Figuras infames (Kujkul) malogran su legado en la condena.  Sin asombro, la manera en que el mismo pasado ancestral —un concepto semejante ((-)Kujkul)— se bifurca en interpretaciones opuestas —complementarias quizás— ofrece el mejor ejemplo de la dificultad de un debate contemporáneo.  Según la polarización actual, mi-Espectro (nu-Kujkul) es prócer nacional; tu-Espectro (mu-Kujkul), Demonio-traidor, sin amanecer ni atardecer  —sin diálogo— que lo vincule.

V. Coda

Esta lectura extendida queda pendiente hasta la presentación del libro.  Ojalá suceda antes de mi próxima reencarnación, para realizarla de acuerdo a la identidad actual.  Esto es, antes de volverme Kujkul en ambos sentidos de la palabra: Ancestro y Demonio.  Entretanto, valga concluir con el clásico conflicto de interpretaciones, incluidas las metáforas a la letra, así como la dificultad de trazar fronteras entre la lengua como lógica gramatical y su sentido figurado (Give a dollar/hand; even scientists have a Department Head).  Por la falta de muros infranqueables entre la lógica y la metáfora, la creencia en Espectros (-Kujkul, Gespenst) —la Siguanaba náhuat ligada a la Muerte; los Huracaneros, Arbolarios, los Ancestros, el Dinero-Demonio, la Lengua misma, etc.— siempre será un axioma irrefutable del habla.  Por supuesto, la ciencia también la adopta.  Si no me lo creen consulten al virus que Corona la actualidad tecnológica.

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PRIMERA PARTE: El concepto de (-)Kujkul – Gespenst Palabra y Dinero