El Salvador
martes 26 de noviembre de 2024

“Los copos del olvido” Mujer y violencia según Vicente Rosales y Rosales (V)

por Redacción


Al conmemorar el 32 en su diversidad cultural, cada enero, Gnarda recuerda la necesidad de conjugar los opuestos complementarios.

III.  Colofón bibliográfico superfluo

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…de su cuerpo mana siempre la verdad… AM
¡Vale mil veces más que el hombre!  T. P. Mechín

7. No obstante, al conmemorar el 32 en su diversidad cultural, cada enero, Gnarda recuerda la necesidad de conjugar los opuestos complementarios. No habría experiencia mística sin un cuerpo humano sexuado que propulse el espíritu hacia lo astral (léase “Remotando el Uluan”, la única novela de Salarrué publicada en 1932 bajo censura de prensa).  En Rosales y Rosales, la “3ª Parte.  Místicas” de “El bosque de Apolo” confirma que esta vivencia astral no embriaga al poeta sin la presencia de la mujer.  “Es tras su fuga mi deseo” (“Canción de juventud dolida”).  María Gertrudis, María Asunción, la pobre Quina, La Fulja, La honra de la Juanita, Lety, la pensada de ña Tomasa son unas cuantas figuras femeninas, víctimas cuya brutalidad la historia remite a la ficción.  La larga cita a continuación documenta cómo un “corresponsal ambulante” transcribe la violencia contra la mujer.

8. José María Peralta Lagos (T. P. Mechín) en “La muerte de la Tórtola” (1933/1977) confirma la violencia viril como experiencia cotidiana. Además del travestismo —modo de evadir la persecución— se alude al acoso doméstico: «mis tíos eran “muy atrevidos”» (41); “La Inés llora: tiene un ojo como de berenjena” (52).  Más explícito, “me habla del asunto del día…a la pobre mujer —una de esas…—, la hicieron pedazos y después la quemaron” (67).  Sin asombro, el protagonista también se involucra en un pleito viril “Casimiro…cogió a la Inés por las trenzas…Ño Chon pretendía arrancarle su víctima a Casimiro, por las buenas, pero yo fui de opuesto parecer.  Cogí una tranca y del primer estacazo lo dejé tendido” (71).   La violencia masculina —«“por una infame mujer uno se pierde”» (76)— resulta una temática reiterada de la poética, esto es, de la ficción.  “La Lola Chiquillo se había casado…con Rufino Durón…Y comenzó el padecer de aquella pobre…Primero regaños por todo, por nadas.  Después fueron trompones, y a lo último palos” (96).  “Este hombre, tomándome por una mujer, quiso abusar de mí…valido de su elevada posición oficial” (164 y 166).  El derecho de pernada —otro tópico tabú— lo insinúa “el patrón no ha querido casarse otra vuelta”, pero ha tenido varias mujeres.  Por eso ha regado mucho hijos suyos que él no reconoce.  Hay quien cuenta que tiene veinte concubinas” (93), aunque el protagonista no lo crea.  Se trataría del antecesor acallado de Pedro Páramo (1954).

9. Esa documentación primaria la archivan “los rumores del ayer perdido” en la política masculina (“Las campanillas de noviembre”). Si el ámbito jurídico del acoso sexual define un concepto reciente —segunda mitad del siglo XX— la historiografía aún no documenta su antecesor: el derecho de pernada.  Por tabú, la violencia viril casi sólo aparece reflejada en la po-Ética.  En El Salvador, este rubro de la identidad recicla la antigua oposición aristotélica en términos inéditos según la teoría de género.  La poética se opone a la historia, como femenino a lo masculino, sin indagar sus posibles transformaciones ocultas en Rosales y Rosales.  Si se prefiere la exigencia de objetividad, la historia indaga los hechos; la poética “participa de lleno en los designios de la muerte”, hasta “ser su mensajero” (Hermes) (Mutis, 53).  Por ello, sin mencionar a la mujer, Juan Felipe Toruño califica a Rosales y Rosales por su “desolación, angustia, desesperanza” (“Desarrollo literario de El Salvador”, 1958: 302)

10. “Cultura” (octubre-noviembre-diciembre, 1969) incluye sus poemas “Norteña”, “Día de otoño”, “Invierno” y “Fábula”. Aparte de mencionar sus colaboraciones con periódicos nacionales, lo califica de “platónico a ratos” y reitera la “paganía” que le atribuye Gallegos y Valdés.  Si “tu carne de maguey” (“Norteña”) convoca lo femenino en su metáfora —o “lo lírico en el viaje” es lo literal— queda abierto a interpretaciones variadas.

11. David Escobar Galindo lo sitúa como último eslabón de “la bohemia”, “precursor” de la “vanguardia, social y existencial” (“Índice antológico de la poesía salvadoreña”, 1982: 264). Manlio Argueta suscribe la “alineación al modernismo”, su aplicación musical a ese arte, al igual que anticipa “la poesía social” —reiterando a Lindo— en “Invierno”, con su evocación de la muerte injusta (https://core.ac.uk/download/pdf/47262477.pdf, 1989).  Para el compromiso, la mujer no existe (http://pasionpoetica.galeon.com/Links/Vicente.html).  Hasta finales del siglo XX, la “ortodoxia modernista” de Rosales y Rosales legitima excluir la cuestión de género, esto es, la relación entre “Apolo” y la mujer (para el mito clásico, véase: María Teresa Clavo Sebastián, ‘’Ninfas de Apolo, Ninfas de Dionisio” (1986), https://ddd.uab.cat/pub/faventia/02107570v8n2/02107570v8n2p5.pdf, quien inicia su ensayo en términos similares al referido conflicto poético en Rosales y Rosales: “disparidad de versiones (masculinas) sobre un mismo hecho”: la rosa).

12. Recientemente —M. T. Bosshart (“Esteticismo y compromiso social”, http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2145-89872011000200004, 2011)— en Rosales y Rosales se vindica una posición política radical ignorada por sus contemporáneos, a saber: un indigenismo poético y melódico. Esta visión la desconoce incluso el régimen martinista que, según el siglo XXI, condena, pero admite sus publicaciones en plena dictadura (de “El correo aéreo” (“Primer premio…, Dirección General de Correos”, 1933) a “Eutopologio politonal”, 1938).  “Euterpologio politonal” lo publica la Biblioteca Nacional, en refrenda paradójica de su apoyo a los opositores del régimen.  Queda pendiente documentar “la acogida en la prensa” que menciona la segunda edición, cuyo “estímulo nos dio fuerza para el triunfo” (1974: 24, envío de Luis Borja).  A menudo, en nombre de la  teoría, se olvida el archivo historiográfico, precisamente esos años de búsqueda libre por refinar la teoría musical indigenista, 1938-1943, bajo la dictadura.

13. Bastan dos revistas del martinato — “Boletín de la Biblioteca Nacional” (1932-…) y “Revista El Salvador de la Junta Nacional de Turismo” (1935-1939)— para demostrar la paradoja. La apertura dictatorial edita y difunde a sus enemigos, mientras la democracia actual se resiste a hacerlo.  Ojalá la democracia ofrezca una apertura similar al premiar y editar a sus oponentes, esto es, permita un serio debate cultural al invitar a sus adversarios al diálogo (véanse las ilustraciones de 1938 y 1939).  Incluso las convocatorias (Call for Papers) actuales no rebasan la apertura dictatorial por publicar a sus enemigos acérrimos.

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  1. En verdad, sólo después de una lectura de Ítalo López Vallecillos (1954), Rosales y Rosales anota que el “antiguo encasillamiento de la belleza por la belleza” se vuelca hacia las “exigencias sociales y política” (“Los valores personales en la antología”, en: “Euterpologio”, 1972: 142). Por ello, al comentar “Corazón con “s” (1941) de Serafín Quiteño (“Euterpologio”, 1972: 178), Rosales y Rosales confiesa su deleite de leer los “Sonetos elementales” ilustrados por un “Mundo vegetal”.  En ese universo poético “las mujeres que desfilan son desnudas”.  Como “Venus Afrodita”, “la belleza” —“símbolo” de “la luz”— pervive bajo la alegoría femenina, “rodeada de flores” (Anthos).  Al negar la teoría de género —la existencia de la mujer— toda crítica social cae en el descalabro.
  1. Tampoco en esta reseña del siglo XXI, para Bosshart existe la mujer en su plenitud. En réplica de Lindo, su presencia remite al “amor místico”.  Idealizada en la concepción viril, no hay cuerpo femenino que enturbie el compromiso po-Ético, rítmico ni político del poeta.  La teoría de género no se aplica a la periferia central de América.  Así se demuestra cómo el pensamiento político más radical recicla lo antiguo, al hacer de su ruptura una continuidad en la exclusión del género.  No hay mujeres.  Por ello, falta una seria discusión sobre la manera en que el tema clásico de la exclusión de las escritoras lo complementa el análisis del acoso sexual en los escritores (para la dificultad de la mujer por acceder a la Ciudad Letrada a principios del siglo XX y ceñidas a temáticas convencionales, véase “Las escritoras salvadoreñas al principio del siglo XX” (2015) de Sonia Priscilla Ticas, así como “Mujer y literatura en El Salvador” (2014) de Nuria Jenniffer Sermeño Melara).
  1. La recolección de su obra dispersa aún ofrece un rubro inédito de la historiografía salvadoreña. La falta de tapisca (Logos) de este archivo nacional modernista señala el desfase entre la memoria y la documentación en el olvido.  Hay que remitir los archivos nacionales en caravanas ilegales para cimentar la identidad nacional.

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Libros más connotados

Sirenas cautivas, 1928.
El bosque de Apolo, 1929.
Euterpologio politonal, 1938 / 1972 (envío de Luis Borja).
Pascuas de oro, 1947.
Antología, 1959.
La tristeza de Teoti y la epopeya del dolor, 1962.
El bosque de Apolo y otros poemas (Antología), 1997.

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PARTE I:  “Los copos del olvido” / \ Mujer y violencia según Vicente Rosales y Rosales

PARTE II:  “Los copos del olvido” / \ Mujer y violencia según Vicente Rosales y Rosales (II)

PARTE III:  “Los copos del olvido” / \ Mujer y violencia según Vicente Rosales y Rosales (III)

PARTE IV:  “Los copos del olvido” / \ Mujer y violencia según Vicente Rosales y Rosales (IV)